Anarquía Coronada

Hay que leer el libro del Indio // Diego Valeriano

Hay que leerlo por lo que nos dió y por lo que nos sigue dando. Para reivindicar Olavarría toda la vida, para cuidar el estado de ánimo, por la manija de vivir. Porque aún hoy suena donde menos lo esperamos. Porque nuestras hijas, como parte de eso que es aprender a vivir, se toman un bondi maltrecho en Morón, chapotean en el barro en Gualeguaychú y vuelven esa misma noche.

Hay que leerlo sin importar las trampas militantes que plantean algunas  preguntas, a pesar del resentimiento del que no merecemos saber nada, del que no queremos ser ni juez, ni parte, ni tomar partido. Leerlo aunque el libro sea una traición a eso que creímos que él creía. Leerlo a pesar de saber que nos quiere hacer conocer la máquina desde adentro, a pesar de saber que es un game over, sutil, necesario para él, mortal para nosotros.

Por nuestras intoxicaciones, nuestros enfrentamientos, nuestras lágrimas tatuadas, nuestras noches eternas. Por ser la música de fondo de nuestras luchas, de las verdaderas, de las que dimos en soledad en ciertas esquinas, a ciertas horas. Por seguir siendo un código común, un guiño, un salvoconducto. Porque sus canciones nos hicieron menos ortibas y nos recuerdan que envejecer no puede ser esto que nos está pasando ahora.

A pesar de esa necesidad de explicar, de volver visible lo que hasta hace poco era imperceptible, de asumir la derrota en la cancha de la opinión pública. A pesar de jugar el juego de la visibilidad donde todo se expone en su obviedad, donde todo es excesivamente visible: la psicodelia como tal, Skay como un maravilloso guitarrista, las metáforas como dráculas con tacones y los muertos, nuestros muertos, como todo llanto. La manija de la visibilidad es la que gana.

Hay que leerlo para volver a sentir la adrenalina del primer ácido, ese que nos cambió para siempre. Para arremeter por última vez contra un patrullero, para volver a abrazar a los amigos que ya no están. Hay que leerlo por las pibas, los gedes, la vagancia ilustrada que pudimos ser. Como gesto de agradecimiento. Hay que leerlo como acción rockera, militante, vital, amorosa. Para saber que las estrellas siguen estando ahí nomás, a tu alcance, frías.

 

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