Hace falta mucha más fiesta // Agustín Jerónimo Valle

Hace falta mucha más fiesta. Que por supuesto no es meramente un rubro determinado, las formalmente denominadas fiestas. De hecho, muchas presuntas fiestas son un bodrio, o un cliché redundante. Digo fiesta como cualidad que puede tener cualquier tipo de situación o experiencia, como modo del estar. La fiesta pensada como vía de intensificación libidinal (con autosuficiencia de sentido); la fiesta como derroche presentificante. Estamos ahora acá y eso succiona el tiempo entero en un vórtice de sentido presente. Fiesta puede ser un encuentro erótico, un morfi, un paseo de montaña, una labor que forja algo en el rubro que sea (carpintería, botánica, música…), una cerveza de atardecer con un amigo o amiga. Fiesta puede ser una concentración política, como las vigilias feministas o la plaza del 10/12/19 -y una concentración política también puede ser masiva y no ser ni ahí una fiesta, sino ejecución de potencias estereotipadas. La fiesta se reconoce ad-hoc, o durante; algo es una fiesta cuando hacemos experiencia una potencia que no sabíamos -calculadamente, a ciencia cierta– que teníamos. 

Hace falta mucha más fiesta; fiesta como forma de lo lúdico. Fiesta como dejar de deber; fiesta como movimiento del cuerpo que se desendeuda. ¡Al menos ese rato! Lo festivo como la recuperación adulta de una potencia infantil. Ese hermoso santo decir sí que pregona Zarathustra; la inocencia creadora. 

¿Hay encuentros, actividades, de los que podamos decir «fue una fiesta», o sintamos que tienen algo del atrevimiento poiético del juego? De grandes, lo lúdico no es “nada más que un juego”, sino que nos pone en juego, entramos en juego. No hay “proceso de devenir” sin al menos una pizca lúdica. ¿Hay zonas de nuestra vida -personal, colectiva…- que tengan la textura del juego, de lo lúdico? Lo festivo, lo lúdico: un arrebato arbitrario que instaura su realidad, y una consistencia que no depende de aquello con lo que, acaso, tuvo que combatir.  

Ese punto último es importante. Porque si la derecha «leonina” tiene raigambre en la subjetividad, si su rugido encauza intensidades, y un tipo igual a Benny Hill dice venir a despertar leones, tiene que ser al menos en parte porque los deseos más democratizantes, los discursos más inclusivos, ofrecen filminas de valores morales y argumentos racionales que no movilizan tanta libido -y carecen de invitaciones festivas. Es más, cuando hubo la responsabilidad de una fiesta, una fiesta multitudinal de duelo por la muerte de Maradona, se la impidió; salió Alberto con el megáfono como profesor solemne a ordenar la cosa contra las hordas maradonianas, que, en respuesta, acometieron el primer asalto a la casa Rosada de la historia argentina. (Qué cortedad política, aparte, no ver el efecto cohesivo y vigorizante en el lazo social de la que podría haber sido una celebración descomunal, celebración funeral acaso más grande que ninguna otra jamás en la Argentina. O acaso no sea “cortedad” sino que se devela dónde están, quiénes son, las subjetividades que llevan el Ejecutivo, cuál es su imaginario, su horizonte de lo posible).  

Hace falta fiesta porque si no, hay solo sumisión, dolor, y como máximo bronca: una bronca que acaparó el discurso reaccionario, mientras la izquierda sonríe simpática y tampoco le va mal -al fin y al cabo bancó la parada en la calle muchas veces-. Nietzsche, es sabido, dice que el espíritu comienza con forma de camello, que porta el peso del deber, luego puede devenir león, que ruge y al tú debes lo rechaza de un zarpazo; pero luego, aún más, puede devenir niño, y allí, recién, es un espíritu libre: en la santa afirmación, que se emancipa del no

Camellos cumpliendo su deber, es decir mulas que mulean y mulean, está lleno: somos casi todxs, de diversas maneras y grados por supuesto. Está lleno de gente que mulea y le duele de todo y está harta, y si la invitan a rugir, capaz está buenísimo. Es una una vitalización; aunque no diría que llega a ser “vitalidad”: porque el rugido leonino, la intensificación libidinal en que tiene eficacia la ultra derecha, depende de aquello con lo que confronta. La fiesta y lo lúdico, en cambio, aunque puedan nutrirse de inensidades rabiosas (aunque puedan provenir de dolores y broncas), cuando deviene fiesta, no necesita más que su propio nosotrxs. Hace falta más tonalidad festiva, más porque sí, porque esto. Y objetar que las penurias socioeconómicas no permiten pensar en enfiestarse es entender poco y se recomienda, por ejemplo, escuchar los shows de cuando Damas Gratis llegó al Luna Park en 2001, o los de 2002. Hace falta más fiesta, y más infancia adulta, y cuanto más dolor, cuanto más drama y más carencias, más es necesario que haya polos de intensidad libidinal deseables que sean festivos, juguetones, porque si no, lo que más conviene es rugir con una bronca naturalmente dispuesta al mejor postor.

 

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