Recordé un par de cosas tras el asesinao de Facundo Ferreira con un balazo en la nuca. No solo el apoyo gubernamental a matar, que empezó mucho antes de Chocobar, cuando un carnicero de Zárate persiguió con su auto al tipo que le había robado en el local y lo mató atropellándolo; el Gato Matón dijo «el carnicero tiene que estar tranquilo en su casa», como si matar a un ladrón no te convirtiera en asesino. También recordé un posteo con foto de la marcha del paro de mujeres; una foto tomada al nivel de los cuerpos, es decir al nivel de la presencia, y que solo mostraba nucas y espaldas. Era un festejo de las nucas (“Pienso en las nucas que vi de cerca durante horas…”) . Uno de los valores de una movilización multitudinal aparece, así, en la capacidad de darnos las espaldas. No es meramente cuidarnos las espaldas. Es convertir lo que convencionalmente se rechaza (“dar la espalda”), en una intimidad multitudinal a la que se accede. Espaldas y nucas: la parte del cuerpo menos hecha vidriera; la faz del cuerpo que menos se conforma al patrón social mandatario. No solo son partes más vulnerables; también son la zona del cuerpo más silvestre. Nuestra parte cimarrón. Exceptuada de la obviedad de la forma humana. Si somos «animal que habla», la parte parlante está al frente y la animal detrás. En un movimiento democratizante -donde entramos todos en un deseo común, donde nos igualamos, iguales en nuestra capacidad de diferenciarnos-, las nucas aparecen como un logro elaborado de la cooperación. Y en la nuca se ve al cerebro, a la mente, como parte de nuestro cuerpo animal.
Pero recordé también el asesinato de Rafael Nahuel: por la espalda. Y el asesinato perpetrado por el ídolo oficial Chocobar: por la espalda. Y el asesinato incluso de Santiago Maldonado, también huyendo, también perseguido, es decir por la espalda. Tiene como una obsesión, la razón gobernante, que llamamos macrismo, con matar por la espalda.
Scioli ya era deleznable y revelador -o confirmador- de rasgos esenciales del kirchnerismo como máquina de gobierno. Pero el triunfo del Gato Matón es el triunfo de la cara del patrón. Ya cuando el término “cheto” pasó de ser peyorativo a ser admirativo, el deseo popular estaba bastante normalizado. La coronación de la cara del patrón es el broche. Por supuesto la noción de patrón es mucho peor que la de Jefa; no solo por la condición femenina de la jefa, sino porque la jefatura es una posición que se sostiene renovando sus condiciones constantemente; el jefe manda en un cuerpo vivo, donde hay que llegar a jefe y mantenerse jefe; el patrón es posición estructural, es decir que manda por castración a priori de la potencia viva de la mayoría. No necesita probarse. El patrón naturaliza el mando, negando al conflicto como dimensión inherente a la sociedad de clases. Por eso mata y remata a aquellos que escapan a su orden: los concibe sujetos arbitrariamente generadores de conflicto. La cara del patrón -rubio sin un solo rasgo agreste, garca que no necesita siquiera carisma- se entroniza cuando -porque- la vida se ve regulada por su racionalidad. Primero el patrón de conductas, comportamientos, el patrón de deseos, el patrón de praxis. Después el rostro del patrón. Sus ojos celestes reciben reconocimiento de millones de caras. Las espaldas no: las espaldas aceptan su padecimiento, o escapan, o se comparten (en tres posibles que son análogos a los movimientos del esípiritu de Zarathustra: el camello que carga lo que debe -espaldón justamente-, el león que ruge que no, el niño que conquistó la inocencia.
Las espaldas son las partes naturales que pueden siempre decir que, si hay un patrón, no es suyo. La espalda adaptada común saca selfies de su cara para participar del patrón general de existencia. El adaptado exitoso con poder es tan pura cara que requiere guarda espaldas. El compañerismo ve en las espaldas igualdad y libertad. El agente del orden ve, en las espaldas, cuerpos cuyas caras niegan reconocer(se en) la cara del patrón, cuerpos que escapan al patrón de la forma humana y por eso siente que puede matarlos sin concebirse asesino.