Leyendo la nota de Jorge Alemán publicada en Página/12 “Guevara en Cristo; un ateísmo cristiano” me topé con esta frase: “El Cristo está en Guevara como ese flujo del amor sin objeto”. Y recordé, no sin sorpresa, otra reflexión, hecha por León Rozitchner en 1972 -en su libro Freud y los límites del individualismo burgués– sobre esas mismas figuras y con equivalente interés en el psicoanálisis. La historia tiene su interés. En el año 62, Rozitchner llegaba a La Habana como profesor invitado. Daba sus clases en base a apuntes que tomaba de los testimonios dados por los invasores que pocos meses antes habían invadido -organizados desde los EE.UU- Playa Girón, y habían sido capturados por los militares cubanos. Con esos textos concibió su libro Moral burguesa y revolución (1963). Oscar Masotta escribió en el prólogo que su modo de hacer filosofía buscaba el contacto con la verdad “en torno a la guerra o el hecho de la muerte, la lucha, la violencia”. El enfrentamiento armado y la revolución triunfante permitían formular la pregunta sobre la transformación del sujeto al calor de la lucha de clases.
Dos años después, Ernesto Guevara escribe una carta a Carlos Quijano, director del periódico Marcha: “El socialismo y el hombre en Cuba”. Allí plantea que la nueva sociedad surgida de la revolución no puede edificarse con los recursos de la sociedad capitalista y discutía la utilización del cálculo económico en la economía socialista. Sin cortar el cordón umbilical que liga al hombre y a la mujer al mundo de las mercancías, decía, los procesos de emancipación se interrumpen y retroceden. Según el Che, la vigencia de la ley del valor tenía efectos reaccionarios sobre la subjetividad de las personas. De nada servirían la propaganda y la educación si no se generaban, por vía de la movilización de masas, formas de reproducción social que escaparan a las categorías que organizan la reproducción social capitalista. El problema era claro: no habría humanidad nueva en un país pequeño y dependiente obligado a defenderse de la agresión imperialista -y a aliarse con las potencias del socialismo real- sin dar pasos concretos para extender la revolución y para profundizar en la creación de nuevas relaciones sociales.
Unos meses después, luego de su fracaso en la guerra de El Congo, Guevara se aísla en una casa de seguridad a las afueras de Praga, mientras organiza su desembarco en Bolivia. Allí se dedica a escribir notas críticas de un manual de economía política publicado por la Academia de Ciencias de la URSS. Creo que Ricardo Piglia se perdió esa escena en su maravillo texto “El último lector”: el revolucionario tomando notas sobre la presencia de la ley del valor en el socialismo. Cito: “Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la Nueva Economía Política (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado el signo de toda una etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de producción y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están volviendo a favor de la superestructura: se está regresando al capitalismo”. (Esos apuntes redactados en Tanzania y Checoslovaquia entre los años 65 y 66 en Apuntes críticos a la economía política (2006), a cargo de quien mejor conoce esta historia, la investigadora cubana María del Carmen Ariet).
Rozitchner tomó muy en serio el problema de la subjetividad y la ley del valor. En su libro Freud y el problema del individualismo burgués (1972) se pregunta cómo puede el militante de izquierda alcanzar y desactivar la presencia temprana y formativa del poder despótico imaginario en la formación de su propia conciencia. Su investigación tiende un puente entre el Guevara y Freud. La conciencia de una humanidad nueva será retórica mientras que en el sujeto permanezcan escindidos razón y sensibilidad: el militante que recita el Capital sin integrar el saber del cuerpo resulta ineficaz en el terreno de la acción política. La marca de la servidumbre voluntaria en los sujetos -incluidos los de izquierda- es la incapacidad de pasar de la acción fantaseada, sin sobrepasar el ámbito simbólico en el que busca consuelo. Guevara en Cuba, en cambio, deslumbraba como una figura adecuada a la capacidad efectiva de un pueblo de plantear colectivamente problemas políticos concretos y transformar la realidad histórica del país. Para subrayar aún más la contraposición, Rozitchner comparaba al Che con Cristo, antiguo líder de una rebelión que el poder neoliberal transmuta en figura simbólica congruente con el sistema ¿Qué se le hizo a Cristo?: se lo hizo hablar “con su carne culpable y castigada, de inconsciente a inconsciente, de cuerpo a cuerpo, en forma muda”. Se lo promovió como un símbolo apropiado para calmar las aguas y evitar problemas incómodos.
La cristianización del Che comenzó apenas fue asesinado en Bolivia. Como al antiguo revolucionario judío, se lo convirtió en un mártir deshistorizado. Dos films de Leandro Katz –El día que me quieras y Exhumación– registran el proceso de tratamiento del cadáver puesto en cruz, y la posterior desaparición de su cuerpo: la sustitución de la materialidad del combatiente por un símbolo espiritualizado y mercantilizable ¿Nos conforma pensar en términos abstractos la acción revolucionaria, y la filosofía que intentó pensarla? Planteo una hipótesis: el inconformismo comienza cuando no se aceptan los términos que los vencedores imponen a los derrotados. O, lo que quizás es otro modo de decir lo mismo: cuando se capta el amor materializado como tramado en la historia, en las luchas y en la fuerza de las ideas situadas.