Grito (Aunque sea el último grito que sale) // León Rozitchner

El grito ahogado de los que están exhaustos.

El grito mudo de los que se disuelven en una angustia punzante que lacera hasta las cuerdas vocales.

Ese océano inmenso y sus profundas aguas es —¿no lo sabemos?— donde metamorfoseados van a parar todos los gritos ahogados de todos los que han muerto y que no pudieron ser gritados, que se agitan y asedian todas las costas donde los vivos viven, creen, a resguardo, es él. Las olas que mueren en la playa traen ese magma elemental al que seremos reducidos todos, porque si todos los sólidos se disuelven en el aire, en cambio todos los gritos de los hombres moribundos se disuel- ven en el agua.

El último gemido es el epitafio que contiene todo y nunca será escrito.

¿Y si la inmensidad del océano solo contuviera, licuado, el infi- nito de los gritos no gritados de todos los moribundos a los que se les escapó con el último suspiro solo el susurro contenido de una fuerza exhausta?

¿Quién grita? Es el ser el que grita.

El concepto no grita, la imagen no grita: es el cuerpo el que grita y se condensa en el grito.

Los gritos: siempre son de algo. No hay un universal del grito. Siempre es un grito particular. Por eso son de alguien, pero también por algo:

 

Por algo:

el grito del supliciado de alegría

de dolor de espanto de miedo de sorpresa

de desesperación de guerra

de amor

de desesperación de odio

 

(el grito es siempre grito de los extremos). Y los grito de alguien:

del padre

del torturador del patrón

del niño

del que ordena y manda de una madre exasperada

de la amante que se goza, gozosa.

 

Las cosas gritan cuando se rompen. Un cristal grita, una casa que se derrumba, un árbol que cae, una pared que se viene abajo, el mar brama, la tempestad aúlla.

Los pájaros cantan pero no gritan, y tampoco saben gritar: solo cantan (salvo algunos, como el tero que pega el grito. Nunca escuché el grito de un zorzal muriendo. [Solo los ruiseñores cantan mientras la espina hiende su corazón: eso me lo enseñó Wilde, pero era una metá- fora de su propio corazón sangrando].

 

Un pueblo grita cuando no está enmudecido por el miedo.

El terror acalla el grito (el grito entonces, para aparecer, es desborde y ruptura de un límite). La carpa de docentes no grita: murmura, habla en voz alta quizás, pero no grita.

Para poder gritar debe tenerse el coraje o la desesperación por atra- vesar un límite: gritamos (cuando nos animamos) o se grita en uno sin que tengamos la intención de hacerlo.

Todo lo que viene desde abajo, atravesando todos los niveles y los pisos que se elevan sobre la tierra, y la distancian, todo lo que rompe y aparece pese a estar sujeto, todo eso grita, como el volcán que estalla en fuego brama y el mar tempestuoso ruge. Por eso la teoría, el pen- samiento, podemos decir que grita cuando articula la vida a la pala- bra: cuando viene desde el cuerpo de la tierra, busca sus cimientos, se apoya en ellos para decir lo suyo. Entonces es grito, que todos escu- chan y todos entienden, porque no está distanciado de lo que más nos inquieta, nos atrae o nos duele.

Para gritar fuerte hay que ser muchos: para que nos oigan. Si no los gritos caen en saco roto, se hacen los sordos: se convierten en palabra impotente, en grito también sordo.

El poder calla el fundamento de muerte sobre el cual se apoya: es un grito siniestro que viene no desde el cuerpo colectivo sino desde las armas: es el cuerpo militar el que despóticamente grita para asustarnos. Los dueños del dinero gritan en la bolsa. Gritos y contra-gritos: hay gritos desde el bolsillo y gritos desde el alma. Por eso solo puede llamarse grito al que sale desde las entrañas señalando que se rompe, por el valor que se tiene, un límite que la fuerza nos impuso.

Los que gritan para tapar la palabra, lo hacen para que nuestro grito no se convierta en cuerpo viviente, en fuerza. El grito indica, señala el lugar de la fuerza de la cual proviene. El gritón, el desaforado grita por- que no tiene quien le imponga un límite: grita desde la suficiencia que da el poder para tapar el grito del humillado. Grita para simular que es poderoso desde un cuerpo acobardado.

 

El grito surge desde las entrañas de la madre tierra, en el edificio desde sus cimientos (es una metáfora). ¿Quién no escuchó el bramido de dolor de las dos torres? Pero el grito en el hombre grita cuando nace y abandona el cobijo: cuando se separa del cuerpo de la madre. Por eso todo grito es de profundis. Hasta allí debemos retornar para sacar fuerzas: desde el momento fundante de la vida. Hay que volver hasta el fundamento de la vida para reclamarla nuevamente, y porque allí encuentra no solo la fuerza sino también el sentido.

El cuerpo se estruja para decir su palabra.

Todo en la actualidad ensordece: el sistema habla hasta por los codos, vivimos en un mundo lleno de palabras, es decir, de ruidos y de imágenes supletorias del cuerpo verdadero de la vida. No hay lugar donde no quieran captar nuestra atención para desviarnos de lo que más tendría que importarnos. Nos ensordecen los gritos de los par- tidos de fútbol, de la TV, de los diputados, de los senadores, de los ministros de Economía, de los presidentes y los generales: nos cagan a gritos.

Pero no son gritos en serio, son gritos de superficie, no vienen desde lo hondo, es intensidad incrementada por la técnica: un cuerpo vir- tual que la palabra adorna como si hubiera un cuerpo verdadero que la sostiene. Es solo la palabra del sistema, el cuerpo del establishment, pero que calla lo más importante, lo que hace en silencio y gritan para ensordecernos: para que no se vea lo que hacen. Separan al cuerpo de la palabra.

Recuperar el poder del cuerpo es el fundamento del grito. Y cuando es grito colectivo, solo allí adquiere el poder que le dan los cuerpos que se rebelan y se reúnen todos juntos para adquirir una fuerza nueva que venza al cuerpo del Estado, al cuerpo de la policía, al cuerpo de la madre Iglesia, al cuerpo de celadores. Todos esos cuerpos son cuerpos supletorios donde se disuelven los lazos de los cuerpos que nos unen.

5 Comments

  1. Estos 40 años de «democracia» han sido una vez más, un nuevo pasaje del viejo coral estrátegico de gritos supletorios, incluyendo allí esa pequeña «ventana de aire fresco», impuesta primero hacia arriba desde la calle en 2001 y sostenida en parte desde allá por el precio internacional de la soja durante el primer kirchnerismo.
    Cuando ese grito se barrió bajo la alfombra de lo «anti» (como hay grita Diego y yo con él!) en vez de denunciar a los gritos la escoba escondedora y el relato encubridor, ahogamos nuestros gritos desde los cuerpos. No debió alcanzarles con la «sordera orgullosa». Demasiadas evidencias para gritar. No lo hicimos lo suficiente. Nos quedamos con el sentido esmerilado.
    Demasidado tiempo sin grito colectivo = impugnación por derecha de esa «democracia» de cartón = apropiación TEMPORAL del Grito del cuerpo colectivo por el chillido sistémico en Milei, síntoma.
    Álvaro G. Linera: «Hay que prepararnos para levantarnos, nos toca, es la Historia, para eso estamos, para eso vivimos».
    Gárgaras urgentes, contagiosas, numerosas, volcánicas.
    Un abrazo a León, que nos está gritando!

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