¿De qué nos habla la emoción desatada por la iniciativa de la Global Sumud Flotilla que pretende romper el bloqueo marítimo y abrir un corredor humanitario hacia Gaza?
Creo que no tiene que ver sólo con la ilusión o la confianza en sus efectos y posibilidades de éxito, sino con la alegría del propio intento. Nos emociona (pienso) la misma tentativa de abrir brecha, su insistencia y perseverancia, contra la complicidad y la resignación general.
Quiero decir: la Flotilla no sólo funciona “allí”, sino también “aquí”, para nosotros. Como un rayito de esperanza. No esa esperanza un poco boba en un final feliz, ni tampoco la esperanza algo ingenua y voluntarista del “sí se puede”, sino la esperanza de lo imposible, de lo imprevisible, de lo inesperado. Nos emociona la tentativa de abrir lo posible en y contra la adversidad, no la certeza de victorias o resultados.
¿Hay que tener esperanza, es una virtud política? Es un gran debate dentro del campo de la izquierda, del cambio social, de la emancipación o como se le quiera llamar. La impotencia que sentimos frente al genocidio de Gaza expresa una impotencia política hoy general, un debilitamiento de las fuerzas, una pérdida de nitidez en las referencias, una posición permanentemente a la defensiva. El paisaje aparece bloqueado ante fuerzas muy superiores, exactamente igual que el mar de Gaza, sin que parezca posible abrir hueco ninguno para que pase otra cosa.
Ante esta situación política general, ¿basta con recobrar la esperanza, la creencia y la fe en un futuro distinto, en que otro mundo es posible? ¿No será la esperanza una estafa más, un modo de seguir esperando la salvación por otros, delegando la propia responsabilidad? La esperanza como ilusión siempre acaba en decepción, la decepción se convierte en desesperación y la desesperación se traduce en rabia reaccionaria o resignación. Desde luego no le faltan razones a los críticos de la esperanza…
Pero las amigas que se acercaron a despedir a la Flotilla no me transmitieron la vivencia de un momento épico, hecho de grandes discursos y de grandes personajes que prometían grandes victorias, sino de la emoción de una fuerza más compartida desde una percepción asumida de fragilidad, me hablaron de la belleza que tuvo estar ahí, poniendo el cuerpo y acompañándose, frente al aislamiento cotidiano de las redes y la vidas empantalladas, de la alegría que suscitó compartir un propósito, una acción afirmativa y no reactiva, un algo (frente a la alternativa infernal entre todo o nada).
La esperanza frágil en una pequeña flota no tiene nada que ver con la fe depositada en una armada invencible, con sus discursos grandilocuentes y sus héroes infalibles. La Flotilla tiene que investigar (cada vez) cómo romper el bloqueo, convocar (cada vez) las complicidades y las redes de afecto que son su verdadera fuerza, activar (cada vez) el pensamiento y la imaginación para sorprender al adversario. ¿No es justamente la actitud que necesitamos hoy? Ni indignación, ni resignación, sino creación. Perseverancia en un cada vez siempre distinto.
Una esperanza como actividad y no como ilusión, como tentativa y no como seguridad. Esperanza diminuta, esperanza en diminutivo, como la propia Flotilla. No abstracta o totalizadora, retórica o altisonante, sino precaria, frágil, concreta, sobria, cercana. Esta esperanza en minúsculas es una apuesta que genera sus propias fuerzas, con las que no siempre se puede contar de antemano.
Filósofos y pensadores de todos los tiempos y de mil tendencias distintas han hablado de una esperanza sin optimismo, de una esperanza no basada en la ilusión de que “todo irá bien”, de una esperanza sin garantías, de una esperanza “a pesar de todo”, de una esperanza desesperada incluso, que no se cuenta cuentos. Creo que es la que levantó la emoción en Barcelona y en todas partes el fin de semana pasado. La emoción de acompañar, alentar y compartir una nueva intentona, contra la impotencia general. E impregnarnos de ello.
Fuente CTXT ESPAÑA