Ganaron los linchamientos y también los que los festejan. Ganó el que atropelló al pibe en un piquete en Esteban Echeverría, ganaron los que silenciosamente justifican el acoso, las que trabajan todos los días, los que se alegran por los pibes muertos. Ganaron las que saben de los privilegios de la clase dirigente, los que están más pobres cada año. Ganó Baby y los que llaman a la radio. Ganaron las que odian todo porque vivir es horrible, porque viajar al laburo es horrible, porque volver es horrible. Ganó el que no puede creer que su vecino cobre el plan sin hacer nada mientras que él se come el garron de la vida cada día. Ganó Chocobar. Ganaron todos los traicionados, las que creyeron y todo siguió igual o peor cada día, los negacionistas. Ganó el gordo de la rotisería que es amigo del jefe de calle, y ganó la vieja que riega la corona de novia desde atrás de las rejas. Ganó, aunque más no sea un premio consuelo, la madre que recibió el llamado de la policía avisando que habían matado a su hijo en una entradera.
Ganaron los anti, las familias enteras que los domingos hablan de viajes y se quejan por el dólar, los que señalan desde el patrullero, y ganó la piba que marcha por el bolsón mientras que los payasos con pechera enloquecen frente a las cámaras. Ganó Pando, y ganó el que tiene que cruzar caminando el puente Pueyrredón cada día que se les ocurre cortar. Ganó Pato que quiere más sangre, y ganó la pobre doña que tiene la esperanza de que ahora sí, de que ahora de una buena vez le saquen el transa de la esquina. Ganaron ellos porque ya ni se puede creer en lo que creemos, porque en tren de justificar lo hacemos sin sentido, porque nuestras ideas no alcanzan, porque idolatramos panelistas verborrágicos creyendo que son dirigentes. Ganaron ellos porque cierta tristeza es para siempre, porque escabiamos para que no duela. Ganaron los que dicen poco, los que escuchan menos, los que piden venganza, los que odian mucho con ese odio que se enseña todos los días y en todos lados.