Francisco es Bergoglio: la verdad de cada uno es su propia historia

Por Rubén Dri


El ser humano no es una sustancia estática sino la sucesión de sus propios actos, que es como decir “su propia historia”. En ella se producen cambios a veces superficiales, muchas veces profundos y, en ciertas ocasiones, cualitativos. Pero en ningún momento esos cambios borran, eliminan, hacen desaparecer lo anterior. El caso de Pablo de Tarso que cae fulminado de su caballo no significa que su vida anterior quedase borrada. Siguió estando presente en la memoria. Tanto es así que él siempre recordó que fue perseguidor de los cristianos.

Un personaje importante de nuestra sociedad, llamado Jorge Bergoglio, parece que, desde su llegada al Vaticano, comenzó su historia a partir de cero, realizando en la práctica lo que Descartes había intentado en la teoría, partir de “pienso”, o sea, de la propia conciencia, como si la historia del pensamiento comenzase con él.
El intento cartesiano pronto mostró su fracaso en la medida en que Descartes siguió utilizando las categorías que siglos antes habían sido elaboradas por los filósofos que lo precedieron. Sorpresivamente vimos al Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel a contramano de lo que había afirmado anteriormente, decir que Francisco, o sea, Jorge Bergoglio, no había tenido nada que ver con la dictadura militar y a diversos referentes del kirchnerismo que Bergoglio siempre fue un compañero.
Pero la realidad no se puede borrar con algunas simples declaraciones. Es tozuda y sigue estando presente. Francisco es el mismo que, con el nombre de Bergoglio, y siendo arzobispo de Buenos Aires, enfrentó la política de Néstor y Cristina; es el mismo que procuró articular a la oposición; es el mismo que nunca se acercó ni a Madres, ni a Abuelas de Plaza de Mayo; es el mismo que se opuso a cuanto progreso se realizó en los derechos humanos; es el mismo que llamó a la guerra contra el diablo en el tema del matrimonio igualitario.
Es el mismo que ante la Justicia dijo no tener conocimiento de la apropiación de bebés; es el mismo que, luego de enterarse, nada hizo para poner luz sobre la participación de organizaciones o movimientos de la Iglesia, como el movimiento familiar cristiano, en esa tarea de apropiar bebés.
Es el mismo que por dos períodos consecutivos estuvo al frente de la Conferencia Episcopal Argentina, tiempo más que suficiente para abrir los archivos de la Iglesia sobre la represión durante la dictadura militar genocida y para quitarles las licencias al genocida Von Wernich y al pedófilo Julio César Grassi, sin que haya hecho nada de eso.
Es también el mismo que visitaba las villas, cuidaba de los sacerdotes villeros, hablaba de la pobreza, hacía de la austeridad su modo de vida. Ahora parece que sólo esta parte pertenece a Bergoglio-Francisco, pero no es así. En Bergoglio se encuentran los dos hemisferios enfrentados de manera aparentemente esquizofrénica. Digo “aparentemente”, porque en realidad forman parte de un mismo proyecto político-religioso o religioso-político.
Todo gira alrededor de los “pobres” según la Iglesia, o de los “empobrecidos” según los movimientos populares latinoamericanos. “Una Iglesia para los pobres” nos dice Francisco, pero en realidad debe leerse “los pobres son de la Iglesia” y, en consecuencia, el problema se soluciona con la política pastoral de la Iglesia, o sea, con la caridad.
De esa manera se enfrenta el proyecto político-popular para el cual no hay solución sin el “empoderamiento” popular, sin que los empobrecidos creen su propio poder, el “poder popular”, como lo expresara tan claramente Hugo Chávez en la plataforma con la que se postuló para la presidencia en la última elección.
Los “pobres” de Bergoglio no son los “empobrecidos” de la Teología de la Liberación. Dos proyectos antagónicos que, sin embargo, inevitablemente tendrán espacios de confluencia. La “caridad” es un paliativo necesario en casos frecuentes en nuestra sociedad para salvar situaciones de emergencia, pero no puede ser la solución al problema de la pobreza que sólo se puede ir solucionando en la medida en que los empobrecidos vayan construyendo su propio poder.
De estas dos caras de Bergoglio, la más oscura es la que se nos muestra en la manera con que trató a su antiguo profesor y hermano en la Compañía de Jesús, Orlando Yorio, según quedó plasmado en el “recurso” que este último presentó ante el superior de todos los jesuitas, por intermedio del padre Moura, asistente de la Compañía de Jesús en Roma.
Yorio había sido profesor de Bergoglio, y ahora el ex alumno como superior de su antiguo profesor, lo zamarrea dejándolo en una nebulosa de acusaciones que lo hacían inepto para pronunciar sus votos en la compañía. “Nos parecía injusto –dice Yorio en el recurso–, el proceso de las ‘presiones’, sin que hubiese posibilidad de saber de qué se trataba, sin que el provincial nos acusara de nada y sin que nos hubiese ofrecido una salida concreta. Sólo al final una orden tajante, con la autoridad del general –el superior de todos los jesuitas– y con plazo breve y conminatorio”.
Finalmente, “el P. Bergoglio nos recomendó que fuéramos a ver a Msr. Raspanti. Que él (el provincial) informaría favorable y rápidamente para allanar el camino y que con Msr. Raspanti sería fácil”. Lo que viene muestra duplicidad, la hipocresía y sadismo.
Efectivamente, así continúa el recurso: “Msr. nos recibió muy bien. Se mostró muy dispuesto a aceptarnos. Incluso supimos que ya teníamos parroquias asignadas. Pero cuando llegaron los informes del provincial, todo se detuvo. Msr. Raspanti me pidió que fuera ante el provincial y me retractara. Yo le pregunté ‘¿De qué?’, porque no sabía de qué se trataba. Msr. Raspanti como vio que yo insistía en mi ignorancia me prometió que iba a volver a hablar con el provincial y que a mi vez yo conversara nuevamente con el P. Bergoglio”.
¿Qué había pasado? “Mientras tanto, el vicario de la diócesis y algunos sacerdotes nos dijeron que el obispo (Raspanti) había leído en reunión del Consejo Presbiterial una carta del P. provincial –o sea, de Bergoglio– donde había acusaciones contra nosotros, suficientes como para que no pudiéramos ejercer más el sacerdocio. Era secreto el tipo de acusaciones.”
Bien había dicho el Nobel de la Paz que Bergoglio era ambiguo, pero en realidad eso es poco decir. La actitud descripta en el “recurso” es verdaderamente maquiavélica. La saga sigue ahora así: “Fui a hablar con el P. Bergoglio –continúa Yorio–. Negó totalmente el hecho. Me dijo que su informe había sido totalmente favorable. Que Msr. Raspanti era una persona de edad que a veces se confundía. Msr. Raspanti volvió a hablar con el P. Bergoglio y, según le comunicó al P. Durron, el P. Bergoglio le confirmó todas las acusaciones que tenía contra nosotros. Volví a hablar con el P. Bergoglio y me dijo que según Msr. Raspanti sus sacerdotes se oponían a que nosotros entráramos en la diócesis”.
Como colofón, Bergoglio le comunica al arzobispo de Buenos Aires, Msr. Aramburu, que Yorio no pertenecía más a la Compañía de Jesús, a raíz de lo cual el arzobispo le quita las licencias para celebrar y la Armada tiene vía libre para secuestrarlo.

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