Hace unos años Prat Gay propuso formalizar a los feriantes de La Salada ¿Sabes por qué? Porque les tiene miedo, porque sabe que las vidas runflas son su principal enemigo, lo eran en ese momento, lo son ahora.
Frente al banquismo de la restauración careta, las vidas runflas y su capitalismo de abajo, emergen como los verdaderos contrincantes. Prepotentes y desordenadas; pero con una convicción: se juegan verdaderamente la propia día a día.
¿Y las plazas? Sin duda alguna los artistas, empoderados y militantes están más cerca de Prat Gay; aunque contrincantes en la política; comparten el temor por el runflerio.
Y está bien, son de temer, vienen por todo. Son una expectativa de la viralización de mundos posibles. Horribles por una lado; festivos, revolucionarios y conflictivos por otro. Vitalización de formas de vida que asusta.
Y como asusta hay que minimizarlos, explicarlos, victimizarlos. Las vidas runflas no son trabajadores de la economía popular; son muy otra cosa. Son una fuerza indómita, son una fiesta, son construcciones improbables y artificiosas. No son organizables con los nobles parámetros de la política.
El término popular los minimiza, no los describe. Son la expresión de lo ilegal, sin duda alguna son el enemigo. Uno que acecha formas de vida cristalizadas, carreras, morales, consumos y formatos estandarizados de comprensión de los otros desde la política.