Vivimos una época que algunos perciben como el fin del mundo. Habría motivos para ello dado que a las cíclicas crisis del capitalismo se ha sumado una impensable pandemia Covid con consecuencias sanitarias y económicas, además de una erupción masiva de volcanes y otras calamidades naturales habituales. En este contexto cabe preguntarse si habrán crecido las sectas que se reunían a esperar el Apocalipsis cuando nada hacía preverlo o si, por el contrario, el tenerlo, supuestamente, más cerca, ya no requiere de mesías anunciándolo.
Parece improbable que estemos ante el fin de toda la humanidad que habita este planeta, pero sí estaríamos ante el fin de un mundo que se creía omnipotente, con una medicina capaz de hacer inmortales a lxs más ricxs. Ese mundo, desde muy antiguo, ha construido paraísos en la Tierra a los cuales sólo tendría acceso una élite. La exclusión es un elemento esencial para crear en paraísos en los cuales sólo se encontrará a iguales iguales mientras lxs “otrxs” estarán en rol de sirvientes.
Los sectores privilegiados de Argentina crearon varios: 1. La costa de Mar del Plata fue su paraíso vacacional hasta que el primer peronismo habilitó que fueran a esa playa sectores de ingresos medios y bajos, haciendo huir a lxs más ricxs; 2. El destino cambió a otras playas selectas argentinas (Pinamar u otras más pequeñas) pero adquirió un gran prestigio Punta del Este, en el Uruguay. Toda la República Oriental tiene prestigio de ofrecer mejor calidad de vida que la nuestra, mejor economía y, en los últimos tiempos, vacunas estadounidenses para el Covid 19. Es interesante preguntarse por qué Uruguay tiene un número enormemente superior al de Argentina de emigrantes, muchxs de lxs cuales emigran a nuestro país, pero eso es un mero dato que nunca ha podido destruir la construcción de un paraíso. Pero, hace poco, ese lugar idílico mostró sus fisuras cuando Susana Giménez, que había recibido dos dosis de vacuna estadounidense cayó víctima del COVID y se encontró con que el sanatorio de su lugar en el mundo no podía proveerle la atención médica que quería y pidió volver a nuestro país, infectada con el virus, para ser curada por su propix profesional… argentinx. 3. El mismo sector social tuvo/tiene como meta Miami sea de vacaciones, destino jubilatorio o, últimamente, sólo para vacunarse con vacunas estadounidenses. Hasta que, por graves fallas en su mantenimiento, se derrumbó un edificio de departamentos en el que, entre otras personas, había argentinxs y, entonces, quienes habían viajado allí a vacunarse exigieron volver a la Argentina lo antes posible, aunque se hubieran cerrado, parcialmente, las fronteras por el riesgo de la variante delta (que no se generó en Argentina) como ocurrió en muchos otros países. 4. Sectores de ingresos altos y medios barnizaron a Canadá para convertirlo en modelo de país no sólo desarrollado económicamente sino también con amplias políticas de inclusión para migrantes. Hasta que supimos, ya lo había dejado entrever la serie Anne with an E, que Canadá ocultaba, en sus cimientos, el genocidio de miles de niñxs de sus pueblos originarios. Genocidio que también hubo en Argentina con niñxs y adultxs, provocado y aprovechado por algunas de las mayores riquezas del país, pero que algunxs de nuestrxs historiadorxs, que no construyen paraísos, han puesto en evidencia desde hace mucho tiempo. 5. Finalmente, para sectores medios y de pocos recursos también Europa ha sido un objetivo soñado, en particular por la descendencia de aquellxs inmigrantes que tuvieron que dejarla cuando se mostró expulsiva con los propixs (por hambrunas, guerras, leyes raciales..) hasta que varios de sus países manifestaron crisis económicas que cerraron puertas y puestos a lxs extracomunitarixs sumado ahora a la pandemia COVID que, sorpresivamente tuvo pésimas consecuencias sanitarias en países muy idealizados como Bélgica o el Reino Unido.
Por supuesto, siempre existe la posibilidad de creer en otros paraísos, aunque ahora sea más difícil ubicarlos en la Tierra. Por eso, quizás, hoy hay quienes quieren viajar privadamente a Marte (¿esos 8 que tienen la misma riqueza que los 3600 millones restantes?) a pesar de que la vida en ese planeta no aparezca mejor que estar totalmente encerradxs en la Tierra por la pandemia en una casa sin ninguna comodidad y casi sin ningún dispositivo electrónico a mano.
Lo que le toca vivir hoy a la población más rica, capaz de construirse paraísos, es aquello que conocen bien quienes menos tienen: la precariedad de la vida, la posibilidad de perderla con relativa facilidad o de sufrir las consecuencias de no tener medios para cubrir necesidades básicas porque, cuando todo está en crisis, sólo los estados pueden preservar lo imprescindible. Está claro que quienes más tienen siguen teniendo enormes ventajas en pandemia, pero sus voceros perciben que los paraísos han entrado en crisis y eso les genera ansiedad y, también, agresividad dado que se sentían privilegiadxs e inmunes y, parcialmente, han dejado de serlo.
En este caso, se trata de haber salido del paraíso artificial construido por el dinero que resultó ser no del todo confiable pero adictivo. Es claro que la agresividad no existiría en un supuesto paraíso, pero aparece como consecuencia de ser o sentirse echadxs de él, de tener que enfrentarse con la realidad antes acolchonada por lo que el dinero podía conseguir. Del mismo modo que un bebé siente su impotencia y berrea para conseguir lo que necesita hoy tenemos una buena cantidad de población manifestando su odio por lo que creyó que tenía, y merecía tener, y se les fue de las manos. Construir paraísos no parece una buena táctica de supervivencia, pero ese es otro tema.
[1] Dra. en medicina (UBA), psiquiatra, investigadora, docente, autora de Sexualidades. Tensiones entre la psiquiatría y los colectivos militantes (FCE, 2013) y Apuntes sobre la autoridad. Tensiones entre el patriarcado y los colectivos desautorizados (Noveduc, 2019).
La imagen que ilustra la nota es: La expulsión de Adán y Eva del Paraíso, fresco, Masaccio, 1424-1425. Capilla Brancacci, Iglesia de Santa María del Carmine, Florencia.