Mojados bajo la Lluvia[1]
I
Decidimos escribir sobre la coyuntura sin caer en las categorías y esquemas que nos propone el presente político. Decidimos expresar lo que hace tiempo venimos sintiendo, eso que nunca se dejó encasillar por los organizadores tópicos de la retórica, opositora y oficial. Decidimos pensar lo que nos pasó en estos años como quienes “escriben mojados después de la lluvia”: ya sin cobijo, a la pura intemperie.
Una vez más la coyuntura parece conectarnos con el 2001. Es allí donde muchos intentamos encontrar las determinaciones del presente, o bien las vías para huir de él. Nos referimos a aquella perturbadora escena de guerra que fue la síntesis de todas las fracturas y resistencias, pero que fue también la lección mejor aprendida por las técnicas de gobierno que supieron encontrar en ella las claves para suturar las heridas abiertas en el campo social. El 2001, como escena de guerra, a la que le sucedió la tregua organizada de arriba y de abajo, de derecha y de izquierda. Esta tregua de la que hablamos no es la paz, sino el despliegue de las tensiones y disputas sociales dentro de los marcos institucionales. Son estos marcos los que contienen la clave de la encerrona que en su despliegue y agotamiento ha llevado a lo que hoy se enuncia como «fin de ciclo”.
La tregua, al poner en suspenso la lucha abierta generalizada, se presenta como el único momento en el que se puede cambiar la relación de fuerzas. Lo que está en juego, en definitiva, es cómo recobrar activamente ese espacio-tiempo sin perder la conciencia política del enfrentamiento. De lo que se trata es de incrementar la capacidad de actuar, de generar las condiciones para ese incremento, de problematizar la percepción distorsionada sobre las propias fuerzas a los efectos de crear, en las luchas colectivas, nuevos posibles contra y más allá de relaciones de dominación. Para ello es fundamental no dejar que el presente se nos imponga en la sensibilidad y en el pensamiento como una experiencia de la derrota.
Los términos de la tregua kirchnerista se manifestaron bajo nombres que nos hablan de su singularidad política: reparación e inclusión social, entre otros. En el centro de estas políticas se sitúa la articulación entre fomento del consumo y promoción de derechos, con toda su ambivalencia de apertura y desborde; pero también de precariedad gobernada. La especificidad de la inclusión vía consumo no puede ser entendida sólo –como se nos ha pedido con insistencia– en su voluntad de ruptura política con el neoliberalismo de los años ‘90. Junto a la multiplicación de canales de participación, permanecieron intactas lógicas neocolonial (incluidos-excluidos); junto con políticas heterodoxas (estatización de las AFJP y la ampliación de las jubilaciones, por ejemplo) persistieron algunos rasgos duros (la arquitectura de las finanzas; las dinámicas neoextractivistas) de la acumulación. Es por eso que, pensamos, no podemos sumergirnos en la tregua que se anuncia sin pensar los términos de la tregua de la que venimos: sus rupturas y sus continuidades. Para poder entender lo que se juega en el pasaje entre ambas.
Estos problemas que planteamos no surgen de lo sucedido en las últimas semanas, sino de una larga gestación. Son los términos mismos de la tregua (impuesta por arriba y desplegada por abajo) los que prepararon largamente la situación actual sin que hayamos encontrado el modo de advertirlo a tiempo o, en todo caso, de revertirlo. La actualidad huele a podrido. Demasiado podrido. De allí que nos sea urgente la pregunta: ¿y ahora qué? ¿Fin de tregua?
II
Es porque soñábamos despiertos en la paz sin guerra que la guerra aparece no como si fuera un sueño sino un despertar: el despertar de la vigilia viniendo del adormecimiento de la paz en que yacíamos arrobados por la satisfacción primaria ese suelo muelle y tibio y añorado, que valía para nosotros en medio de la violencia como si fuera real. Ahora ya sabemos: la paz era una ilusión y de ilusión de la paz nos despertó el terror. Y luego el asombro que tiende a desaparecer, como si ya nada nos volviera a asombrar: ¿cómo había alrededor de nosotros tanto criminal, cómo es posible tanto asesino complaciente, tanto fervor homicida, tanto torturador impune y alocado? De pronto, no: estaban desde siempre allí, dispuestos a. “No todo es vigilia la de los ojos abiertos”, nos advertía hace ya tiempo Macedonio Fernández.
León Rozitchner: Perón, entre la sangre y el tiempo, Caracas 1979.
III
No nos conformamos con diagnósticos. Queremos agitar el pensamiento, escaparle a los refugios afectivos y a los consuelos imaginarios. ¿Y si la guerra hubiera estado siempre allí, por abajo, agazapada, desplegándose sigilosa, amparada en la ceguera sensible, como límite interno que sin ser dicho sigue actuando como criterio de realidad? ¿Y si lo que nos pasa ahora no fuese más que lo previsible y aceptado por todos al consentir, sin recrearlos a nuestros fines, los términos de esta tregua? De otro modo, seguramente hubiéramos podido preparar otro desenlace, o al menos contribuir a elaborar de distinta manera la situación actual. Para lo cual, sin dudas, habría que haber dedicado más tiempo e inteligencia a organizar nuestras propias fuerzas colectivas en un sentido diferente. No hablamos de estas fuerzas como lo suelen hacer los militantes políticos, sino de lo colectivo tal y como emerge de tramas de vida. Esto es lo que no nos animamos a pensar a fondo. Lo que ahora queremos pensar sin atenuantes.
El triunfo macrista no expresa, para nosotros, sólo una victoria electoral. Es el índice de un fracaso político cultivado en el juego real de las fuerzas en un proceso de mucho más tiempo. Una derrota en los afectos, en los símbolos, en la economía de las vidas.
En un texto del Colectivo Juguetes Perdidos (“Apuntes para la vida mula”) se hace el esfuerzo, a gritos, por reconducir la fuerza de la crítica hacia los modos de vida –escenario de la guerra efectiva, de lo real de la tregua: “¿Y si lo que se viene (o que en realidad ya se viene viniendo hace rato) nace sensiblemente del resguardo en la propia vida, la comodidad organizada (esa amarga utopía), el conformismo, y la vida interior estallando… es decir, la clausura de esas preguntas abiertas?”. Sólo nos queda, si queremos recuperar eficacia histórica, descender bien abajo, animarnos a contactar con la materia colectiva mejor controlada, entrar al difícil recinto de los afectos (comenzando por los propios), para averiguar desde allí cómo construir ese lugar de resistencia. Indagar en nosotros mismos para sacudirnos del adormecimiento, del autocontrol en el que nos sumió la aceptación pasiva de los términos de la tregua. Descender para encontrar, al menos, las ganas para seguir pensando en serio, frente a tanta miserabilización (derechización de los afectos) existencial y vital antes que ideológica, frente a tanta vigilia obediente. Tanto sueño fofo y compensatorio, tanto adormecimiento: tanta producción de “vida mula”.
IV
Las imágenes estalladas de la escena de guerra del 2001 y los términos específicos que la tregua fue adoptando en adelante siguen presentes en nuestras retinas, en nuestros afectos. Tal vez estos recuerdos y estos sentires –que son nuestra memoria del enfrentamiento– perturben nuestra percepción. Mucha agua ha pasado desde entonces. No serán los viejos reflejos sino la astucia ante los peligros concretos lo que nos permitirá enfrentar la presencia terrorífica y alucinada que opaca la existencia barrio-adentro. Confiamos, sin embargo, en que estos años no transcurrieron en vano, y que en este panorama sombrío podemos hallar en nosotros algo que habilite nuevas resistencias.
Es ahora que deseamos descubrir hasta dónde llega la fuerza que podemos suscitar para enfrentar lo que viene, que es duro. Lo sabemos porque lo vemos presente: barrio-adentro, universidad-adentro, taller-adentro, hogar-adentro. Calle-adentro. Propiciamos un encuentro entre quienes ya no toleran las formas de pensar, de estar, de escribir y de decir con que hasta aquí nos las hemos arreglado. A revisar nuestros mundos imaginarios hasta donde podamos, para volverlos más versátiles. Para producir un nuevo común, y también para reforzar un resguardo respecto de los enemigos que nos esperan a la vuelta de la esquina. Esos a los que no podemos anticipar del todo, porque se disfrazan de nosotros mismos, hasta destruirnos. Nos sentimos en peligro. Pero también necesitamos volver a sentirnos parte de un tejido vivo. Estamos inmersos en una opacidad espesa, y es allí donde debemos aprender a orientarnos.
Bs-As, 10 de diciembre de 2015
mojadosbajolalluvia@gmail.com
[1] Mojados bajo la lluvia (ni un colectivo ni un grupo, sino una tentativa de convocarnos desde el pensamiento para no reaccionar automáticamente como si nada hubiese pasado: una convocatoria abierta para pensar a fondo desde las prácticas cómo seguir).