Si cuando renunció a su cargo en la Universidad por no soportar las exigencias de los sistemas internacionales de publicación con referato, ningún escritor del campo popular salió a respaldarlo (apoyo que tampoco recibió cuando renunció al Premio Itaú de ensayo por estar en desacuerdo con el convenio bilateral de producción automotriz con Brasil), lejos estuvo de sorprenderse al ver por el televisor del bar La Ópera cómo, en la Legislatura, el bloque peronista daba quorum para que la comisión de obra púbica aprobara el proyecto oficialista de licitación del Distrito Literario. Pensó: no hay salida. Lo supo: ahora sí estaba todo definitivamente terminado.
Unos años antes, con el desembarco invasor del tapeo en Buenos Aires, una línea de menues que, así recién llegada como se la veía, sabía que acabaría por extenderse e imponer más temprano que tarde una cultura individualista neoliberal en la gastronomía, ya había sentido el presagio de la partida. Fue ahí, aquel mediodía diáfano, al regresar de la Facultad. Volvía caminando a su departamento de la calle México cuando el avistaje de esa tipografía mediterránea, trazada con pulso new age en la pizarra exhibida al transeúnte sobre la vereda santelmitana, le marcó en el pecho que el final se acercaba.
Por eso, en la madrugada de maratónica sesión, ante la votación consumada, ni lo dudó: agarró los ahorros que le quedaban y compró un pasaje al exterior. Dejaba el país, literalmente, de la noche a la mañana. Pero antes de irse me llamó a la Redacción del Portal para, por fin, por alguna razón que sólo él conoce, acaso basada en la cordial relación mantenida desde que fuera mi profesor, aceptar la histórica entrevista a la que tantas veces se había negado.
Las posibilidades de la literatura ante la proliferación comunicacional, la crítica económica de objetos culturales como método, el negativismo exagerista, la ciudad palermitana y el rol de los escritores frente a las últimas novedades en el arte de gobernar: polémico, en la charla que a continuación presentamos al lector, Fernández Barrios habla de todo.
Lo primero que voy a hacer cuando llegue a mi nuevo destino trágico es escribir una carta pronunciando mi posición, dijo ni bien me vio, con su habitual mal carácter y la arrogancia de siempre. Hacemos la entrevista a condición de que no haya preguntas sobre mi exilio, disparó prepotente desde su bigote amarillento. Si de preguntas se trata, me pregunto cómo es que anoche en las discusiones nadie se interrogó por las relaciones entre cartelización de la obra pública y obra literaria. Llevaba una valija de cuero marrón y vestía un sobretodo igual de raído, a tono con el paisaje melancólico del Río de la Plata que se recortaba de fondo.
Eran las ocho AM de un día nublado de marzo de 2016 y nos sentamos en el sector fumadores del bar del hall. Pidió un café negro largo y estranguló en el cenicero un primer Marlboro Box. Desconocido para el gran público, una voz ausente en los medios, clave para entender las claves del presente, autor de materiales tan prolíficos como muchas veces anónimos*, tenía, ante mí, una enorme responsabilidad, a la vez que un gran privilegio. ¿Estaría a la altura? Había tiempo para averiguarlo. El último llamado a embarcar se anunciaría recién a las nueve.
“Cuanto más emite el sujeto, más se separa de sí mismo”
Releyendo su obra, uno puede notar cómo la interfaz entre escritura e instituciones lo convoca particularmente y cómo le permite caracterizar la política cultural de los últimos quince años. Sin ir más lejos, en su Cultura económica reciente, desarrolla un método de lectura e indagación que resulta sumamente estimulante. ¿Querría contar cómo surgió, profundizar la idea, en fin, comentar un poco al respecto?
En una investigación anterior había encontrado que para el sistema educativo escritura es acta, examen, proyecto, planificación. Es decir, una práctica vinculada más a una serie administrativo-evaluadora que a una serie expresivo-testimonial. Este libro comenzó teniendo la pretensión de determinar qué es la escritura para otros sistemas, como el cultural, pero esa inquietud fue quedando en segundo plano y terminé avanzando en otra dirección. Reuní el conjunto de revistas indexadas con temática humanística pertenecientes a universidades públicas, el corpus de tesis doctorales de ciencias sociales que se han presentado, proyectos de investigación postulados a beca Concert tanto en literatura como en la comisión de sociología y demografía, planes de trabajo concursados en el Fondo Nacional de las Artes Comparadas. Hubiera sido interesante tomar documentos internos de grupos de trabajadores de institutos y centros culturales, de bibliotecas nacionales. Escritos colectivos en los que se plasme un balance, una sistematización acerca de qué, cómo, con quién, con qué límites hicieron lo que hicieron. Nada de eso existe. Y esa es una ausencia que vivo de manera dramática.
¿Con qué se podría decir que se encontró, al reunir y trabajar sobre esos conjuntos y esos corpus de materiales estatal-escriturales?
Encontré fundamentalmente dos cosas. Una reducción del lenguaje a medio de comunicación. Y una explotación de la realidad. Su subsunción a parcelas de objetos redituables, tematizables, concursables. Pienso en Martínez Estrada.
El actual gobierno asumió hace unos meses y sin embargo ya puede vislumbrarse esta suerte de expropiación de la conflictividad del lenguaje que pareciera venir a proponer, que apunta a aplanar la percepción y a reducir la rugosidad de las cosas a slogans y hashtags. En algunos ámbitos se viene discutiendo mucho sobre el rol del escritor en el nuevo contexto. Preguntarle entonces por esa discusión.
Permítame un rodeo: la vida pública normaliza el lenguaje, lo estandariza y lo convierte en reglas de protocolo, lo institucionaliza, lo mecaniza. Paralelamente, la novedad del siglo XX es que al cuerpo se lo exige como a una máquina, que pasa a estar regulado con criterios de funcionalidad y rendimiento, como cualquier otra máquina. Entonces: si la vida social propiciaba una primera separación del lenguaje respecto de su naturaleza creadora orgánica, la maquinización del cuerpo va a propiciar una segunda. En la comunicación mediada por pantallas el poder nos obliga a emitir mensajes. ¿Pero tenemos todo el tiempo algo para decir?, ¿no llega un momento en el que la palabra acelerada, vertiginosa, se nos automatiza, se nos separa, se nos dispara y adopta una vida propia, una naturaleza ya no orgánica sino maquínica en la que dejamos de ser nosotros los que hablamos? Situaría en este punto la pregunta por el escritor. No es lo mismo el escritor en tiempos disciplinarios duros -donde viene a desencorsetar, a liberar la palabra, a descomponer y ahí ya el solo hecho de ser escritor lo coloca en un lugar de transgresión- que pensar al escritor en tiempos emiso-mediáticos, donde la palabra ya está disparada, dispersa, caotizada y todo puede ser dicho sin que eso signifique que se componga o se esté diciendo algo. De modo que la pedagogía del vaciamiento que propone el nuevo gobierno se vuelve un problema mucho más acuciante, porque la lógica del emisionismo puede multiplicarla exponencialmente hipetrofiando, saturando gravemente las posibilidades nerviosas que como sociedad tenemos para procesarla. Cuanto más emite el sujeto, más se separa de sí mismo, más se vacía. En este punto, creo que el papel que tenemos los escritores es triple: tratar de efectuar las posibilidades de la lengua cada vez que tomamos la palabra, no hablar con los lenguajes del dominador y hablar menos. No es con “más poesía menos policía” que se puede hacer una intervención política hoy, sino en todo caso con menos policiación de los lenguajes. Y ya que estamos, por qué no, con menos poesía.
Con esta suerte de tiro por elevación a la posición de ciertos colectivos de poetas, no puede uno dejar de recordar aquella polémica suscitada por sus dichos acerca de la formación curricular en las carreras de realización audiovisual…
Al pretender encontrar el conflicto en la historia que cuenta y no en la historia social en la cual transcurre la praxis de su contar, el guionista egresado promedio termina sintonizando con el gobierno actual. Creo que está todo dicho. El conflicto es al guionista lo que el sumario al periodista. Buscar lo conflictivo y hacer sumarios, son, vaya ironía, dos cosas que hace nuestra policía.
¿Cuáles les parece que son entonces los clivajes que dividen a la literatura de la época? ¿Mainstream-Underground? ¿Oficiales-Malditos? ¿Vitalistas-Cínicos? ¿Auditivos-Visuales? ¿Oncativo-Garnero? ¿Moreno-Di Natale?
Ninguno de esos pares me resulta elocuente. En régimen de expresión, el clivaje es mediático emisionistas versus animal orgánicos. En régimen de circulación, el clivaje es auto-lobystas versus encuentristas. En ética estética, Palermo contra todo lo que en el país y en el continente no es Palermo, que lamentablemente cada vez es menos, problema de una urgencia insoslayable, de acuciante tratamiento. Hay además otras zonas de indagación que me convocan. Señalo acá solamente algunas de las que trabajé en los ensayos agrupados en Un médico en la sala: relación de los escritores con la coyuntura. Adhiero a los escritores que tienen una relación no actualista, no agendista con la coyuntura. Relación de los escritores con los viajes. Así como los poetas de fines del XIX y principios del XX inventaron el viaje a Europa y Ernesto Guevara inventó el viaje por latinoamérica, ¿qué viaje inventamos hoy? No inventamos ningún viaje. Relación con la ciudad. No andamos en bandada por la ciudad. Andamos de a uno. Tenemos una relación mediática con la ciudad. La ciudad es eso que está en el medio del punto en el que estoy y el punto al que tengo que llegar. No permanecemos en la ciudad. Con lo linda que es. Eso es algo que a mí me llama poderosamente la atención y que vivo dramáticamente. Relación de los escritores con la materialidad de la arquitectura. Minimalismo durlockiano, ornamentalismo blanco, transparentismo vitricular. Tríadas, series dominantes, santas trinidades: Durlock, Cunington, Smartphone, como antes Winchester, Sociedad Rural, alambrado. Pero volvamos a las relaciones. Relación con lo inmobiliario. El que alquila no tiene escritura. Relación con la ecología. El gobierno autónomo está permanentemente haciendo obras que no sirven más que para mostrar que están haciendo obras. Del mismo modo, habría una porteñización de lo publicable: del evento para presentar el libro al libro para tener un evento. Ríos de tinta que ciertamente le generan una contaminación innecesaria al medioambiente. Otra relación: relación de los escritores con lo subalterno. Me convocan especialmente quienes mantienen una relación no imaginaria, es decir no académica, es decir no mediada por la fotocopiadora del centro de estudiantes de la vieja facultad de ciencias sociales con lo subalterno. ¿Qué hacemos, aparte de narrarlo?, ¿qué hacemos con lo subalterno? Relación con la crítica literaria. No se hace más crítica literaria, se hace reseña. No hay crítica cultural, hay suplemento. En rigor, relación con el papel. El papel es el árbol, el árbol es la sombra, la sombra el caballo, el caballo la tierra, la tierra es la madre. Me interesan las relaciones no telúricas ni pachamamescas con la tierra. Y las relaciones de los escritores con las madres.
Escuchándolo, uno puede notar cómo recurrentemente usa el No. “No actualistas”, “No telúricas”… Es como si encontrara en el No una potencia. La potencia del No. ¿Querría comentar algo sobre eso?
No.
Entonces podemos volver a Palermo. En otra entrevista ubicaba a Villa Urquiza ya también como parte de Palermo. ¿Lo sigue sosteniendo?
Enfáticamente. Villa Urquiza sigue los pasos de Villa Crespo. Barrios más diseñados que vividos. Para ser habitados como un turista. Como un diseñador lampiño. O como un diseñador turista. No hay Rapipago, hay Pagofácil. En esos barrios vivimos los escritores. ¿Quiere esto decir que para sostener una ética de la escritura tengamos que migrar a Villa Santa Rita o Villa Luro? No lo sé. Y esta incerteza se me presenta con un componente de dramaticidad francamente insoportable. De paso: ¿se han hecho las inversiones correspondientes en Villa Crespo para evitar el colapso habitacional al que está conduciendo el crecimiento exponencial de actores de teatro mudados al barrio en los últimos años? No lo sé tampoco.
Y esa incertidumbre se le vuelve dramática…
No, esa no.
Para aprovechar el rato que nos queda, me parece prioritario retomar ahora otra de sus inquietudes recientes. Si entendí bien lo que plantea en Viajeros, señoritos soñadores, tenemos que decir que hoy hacer crítica literaria es hacer crítica de la emisión. Pese a pertenecer a otra generación, y esto es algo que da cuenta de la curiosidad como incansable motor de la vitalidad de su pensamiento, trabaja usted la economía discursiva en las redes. Postula la hipótesis de la extinción de la gratuidad de la palabra a partir de dos casos. El caso del colaborador freelance, que sólo escribe en lugares con versión digital para compartir el link. Y el caso del joven académico, que sólo escribe en lugares indexados. Lo relaciono con uno de sus actuales trabajos en curso, El ciclo de la producción inmaterial, sobre la economía política de la etiqueta en facebook. Allí compara las maneras de citar en un texto académico, de agradecer en un discurso político y de etiquetar en un evento. ¿Hay algo que pueda adelantar sobre eso?
En la economía política del habla virtual existen dos grandes tipos de etiqueta: la etiqueta afectiva y la etiqueta financiera. La segunda está mediada por un cálculo de utilidades en un sistema de rendimientos.
La apelación constante al recurso de la enumeración hace pensar en el discurso clasificatorio y el discurso clasificatorio nos remite al discurso de la ciencia. Podemos recordar, por caso, aquella clasificación de los editores en meceno-coleccionistas, padrino-alentadores, interlocutores, videntes, guardianes de acceso y técnico-gestores. ¿Cómo se lleva con la posibilidad de ser tildado de cientificista en su discurso? ¿Lo asume como un riesgo?
No en rigor. Si por ello fuera, la pregunta misma referida a los clivajes sería considerada científica. Formulada con un lenguaje que no es autónomo sino importado de un campo exterior al de la literatura. Pienso, pregunto: ¿toda enumeración es una clasificación?, ¿qué relación existe entre lista y enumeración?, ¿y entre clasificación y lista? Propongo establecer esta hipótesis: la lista es un discurso de la clínica, la clasificación es un discurso de la ciencia y la enumeración es un recurso de la literatura.
Hablábamos del rol de los escritores en la actual coyuntura. La pantalla indica el último llamado a embarcar. No se me ocurre mejor manera de cerrar la conversación que volver a preguntarle por las politizaciones posibles de la literatura.
Son fundamentalmente tres. La literatura es la guardiana última de la densidad, la violencia y el conflicto del lenguaje, batalla semántica contra la pretendida transparencia de la comunicación. Esa es la primera politización. El hombre le cede cada vez más funciones a la máquina. Funciones de orientación en el espacio, funciones de memorización mental, funciones de erotización. Dramáticamente: la masturbación autónoma se perdió. Amputación de la autonomía de creación de imágenes placenteras propias, no mediadas por pantallas. Autonomía enunciativo-imaginal. A eso me estoy refiriendo. Algo análogo podemos pretender de la literatura. Postularla como el último bastión, el laboratorio de creación y experimentación de imágenes no-previsualizadas autónomas, resguardo final de lo orgánico y de una sensorialidad no-maquínica. Postulación de imágenes de ciudad. Una ciudad otra, sustraída de la ciudad técnica diseñada en función de circular. Todo eso daría forma al segundo plano de responsabilidad humanista, politizadora, que la literatura tendría. Tercera politización: la ironía como lo que remite al cuerpo, a la voz y a lo propiamente humano, aquello que rompe con la reducción a ceros y unos del pensamiento binario. Del algoritmo al ritmo. Del lenguaje como medio de comunicación eficiente al lenguaje como gratuidad creadora. Preservar el lenguaje de la ironía y la ironía del lenguaje.
Conciente del valor documental del producto obtenido, en un país proclive a la repetición, vuelvo a revivir el final de la secuencia. Chequeo que la entrevista haya quedado bien grabada en el teléfono, tomo el cortado frío que por la compenetración nunca llegué a tomar y pido la cuenta. San Martín, Rosas, ahora él. Páginas, capítulos de una misma historia. Algo familiar hay en la escena. Acodado en un rincón de la cubierta del Buquebus, adivinándolo fastidioso por el deambular molesto de los pasajeros con niños que no se quedan quietos y bajan y suben las escaleras, lo alcanzo a ver entre volutas de humo, en territorio patrio, acaso por última vez. Con destino a la vecina localidad de Colonia, olvidado y solo, el irreductible Fernández Barrios parte al destierro. Se acerca la camarera y pago: novecientos pesos con setenta.
(“Crítica literaria”. Relato perteneciente a Ficciones Culturales. Disponible, junto a otros dos libros del autor, en https://juansodo.com/libros/)