Ficción pedagógica // Luchino Sívori

  A raíz del debate despertado por una serie de televisión (donde el rol de un grupo religioso específico dentro de la trama política argentina y sus vínculos con el poder son, principalmente, los temas fundamentales), nos proponemos poner sobre la mesa una cuestión que, parece, vuelve a cobrar importancia en estas épocas de hiper-conexión comunicativa: la meta-ficción y sus “enseñanzas”. 

   

  Más allá del contenido de la serie -no entraremos en el debate suscitado sobre la verosimilitud, originalidad, posicionamiento ideológico, etc. que tanto ha dado que hablar-, vale la pena llamar la atención sobre un aspecto a la vez curioso y llamativo; como bien afirmó su autora en su último artículo de opinión en Eldiario.ar:

 

“El Reino abrió un debate. Tal vez, ése sea uno de sus mayores e impensados logros: que a partir de lo que esta ficción cuenta, se haya habilitado en la sociedad una discusión que permita pensar en voz alta algo que estaba latente, que necesitaba hablarse puertas afuera, entre todos, discutirse”.

(Piñeiro, C. “En El Reino, la ficción también es mentira”, 29/8/2021)

 

  El fragmento tiene un énfasis, en negrita, sobre el valor desatado a partir del debate no calculado por la misma autora -o eso, al menos, es lo que se infiere de sus propias palabras-. Quedémonos con eso, por un momento, en algún costado de nuestra lectura. Si añadimos lo que sigue, “a partir de lo que esta ficción cuenta…”, paradójicamente no subrayado por la edición del diario, tenemos una aproximación interesantísima sobre lo que la ficción, incluso no premeditadamente, puede suscitar y fomentar más allá de sus propias fronteras narrativas

  ¿Qué puede “provocar” una ficción?, se preguntaban hace muchos años los teóricos de la literatura comparada, y algunos semióticos de la escuela estructuralista francesa. Formalismos aparte, volvámonos polémicos con una posible hipótesis: a diferencia de los textos expositivos -mayoritarios en los diarios, revistas, blogs y tesis-, la ficción abre, intempestivamente, hilos y ríos de interpretación inusitados. 

   Algunos lectores apresurados intentarán argumentar el hecho de que la ficción, por razones obvias, es más “popular” y tiene más llegada a un público amplio que no, por ejemplo, un artículo científico, reducido a una élite académica e intelectual. Otros, en la misma línea, aducirán que son los ejes temáticos aquellos que marcan la diferencia. Aquí, sin dejar de destacar esas suposiciones, nos volcamos sobre una tercera lectura del factor ficcional como motor de debates en la sociedad: mientras que un análisis -incluyendo a este mismo artículo- descriptivo, explicativo, argumentativo, prescriptivo y normativo llenan con teoría (con “llenar” nos referimos a intentar cubrir, respondiendo, los espacios siempre emergentes del devenir humano), la ficción, dramáticamente, tensiona el relato con imágenes que dialécticamente despiertan pasiones. Y las pasiones, más allá de su trillado uso, mueven a los cuerpos. 

 

   ¿Cómo se produce esta conmoción, incluso en áreas donde poco y nada sabemos? 

  ¿Bajo qué forma esa identificación con un personaje que en nada nos representa puede, aún así, despertarnos la ira que hace, cuando éste cae, alegrarnos por su derrota, haciéndonos saltar de un estado alterado a otro en cuestión de minutos?

 

   Algunos, leyendo estas preguntas, se estarán cuestionando si toda esta exposición no es más que un revival de la ya histórica deriva estética de la teoría crítica, ese énfasis por la percepción, la forma, el discurso -el pulso del relato, la recepción-, supuestamente en la vereda de enfrente del objetivismo de las ciencias sociales, de la evidencia del empirismo, incluso de las relaciones materiales de la existencia. 

   La respuesta, seguramente insuficiente, no pretende solucionar esa cuestión, ya de por sí bastante estudiada. Además, hacerlo sería, muy probablemente, formalizar aquello que supuestamente pretendemos rescatar. 

   Sin embargo, podemos arriesgarnos a vaticinar una posible relectura, abriendo aún más la grieta para insertar un eje distinto: la de rechazar ambos, el plano teleológico e instrumental del lenguaje, y defender, aunque sea contra-fácticamente, es decir, algo que podría ocurrir aunque jamás ocurra, puntos de fuga con un trasfondo activo e imaginario, intersubjetivamente amasado, entendido. Una coordinación sin un corpus temático.

 

   Con la serie de la escritora Claudia Piñeiro hemos visto cómo el debate emergió luego de haberse emitido la tira ficcional. Artículos como este comenzaron a pulular por las redes y blogs, intentando darle un marco teórico a la discusión. La autora destacó, como vimos, ese run run como un elemento positivo dentro de una sociedad democrática, enfatizando sobre todo en el hecho de que fue una ficción la que lo produjo -aunque confiesa, no intencionalmente-. La serie, pues, dio lugar, no forma, a una cuestión latente previa a la serie. El espacio, así, se otorgó mediante recursos dramáticos, no expositivos. El contenido del tema abrió múltiples lecturas que desbordaron con creces la trama de la serie, es decir, de lo particular se viró a lo general, y vice versa, haciendo dialogar ambas dimensiones mediante contrastes y comparaciones, etc. Ese ejercicio, somático y cognitivo, raramente se dispara cuando se alecciona desde la trascendencia.

   A diferencia de otros discursos, afirma Piñeiro, la ficción es una mentira que no pretende engañar, `como sí lo hace otro tipo de discursos, porque advierte que lo es y se define a sí misma en el contrato ficcional´. La retórica, la comunicación y la escritura, parece estar diciéndonos, no están lejos del viejo acto de contar historias, aunque precisemos de una metafísica, una ontología, un horizonte sobre el que dibujar un marco, un ideal. 

   Esa necesidad, sin embargo, no habita fuera del discurso mismo que la narra, sino que es inherente a su -histórico- mecanismo de convencimiento argumentativo. Y así se vuelve herramienta, no principio, de todos los relatos

  Al decir esto, nos adentramos en un terreno movedizo, ya que implícitamente estamos confirmando la necesidad de un constructo, como la de una rueda para que el vehículo circule sin trastabillar. Ese es el aprendizaje de la ficción -y, de paso, del uso del lenguaje en sus principios, antes del fin comunicativo por excelencia-. Sin pretensiones de verdad, no hay emisiones; sin “núcleo”, no hay verosimilitud (credibilidad) del discurso. Sin discurso…

    Nada es más escalofriante que aquello que deja en el aire el metalenguaje sin pactar, contrato ficcional del mundo de la vida. 

        

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