Eufemismos // Lila M. Feldman

Poner el dedo en el agujerito del disco de ese objeto grande y pesado, generalmente negro, un número por vez. Uno a uno. Seis en total, hasta que luego fueron siete. Aun hoy recuerdo algunas numeraciones. La casa de mi amiga Vero. La casa de otras amigas.  Si te equivocabas un número había que volver a empezar, todo de nuevo, llevar el número hasta el final, y volver al principio. Todo mejoró años después con las teclas. Hablar por teléfono llevaba tiempo. Ni te explico si había que hacer planes entre varias personas. Llamar a una, luego de nuevo a la anterior, luego al resto. Esperar a que te llamen. Saludar primero a quien te atendiera, improbablemente el destinatario de la llamada. Tiempo.

Si te ibas de casa eras anónimo. Fuera de toda localización posible. Y quien se quedara tenía que esperar por noticias. O a que vuelvas. 

Si querías hablar a solas, y tenías la suerte de tener un cuarto propio, u otro cuarto a solas y con enchufe, tal vez lo lograbas. Hablar sin que te escuche el resto de tu familia. 

Existía el tiempo de espera. Las cosas generalmente llevaban su tiempo.

Preguntar, también eso llevaba tiempo. La información importante era escasa, daba mucho trabajo obtenerla. Recuerdo cuando pregunté qué era un albergue transitorio. La respuesta que obtuve fue un eufemismo, en rigor también es un eufemismo su propio nombre (Martín Kohan tiene un artículo hermoso El mundo aparte en el que habla de los telos y algunas otras cosas, y que me arrojó a la certeza visceral que me indica que la única manera de leer bien, es escribiendo). Sortear el eufemismo, volver a preguntar, o buscar algún otro camino para saber algunas cosas, implicaba tomarse un tiempo, el tiempo necesario para arremeter con las preguntas, o para encontrar al interlocutor adecuado. Googlear, spoilear, stalkear: hubiera sido ciencia ficción avizorar algo de eso. 

Viajar en auto por largas distancias llevaba tiempo. Tiempo sin aire acondicionado. Tiempo y paciencia. Escribir a máquina. Aprender a hacerlo. Hacerlo bien. No equivocarse porque se echaba a perder. Tiempo y paciencia.

Escuchar música en casette suponía rebobinar. Y tenías uno, o algunos, no TODA la música a tu alcance. Mirar un programa en la tele suponía millones de esperas, postergaciones, interrupciones. 

Pensar en el futuro tenía márgenes acotados, muy acotados. Tenía el límite que la tecnología imponía. Tantas cosas eran ciertamente impensables. La capa de ozono era el fantasma más claro que yo recuerde de fantasía de fin de mundo o catástrofe. “El día en que las vacas vuelen o que la Argentina baje la inflación”, esa era tal vez una medida de futuro. Los disparates que éramos capaces de imaginar.

Ya mucho después, hacer un trámite en la facultad…eso sí requería muchísimo tiempo, y no había garantías de lograrlo. Supe del “Ballotage”: término empleado para ese tiempo de no saber si tendrías comisión y horario en el que anotarte, o que eran pocas las oportunidades de elegir. Había que armarse de paciencia, sin dudas.

Nos habituamos desde siempre a que el tiempo fuera lento, con pausas, con incertidumbres y vacíos. Daba trabajo el tiempo. Era así.

¿En cuántos años se aceleró tanto todo? Esperar, no saber, ignorar, son realmente cosas muy pero muy difíciles en estos días. Los niños y adolescentes de hoy -nacidos y criados en otro universo- no aprendieron eso. Lo aprendieron el año pasado, brutalmente, sin anestesia ni preparación. Ahora el tiempo es  otra cosa. Una cosa frágil, tan precaria, tan atravesada de esperas forzosas, de incertidumbres inevitables. De preguntas también dolorosas. ¿Quién podría decirle a alguien hoy que los adultos sabemos algo del porvenir? ¿Cuáles certezas podríamos asegurarle a nadie? Somos expertos en usar eufemismos. Y en acompañarnos frente a algunos abismos.

Y nosotros, los que sí fuimos nacidos y criados ya hace tiempo, desaprendimos ese bagaje de esperas y hoy chapuceamos en este mar de vertiginosidades. Las pandemias de otros siglos no nos sirven más que de corset para la angustia y la promesa de que esto también pasará. Si, pasará. Mientras tanto nos arremangamos ajustando las velocidades como podemos, mareados de aquella vertiginosidad (me gustó ese neologismo) y la conciencia de la propia finitud.

Se habló y se escribió mucho de “interrupción” a propósito de esta pandemia. Hoy pienso que no sería esa la palabra, eso creo… el tiempo es ahora otra cosa. Una cosa que ni siquiera sabemos cómo nombrar. A veces, incluso un eufemismo.

 

2 Comments

  1. No soy en absoluto nostálgico, pero siento que he perdido algo a lo que no puedo dar forma ni recuerdo. Es como si albergara en mí un agujero negro en un universo inexistente.

    Tu excelente escrito me ha conmovido la memoria.

    Un saludo

    • Voy a tomar nota, tus palabras son en sí mismas un aporte. Estamos todos intentando dar representación a cosas hasta ahora innombrables. Saludos! Y gracias!

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