por Alejandra Grego
Conocí a Ignacio cuando vivíamos la efervescencia post 2001, cuando los actos y las emociones necesitaban ser pensados y nombrados: estábamos sedientos de pensamiento y encuentros, y Nacho ofrecía ambas cosas porque las practicaba en situación.
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La bandera de la horizontalidadque levantábamos en las asambleas era la que flameaba en aquellas reuniones del estudio de la Avda. Rivadavia , ningún comentario o acotación le pasaban desapercibidos, todos eran ‘pensables’, y todxs éramos / nos sentíamos parte de esa corriente que iba armándose.
A veces recordaba una frase y recurría a algún libro de su anaquel de dos estantes (si mal no recuerdo) que estaba en la sala en que nos reuníamos, buscaba la cita y también esa idea se incorporaba al fluir. El nosotros iba creciendo, atravesaba almanaques y geografías.
Y, fundamentalmente, seguía manteniendo a rajatabla la práctica de la horizontalidad, contra toda autoridad intelectual: todos piensan.
La profunda experiencia afectiva de ese período que compartimos, en que sentimos, pensamos, fuimos y vinimos, fue especialmente fructífera: Nacho abría espacios de pensamiento y otros, ya que él como buen curioso metía el cuerpo en otros lugares e invitaba con entusiasmo y generosidad.
Los lazos que tejimos en ese tiempo nos hacen reconocernos estemos juntos o no, aunque no mantengamos la habitualidad del encuentro, existe un código común que excede los conceptos.