Estar en guerra, huir de todos, saber que están solos // Diego Valeriano

Lucas, Luciano, Santiago, el Negrito. Los murales, las lágrimas tatuadas, las velas que alguien prende, el terror real cada vez que aparece el patrullero. La piba que pone su cuerpo en cada comisaría donde pregunta por su novio que no aparece. Magalí, Marquitos, Joana. Estar en guerra. Los nombres de los pibes se repiten, algunos tienen resonancia por ese oportunismo militante que grita o calla según el territorio, otros son puro olvido. Yamila, Facundo, Blas. 

Los ministros, los equipos técnicos, los vecinos que quieren sangre, las nuevas explicaciones y la secretaría de derechos humanos muy lejos del barrio y la noche. La política en patrullero, los desalojos, lo ortiba en los corazones, los posteos vigilantes, el régimen de la opinión que tiene que ser urgente y habla de la víctima según quien sea el victimario. 

Hay una guerra contra los pibes, cruel, desigual, sin tregua, territorial, oportunista y clasista. Contra las pibas, contra los guachines por los que nadie pregunta. Guerra en provincia y capital. Los juzgados que hablan otro idioma, los medios, los candidatos, las talleristas, las comisarías siempre negocio, intocables, mano de obra. Los que opinan. El buenismo que habla de inocentes, estudioso o trabajador. El fascismo siempre vigilante.

Cartonear bajo la lluvia para rescatar algo, quemar cables para hacer un billete, vagar por la ciudad para ver qué onda, tener pura esperanza en coronarla en primera. Pura guerra y soledad. Comerse la verdugueada de la gorra, masticar bronca, saber que nada cambia. Ser señalados, mirados de reojo, condenados, marcados. Ser piba, pibe, esquivar a la policía como defensa propia, como lo que hay que hacer para llegar al otro día, como lo aprendido de tanto andar. Estar en guerra, huir de todos, saber que están solos. 

 

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