Anarquía Coronada

Ese que muere ahí // Luciano Debanne.

Ese que muere ahí, con su hija, arrastrados por la correntada brava del río; ese salvadoreño, y su niña y su mujer que hoy llora, nacieron todos en Santiago del Estero, o en Formosa, o en el norte cordobés, nacieron en Honduras, o en Haití, en El Impenetrable chaqueño, o en el sur donde los gendarmes prenden fuego a las casas y a las gentes desde antes de ser gendarmes, por orden de alguien que dio la orden desde antes de tener oficina, cargo público, tarjeta impresa para entregar en las reuniones, atributos de poder.
 
Esa niña con la panza llena de agua y de hambre y del miedo de los que mueren de olvido y de persecución y de políticas públicas represivas, esa niña con la panza hinchada nació a unas cuadras de tu casa y ahora mismo pide una moneda o te ofrece unas bolsas de la basura, unas medias en paquete de a tres, o sube sus doce, trece, catorce años a la 4×4 que se frena un poco más allá, en la oscuridad de la noche larga que ya no tiene horarios porque es siempre.
 
Esa madre que grita desesperada desde la otra orilla, los brazos extendidos a la nada, mientras ve como lo que ama se muere, nació en Palestina, en Siria, en el norte de África, en la Amazonía, en Jujuy, en el Wall Mapu que late debajo del suelo del sur de lo que nosotros llamamos Chile.
 
Sus abuelos y sus tíos que hoy miran la foto en los diarios y las redes ahogados en tristeza, se abrazan y desconsuelan en un rancho de adobe, de chapas, de totora, de caña, de palet, de palma, de restos del mundo que no los mira, ni los quiere, ni está dispuesto a cuidarlos, ni a reconocerlos como parte de la humanidad.
 
Sus primos, y hermanos, se secan las lagrimas en una calle cualquiera de latinoamérica, en un campamento cualquiera de refugiados, en un barrio cualquiera de la ciudad donde vos vivís, se secan las lágrimas y arman el bolso, porque a veces se trata de arriesgarse la vida o simplemente esperar que te torture el hambre, la enfermedad, o la estúpida crueldad humana.
 
No hay fronteras buenas y fronteras malas, hay fronteras nomás; no son fronteras lejanas, están ahí, apenas asomas la cara a la vereda y te vas a trabajar.

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