Escuela para ciegos: peronismo, socialismo y revolución en Rodolfo Walsh // Alejandro Horowicz

No sé como hubiera deseado Rodolfo Jorge Walsh – 1927 – 1977 – que se narrara su final, es decir, el sentido de su vida. Caído en desigual combate; muerto en una encerrona tendida por el enemigo; asesinado por la Marina en San Juan y Entre Ríos; ultimado mientras militaba contra la dictadura burguesa terrorista. Cada una de estas fórmulas esclarece un aspecto de su compleja existencia, y la muerte en tanto último acto de la vida insiste en su intensa peculiaridad: un militante Montonero que nunca hizo mucho más que leer y escribir; un escritor cuyos procedimientos literarios estuvieron al servicio de su actividad política; un periodista incapaz de bastardear su oficio, porque el rigor de las palabras  daba cuenta de la necesaria verdad que exige la militancia. Entonces, para armar este escorzo biográfico resulta insoslayable inteligir el puente entre esa vida y esta muerte.  Entender como el hijo de Dora Gil y Miguel Esteban Walsh termina siendo el escritor maldito del país burgués. 

Es preciso contabilizar al fino traductor de Hachette, sin olvidar el periodista que escribe misceláneas en Leo Plan, junto al antólogo del policial argentino que también compiló cuatro tomitos de cuentos extraños; conciliar el antiperonista vibrante de 1955, con el peronista revolucionario de 1977; al autor de obras maestras de ingeniería literaria, con el militante que descubre en La Habana la clave que permite desentrañar hora, día y lugar, de la invasión norteamericana a Bahía de los Cochinos, Cuba. Entender su violenta elección: el socialismo revolucionario, sin abandonar al escritor que busca y encuentra la palaba justa cuando un coronel alcoholizado no suelta prenda. Así es como Esa mujer, que jamás se nombra, termina siendo para la literatura argentina el ingreso de Eva Perón a la otra ¨inmortalidad¨. 
Dos novelas permiten aproximarse a Walsh por los extremos: El negro corazón del crimen, de Marcelo Figueras – Alfaguara, 2017- y El último caso de Rodolfo Walsh, de Elsa Drucaroff – editada en 2010, reeditada por Interzona el 2017. Figueras ficcionaliza la documentada investigación de Operación Masacre, Drucaroff la muerte de Vicky. Un texto abre la zaga que el otro cierra. Entre ambos fechan la existencia pública de Walsh. Mientras Drucaroff trabaja con un hombre que no puede evitar ser quien ya es ni siquiera ante la muerte de su hija, y por tanto investiga, Figueras permite observar en detalle la transformación de un desinteresado jugador de ajedrez, en interesado investigador que se propone ingresar al periodismo de los grandes diarios mediante una exclusiva restallante; acompaña al Walsh que descubre la verdad de los basurales de José León Suarez; verdad que no solo no lo acerca a las redacciones de La Prensa y La Nación, sino que lo termina arrojando a la imprecisa periferia donde medran los militantes sin partido y los periodistas sin redacción; la peripecia de cómo un desdibujado gorila platense se transforma en incondicional defensor de fallidos combatientes… peronistas. 
Entrega Figueras los pliegues literarios de una praxis viva, constata cómo el objeto de la investigación impone al investigador sus propios términos. Por eso fusilados vivos permiten desenterrar fusilados muertos, y admiten verificar un proceso inverso: como un ¨revolucionario vacilante¨ – el teniente coronel Desiderio Fernández Suarez – para cubrir su deserción termina fusilando testigos. Complotados verbales con el levantamiento del general Valle, que estalla en 1956, mezclados con peronistas que están en el lugar inadecuado en el momento fatal, arman el primer problema de Walsh: el teniente coronel y él, ambos, necesitan cambiar de bando; y al hacerlo rehacen la consabida escena del Martín Fierro.   
Quien lea Operación Masacre a contrapelo repiensa el texto siguiendo las normas del propio Walsh, desentrañando  la documentada investigación que hiciera junto Enriqueta Muñiz; así puede establecer la relación entre cambiar de punto de vista para organizar la data (creerle a Livraga), con abandonar la escritura para no seguir con la investigación (no creerle al fusilado que vive).  La pieza que inaugura el non fiction conforma este potente artefacto literario.

Cuenta Ford: “En 1973 lo llevamos a la Facultad (de Filosofía y Letras, UBA). Ahí una alumna le preguntó:

– Dígame Walsh… ¿Qué ideales lo llevaron a escribir Operación Masacre?

– ¿Ideales? Yo quería ser famoso… ganar el Pulizer… tener dinero…[1]

Famoso y ganar dinero pueden ir juntos. Ahora ganar el Pulitzer en la Argentina resulta imposible, salvo que te traduzcan al inglés. Difícil que un trabajo “periodístico” tenga esa suerte, pero ¿una novela? Entonces,  por qué no una novela en lugar de Operación Masacre. Walsh lo explica a su manera: “La historia me pareció cinematográfica, apta para todos los ejercicios de la incredulidad. (La misma impresión causó a muchos, y eso fue una desgracia. Un oficial de las fuerzas armadas, por ejemplo, a quien relaté los hechos antes de publicarlos, los calificó con toda buena fe de “novela por entregas”).

Esta, sin embargo, puede ser apenas la máscara de la sabiduría[2]”.

Historia apta para la incredulidad, una desgracia que adquiere “la máscara de la sabiduría”.  Para alcanzarla se impone la conclusión de Piglia: “El uso político de la literatura debe prescindir de la ficción. Esa es la gran enseñanza de Walsh[3]”. Así se explica el procedimiento literario; procedimiento que Piglia  filia –volviendo a seguir al propio Walsh-  en el Facundo de Sarmiento. Entiendo la idea,  la matizo con otra del mismo Piglia: “Sarmiento nos da la realidad bajo su forma juzgada. De ese modo definió gran parte de la política argentina. Digamos que definió la tradición de los vencedores. Sarmiento fundo el campo metafórico de las clases dominantes. Lo que no es poco mérito para un escritor[4]”. Ambos, Sarmiento y Walsh,  se ven obligados a desfondar modelos narrativos: uno organiza  “la tradición de los vencedores”; el otro, la de los vencidos. El campo semántico de las clases dominantes, contra el de las dominadas. Esa es la historia de la tradición del procedimiento literario: falta entender el complejo motivo que impide ganar el Pulitzer.

De los diez cuentos policiales de 1953, a su opus magnum, el “centro de gravedad del sistema literario”, sostiene Viñas, se desliza del “predominio de la tercera persona del singular a la primera[5]”.  Escribir una novela en la primera del singular no es nada fácil, pero tampoco imposible. La primera del singular es particularmente adecuada para el testimonio: distancia sintáctica que Walsh recorre así: “Recuerdo como salimos en tropel los jugadores de ajedrez… y como a medida que nos acercábamos a la Plaza San Martín nos íbamos poniendo serios y éramos cada vez menos, y al fin, cuando cruce la plaza, me vi solo”. 

Walsh mira, se ve solo,  en el preciso momento en que Borges queda literalmente ciego: histórica, política y literariamente ciego.  “A rain of blood  has blinded my eyes”, menta el texto en el epígrafe que lo encabeza durante las dos primeras ediciones; la ceguera de la contundente formula de T.S. Eliot excede lo personal. Por tanto, atribuirla a Borges resulta excesivo, puesto que estamos en presencia de una “blood  has blinded my eyes” de carácter inminentemente social. Igual que la literaria en Borges.  

Todavía es preciso aclarar un punto: la sangre ¿impide? ver (los fusilamientos obvio), pero sobre todo obtura la mirada sobre el peronismo popular. Años antes Walsh había publicado en Vea y Lea[6]”Los ojos del traidor”; un relato fantástico donde trasplantan los ojos del fusilado a un ciego de nacimiento; ese trasplante permite registrar la escena del frio amanecer del fusilamiento.  El tema del fusilado que vive en la memoria de los otros, junto a la ceguera resulta literariamente anticipado. El geist de ese tiempo contiene ambas posibilidades. Después de todo, la mujer de Walsh dirige una escuela para ciegos enfrente del cuartel del II Cuerpo de Ejército, donde ambos viven en La Plata. Y que es Operación Masacre sino un texto para reeducar la ceguera voluntaria de una sociedad gorila.

Es la brutalidad de los fusilamientos del 56, su carácter manifiestamente ilegal, el que pone en jaque moral al poder militar. Walsh se ve obligado en literalidad a levantar la vista del tablero para salir en “tropel” con otros “jugadores de ajedrez”. Muchos se levantan, solo Walsh cruza “la plaza”. Recién entonces se descubre sin acompañantes. El escritor brinda testimonio sobre un peronismo invisibilizado, mediante la amalgama de dos géneros: ficción y periodismo. Sostiene Bocchino: “Desde el punto de vista estructural, las diferencias entre los dos tipos de textos están radicadas, esto es obvio, en la expansión de los núcleos en el caso testimonial frente a la condensación en los cuentos[7]”. Con esa tensión exasperante juega Walsh.

Escribe amigablemente García Lupo: “Para los periodistas de su generación, los que nacieron antes de 1930, recién fue conocido cuando sus investigaciones se publicaron bajo la forma de libro[8]”. Pero no es la editorial Hachette, con el prestigio de su nombre y el poder de la circulación comercial, sino una constituida ad hoc. Antes el frondicismo a través de Noé Jitrik y Osiris Troiani considera publicar el libro; al parecer el propio Arturo Frondizi lee los artículos,  pero finalmente ni la revista desarrollista Que, ni los dinerillos de ese origen facilitaron nada[9].  Una cosa era acordar votos con Perón, otra atacar a la Libertadora en el centro de su ignominia. Solo una editorial marginal – propiedad de Marcelo Sánchez Sorondo- publica a un periodista marginal, que todavía cree en la Revolución Libertadora e intenta corregir su endiablado curso. Frondizi siempre supo que se trataba de una peligrosa ingenuidad, y por tanto no se compromete.

Escribe Walsh: “Suspicacias que preveo me obligan a declarar que no soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo. Si lo fuera, lo diría. No creo que ello comprometiese más mi comodidad o mi tranquilidad personal que esta publicación.

Tampoco soy ya un partidario de la revolución que –como tantos – creí libertadora[10]”. Conviene leer con atención, un peronista silente – como millones de ese entonces- soporta menos inconvenientes que Walsh. Pero el “tampoco soy ya un partidario”  de la libertadora con minúscula, debe leerse he sido un partidario; no cualquier partidario, uno que de ningún modo esperaba semejante comportamiento, un “lonardista[11]”.  Cuando aparece el libro ¿ya cambio de bando?

Escribe Walsh: “En los últimos meses he debido ponerme por primera vez en contacto con esos temibles seres –los peronistas activos- que inquietan los titulares de los diarios. Y he llegado a una conclusión (tan trivial que me asombra no verla compartida) de que, por muy equivocados que estén, son seres humanos y debe tratárselos como tales. Sobre todo no debe dárseles motivos para que persistan en el error. Los fusilamientos, las torturas y las persecuciones son motivos tan fuertes que en determinado momento pueden convertir el error en verdad.

Más que nada temo al momento en que los humillados y ofendidos empiecen a tener razón[12]”.    

La Libertadora fabrica otros peronistas, convierte el “error en verdad”, otro peronismo: el de la resistencia. La ruptura con el primero resulta obvia. Ya no existen los oficiales amigos, la Libertadora organiza militarmente el enemigo de clase. A ese peronismo resulta sensible Walsh. Recién entonces, con ese balance compartido, un grupo de militantes nacionalistas levanta los ojos – en 1959 – hacia la Revolución Cubana. Abandonan la Libertadora para referenciarse en el naciente guevarismo.

Jorge Masetti los convoca para organizar Prensa Latina, y tanto Walsh como Rogelio García Lupo se suman. Y en el “primer territorio libre de América”, tras descubrir la clave de la invasión norteamericana, queda a la vista – a su vista- el sentido de la transformación que arranca en la detenida observación de los basurales de José León Suarez. No se trata de sus lecturas de Marx, sino de la experiencia directa de la revolución. Tampoco  de una idealización ingenua de lo que sucede en la isla, después de todo se marcha en silencio; y cuando cuenta en la revista uruguaya Marcha la peripecia de Bahía de los Cochinos, los cubanos no la festejan precisamente. Pero el impacto  de la revolución cambia la mirada de todos. Incluso la de los peronistas, incluso la del propio Perón, sobre el peronismo, sobre su significación circunstanciada. Ahora sí, el jugador platense de ajedrez devino el militante guerrillero que con una 22 enfrenta la emboscada de los sicarios de Masera. Y otra vez descubre, desde la empiria brutal de los hechos, que lo han vuelto a dejar  solo.  

Alejandro Horowicz  

Publicado en Le monde diplomatique. El atlas del peronismo. Historia de una pasión argentina

 

[1] Anibal Ford, Ese Hombre, Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

[2] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 257, Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994.

[3] Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh y el lugar de la verdad, Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

 

[4] Ricardo Piglia, Una trama de relatos. Entrevista de Roberto Guareschi y Jorge Halperín, Clarín, 27 de mayo de 1984.  

[5] David Viñas, Rodolfo Walsh, el ajedrez y la guerra.  Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[6] Vea y Lea, 20 de marzo de 1952.

[7] Adriana A. Bocchino, Cuando la escritura es una cuestión de fondo. Rodolfo Walsh, a 30 años, 2007, Universidad nacional de La Plata.

[8] El lugar de Walsh, Rogelio Garcia Lupo. Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[9] Roberto Ferro, Operación masacre: investigación y escritura. Nuevo Texto Critico, julio de 1993-junio de 1994, numero 12/13. Stanford University.

 

[10] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 263,  de Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994.

[11] Lalo Painceira, Rodolfo Walsh platense. Entrevista a Patricia Walsh. Rodolfo Walsh, a 30 años, 2007, Universidad nacional de La Plata.

[12] Rodolfo Walsh, Introducción, primera edición, marzo de 1957, p 263 y 264,  de Operación Masacre. Planeta, Buenos Aires, 1994. La negrita es de AHZ.

3 Comments

  1. Excelente nota. Solo una duda, el final apela a un cierre literario más que Político: estrictamente no estaba solo, estábamos solos, que no es lo mismo.

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