Escuchar el malestar. Sobre las denuncias pùblicas de abuso sexual y el ámbito psicoanalítico// Erica Krebs

La denuncia del colectivo de actrices (que no se reduce al caso Darthes, sino que lo toma como caso testigo de los infinitos abusos que nos ocurren cotidianamente) produjo una multiplicación incalculable de resonancias en diversos espacios.

Tal vez desprolijamente, por el entusiasmo y la urgencia que surge de los acontecimientos, me interesa situar aquí algunos efectos posteriores a la presentación, sobre todo aquellos que pude escuchar o leer entre colegas del campo psicoanalítico.

Tanto desde los rebotes en los consultorios, como en los intercambios ocurridos en conversaciones y redes sociales entre colegas, puede situarse con claridad que la eficaz puesta en escena de las actrices nos interpela, ineludiblemente, como analistas.

Los ecos posteriores permiten interrogar tanto la práctica clínica como las lecturas posibles que desde el psicoanálisis están ocurriendo en torno a las críticas al patriarcado que surgen desde los feminismos.

¿Cómo nos posicionamos como analistas respecto del patriarcado, o de su puesta en cuestión? ¿Cómo nos vinculamos con las teorías de género o con otros saberes que están pensando una crítica al modelo patriarcal? ¿Qué nos modifica en nuestra clínica y nuestra lectura el avance de los feminismos?

LA HABILITACIÓN DEL DECIR

El efecto más interesante y más inmediato de la denuncia de las actrices fueron los innumerables relatos en primera persona de todas las mujeres, e incluso –aunque más tímidamente aún -de varones, contando diversos tipos de abusos padecidos. En las líneas de denuncia y asesoramiento telefónico se multiplicaron los llamados, y quienes se comunicaron explicitaron que fue la denuncia colectiva y pública lo que les habilitó la palabra.

En nuestros consultorios también se multiplicaron los testimonios. Recuerdos olvidados o desestimados, se invistieron nuevamente de afecto. En las redes sociales también surgían relatos a borbotones, lo que no hace más que confirmar la validez del mensaje de las actrices. Los abusos existen, masivamente. Lo que no existía era una visibilización en la misma proporción.

Otro efecto potente que comenzó a escucharse es la posibilidad, para los varones que se animan a ello y están dispuestos, de interrogarse por su propia posición en relación a las mujeres, cuestionando sus modos patriarcales de encarar las relaciones. Ese efecto, tan conmovedor, que también comienza a manifestarse en nuestros consultorios, da cuenta de cómo los feminismos abren un camino para que tanto mujeres/disidencias como varones puedan emanciparse de los mandatos del patriarcado.

Recordemos que el psicoanálisis se inaugura con un gesto pequeño, pero de incalculable valor: escuchar a mujeres que padecen. Las histéricas, con su vistoso repertorio sintomático, eran destratadas por la medicina de su época, acusadas de mentirosas, de simular enfermedades.  La escucha freudiana habilitó que ese padecimiento, encriptado en los síntomas, pudiera decirse. Aquel sufrimiento -vinculado fuertemente a los modos socio-históricos de configuración represiva de la sexualidad femenina- pudo desplegarse en un decir porque hubo una escucha que no lo juzgó, que no acusó, que no indicó de qué maneras debía decirse o tramitarse ese sufrimiento.

¿Estamos los psicoanalistas en continuidad con esa apuesta freudiana? ¿Cómo escuchamos los modos en que actualmente se presenta el malestar? ¿Cómo nos atraviesa ese malestar a nosotros, como analistas?

Es claro que el impacto social de la denuncia invitó a que los pacientes tomaran la palabra pero… ¿y los analistas?

LAS DISCUSIONES AL INTERIOR DEL CAMPO PSICOANALITICO

  • Sobre la crítica a la puesta en escena

Posteriormente a la denuncia colectiva, en charlas y redes sociales, aparecieron algunas lecturas u opiniones dentro del campo psicoanalítico, que propongo discutir. Algunos psicoanalistas tomaron una posición que a mi juicio es peligrosa respecto de la denuncia colectiva.

En algunos casos escuché críticas muy duras al video de Thelma, porque relataba los pormenores de la violación: que era una mostración obscena, que era perverso, que erotizaba la situación al provocar fantasías en el espectador, que ese relato era para el juez y no para todo el público, que el hecho de haber armado un video en una habitación de hotel le quitaba credibilidad al relato, que alimentaba la lógica espectacularizante y banalizadora de los medios de comunicación.

Los argumentos enumerados invierten (como es tristemente habitual frente a los casos de abuso) la carga de prueba: se le exige a la víctima responsabilizarse por lo que los medios harán con su testimonio, o por lo que quien mire el video pueda… ¿fantasear?

¿Quién tiene la potestad -pregunté a los colegas, y sostengo la pregunta- de decirle a la víctima cómo debe tramitar esa vivencia? ¿Quién se arroga el derecho de decir lo que está «bien» o «mal» respecto de las posibilidades de construir un relato de quienes han transitado ese horror? ¿Por qué quienes se dedican a escuchar el sufrimiento humano, frente a una  denuncia de estas características, ponen la mirada crítica sobre la víctima en lugar de abrir la escucha a cuánto hay de silenciado aún hoy respecto de los abusos?

Rotular ese video de “perverso” o de “mostración”, pone un sesgo diagnóstico en una situación que no es pertinente, por no ser una situación clínica en la cual -para situar esas coordenadas- la escucha se realiza en el marco de un vínculo transferencial. Explicar en términos clínicos una escena que es política, invisibiliza la dimensión política del acontecimiento que es, a mi juicio, central.

Creo que, sobre todo tratándose de psicoanalistas, estamos convocados a escuchar, sin juzgar a quien denuncia.  “El psicoanálisis pone una barrera entre el abuso y las posiciones de sujeto en la cultura. Toda forma de violencia, reducción o devoración  de la otredad es condenable y denunciable. La ética del psicoanálisis no admite las atrocidades de la destrucción del otro.”[1]

Los nuevos modos del malestar se manifiestan de nuevas formas. En la época victoriana, el ciframiento sintomático de la histeria produjo un agujero en el saber-poder de la medicina y en su definición de qué era un cuerpo. Hoy en día el saber/poder se pone en juego de modo hegemónico en los medios masivos de comunicación y en los modos en los cuales construyen realidad. ¿Por qué no sería allí mismo, en los medios, donde se perfore el pacto de silencio?

Con la denuncia colectiva, las actrices agrietaron eficazmente el poder mediático/patriarcal con una puesta en escena que, como en la transferencia analítica (pero sin requerir ningún desciframiento inconsciente, al no tratarse de un síntoma) permite leer una verdad: donde ahora hay palabra, había antes efectos silenciados de la violencia. Utilizaron su saber sobre los medios, por primera vez, para alzar la voz como sujeto colectivo, en lugar de ser usadas instrumentalmente para el juego mediático. Y lo hicieron, a diferencia de las sufrientes histéricas de fines del siglo XIX, de modo consciente, estratégico y colectivo. ¿Por qué se las condena en lugar de escuchar?

Sobre el “espectáculo” que los medios puedan producir a posteriori sobre ese material, vale decir que conviene no quedar hipnotizados con el flujo de imágenes, para poder escuchar que implica, socialmente, esa denuncia. No olvidemos que también en el hospital de La Salpêtrière se producía una espectacularización con las pacientes histéricas. Eso no impidió a los primeros psicoanalistas poder interrumpir la captura de la mirada, hacia las fascinantes puestas en escena promovidas por la medicina de la época, para poder pasar a una escucha que restituya la dignidad de la palabra a las pacientes.

Otra lectura, a mi juicio errada, que escuché también entre colegas en su crítica al video testimonial,  planteaba que esa “mostración” del video no era culpa de Thelma, sino que estaba «mal asesorada” o que había sido “llevada”, por otras, a realizarlo. Esta “interpretación” (realizada también fuera de las coordenadas clínicas) la sitúa, nuevamente, actuando lo que otro abusivamente desea hacer con ella. Esa lectura, revictimiza a la denunciante, prejuiciosamente, al no validarla como alguien en pleno derecho de decidir cómo, donde, y a quien relatar su experiencia.

Además de que no se puede tomar a Thelma como un caso clínico, aplicándole a su testimonio categorías no pertinentes, tenemos también que estar dispuestos a dar el espacio para que quien padeció un abuso deje de ser sólo víctima, y pueda transformarse en sujeto político. El pasaje de un lugar de puro padecimiento silencioso, a una acción colectiva coordinada con otras mujeres que se reconocen en esa experiencia y amplifican sus voces es un modo, no sólo posibilitar la elaboración singular del trauma individual, sino de la más generosa apuesta política: transformar el orden de cosas para que esa violencia no se siga repitiendo.

Y, más allá de cualquier argumentación, a los efectos me remito: el modo en que fue compuesta la dupla video + denuncia colectiva habilitó a la circulación de la palabra sobre un sufrimiento, por largo tiempo silenciado, que nos atraviesa a todas, pero que muy pocas se animaban a contar. Es la combinación del relato + sororidad + efectos posteriores lo que hay que analizar, y no el video como una producción aislada.

  • Sobre el (des) encuentro con las teorías de género

Otra deriva posterior a la denuncia colectiva fue, a mi criterio,  un apresurado o sesgado posicionamiento de algunos colegas respecto de algunos discursos sobre género.

Circuló masivamente una presentación reciente de Rita Segato, que advierte sobre el peligro de un feminismo segregacionista y no pluralista, para reducir la diversidad del movimiento feminista a una nueva forma de fascismo. Reiteradas veces se utilizó -en los intercambios en redes sociales- el título de la nota, sin dar cuenta del recorrido argumental de esta autora en cada entrevista o presentación. Hay que reconocer que  el titular es efectista[2] pero no da cuenta de la complejidad del pensamiento de Segato.  Tomar como referencia central de su pensamiento ese recorte, utilizando su nombre como cita de autoridad, para advertir  sobre supuestos peligros o linchamientos que ocasionaría la andanada de testimonios y denuncias, obtura la posibilidad de visibilizar los múltiples modos de la violencia patriarcal que recae sobre las mujeres. Apresurarse a acusar a todo el feminismo de revanchista, sin darse la oportunidad de conocer las discusiones que se están dando al interior del movimiento, es otro modo de desvalorizar la palabra de las mujeres, de no dar crédito, de mezquinar la escucha.

Es necesario subrayar que el planteo de Segato, sobre los riesgos del feminismo segregacionista, lo realiza desde adentro del feminismo, como un aporte a la construcción de un movimiento que apuesta a la pluralidad.  En ningún momento minimiza las violencias efectivamente ocurridas,  por el contrario,  considera un gran avance la posibilidad de que estos relatos salgan a la luz y los efectos de la violencia puedan ser elaborados colectivamente. La apuesta de Segato a construir un feminismo no punitivista, reconoce el valor de la denuncia colectiva de las actrices y dirige su crítica, no a las mujeres que testimonian, sino al modo en el cual los medios suelen tratar las cuestiones de género y violencia.  [3]

Incluso, en una entrevista reciente[4], Segato diferencia de manera clara las respuestas de «linchamiento» -entendido como un modo no comunitario, no legitimado socialmente, sino como puro revanchismo- del «escrache» como un modo de justicia legítima, construido colectivamente, allí donde el sistema jurídico estatal hace agua respecto de la necesidad de justicia de una comunidad. El linchamiento es una respuesta inmediata, irreflexiva, que devuelve a la violencia más violencia, no da garantías al proceso de la justicia (estatal o social). El escrache, por el contrario, tiene unos tiempos sociales de construcción, implica consensos, escucha, y una lectura afinada de los lugares en donde el sistema judicial no está a la altura de los acontecimientos.

Creo que una lectura más profunda (y empática) sobre la proliferación de denuncias públicas permite ver que no son linchamientos, sino modos de acompañarse (“a mí también me pasó”, “me too”), o intentos de mapear el peligro advirtiendo a otras dónde puede haber un abusador. Son modos, tal vez aún desprolijos, descoordinados, difíciles de regular en sus efectos, de cuidarse solidariamente. Allí donde el Estado falla, se construyen comunitariamente estrategias de cuidado.

Como analistas, entiendo que es un error leer allí una voluntad de linchamiento. “En la línea de la ética y clínica del psicoanálisis que venimos hablando, no hay lugar para la voluntad de dominio de un cuerpo sobre otro en tanto eso aniquila al otro como sujeto, posición que es la del abusador (adultes cualquiera sea su género). El abuso es siempre abuso de poder de un cuerpo sobre otros más débiles o vulnerables. Eso requiere convocar alguna forma de la Ley, norma o exposición social, requiere producir una enunciación y visibilidad con umbrales sociales. Lo que aparece como escrache cumpliría esa función. Ahí también está el psicoanalista. Se lo debe encontrar en ese lugar. Sería un modo de intervenir en lo social, acompañar ese doloroso proceso de advertir una violencia y sostener el deseo de justicia. Eso entiendo hace a la  ética del psicoanálisis.” [5]

La apuesta del feminismo no es punitiva. El movimiento feminista apuesta a construir otros modos de vincularse, que no estén mediados por la violencia[6]. La lectura que retroactivamente permite comprender que hubo abusos allí donde eso no podía nombrarse permite reposicionamientos y aprendizajes. Permite construir modos de crianza que no legitimen el abuso. “La llamada crisis del patriarcado afecta los modos del lazo, la crianza, los modos de elección, los pactos de amor y los juegos de seducción, al dejar manifiesto cuánto de político tienen esos efectos de sentido –quizás-  habilite un modo posible de pensar eso de que todo lo personal es político.”[7]

En este sentido feminismo y psicoanálisis tienen mucho para compartir y dialogar.

  • El abuso del concepto de fantasía

“La teoría es buena, pero eso no impide que las cosas sean como son” [8]

El último de los efectos que he leído por parte de algunos colegas y que me interesa interrogar, es la referencia teórica al concepto freudiano de fantasías histéricas para leer la multiplicación de denuncias posteriores a la presentación de las actrices.

Un relato que circuló entre algunas colegas refería a una paciente que, habiendo relatado en sesión el abuso sexual sufrido por parte de su padre, vio que el analista anotaba en su cuaderno “fantasía sexual edípica”.

Otro analista, afirmando la imposibilidad de que todas las mujeres hayan padecido al menos una situación de abuso, se refirió a las “protofantasías histéricas de seducción” como explicación a la proliferación de relatos y denuncias. También agregaba que no pueden ser “todas” quienes padecieron abusos, ya que hay mujeres que manifiestan que “no se han sentido abusadas” [9]. Para esto último se sirvió, también, de Rita Segato, quien en una entrevista reciente propone escuchar a aquellas mujeres que pudieron evitar los abusos, para poder hacer de esa experiencia un aprendizaje de cuidado para todas. [10]

La referencia, en este contexto, al concepto freudiano de fantasías requiere algunas precisiones sin las cuales se estaría utilizando la teoría para desestimar la validez de las denuncias.

Creo necesario subrayar que el psicoanálisis es un campo conceptual necesario, pero insuficiente para poder pensar la totalidad de estos fenómenos. “El psicoanálisis no es una cosmovisión de mundo. Es una clínica y una ética. Nada más ni nada menos. Desde ahí puede contribuir  a pensar los malestares de la cultura y sus efectos en la producción de subjetividad para situarse a la altura de la época”[11] Hay otros discursos y saberes que abordan también este malestar, con los que es imprescindible dialogar. [12]

El psicoanálisis nos ha permitido comprender que el ser humano  entra en la sexualidad como objeto del otro, y su vez tomando al otro como objeto. Esto es cierto, pero hay que leerlo con mucha cautela cuando estamos pensando un fenómeno como el de los abusos.

En la constitución subjetiva humana, es el otro de los cuidados de quien se espera que vaya erotizando, amorosamente, el cuerpo del cachorrito humano. Subrayo esto porque la erotización que se produce en el vínculo hijo-madre (entendiendo madre como función, independientemente de quien la realice) está en las antípodas del lugar de objeto en el que queda una víctima de violación, de acoso, de abuso.

El vínculo primario erotizante, es un vínculo de cuidado y de subjetivación. Al alimentar, asear, sostener y hablarle a un niño, se realiza la más hermosa apuesta subjetiva: que allí haya otro. Que de ese vínculo quede como saldo una fantasía inconsciente en donde se ocupa el lugar de objeto, es una cosa. Ahora bien, en los casos de violación, acoso o abuso, se trata de todo lo contrario. Es una experiencia absolutamente des-subjetivante. El abusador se sirve del niño, niña, mujer para su propia satisfacción, negándole la condición de sujeto.  Por eso el silencio de la víctima es una condición necesaria de esa experiencia.

Y por eso la necesaria dignidad de habilitar el relato, la denuncia, es liberadora, y debe ser en los tiempos y los términos en los cuales lo pueda construir quien padeció esa agresión. Con una comunidad que acompañe a la víctima sin moralizar. Que la escuche sin juzgar. “Creer es un modo sustancial de nuestro trabajo; empezamos siempre dando crédito. Escuchando dónde está ubicado el sufrimiento y sus sentidos. La resistencia será siempre del analista.”[13]

Confundir el modo en que el humano entra en la sexualidad con los abusos que se están denunciando es muy grave y retrotrae todo lo que hemos ganado en términos de desplegar nuestro decir, a un lugar incluso pre freudiano, al negarle a las mujeres el derecho a un decir propio.

Como ya se ha dicho aquí, la lectura “clínica” que interpreta una fantasía allí donde no hay una formación del inconsciente, ni un vínculo transferencial, sino un acto político, está desconociendo la dimensión política de las denuncias, y a la vez banalizando la práctica clínica que, para poder desplegarse, requiere de un encuentro, una escucha abstinente, y una cuidada rigurosidad en la lectura.

“Es claro que fantasías  hay siempre, y  son constitutivas de las relaciones. Si hay fantasía puede haber equívoco -por supuesto- es parte del asunto y eso hace síntomas, lo que es distinto a suponer una fantasía allí donde hubo voluntad de dominio sobre un cuerpo más vulnerable y ejercicio efectivo de esa fuerza. Y que esa fantasía se constituya en la justificación de una acción abusadora, creo que es el punto ético de inflexión donde haríamos de la teoría una canallada”[14]

Tomar el argumento que “defiende”[15] la ambigüedad de la sexualidad humana -como si denunciar las violencias pusiera en peligro la posibilidad de un despliegue deseante de la sexualidad en lugar de, justamente, preservar la posibilidad del deseo-  pone un velo de desconfianza o confusión frente a las denuncias de abuso, y es un modo muy canalla de utilizar la teoría. Porque además, bueno es recordarlo, ninguna puesta en escena de un deseo justifica un abuso. Por supuesto que los y las adolescentes pueden poner en juego sus ensayos con la sexualidad, sus intentos de ser mirados, deseados. Y es esperable que puedan hacerlo en un contexto en donde ningún adulto se abuse de ello.

Como analistas, nos toca poder afinar la lectura para poder diferenciar estos lugares. Distinguir la práctica clínica de la acción política. Poder leer con claridad la diferencia entre los pares y la asimetría. Poder subrayar donde se puso en juego un poder, o donde hay escenas (exploratorias o sintomáticas) entre niñes o adolescentes, en las cuales la comprensión de la complejidad exige otros modos para abordarlo, y requiere un acompañamiento frente a los tropiezos propios del desarrollo sexual.

Para todo esto, el recorrido conceptual freudiano debe ser nuestro piso de pensamiento, no nuestro techo.

Si, como analistas, nos proponemos estar a la altura de la época, más que interpretar lo que está aconteciendo como una ratificación de los conceptos psicoanalíticos legitimados, recortar otros discursos como meras herramientas confirmatorias de lo que ya ha sido pensado, o hacer interpretaciones clínicas de fenómenos que no lo son, podríamos inspirarnos en el gesto freudiano: donde a las mujeres (es decir, a la otredad) se las trató de locas, de exageradas, de mentirosas… vernos convocados a escuchar qué del malestar en la cultura se está manifestando.

Erica Krebs (psicoanalista), diciembre de 2018

[1] Intercambio epistolar electrónico reciente con Horacio Medina, colega psicoanalista, maestro y amigo. (La colaboración de Horacio en relación a este texto excede en mucho a aquello que pueda entrecomillar y citar. Su interlocución está presente en mi clínica y mi pensamiento desde hace un tiempo ya tan largo, diría originario, que se ha vuelto mítico.)

[2] https://radiocut.fm/audiocut/rita-segato-el-feminismo-no-puede-ser-fascistano-puede-construirse-como-una-politica-del-enemigo/

[3] El paralelo con lo descripto en el apartado anterior respecto de las histéricas, es claro. La escucha analítica fue posible por retirarse de una mirada fascinada, para sostener una escucha. Y también porque no juzgó a las pacientes por sus puestas en escena de los síntomas. Freud no se cansó de criticar la posición de los médicos respecto de estas mujeres, del modo en que Segato critica a los medios por el tratamiento que dan a las cuestiones de género y violencia. Ninguno de los dos dirige un juicio moral a las mujeres.

[4]https://www.pagina12.com.ar/162518-el-problema-de-la-violencia-sexual-es-politico-no-moral?fbclid=IwAR1skWb32qh7hFo3Pz5obv47b81tn6w_AUIU2Fh3LW0tXNpeTy0wGFhIHTM

[5] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[6] “La transformación de los feminismos es muy importante sobre todo en la crianza. Construir modos del amor maternante – madres y padres- que transvaloren los existentes. Existir en la crianza de un modo más amoroso y cada vez menos patriarcal.” Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[7] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[8] Frase que Freud citaba de uno de sus maestros, Jean-Martin Charcot

[9] Subrayo  el “no se han sentido abusadas”, ya que aún aquellas mujeres que no sintieron un abuso como tal, pueden resignificarlo a posteriori. Y aquellas que pudieron evitarlo/defenderse, también padecen la violencia.

[10] https://radiocut.fm/audiocut/rita-segato-el-feminismo-no-puede-ser-fascistano-puede-construirse-como-una-politica-del-enemigo/

[11]   Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[12] Alicia Stolkiner, importante referente del campo de la Salud Mental, viene realizando en este sentido una comprometida y tenaz intervención en redes sociales, desarticulando prejuicios que se construyen por lecturas pseudo-psicoanalíticas de fenómenos que requieren abordajes más complejos y multidisciplinares. Comparte además, generosa y amablemente, mucha información (casuística, investigaciones, etc.) de la cual los analistas muchas veces no disponemos. Va mi gratitud a esa enorme tarea.

[13] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[14] Medina, Horacio. Intercambio epistolar.

[15] En un manifiesto y en otras presentaciones públicas, un grupo de mujeres francesas cuestionó a los movimientos feministas que denunciaban abusos. El argumento: si ellas habían sabido defenderse, los abusos eran responsabilidad de aquellas que no lo habían hecho. Sin espacio para registrar las vulnerabilidades y las asimetrías de poder, estas mujeres encarnan el discurso patriarcal, que acusa a la víctima: “no tengo ninguna razón para sentirme «hermana» de una actriz de cine que a esta altura, a instancias de Asia Argento, toma conciencia de que ha sido víctima de abuso sexual por parte del productor de cine Harvey Weinstein, ni de una periodista que acusa públicamente a un colega de haberle pellizcado el culo en el pasillo. Yo también, durante mi carrera, he estado frente a hombres de poder y a hombres groseros. Mi reacción no fue la misma que la de ellas. Tengo derecho a decirlo. Además, a las imprudentes que siguieron al productor de cine a su habitación de hotel, les reprocho que no hayan tenido en cuenta la suerte de vivir en un país en el que tienen garantizadas muchas otras libertades fundamentales, de las que está privada la mayor parte del resto de la humanidad.” https://www.infobae.com/america/cultura-america/2018/10/10/existe-la-mujer-el-discurso-inaugural-de-catherine-millet-en-la-decima-edicion-del-filba/

https://www.infobae.com/america/mundo/2018/01/09/el-manifiesto-completo-de-las-intelectuales-francesas-contra-el-metoo/

2 Comments

  1. De acuerdo. El tema es bien complejo. No hay que cerrar debates. Sino abrirlos. La violencia mediatica es parte del intercambio entre las personas expuestas al manejo sensacionalista de los medios de comunicación masiva. Lo privado, lo intimo, parece no tener lugar en la vida cotidiana.

  2. Caso por caso!!!
    El psicoanálisis no basta para explicar cuál es el fenómeno de los feminismos.
    Es aceptable pensar que aparece en el escenario ( antes velado), el abuso sobre la mujer denunciando
    Como un aspecto del Malestar en la Cultura.
    Otro dato interesante es la cantidad de abusos intrafamiliares que existían en Austria. Lugar donde Vivía Freud, en el tiempo que escribió Tres Ensayos…
    Qué tal?

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.