El escritor político es aquel que, sumergiéndose en los misterios del poder, busca desentrañar por medio de la palabra una potencia de división, permitiendo hacer del antagonismo social las claves de un poder diferente. John W. Cooke fue, seguramente, uno de los más grande escritores políticos argentinos. Hoy se cumplen cincuenta años de su muerte. Norberto Galasso escribió una magnífica biografía política suya, cuyo título, «Cooke: de Perón al Che», habla nítidamente de su recorrido. Hace unos días apareció otro libro importantísimo sobre el peronismo revolucionario: «La patria socialista» (Ediciones En Lucha), que cuenta la historia de la corriente inspirada en Gustavo Rearte. Según la documentación disponible, Rearte y Cooke habrían asegurado a Guevara respaldo político si este lograba extender la lucha revolucionaria desde de Bolivia a la Argentina. Se intentaba resolver la tensión entre «foquismo» y lucha «de masas» al interior del campo revolucionario. Seguramente el pesado silencio en torno de Cooke tenga que ver con la imposibilidad actual de retomar el legado de esas discusiones. Se habla mucho de «legado» pero no se habla de aquellos textos. Y el problema no es que no se hable, sino que al callar (y callar a Cooke es callar la presencia de Marx en capítulos esenciales de la experiencia peronista de la clase obrera argentina), se piensa que las transformaciones necesarias ya no son posibles. Sólo que si se acepta eso, si ya no se lee a Cooke (ni a Marx); si se separa definitivamente la escritura (el misterio) y la política (el poder), no valdrá la pena tampoco perder el tiempo en conversaciones ahogadas en el periodismo, la indignación moral o en las tomas de partido en las redes sociales.
Posfacio con deudas // Ricardo Zelarayán (1973)
No sé cómo empezar esto pero empiezo nomás. Hoy estaba almorzando en