Escribir andanzas por mundos circundantes: Un mundo ch’ixi es posible y Yikalay pu zomo lafkenmapu // Marie Bardet

Leo, rodeada de lo verde de los árboles que hamacaron mi infancia, dos libros de reciente publicación, leo uno y el otro, uno en el medio del otro: Un mundo ch’ixi es posible, de Silvia Rivera Cusicanqui, editado por Tinta Limón en julio 2018, y Yikalay pu zomo lafkenmapu, editado por el colectivo araya-carrión y la Mesa de la Mujer Rural de Toltén en Chile en diciembre 2017.

Tal vez por la manera en que ambas escrituras convocan los contextos en los que fueron escritos, se hacen ecos entre sí dos libros muy distintos por otros aspectos, y mi lectura me vuelve sensible a los entornos. El libro de Silvia Rivera Cusicanqui refiere sin cesar al mundo andino y “circunlacustre” alrededor del Lago Titicaca; el segundo libro lleva su mundo en el título: mundo costero, de orillas de río y de mar, o Lafkenmapu (“entiéndase toda la extensión del territorio costero del pueblo Mapuche, aunque también proponemos incluir las zonas de humedades, ríos y lagos cercanos al mar, entendiendo por lafken grandes extensiones de agua”).

Pero eso paisajes son mucho más que contextos de inscripción o inspiración, la escritura se trama con el lugar, y traza permanentemente con las palabras los diferentes modos de mirar, de hablar, de caminar, de “sentir la presencia de los Ngen ko[1]”, de escuchar, de transitar y dejarse transitar por lugares que son también entradas y salidas a una historia, muchas historias. Escriben, en modos muy distintos, a sabiendas de que el pensar-escribiendo se teje con su “mundo circundante”. Mundo circundante es el nombre que Jakob von Uexkull (Andanzas por el mundo circundante de los animales y los hombres, editorial Cactus, 2016), en los albores de la etología en Alemania, encuentra para pensar los seres vivos no solo “en” su contexto, sino intrínsecamente compuesto “con” él: forja el concepto de Umwelt para nombrar ese espacio que no es un mero lugar neutro de emplazamiento del individuo, sino la trama de percepciones y de acciones a la vez, con la que (se)componen relacionalmente los seres vivientes.

Silvia Rivera Cusicanqui reúne en este nuevo libro varios textos reescritos a partir de intervención en debates, conferencias o encuentros de los últimos años. Una escritura al ras de la oralidad que presenta su pensar-caminar-bailar en los entornos vitales, practicando ese “pudor de meter la voz” junto al “efecto autoral de la escucha” (que proponía en su pasaje por Buenos Aires relatado en el texto “Contra el colonialismo interno” por Verónica Gago en Anfibia).

Antonio Catrileo Araya explica en el texto de introducción haber recuperado para ese libro una práctica llamada Nvxamkan poyewvn, que traduce como “conversaciones afectivas”. Las 10 conversaciones afectivas, entre “mujeres sin miedo en la zona costera”, no son entrevistas, sino transcripciones de conversaciones a lo largo de varios meses de compartir actividades, “como conversación cariñosa y afectiva en ciclo, como espaciamiento-temporal para el reconocimiento de la dignidad de lo que nos rodea, como una ética de la escucha, del habla, y de la reciprocidad de la palabra colectiva”. Catrileo-Carrión dan y toman la ocasión de la circulación de “conversaciones afectivas” con las mujeres de la Mesa de la Mujer Rural de Toltén, desde el Lafkenmapu. El “entorno” de Toltén es una relación que está hecho de ríos, humedales y mar, y de la historia de navegación pero también del maremoto del 1960. Lafkenmapu no es un mero “entorno”, proponen pensarlo “como materialidades del agua con las que nos tocamos y dejamos vibrar”.

Libros- brújulas

Los dos libros hacen de esa “mirada consciente del entorno” la ocasión de saber que nuestro pensar se teje con lo que rodea y que ese tejido puede sostener modos de hacer juntxs. Como si escribir fuese una manera de fabricarse y compartir brújulas perceptivas, estéticas y políticas, que actualizan y potencian las dimensiones disruptivas de lo que se suele llamar “pensar situado”. Sacuden muchos pensamientos colonialistas, académicos, mayoritarios, o identitarios, con pensamientos-brújulas fuertemente “relacionales”, es decir en tensión, que hacen y se hacen, abigarradas, paradojales.

Lo “champurria” ocupa una nota importante de la primera página del libro, donde Antonio Catrileo insiste sobre el potencial de articulación de esa palabra traducida como “mestizaje”, que “se utilizaba dentro del mundo mapuche como palabra despectiva, no obstante, en los últimos años se ha reivindicado esta palabra para hacer frente al mestizaje crítico que pone en tensión los nacionalismos, el racismo y esencialismo tanto del Estado-nación chileno-argentino, así como también dentro del mundo mapuche más conservador que no considera indígenas a las personas champurria. Que se ha potenciado para pensar aquellas historias que no se inscriben en el relato oficial mapuche (Claudio Alvarado Lincopi 2016, 91).”

Lo ch’ixi es el concepto que recorre todo el libro (y otros libros) de Silvia Rivera Cusicanqui: es “central” en el sentido compositivo de la palabra. En efecto, narra, a la mitad del libro (p-78-79) su encuentro con el concepto ch’ixi, de la mano de un escultor. “El libro tiene entonces la estructura de un cuerpo, o la del tari ritual. Este tejido lo realizamos intuitivamente, poniendo el cuerpo en un proceso de reflexión y (auto)conocimiento de grupo (jiwasa): un sentipensar itinerante, a la vez lingüístico y espacial. Por eso el texto articula dos mitades (…). La lectura comienza en la mitad (taypi).” Si así relata la experiencia de escritura del libro Principio potosí Reverso del colectivo Ch’ixi, un trabajo con y contra a la vez, “del mercado, del poder y del museo”, ese libro como cuerpo-tejido parece valer aquí también, y tal vez nos de la pauta de esta escribir con un mundo circundante.

La analogía con el tari corporeiza aquí la escritura de una manera muy particular: no por su organización habitual, ningún biologicismo, ni sustantivo, ni objetual, ni idealizante, ni antropo-centrado, sino un pensar que hace cuerpo en movimiento y un libro que enuncia modos de entrelazamiento entre entorno, mirada, escucha, habla y escritura desde y con cuerpos-territorios, cuerpos-tejidos.

Es autorizándose mutuamente a tener una actividad económica propia, a recuperar saberes de plantas y tejidos de generaciones anteriores, que las mujeres de la Mesa Rural de Toltén cuentan que perdieron el miedo. Este libro aparece, con sumo cuidado por la articulación y la edición entre ensayo, oralidad palpable, y “ensayo visual” (que no es ilustrativo), como un modo más de hacer arder el miedo haciendo circular trafkin (intercambio de objetos y cosas) y kimvn (saberes que posee una persona). El título surge en una conversación con Blanca cuando narra su experiencia de la Mesa de la Mujer como una experiencia de perder el miedo a través de la producción e intercambio local, que trafican y barajan de otra manera la repartija de bienes, de valores y saberes.

Por eso estas escrituras-cuerpos-tejidos son también operaciones de transvaloración (o tal vez escrituras de la “transverberación” de la que habla Suely Rolnik). Lanzando la pregunta-martillazo “¿en qué idioma habrá que hablar de Marx?” Silvia Rivera Cusicanqui teje una brújula para “una teoría ch’ixi del valor”. Con la lengua de los kipus, como modo de entender una economía de los valores “en su lógica de intercambios materiales-espirituales que organizó sus usos”, se toma en cuenta “sus nexos con el riesgo climático y con la reproducción de la vida”. ¿Cómo pensar que el hecho de que los colonos coman oro todos los días y todo el año (y no solo en el mes de febrero) haya sido el gesto que marca a fuego la colonización en todo el sistema de valores y hasta “el colapso de la idea de lo humano”? Toda crítica a la economía política tendrá que poder pensar al mismo tiempo” la riqueza de la tierra y los signos del sol”, y reivindicar nuestras vidas junto con otras vidas. Todos los recorridos por los mundos circundantes trazados en el libro tejen una brújula para un sentí-pensar una economía política andina del “circunlacustre” a la altura “de lo que emerge a la superficie del futuro/pasado”. Es toda la repartición de los tiempos/espacios pasado/futuro, atrás/adelante que se teje de otra manera con ese entorno: “Vivir en tiempo presente tanto el pasado inscrito en el futuro (“principio esperanza”), y como el futuro inscrito en el pasado (qhipnayra) supone un campo en la percepción de la temporalidad, es decir la eclosión de tiempos mixtos en la conciencia y en la praxis.” Silvia Rivera Cusicanqui compone su brújula con hilos mezclados encontrados en los caminos, aquí el “principio esperanza” de Bloch (tal como Foucault en el diálogo con el Farés Sassine, en el libro también de reciente publicación Sublevarse en editorial Catálogos) que nos hace atravesar pasados-futuros en el presente, y materialidades, espiritualidades, valores de tierra y cielo mezclados.

Escribir como un modo de orientarse.

Orientarse en ese Umwelt es también hablar otras lenguas, escuchando idiomas circundantes. En ambos casos, se relata los usos y tensiones del recorrido lingüístico de las palabras que son ocasiones para re-pensar más que un nuevo vocabulario de un pensar bien. Si en ambos libros, el castellano está abigarrado de palabras mapuches o aymaras (y quichuas), lo son como aprendemos-desaprendemos una lengua: por los roces de los usos, los brillos que van sacando las palabras por sus frotes y golpes y tensiones con otras, cuando las enunciamos y las escribimos, en contexto. En este sentido, este pensar-escribir situadx, en relación con el Umwelt, no es esencializar las identidades, ni siquiera el vocabulario como si fueran pepitas encerrando un sentido originario fetichizable.

Esa prevención contra la fetichización de las palabras, vale también para todos los conceptos, en particular en la academia, que Rivera Cusicanqui identifica como particularmente peligrosa en momento de crisis donde tendemos a recurrir a “palabras mágicas” que vienen a clausurar las inquietudes propias de un pachakuti.  “Para evitar la fetichización de los conceptos, que es tan propia de los debates decoloniales o post-coloniales, pero también del discurso político del “proceso de cambio”, nos resistimos a toda modalidad del pensamiento fundada en la separación, en el binarismo y en el divorcio entre el pensar y el hacer. En el ámbito más concreto, se trata también de repudiar la separación entre el pensar académico y la reflexividad diaria de la gente de a pie, ese pensar que surge de las interacciones y conversaciones en la calle, de los sucesos colectivos vividos con el cuerpo y los sentidos. (…) de hecho, muchas de las cosas que les he compartido las he aprendido de gente de a pie: agricultorxs, pensadorxs, yatiris, constructorxs, artífices y tejedoras.” Conversaciones con gente de a pie para un pensar “situado” que no solo está en un “locus” sino que se asume como un caminar y un hablar/escribir que se tejen como modulaciones del escuchar. “Practicar el aruskipasipxañanakasakipunirakispawa, comunicarnos entre todxs y cada unx en forma recíproca y (re)distributiva y hacer del hablar un intercambio de escuchas”.

Leo, y escribo los primeros recorridos de mi lectura, en el medio del paisaje verde de los primeros pliegues del Jura que me vio crecer; escribo en la computadora escuchando a lo lejos cómo mi hijo aprende a cultivar la huerta con su abuelo, a deshacer la tierra hasta que tenga la consistencia que permitirá a la semilla brotar; a esparcir las semillas con los dedos, a recubrir la siembra con tierra suficientemente pisada para que no se vuelen las semillas pero no demasiado aplastada para que pueda crecer la planta. Sigo leyendo Un Mundo Ch’ixi es posible y Yikalay pu zomo lafkenmapu de manera desordenada, retomando en el medio, sin poder dejar de pensar los ecos entre aquellos gestos de siembra que tejieron cierta relación con este lugar, y los gestos de escritura que me relacionan hoy con otros mundos circundantes. Registrar y trazar los posibles de un mundo Ch’ixi, autorizar relaciones con nuestros mundos circundantes para escuchar y escribir conversaciones afectivas, hacer arder nuestros miedos en nuevas alianzas y tráficos que irrumpen las reparticiones de los valores: tales son los impulsos que estos dos libros alimentan, para sentir-pensar-hacer con nuestros mundos circundantes.

[1] “entidades intangibles que protegen y cuidan ciertos espacios. En este caso (…) son los protectores de las aguas que habitan en el mar, ríos, humedales, esteros y corrientes de agua que son parte de la biodiversidad.”

1 Comment

  1. Magnifico articulo sobre los saberes con momentos texturados en libros escuchas conversas afectos siembras en unidades holisticas singular grupal contextuadas situadas en danza. Con muchos puentes posibles tambien con saberes academicos contemporaneos de los buenos. A mi modo de ver. Gracias!.

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