Venezuela se prepara para elecciones presidenciales ante la amenaza de Estados Unidos y la necesidad de sostener una revolución que todavía da esperanzas al continente.
Por Marco Teruggi (desde Venezuela) para La tinta
Caracas tiene ritmo de rabia y caribe. No es para principiante. El transporte es una batalla, el cajero es una batalla, la farmacia es una batalla, los precios son una batalla. La conclusión revienta como las tormentas tropicales que describió Mayakovsky: solo queda un poco de aire entre tanta lluvia, es una guerra. Pero no llueve en Caracas, son semanas de transición entre sol y lluvia, sequía nublada. El agua se recicla, se la pasa de balde en balde, se la cuida en la ducha, en la cocina. Cuando vuelve su ruido por las cañerías hay fiesta en las casas. Andamos cerca de los límites, ya es costumbre.
Nadie habría dicho que estaríamos acá en este mayo del 2018. Ni con dados, ni lectura de tabaco, ni con una aplicación meticulosa de hipótesis bien hilvanadas que dieron resultados en otros países. Este proceso tiene la costumbre de no aceptar reglas, de pegar como pega el gitano de la película Snatch cuando todos lo dan por caído, han apostado millones por su nocau, y se levanta con un derechazo que parte pronósticos y deja al otro en el piso. El del piso es la derecha venezolana, que no se repone de la derrota del año pasado cuando intentó tomar el poder político con los peores fuegos inoculados durante años en su base social y la entrada en escena de formaciones armadas y entrenadas para asaltos violentos. Por eso el grueso de esa derecha no va a elecciones. Los que han invertido en ellos leyeron su incapacidad de convencer a las mayorías. Hablo de los Estados Unidos, el imperialismo en época de disputas geopolíticas abiertas, condensadas en países como Siria.
Nos quieren hacer colapsar. Que el país se desfonde, que volvamos a las miserias que generaron el ciclo de la revolución, esta vez para revertirlo todo, hundir en lo material y en las ideas. Lo repiten con la impunidad del poder en sus grandes medios de comunicación semana tras semana, anuncian más ataques económicos, más asfixia de un bloqueo que busca impedir importaciones, transacciones, renegociaciones, en dólares y criptomoneda Petro. Su nuevo golpe será, se prevé, no reconocer al presidente electo que, según indican los pronósticos, resultará ser Nicolás Maduro. Si gana será por la unidad del chavismo alrededor de su candidatura, una base social histórica, el peso de Chávez, y por la flaqueza de sus adversarios electorales: Henry Falcón, ex chavista, que promete una dolarización de la economía -se cuida en decir cómo lo hará-, y el outsider evangelista conservador Javier Bertucci.
No todo es culpa del imperialismo. Es tan evidente como la existencia del imperialismo. Ponerlo en el centro de la escena sitúa el conflicto, sus dimensiones, el ring en el que estamos parados.
El pan, el cajero, el transporte, los precios y medicamentos, son parte de ese entramado geopolítico, su manifestación inmediata, cotidiana, la forma en que impacta en la boca de cada uno. La estrategia de desgaste es obra de un diseño, no de una improvisación; duele donde más tiene que doler, se articula a miserias y contradicciones del proceso, a corruptos, indolentes, cómplices por una casa, un carro, una cuenta. Los efectos del cuadro económico sobre el tejido social cambian a medida que la situación se prolonga. Puede verse a pocos días de las próximas elecciones presidenciales que serán este 20 de mayo: mientras una parte de la gente, del chavismo, habla de la contienda, milita la contienda, sigue las noticias, otra parte está inmersa en la resolución de las batallas diarias que nunca cesan, y solo se apaciguan a veces algunas semanas en algunos rubros. Hay varios tiempos superpuestos en los territorios donde se fundó el chavismo.
Esos tiempos tienen exigencias. Piden que se retome el control sobre una economía que parece haberse desbocado, en particular en los precios, que se ejerza autoridad, se frene un escenario donde muchos han hecho de las necesidades pequeños, medianos, y millonarios negocios, que la dirigencia recupere el idioma de las calles, la forma Chávez de hacer política, profundice la lucha contra la corrupción que ha venido avanzando, que las promesas de campaña no sean promesas de campaña, sean hechos. Es una demanda a la dirección, al gobierno, al Partido Socialista Unido de Venezuela, a las instituciones, a la revolución como espacio de construcción, expectativa, de identidad.
No estamos en una crisis humanitaria, un concepto político instalado por los Estados Unidos y repetido hasta las náuseas por los grandes medios para justificar los ataques y demonizar con espanto cuando se pronuncia la palabra Venezuela.Estamos en un cuadro de retroceso de espacios que se habían conquistado, que empuja a reconversiones económicas, en los modos de cómo llegar a fin de mes, o de quincena, malabarear para que los números cierren. El caso de las remesas es una muestra clara de eso: cien dólares -que son poco en otro país- sirven para resolver una gran parte de las necesidades mensuales.
Así como hace un año resultaba imposible, o casi, pronosticar que este mes de mayo nos encontraría a las puertas de una presidenciales con posibilidad de victoria de Maduro, también lo es pronosticar qué pasará dentro de un año. El próximo paso es el 20 de mayo, garantizar la continuidad en el poder político. Es imprescindible, por el cuadro nacional y continental, ese que nunca pierde de vista el imperialismo. No existen tres bloques, existen dos. Es dentro del proceso, del chavismo como corriente histórica, que se pueden construir soluciones a las urgencias del cotidiano dentro de la perspectiva estratégica. Sería tarde darse cuenta después, con las clases dominantes descargando la revancha sin frenos ni mediaciones hasta dentro de nuestras casas.
Estamos ante nosotros mismos. Como historia, rabia, caribe, latinoamericanos, con nuestras pasiones y pobrezas, en una época que nos desafía como generaciones reunidas alrededor de Venezuela. Hay en este destino un destino común, que marca lo que podremos, o no, en los próximos años. Nos miran quienes nos antecedieron, quienes vendrán y buscarán lo que hayamos logrado.
Por Marco Teruggi para La tinta