Bs-As/Madrid; Septiembre del 2002
Preguntas
I
A raíz de la insurrección de los pasados 19 y 20 de diciembre en Argentina, consideráis que estamos ante «un nuevo protagonismo popular», que se expresa como multitud y contrapoder. ¿Se trata, a vuestro juicio, de un genérico momento insurreccional o bien advertís elementos fuertes de innovación política y subjetiva? De ser así, ¿cuáles son los principales rasgos de la fenomenología del proceso abierto en los días 19 y 20?
II
Sin poner en suspenso el carácter de acontecimiento sísmico en la vida y las disposiciones de variadísimos actores sociales en Argentina representado por el 19 y 20, ¿podéis trazar algunos de los elementos genealógicos (enunciados, figuras productivas, trayectorias de luchas, máquinas organizativas) que ayudan a comprender lo que está sucediendo en la actualidad?
III
Lo que concebís como protagonismo de la multitud coexiste con un régimen extraordinariamente deslegitimado, cuyo gobierno encabeza Duhalde desde la crisis de diciembre y que vive prácticamente al día. ¿Cómo está influyendo este factor de la coyuntura que vivís en las direcciones que emprenden los procesos de construcción de los contrapoderes y/o de una nueva institucionalidad no estatal? ¿Están incidiendo estos contrapoderes en las dimensiones cabalmente «biopolíticas» (esto es, que atraviesan ámbitos no sólo considerados tradicionalmente productivos, sino que intervienen en la producción cooperativa de los afectos, los saberes, la sanidad, la educación, las tecnologías, las formas de vida) de lo social?
IV
La temática del éxodo no es ni mucho menos ajena a la historia de Argentina. Si nos es dado considerar que Argentina es inviable como Estado-nación y que, por lo tanto (un proyecto de soberanía nacional, por más tintes socialistas e internacionalistas que contuviera) supone una vía muerta, ¿cuál es la geometría de la hostilidad que se abre a los contrapoderes? Si dejamos de lado la hipótesis de una modificación represiva y militar de la forma de gobierno, ¿cuál es, a vuestro juicio, la relación entre constitución alternativa de los contrapoderes y desestructuración de las articulaciones de poder estatal, administrativo, financiero, mediático a las que han de enfrentarse? Si no se trata de levantar a la nación, al pueblo contra el Estado, ¿cómo estimáis que la prolongada irrupción de contrapoderes, deserciones y desobediencias en Argentina puede reproducirse (si tenéis en cuenta las formas justamente «imperiales» de los poderes globales) como tal, sin someterse a una teleología que acabe, en el mejor de los casos, en una dialéctica de construcción sobredeterminada por el problema del gobierno y el Estado? ¿Cabe imaginar otra manera del «éxodo argentino»?
V
En el último Foro de Porto Alegre la «cuestión argentina» no mereció toda la atención urgente que merecía, sobre todo en lo que respecta a la discusión entre distintas componentes de la nueva militancia global. ¿Veis practicables a corto plazo alianzas, constelaciones regionales o globales de luchas que conecten los tiempos y las temáticas de vuestro proceso con otros movimientos? ¿Con qué formas, procedimientos, contenidos? ¿Sirven las «contracumbres» para ese tipo de deliberación?
VI
Por último, ¿en qué está consistiendo vuestra intervención como colectivo en los procesos de lucha y cooperación de las multitudes argentinas?
Respuestas
Antes que nada queremos decirles que esta es la primera vez que participamos de una entrevista. Las razones son varias, pero fundamentalmente dos: el poco interés que hasta ahora hubo en entrevistarnos a fondo y, por otro, el hecho de que el Colectivo Situaciones, como tal, no perpetúa su consistencia más allá de su trabajo de investigación militante y, por tanto, no se constituye como un sujeto con opiniones sobre cada tema de interés general. De allí las dificultades que encontraremos, seguramente, para responder algunas de las preguntas y, además, para relacionarnos con el propio género de la entrevista.
La metodología que hemos empleado, entonces, fue juntarnos a discutir cada una de las preguntas –que nos han resultado complejas, difíciles de trabajar-. Para lidiar con esta ardua tarea, nos hemos tomado la libertad de organizar las respuestas según nuestras propias necesidades de exposición: lo que siguen son nuestros intentos de respuesta.
La otra aclaración metodológica que queríamos anticipar es sobre el lenguaje y las categorías, en fin, sobre el estilo de enunciación y las tradiciones intelectuales que se evidencian en sus preguntas: indudablemente compartimos preocupaciones y lecturas pero, a la vez, es nuestro empeño conservar un rasgo diferencial capaz de dar cuenta de la singularidad de nuestra historia y circunstancias.
I
En nuestro libro 19 y 20, Apuntes para el nuevo protagonismo social presentamos un conjunto de ideas que veníamos trabajando desde el origen del colectivo mismo, y que se han ido enriqueciendo con investigaciones prácticas (con asentamientos, movimientos piqueteros, asambleas, escuelas alternativas, los H.I.J.O.S de desaparecidos y organizaciones campesinas), pero también con compañeros y colectivos de Argentina, de otros lugares de América Latina y de Europa, con quienes sostenemos discusiones regulares.
De hecho, hace unos años hemos anticipado algunas de estas ideas en un escrito –el Manifiesto de la Red de Resistencia Alternativa- que habíamos elaborado junto al Colectivo Malgré Tout de París.
Pero, en general, nuestras lecturas y experiencias, en fin, nuestras influencias son muchas y respetamos su eclecticismo.
Entrando de lleno en la primera pregunta, nos animaríamos a afirmar que el nuevo protagonismo no es –como pudiera desprenderse de la forma en que realizan la pregunta- un efecto mecánico o un producto directo de la insurrección de diciembre. De hecho, la experiencia de las luchas piqueteras –por poner un ejemplo entre otros posibles- es muy anterior.
En el libro explicamos en qué sentido utilizamos la expresión insurrección: para dar cuenta de una pueblada de nuevo tipo, en la que no hubo líderes, promesas, organizaciones centralizadas ni programas al frente de las multitudes callejeras. La insurrección de diciembre fue una insurrección destituyente respecto a los poderes políticos instituidos –y de la misma relación de representación política-, al punto que la consigna general del movimiento insurreccional es: “que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”.
El efecto más contundente de la insurrección fue, en este sentido, el de visibilizar la existencia y el desarrollo de un contrapoder anterior y extendido a lo largo de todo el país. Ese contrapoder, que no siempre se reconoce como tal, y que posee un carácter esencialmente múltiple, heterogéneo y no articulado, se hizo presente en toda su potencia al ritmo de una crisis furibunda que, sin embargo, no explica en su totalidad la emergencia de este contrapoder.
Nuestra hipótesis es que la insurrección tiene un doble sentido: el de decir “no” a la modalidad capitalista del hacer –político y económico- a la vez que comenzar a producir categorías y mentalidades capaces de percibir las características de este nuevo protagonismo.
Nosotros hacemos una diferencia entre este nuevo protagonismo y la noción de multitud para evitar confusiones originadas en las recepciones “académicas” y puramente ideológicas de las teorías radicales de la autonomía italiana; sobre todo, luego de que Imperio se constituyera en un best seller mundial y en una moda, lo cual tuvo como efecto –por lo menos en Argentina- que sea leído más como texto al que adherir o repudiar, que como una talentosa provocación al pensamiento.
Sucede que nuestra forma de trabajo no consiste tanto en partir de categorías teóricas para ver luego si se constatan o no en la práctica, sino en pensar en -y con- prácticas para, a partir de allí, convocar, seleccionar o crear, según sea el caso, conceptos operativos para pensar en situación.
Podemos diferenciar, entonces, entre dos cuestiones: a- la idea de un nuevo protagonismo y b- qué es lo que ha sucedido, desde esta perspectiva, los días 19 y 20 de diciembre de 2001.
Con respecto a lo primero, podemos concebir al nuevo protagonismo social como una forma -algo esquemática pero útil- de referirnos a las estrategias de subjetivación contemporáneas; es decir aquellas que trabajan en un contexto radicalmente alterado por la experiencia de las formas políticas más o menos clásicas y por las nuevas formas de la dominación en curso y que poseen algunas características genéricas como la propensión a la autonomía respecto del Estado, del mercado y de los partidos, la acción directa, la socialización autogestionada y horizontal, la escala situacional del pensamiento, etc. Desplegar todo esto nos llevaría muy lejos. Digamos, por ahora, que a diferencia de lo que comúnmente se entiende por multitud, la noción de nuevo protagonismo pretende dar cuenta del carácter situacional de la nueva radicalidad política.
Con respecto a “los hechos”, podemos hacer una síntesis más o menos aceptada por los protagonistas (a partir de los testimonios y publicaciones existentes hasta el momento) del evento insurreccional, pero a sabiendas de que una auténtica insurrección -como la de diciembre- es un hecho de masas y, por lo tanto, vivida y contada desde tantos puntos de vista como protagonistas hubieron (y no de acuerdo al punto de vista privilegiado de vedettes y figurones).
Para ello podemos partir de un contexto de crisis institucional (minoría del partido de gobierno), crisis de legitimidad (rechazo de los partidos y dirigentes políticos, niveles altísimos de corrupción pública y privada), crisis política (de hegemonía, por imposibilidad de producir un proyecto integrador de país), crisis económica (por aplicación del neoliberalismo y destrucción del aparato productivo), crisis financiera (de pago de la deuda y de cambio de flujos desde la periferia al centro) y crisis social (desocupación récord, precarización laboral y la súper veloz desestructuración -vía privatizaciones- del compromiso social sobre el que se sostuvo el Estado de bienestar social y sus prestaciones de servicios, básicamente de la salud y educación pública).
Paralelamente a la conformación de este panorama de colapso generalizado (precedido por el ciclo de explotación salvaje iniciado con la última dictadura militar –1976/83-) surge un sinnúmero de luchas (las Madres de Plaza de Mayo en un principio y luego la agrupación H.I.J.O.S., las luchas obreras contra las privatizaciones, las luchas indígenas, campesinas, de los trabajadores desocupados –piqueteros-, los trabajadores de la salud y la educación, las luchas estudiantiles, las puebladas del interior del país), de experiencias de economía alternativa –fundamentalmente las redes del Club del Trueque- y prácticas de educación y salud también alternativas.
Pero estas densas redes sociales no eran percibidas, hasta diciembre del 2001, como lo que eran: la socialización de un hacer práctico, la base del desarrollo de un auténtico contrapoder. Y sin embargo, al interior de estas experiencias se venía haciendo un proceso de elaboración muy intenso sobre la ineficacia de las formas tradicionales de la política, centradas en la idea organizadora de la toma del poder.
El mes de diciembre opera como punto de condensación de todos estos factores.
La historia contada una y mil veces, la que cada uno de nosotros vivió de manera idéntica a los otros, comienza con los saqueos de los supermercados en los barrios más humildes, y la operación de los servicios de inteligencia para generalizar el miedo a las masas “hambrientas”, y continúa con la decisión del gobierno de decretar el estado de sitio –el día 19- para “imponer el orden”. Al discurso presidencial le siguió de inmediato la respuesta de las cacerolas, exigiendo la renuncia del ministro de economía, figura paradigmática de las políticas neoliberales en el país.
Las cacerolas se hicieron sentir en todos los barrios de la ciudad de Buenos Aires y en algunas otras ciudades del país. Las calles fueron ocupadas y las multitudes inundaron las principales plazas públicas de la capital.
El día 20 desde la mañana varios contingentes de jóvenes se negaron a abandonar la Plaza de Mayo, ubicada frente a la Casa de Gobierno, dándose inicio a una verdadera batalla entre las fuerzas represivas y quienes se decidieron a defender la plaza. Fueron unas 10 horas ininterrumpidas de combate callejero hasta la definitiva renuncia del gobierno nacional en su conjunto. El saldo oficial de víctimas habla de unos 40 manifestantes muertos en todo el país: la inmensa mayoría de un promedio de entre 20 y 25 años, ninguno de ellos militante de partidos políticos.
II
Como efecto de estas jornadas surgen las asambleas barriales, en un comienzo más de 100 en la ciudad de Buenos Aires y otras tantas en las provincias más importantes del país. Las asambleas, a casi un año de la insurrección, siguen vivas. Se han transformado, se han dividido algunas, otras se han dispersado, la mayoría han visto disminuir la cantidad de participantes pero, como contrapartida, se ha consolidado un grupo que fue estabilizando su actividad semanal, desplegando una miríada de actividades que van de las compras comunitarias de comida para los vecinos a la recuperación de edificios públicos y privados para el funcionamiento de centros culturales y comedores populares. Estas asambleas constituyen parte de un proceso de politización de capas urbanas que han entrado en contacto, en ocasiones, con los piquetes, los cartoneros, los clubes del trueque, etc
Por otro lado, experiencias anteriores como los piquetes, las puebladas, los escraches, las experiencias autogestionadas en el ámbito de la salud o la educación, las experiencias de economía alternativa y solidaria, la autoorganización estudiantil, agrupamientos artísticos y culturales, organismos de derechos humanos e, incluso, los ahorristas[1], comenzaron a pensarse, por primera vez, como parte un mismo movimiento múltiple. Así, en estos meses, han emergido como rasgos comunes: la valoración de la autonomía organizativa, de la interdependencia horizontal, de una clara idea del conflicto social y político, una solidaridad aceitada entre grupos que no están llamados a coincidir más que en enfrentamientos puntuales contra la represión y, fundamentalmente, la sensación de haber producido –empleando para ello el máximo de los esfuerzos- una apertura y un ir más allá respecto de los saberes y las tradiciones instituidas del pensamiento y los hábitos de lo social y lo político.
III
La relación entre “resistencias” y “coyuntura” es difícil. En rigor, desde una perspectiva situacional, resulta fundamental deconstruir cada uno de estos conceptos. Tanto uno como otro son representaciones de multiplicidades que no pueden ser puestas sobre un fondo de coherencia y totalidad sin sacrificar buena parte de sus potencias.
Con respecto a las resistencias nos interesa la perspectiva de Deleuze: “resistir es crear”. ¿Qué es resistir al capitalismo?: antes que nada “crear” otra cosa. No se trata de clasificar las luchas, sino de lo contrario: de no jerarquizarlas ya según un plan abstracto que se sostiene en una cierta idea del capitalismo como realidad global.
En efecto, el capitalismo es hegemónico porque está en todos lados, y no porque está afuera, dominando como un enemigo exterior. De allí que las resistencias puras, clásicas, las luchas que son sólo “contra”, abstraigan la realidad incontestable de que el capitalismo opera en circunstancias concretas, y que es allí donde hay que ser capaz de resistirlo. Si el capitalismo es dominante, es porque está presente en todos los puntos. Y si es así, es importante admitir que la resistencia es creación en situación. El capitalismo es global sólo porque crea un mundo global. Las resistencias son múltiples, porque nacen y se desarrollan en las circunstancias concretas en que la vida crea y se afirma.
No se trata, tampoco, de negar las “coyunturas”, sino de verlas como el efecto de lo que sucede a escala situacional. Un poco como lo quería Althusser: la coyuntura como corte diacrónico de una totalidad sincrónica, compleja y múltiple.
Así, las “coyunturas” no existen, por sí mismas, en un doble sentido: no existen sino como representación de tendencias de origen situacional, de un lado, y, por otro, no son posibles de interpretar sino desde la trama situacional misma. No hay un punto exterior panorámico para mirar de frente a las coyunturas.
Una vez dicho esto, nuestra hipótesis es que las coyunturas constituyen la representación del mapa de las exigencias que cada experiencia de contrapoder tiene que saber suspender y reorganizar según sus propias capacidades y recursos. Y que es posible “trabajarlas” si somos capaces de suspender los efectos de unidimensionalización del mundo producido por los aparatos políticos y comunicativos productores de “coyuntura”, para comprenderla como dinámica contextual producida por la experiencia misma. Si se es capaz de producir esta radical reformulación de los términos, es posible que las resistencias logren un desarrollo acorde a sus posibilidades expansivas.
Finalmente, sostenemos que la coyuntura no puede ser, ni aún en estos casos poco frecuentes –aunque afortunadamente cada vez lo sean menos-, el objeto de las acciones situacionales. No hay forma de prever los efectos de una acción sobre la “coyuntura”. Como corte diacrónico de una estructura múltiple y en permanente autoconstitución, la coyuntura, como toda imagen de “totalidad” es demasiado compleja como para pretender organizarla.
Al contrario: no hay trampa más previsible que aquella que concibe la política como gestión y organización de la complejidad. En este sentido, la relación que vemos entre resistencias y coyunturas es la de una dialéctica sui géneris, en la que las resistencias pueden producir vectores, tendencias, líneas e hipótesis que trabajan en esta atmósfera compleja y contradictoria. A esta acción de las resistencias situadas nos remite la idea de Deleuze.
IV
Se trata de una pregunta aguda y, por lo mismo, muy difícil de responder. En primer lugar, el Estado argentino no ha desaparecido ni se encuentra en vías de extinción. Sucede que el Estado nación en Argentina funcionó como un operador de integración muy poderoso. Buena parte de las explicaciones de lo que sucede hoy en nuestro país encuentran un marco adecuado de comprensión si se retiene este elemento: la meteórica desintegración social producida en sólo una generación como consecuencia de las políticas neoliberales sostenidas por el mismo Estado.
En Argentina ha sido destituido el Estado en tanto Estado Nacional integrador. Para que se entienda: el Estado no cumple algunas de sus funciones clásicas como, por ejemplo, detentar el monopolio legítimo de la violencia ni el de la moneda.
Afirmar, como lo hacemos nosotros, que aún así el Estado no está en vías de extinción tiene la siguiente consecuencia: las experiencias de contrapoder deberán convivir muchos años con un Estado que mantiene capacidades represivas y de cooptación.
Actualmente, para las experiencias del contrapoder y sus redes de abastecimiento, de contrainformación y contracultura es fundamental calibrar esta situación tan novedosa: el Estado ya no integra sino excluyendo. Resulta fundamental retener este aspecto del problema. El contrapoder ya no tiene como perspectiva posible la lucha por la integración, sino que va tomando la forma de la autoafirmación de las posibilidades de una marginación subjetiva del mundo de los valores dominantes.
Lo que se está constituyendo es un nuevo paisaje en el que conviven un Estado neoliberal en quiebra, con la consolidación de una vasta red mafiosa que controla el aparato del Estado y parte de los medios de comunicación, y un contrapoder creciente y a la vez precario.
Desde el punto de vista del poder capitalista, el objetivo es doble: la tarea permanente de negociar-reprimir al contrapoder y, al mismo tiempo, reconstruir poder político. Ambas tareas se implican y dependen de las capacidades del comando capitalista por lidiar con las redes del contrapoder, de un lado y, de otro, por subordinar bajo algún proyecto viable a las redes del capital-mafioso local. Este dilema abarca las modalidades represivas, que cada vez más se organizan bajo formas mixtas: policiales, parapoliciales, escuadrones de la muerte y agencias privadas de seguridad.
Desde el contrapoder pareciera inevitable que se asuma la necesidad de fortalecer lo que John Holloway nombra acertadamente como la “socialización del hacer”: la extensión de vínculos productivos y de experiencias de economía alternativa. A la vez que se adopta una nueva perspectiva de la relación entre política y gestión que permita sostener con éxito el vínculo con gobiernos locales que no se decidan por la represión, sin que esto signifique caer en la trampa de asumir directamente la gestión de Estados municipales ni provinciales.
Lo fundamental, a nuestro entender, es la producción de una temporalidad propia que permita al contrapoder socializar estas redes del hacer (que abarcan cada vez más la extensión de una sociedad paralela) a la vez que se elabora una teoría política interior a la experiencia, capaz de orientar estrategias exitosas de autodesarrollo en las actuales condiciones.
V
Para ser honestos partimos de admitir que no sabemos bien cuáles puedan ser las consecuencias de las contracumbres y los foros. De hecho no hemos asistido a ninguna de estas convocatorias.
Experimentamos por ellos simpatías no exentas de contradicciones internas.
En el caso del Foro de Porto Alegre, sabemos positivamente que tiene un valor inmenso en cuanto permite encuentros entre experiencias distantes. Pero también que éste no es un índice exhaustivo para valorarlo, desde el momento en que el Foro mismo pretende ser mucho más que eso.
Si nos ponemos “serios” debiéramos decir -a la manera del “baja-línea” de partido- que ojalá los foros se multiplicasen más de lo que tienden a concentrarse. Ojalá no se tendiera a la conformación de “un” foro alternativo, de “un” conjunto de puntos para una “globalización justa”. Ojalá más que anunciar que “otro mundo es posible” hubiese más énfasis en la producción actual de otros mundos, los que, claro, no deberían ser interpretados, ni abarcados ni sintetizados bajo consignas únicas, por bien intencionadas que éstas sean.
Desearíamos, al contrario, que este esfuerzo por crear “una alternativa” a la globalización capitalista diese lugar al deseo de multiplicidad. Hay un tono moral en el movimiento por “una globalización justa” que nos resulta un poco ingenuo. Se trata de una paradoja consistente en reunir a personas y experiencias que no se limitan a esperar y a lamentar el desastre, sino que desarrollan prácticas activas y nociones críticas y, una vez reunidos, se pasa a obrar como si sólo fueran personas con “buenas intenciones” reunidas para juzgar lo malo del mundo, para identificarlo y recomendar su extirpación. La paradoja es, precisamente, que mientras por un lado se experimenta radicalmente la producción de hipótesis prácticas y valores, por otro, todo acontece según el querer de un conjunto de buenas intenciones, sostenidas por personas incuestionables. Se pierde todo aspecto trágico, todo el interés que las prácticas poseen en sus desarrollos concretos, en su carácter múltiple.
No estamos interesados en hacer de esto una polémica, sino de insistir con que la resistencia actual posee varios enfoques, y que de nada vale que los grupos con más recursos y movilidad intenten hegemonizar esta multiplicidad de puntos de vista y de acciones con “su” versión de las cosas.
Recientemente se hizo en Buenos Aires un encuentro del Foro Social Mundial. Participó mucha gente y se pudieron escuchar todas las voces. Lo interesante fue, precisamente, esta confirmación de que no será fácil homogeneizar las luchas, formatearlas, dotarlas de un único punto de vista.
Si hay algo rico en la resistencia actual es la variedad de perspectivas críticas, y el hecho de que el pensamiento es producido por millones y no por unos pocos intelectuales y organizaciones coordinadas.
En ese sentido nos sentimos más cómodos con las acciones “desglobalizantes” que con los planteos que sugieren la necesidad de una “globalización alternativa”.
VI
En este punto admiramos a Nietzsche cuando entendía que toda lucha es una lucha por atribuirse los valores dominantes, mientras que, creemos, de lo que se trata es de producir nuevos valores. En este sentido, el trabajo del Colectivo se organiza alrededor de lo que hemos llamado el militante investigador. Se trata de ligar el compromiso con esta búsqueda de valores capaces de transformar de raíz y desde abajo la sociabilidad actual. A partir de esta orientación práctica nos vinculamos a las experiencias que, suponemos, se hallan envueltas en problemas cuya universalidad indica la posibilidad de producir hipótesis prácticas de alcances revolucionarios. Trabajamos actualmente con el movimiento piquetero, con campesinos, con los H.I.J.O.S. de los desaparecidos que hacen los escraches, con los clubes del trueque y con experiencias de educación alternativa. En menor medida, estamos ligados a otras tantas experiencias como fábricas tomadas, asambleas, grupos de estudio y universitarios, sindicales, etc.
Así, no hacemos recaer nuestro compromiso en ninguna diferencia entre períodos de lucha y “otros”: el compromiso de la investigación militante es permanente y profundamente situacional.
[1] Nos referimos a los ahorristas que fueron expropiados a partir del decreto del 3 de diciembre del 2001. Se trata de los depositantes en dólares –el peso era legalmente convertible al dólar- cuyos ahorros fueron primero puestos bajo control estatal por medio de un “corralito” financiero y luego de la insurrección, con la declaración oficial del default financiero, una devaluación de un 350% de la moneda y la pesificación asimétrica de los depósitos (1, 40 pesos por dólar depositado) fueron reducidos a un porcentaje muy bajo de su valor inicial. En general los perjudicados son los medianos y pequeños ahorristas, que no pudieron retirar con anticipación su dinero ni fueron compensados por el gobierno. Los ahorristas se han revelado como un sector particularmente consciente de sus intereses individuales y no han cesado en sus reclamos. Vale la pena distinguir el reclamo de los ahorristas en cuanto tales -es decir, en tanto se sienten damnificados directos y exigen reparación, aduciendo derechos de propiedad privada y respeto a la ley-, de aquellos que se han integrado, aún como eventuales damnificados, al proceso asambleario en el cual el reclamo particular deja de verse desde una perspectiva individual para pasar a proyectarse más bien en un proceso más amplio de pensamiento y organización de lo público.