Paradojalmente, me gusta en especial que me preguntes sobre los fusilamientos en Trelew del 22 de agosto de 1972. Porque en toda mi vida, esa fecha fue un acontecimiento muy importante. Siempre me acuerdo del 22 de agosto, porque es cierto que hubo una ruptura, en el sentido de que abiertamente todas las porquerías que la oligarquía argentina había hecho en la Patagonia, que había hecho en la Semana Trágica, que había hecho en los basurales, el 22 de agosto se produce una ruptura institucional. Creo que hubo un paso dado donde “no vamos a esconder más lo que hacemos”; era claro para todo el mundo, era una provocación, todo el mundo tenía que entender que por supuesto que Pujals no había tratado de arrebatarle la ametralladora a nadie y todo el mundo tenía que entender que de ahora en adelante era así, que la oligarquía argentina, los dueños de la tierra, del país, no iban a respetar ninguna ley. Porque hay que ver que, por ejemplo, la masacre de los indios y todo aquello, todavía había como una ideología podrida del progreso, pero una ideología; algo que pretendía legitimar lo que se estaba haciendo ¿no? Y acá, el 22 de agosto, no, acá hubo una acción que decía: aquí es la barbarie instalada y nosotros vamos a utilizar lo que venga para aplastarlos a ustedes. Pienso que a partir de ahí, bueno, como yo fui preso de la dictadura –caí antes–, yo lo que vi es una sucesión, una sucesión que no paró hasta los 30 mil desaparecidos.
–¿Considerás a los medios de comunicación a partir de ese tiempo como el brazo ejecutor de un discurso que encubre estas acciones para separar lo que pasa, lo que se quiere mostrar a la sociedad?