—En el epílogo, hacés especial hincapié en que “Es un libro que no quiere ser libro, sino material de agitación, de circulación, de provocación”. ¿Nos ampliás esto?
—Me gustaba la idea de escribir un libro que funcione como material de agitación en el sentido de producir un texto que esté pensado desde la coyuntura y en la coyuntura… como una intervención.
Es decir, no es un libro de fondo, no es un libro teórico, sino es un libro donde las hipótesis más teóricas y las interpretaciones más generales se ponen al servicio de tratar de situar cuáles son los debates y los problemas que atraviesan -en este momento- los feminismos populares y también lo mucho que esos feminismos populares prometen con relación a la construcción de una alternativa antineoliberal.
Un poco tiene sentido como una intervención, te decía, urgente, porque se está discutiendo explícitamente durante 2019 -y eso tensiona mucho, todo, los activismos y las movilizaciones- la cuestión de cómo se forja una alternativa a la gobernabilidad que postula la Alianza Cambiemos y la continuidad de esa lógica de gobierno.
—¿Cuáles son los aportes principales en este momento tan particular del país?
—Me parece que, en muchos casos, muchas personas que participan, hablan y activan desde el campo opositor, sostienen que los feminismos vienen a poner la agenda que parte el campo nacional y popular, interrumpe las posiciones de unidad y que, entonces, habría que relegar alguna de esas posiciones para construir una fuerza común capaz de derrotar a la Alianza Cambiemos.
Entonces que, partir de ahí, no es un modo erróneo de poner en primer plano lo que se llamarían las contradicciones secundarias, sino de pensar cómo se constituyen, efectivamente, los modos de antagonizar contra las formas opresivas del neoliberalismo.
Y, por otro lado, tiene otros sentidos… acá te estaba narrando la intervención de urgencia en el sentido de la constitución de frentes antineoliberales, pero también está el otro plano -aún te diría tan o más fundamental- que tiene que ver con el intento que percibo permanentemente en las propias políticas del gobierno de traducir nuestra fuerza movilizada, nuestra capacidad de poner luces a la calle, la potencia que tenemos, en parte de la legitimación de su propia gobernabilidad, ¿no? Eso lo hicieron en la discusión sobre la legalización del aborto y lo van a seguir haciendo, me parece, incluso con el tema de la violencia de género y la acción del Instituto de la Mujer, o campañas de lavado rosa de sus propias políticas.
En este sentido, los aportes que espero tenga el libro es de tratar de abrir y situar las discusiones. Quiero decir: es un libro que tiene menos la idea de construir una doxa que de decir, bueno, en qué terrenos discutimos entre compañeras, con compañeres, en organizaciones mixtas. Cómo construimos los nudos problemáticos y apostamos a algo que nos parece que es central que es la idea de que los feminismos son imprescindibles y que van más a la raíz de toda la lógica de opresión -en este momento-, pero que, al mismo tiempo, decir feminismo sin pensar en su componente popular, en su intersección con otras cuestiones que no son cuestiones de género (y que tienen que ver con la clase, la raza, los distintos tipos de jerarquías y desigualdades) me parece que construye un feminismo por lo menos chueco o muy asimilable a la propia lógica del gobierno.
—Y en un año electoral, ¿qué papel debemos ocupar las militancias feministas?
—Podemos sumar tomando en serio la cuestión electoral y, al mismo tiempo, sabiendo que esa cuestión no debe interrumpir nuestra propia constitución de una fuerza autónoma, popular y capaz de seguir abriendo escenarios permanentemente, antes y después de las elecciones.
Es decir, es evidente que todas nosotras, militantes feministas, al mismo tiempo, estaremos tensionadas por nuestras pertenencias partidarias, nuestros activismos políticos y estaremos, de algún modo, participando con más o menos alegrías y angustias del proceso electoral, pero, al mismo tiempo, es imprescindible saber que nuestra fuerza, incluso dentro de los partidos, nuestra fuerza incluso dentro del momento electoral, surge de la capacidad que tengamos de seguir forjando un sujeto político que es autónomo, que es díscolo, que es capaz de poner en juego otra imagen de sociedad y una apuesta a formas de vida novedosas.
Me parece que nuestra fuerza, lo que podemos aportar al proceso electoral, es menos ponernos al servicio de ese proceso poniendo nombres y caras (que nos puede convertir en algo, digamos, que legitima otro tipo de lógicas, partidarias y electorales) que no está mal, pero no es la fuerza real que podemos poner en juego. La fuerza real me parece que es la capacidad de seguir poniendo una agenda desde una perspectiva autónoma y la capacidad de movilizar en la calle y de enlazar nuestras propias movilizaciones con todos los temas que hacen a la explotación y a la reposición de jerarquías que implica el neoliberalismo.
Por otro lado, creo que si algo nos caracteriza es la capacidad que hemos tenido de poner en escena una idea de vida y eso es fundamental en el combate anti neoliberal, que es una idea de vida que no es reducida a la biología. Y que es una idea de vida que se sostiene fundamentalmente sobre la afirmación de la autonomía y el deseo, y eso, poner en juego eso ante un régimen que todo el tiempo produce vidas desechables y políticas de muerte, es un acto fundamental e imprescindible y es lo que nosotras podemos estar poniendo a lo largo de todo el año y también durante el proceso electoral.
Soledad Sgarella para La tinta