Diego Sztulwark publica La ofensiva sensible (Caja Negra). Un análisis riguroso de la coyuntura política latinoamericana. América Latina se columpia entre el neoliberalismo hardcore y los populismos de centroizquierda, entre la intensificación del totalitarismo y la revuelta popular. El golpe en Bolivia, al que condena abiertamente, es una de las nuevas heridas de un continente en el que no ha dejado de atacarse la construcción popular.
Abril de 1993. Con el apoyo conspicuo de la legislatura, el gobierno de Carlos Menem sanciona la Ley Federal de Educación. Su letra lleva inscripta el ADN del Consenso de Washington. Bajo la premisa de descentralización y federalismo, el Estado nacional desfinancia el sistema educativo y transfiere la responsabilidad a las provincias. Una masiva movilización inicia una década de lucha docente. Diego Sztulwark tenía veintidós años cuando integró el cuerpo de delegados de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA que se sumó al frente compuesto por maestros y sindicatos. La transducción de esta experiencia sería El Mate. Una agrupación de izquierda popular que no solo se movilizó, sino que se constituyó en un espacio de estudio de “la historia argentina y latinoamericana”. Una usina de discusión de cómo retomar la “tradición revolucionaria latinoamericana y crear una izquierda nueva. Una izquierda popular no dogmática, abstracta o teoricista”.
Abril de 1997. Junto a varios estudiantes de Sociales, Sztulwark participa de la “Cátedra Libre Ernesto Che Guevara” con el apoyo de Luis Mattini, Rubén Dri y Manuel Gaggero entre muchxs otrxs. La asignatura fue más allá de la vindicación de la figura de Ernesto Guevara, significó una oportunidad para restituir la historia de la insurgencia latinoamericana en el interior de la academia. “La experiencia política de aquello que se llamó guevarismo o marxismo latinoamericano o nueva izquierda latinoamericana -y el Che es el mejor emergente de esa tradición- no tenía lugar en el discurso universitario”, declaró al diario La Nación un joven Sztulwark. Luego la experiencia se multiplicó en diferentes ciudades.
Octubre de 2000. Por los pasillos de Marcelo T. circula un pequeño cuadernillo, impreso en papel obra y cuidado diseño. En la tapa, una impresión puntillista en blanco y negro, cuatro policías antidisturbios separan al lector de una marcha de H.I.J.O.S. En rojo sangre se lee la palabra Situaciones. La revista –que salió hasta mediados de los años dos mil– fue la expresión gráfica del Colectivo Situaciones, una experiencia de “investigación militante”. Encaramada en la tradición de investigación-acción latinoamericana, el trabajo del Colectivo Situaciones consistió en conformar un pequeño grupo de activistas “que trabaja en y con los movimientos sociales más radicales tratando de entender que se elabora ahí –en la práctica– como teoría de un contrapoder”. Esa experiencia convergió “con la aparición de HIJOS, con el MOCASE, con el MTD Solano y la Comunidad Educativa Creciendo Juntos”.
Octubre de 2019. Diego Sztulwark publica La ofensiva sensible (Caja Negra). Un análisis riguroso de la coyuntura política latinoamericana. Una región que se columpia entre el neoliberalismo hardcore y los populismos de centroizquierda, entre la intensificación del totalitarismo y la revuelta popular. En sus páginas circulan algunas pistas para pensar el regreso del neoliberalismo programático a la región, y las revueltas en las calles de Chile y Ecuador. Sztulwark lee estos acontecimientos a partir de “ligar la militancia con la teorización”, de vincular una corporalidad sensible con un “mundo de lecturas no académicas”. Una metodología que le permite visibilizar la operatoria del neoliberalismo como productor de subjetividades. Frente a este funcionamiento, Sztulwark propone un abordaje micropolítico. Observar las formas de vida ligadas a determinado orden político y remitirlas a una “trama sensible de consumos, lazos sociales, usos del tiempo, modos de habitar los territorios o de concebir la amistad”.
«Esta oposición de la vida al capital, de la pluralidad de los modos de vida al autoritarismo de mercado, no funciona porque el neoliberalismo se convirtió en un creador de modos de vida. En un promotor y capturador de modos de vida».
En La ofensiva sensible contrapones modos de vida y formas de vida. ¿Cuál es el objeto de esta distinción?
Hasta cierto momento se podía pensar que la manera de salir del neoliberalismo era hacer hincapié en la pluralidad de modos de vida. Pero esta oposición de la vida al capital, de la pluralidad de los modos de vida al autoritarismo de mercado, no funciona porque el neoliberalismo se convirtió en un creador de modos de vida. En un promotor y capturador de modos de vida. Es más interesante establecer una diferencia entre modo de vida –aquello que crea el capitalismo contemporáneo– y una categoría que permita retomar experiencias de lucha, experiencias de quienes sentimos que no cuajan en los modos de vida que el capitalismo organiza. Se me ocurrió –retomando la tradición filosófica– la idea de forma de vida. Puede sonar un poco arbitraria la distinción. Por lo pronto, se me ocurre un criterio –que es el que pongo en el libro– que se expresa así: modo de vida es lo que el mundo empresarial organiza para vender sus mercancías. Entonces para el mundo empresarial es muy importante poder anticiparse al deseo de la gente, responder al deseo de la gente, gobernar y modular el deseo. Sin esto el mundo empresarial no puede vender mercancías, realizarse como capital ni garantizar sus ganancias. En cambio, llamo forma de vida a todo aquello que les sucede a los vivos cuando no cuajan con esta dinámica. Sea porque nuestro nivel de vulnerabilidad es muy alto, porque nuestro nivel de resentimiento es muy alto, porque nuestra baja productividad es muy alta, o porque nuestro espíritu de rebelión es alto. Me parece que, en los últimos 20 años, en América latina está muy claro –del lado de los feminismos populares, de los movimientos indígenas, de los pibes y pibas que luchan contra la represión, la gente que no acepta que la naturaleza sea una mera mercancía para liquidar y exportar– que tenemos un montón de experiencias que no cuajan a nivel sensible con la obligación de desarrollar la vida al interior de los dispositivos de mercado. Entonces la vida social se llena de síntomas, de gente que dice no. Un intento de buscar otra verdad que no sea la explicación del mercado. A la idea de que no sabemos vivir –de que tenemos malestares, de que no cuajamos, de que no somos perfectos, de que no somos productivos, de que no somos adaptables, de que no somos presentables, de que no hacemos lo que el capitalismo nos dice que tenemos que hacer– se la puede concebir como una serie de síntomas. Y llamo a esta idea plebeyismo cuando el síntoma se convierte en una irrupción colectiva. Me parece que nuestra historia se explica mucho cuando se la ve desde abajo, a partir de lo sintomático o lo plebeyo. Y me parece que aquellos que tienen que erigir su forma de vida tiene que conquistar una verdad propia. Entonces tienen que pensar cómo hacer con sus afectos, con sus tristezas y alianzas. Pensar con cuál lenguaje vivir, con qué amistades. ¿Cómo hacer para desafiar el orden? Creo que aquí hay una fuente de politización que permite identificar forma de vida y lucha de clases.
¿En qué sentido fracasan las perspectivas pedagógicas, pienso en Álvaro García Linera, para evitar que el campo popular se subjetive de forma neoliberal?
No es posible hablar de Bolivia sin repudiar el carácter reaccionario y racista del golpe de Estado en curso. Cuando escribía el libro no imaginaba un desenlace trágico del proceso de cambio. Pero lo cierto es que Álvaro García Linera fue quien mejor explicó que cuando los gobiernos progresistas incorporan al consumo económico a los sectores populares –que vienen de una larga historia de exclusión– las personas se subjetivan políticamente de modo neoliberal. Linera identifica el problema, pero saca una conclusión que debemos pensar. Si uno se da cuenta que la manera de consumir produce como efecto una actitud más neoliberal, ¿la conclusión puede ser que debemos explicarles muchas cosas a las personas? Las personas no son solamente sujetos de conciencia que reciben explicaciones. También son personas que al consumir incorporan una cierta idea del mundo. Entonces la conclusión que debemos sacar es más radical: el consumo subjetiva. El modo de consumir crea modos de vida. Y si el modo de consumir genera modos de vida, debemos politizar el consumo. Pensar el consumo en el sentido de desactivar la producción de modo de vida. Lo que pasa es que implicaría admitir que por detrás de un gobierno progresista hay –o no– un contrapoder colectivo que desafía la imagen de felicidad que el neoliberalismo vende. Yo pienso que ahí los gobiernos y filosofías populistas se quedan cortos. Se conforman con ser una variante débil del neoliberalismo. Asimismo, los movimientos sociales tienen mucho para decir. En Argentina el discurso de inclusión no lee que aquellos que llama excluidos son los protagonistas de la crisis del neoliberalismo de 2001. Es decir, el neoliberalismo en Argentina no es derrotado por Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Kirchner llega al gobierno en un momento en que los movimientos sociales derrotan al neoliberalismo, voltean cinco gobiernos y ponen una cláusula de prohibición para el lenguaje neoliberal y la salida represiva. Si leemos de manera correcta la secuencia, llamar excluido a una persona que durante años desarrolló estrategias de contrapoder colectivas, y logró voltear al neoliberalismo, es desposeerlo de saberes y estrategias. ¡Bienvenida la inclusión social! ¡Bienvenida la reparación social! ¡Bienvenida la ampliación de derechos! Pero al mismo tiempo, tenemos que aprender que estos movimientos de lucha tienen que estar en el centro. Son movimientos con saberes, estrategias y un contenido antineoliberal muy marcado. Hay mucho que aprender de esos movimientos. La idea de inclusión fue el límite de los gobiernos progresistas. No porque la inclusión en sí misma sea negativa, sino en el sentido de una teoría política restringida que no abre el juego de toma de decisiones a aquellos que protagonizan la lucha en la calle. En su lugar hay una incorporación de esa energía colectiva al mercado. Ahora bien, cuando se incorpora a los movimientos sociales que están en lucha a las categorías de la economía política, al mercado, al consumo, está también la posibilidad de politizar el consumo. Esto significa que cuando se incorpora un montón de personas históricamente excluidas del consumo popular, se puede aprovechar esta potencia nueva que ahora ingresa al mercado para discutir quien produce. ¿Quién se queda con esa ganancia? ¿Qué alianzas territoriales, qué imágenes de felicidad, que estrategias populares pueden alterar una práctica de consumo? No volver dócil el consumo y decirle a la gente que vendemos más autos. Porque cuando el eje de la inclusión solo es cuantitativo no se cuestiona el carácter subjetivador del mismo. En el libro propongo que las tradiciones autonomistas y populistas tenemos esta discusión por delante. Tendríamos que poder enfrentar qué pasa cuando tenemos ciertos recursos del Estado y al mismo tiempo que existen ciertas prácticas colectivas ¿es posible abrir un espacio de investigación sobre el consumo? ¿Podemos abordar el problema del modo de vida? Porque si no es un límite político muy fuerte y quedamos condenados a variantes compensatorias del neoliberalismo en crisis.
«La idea de inclusión fue el límite de los gobiernos progresistas. No porque la inclusión en sí misma sea negativa, sino en el sentido de una teoría política restringida que no abre el juego de toma de decisiones a aquellos que protagonizan la lucha en la calle».
¿Cuándo el neoliberalismo programático llega a un punto límite su comportamiento muta hacia el fascismo?
Exactamente. Hay una vieja trampa, cuando el neoliberalismo entra en crisis aparece una derecha fascista, nacionalista, conservadora, que ataca al neoliberalismo y se presenta como su alternativa. Esto es falso. Lo que vemos es una fascistización interna del neoliberalismo, que pierde sus equilibrios. En ese momento se acaba la cara coaching, la cara amable de ayudar a vivir, de crear modo de vida, y emerge el odio al síntoma. Matar al negro, a las mujeres, a los extranjeros. Entonces evitar la salida fascista es lo primero. Destruir el polo neoliberal-fascista es lo primero. Escribí La ofensiva sensible inmediatamente después de escribir Vida de perro –un libro de conversaciones con Horacio Verbitsky– donde analizamos el período que va de 1955 a la presidencia de Mauricio Macri. En este texto, en el cual una persona tan importante para el kirchnerismo como Horacio, y yo, que no soy kirchnerista, pudimos coincidir en la necesidad de abrir un espacio de conversación entre la izquierda autónoma y el populismo de izquierda. Reconocer que ninguna teoría política de aquellos que militamos salió del todo bien, y que tenemos una serie de problemas sin resolver. Ahora bien, ¿debemos apostar a Alberto Fernández y su gobierno porque ofrece alguna garantía? No creo que ni Alberto Fernández piense eso. En todo caso, lo que hay es una coyuntura política que destruye de manera sistemática conquistas. Me parece que aquello que viene tiene menos que ver con Alberto Fernández y el Frente de Todos, y más con la posibilidad del movimiento popular –trabajadores precarios, feminismo popular, movimientos de derechos humanos– de construir una perspectiva propia dentro y fuera de este frente.
Un punto nodal que plantea el libro es la necesidad de revitalizar el pensamiento crítico. ¿Cómo lograrlo cuando el flujo informacional es más rápido que la capacidad crítica?
Lo primero que debemos hacer es leer a gente como Franco Berardi, porque lo peor que se puede hacer frente a esta situación es no entenderla, enojarse con la realidad, o volverse nostálgico. Lo mejor que podemos hacer es retomar la tradición crítica que brinda algunas herramientas para poder pensar. Lo que estamos viendo es un salto de la capacidad de la fuerza colectiva por crear nuevas formas de comunicación, nuevas formas de percepción, nuevas formas de coordinación de riquezas y cooperación internacional. Lo que pasa es que todo eso lo vemos tal como el capital lo domina, lo vuelve negocio y lo imagina. Aquí es pertinente retomar la tradición obrerista italiana –a la que pertenecen Berardi, Negri, Virno, Lazzaratto– para abordar esta realidad a partir de la lucha de clases. Es decir, cómo hacemos para liberar las potencias del conocimiento, y la capacidad de producir en velocidad, del mando corporativo. Que lo único que hace es utilizar la potencia en sentidos estereotipadores, estandarizadores de modos de vida. Pensemos en los acontecimientos de los últimos días. ¿Qué pasa del otro lado de la Cordillera? Sino fuera por el uso del WhatsApp viviríamos bajo la mentira del gobierno de Chile. Cuando ves lo que pasa en los medios argentinos y chilenos es una vergüenza. En WhatsApp circula una cantidad de material espectacular, en vivo y en directo. Nos enteramos de lo que acontece en Chile minuto a minuto. Es cierto que pueden bajarse las aplicaciones, pueden cerrar, fallar. Se puede objetar que aquellos que manejan estos dispositivos están al servicio de (la institucionalidad del poder). Pero ahí hay una disputa. En este punto, lo que me parece interesante de planteo de Berardi es que –para determinar cuándo las tecnologías se juegan en un terreno u otro– hay un campo de verificación que es la sensibilidad. Si ocurre que nuestra comprensión se reduce a lo que está previamente codificado, compatibilizado de antemano. O si somos capaces de abrir toda esa zona de la comunicación a la ironía, a la opacidad, a la sensualidad, a lo no dicho, a la imaginación. Es muy importante el hecho que Rita Segato –la intelectual feminista que trabaja lo comunitario-popular con una solvencia increíble– también ponga la sensibilidad como un verificador. Extraigo de ahí la tesis de que el terrorismo de estado y el neoliberalismo son formas de desensibilización del campo social. Y que las prácticas populares, militantes, democráticas –del movimiento de derechos humanos al movimiento piquetero y el feminismo popular– son prácticas de resensibilización, crean lenguaje, crean relación con la historia y con el pasado, permiten ver desde abajo el mapa de la producción, y prefiguran otra forma de armar liderazgos y toma de decisión colectiva. Enseñan a ponerle límites al poder. Aquí quisiera ser muy claro. La lucha de clases contemporánea consiste en poner límites. En el momento en que se pone un límite se abre una zona nueva de investigación, de imaginación y de experimentación. Chile hoy. Ecuador hoy. El no a Macri. El 2001. El ‘Ya Basta’ zapatista. León Rozitchner dice ‘cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa’. Solo podemos abrir zonas nuevas de pensamiento crítico al calor de la capacidad de lucha de ponerle límites a la ofensiva neoliberal.
Fuente: http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2019/11/19/diego-sztulwark/