Enrique Symns: si querés llorar, llorá // Agustín J Valle

En su mítico currículum aparece su relación íntima y conflictiva con los Redonditos de Ricota y otras estrellas rutilantes del firmamento rockero, mucho reviente y marginalidad en serio. En esta entrevista realizada en base a varias conversaciones en 2005, Symns habla de Maradona, Calamaro, del amor, el sexo, sus dolores, odios y responde algo crucial: qué pasa cuando lo que hace veinte años eran los márgenes de la sociedad ahora está por todas partes.
 

Tras décadas de un deterioro físico coherente con su tipo de vitalidad, finalmente Enrique Symns entró anteayer en un -cabe desearle- pacífico descanso. Orgullosa víctima de su propia personalidad -tan oscura como esclarecedora-, este ícono de la contracultura en los ochenta se peleó en su vida con casi todos y no pudo y/o no quiso montarse a los premios dados de la sociedad. Agujero negro en la ciudad, príncipe de la anomalía, no dejaba indenme nada en su entorno, pero tampoco a él mismo. Algo -mucho- estaba muy mal en el mundo y romper todo -como uno no es ajeno- implica también romperse a sí mismo.

Enorme conversador, gran escritor, desde su Cerdos y Peces (“la revista de este sitio inmundo”), desde los Redondos -en cuyos recitales hacía fogosos monólogos-, también después en sus libros, en los bares como trinchera urbana, Symns siempre exigía más; y en ese querer más puede verse una mezcla del consumismo cocainómano con el inconformismo político que, romántico, reclama una mejor y verdaderamente digna versión del  ser humano.

Este “maldito” era un amante de la literatura y el pensamiento y una de las fieras más sensibles de esta tierra. Lo recordamos rescatando esta entrevista de 2005, cuando Enrique recién había vuelto de Chile: “Allá era muy famoso, todas las editoriales querían mis libros. Pero el dealer me lo cantó: estás a punto de caerte, todos te tienen miedo, tus aliados te van a dejar. Yo le creí, pero no lo pude parar. Hay una cosa de la cocaína que yo admiro, es lo que más admiro, eh: su capacidad de llevarte al error. El mayor error fue, en un bar, invitar a pelear al Ministro del Interior, que además resultó ser quien ponía la guita en The Clinic [la revista donde trabajaba]. Me lo merecí todo.”

De varios encuentros concentrados en esta nota, el primero fue en el bar Británico. Symns estaba en la lona materialmente y en la conversación brilló, loco diamante si hemos tenido. Al terminar de grabar, antes de irse sin pagar sus Criadores (¿o era Old Smuggler?), me dijo «te voy a leer unos poemas, ¿querés?». Se metió la mano en un bolsillo: allí estaba su moneda. Y sí… hablaba. Sacó unos bollos de papel, los puso sobre la mesa y desplegó con cuidado hasta que resultaron legibles: leyó su poesía ahí, en la mesa del bar y se fue.

 

viejo maldito

Enrique Symns perdió muchas batallas, pero hay quienes ni siquiera libraron una. Uno de los pocos tipos de la contracultura que a sus sesenta años [edad que tenía cuando se realizó la entrevista] personifica aquello de lo que siempre habló: la marginalidad. El borracho de bar más brillante de la ciudad y el intelectual más borracho, con una fama de autógrafos que no le paga un whisky.

A principios de los 80 inauguró como género en Argentina el periodismo en primera persona y con búsqueda de las voces prohibidas: “Nada de discurso institucional: los leprosos saben de lepra, los drogadictos saben de drogadicción, los locos saben de locura”. Tras el primer número de la Cerdos, la dictadura puso una bomba en la revista donde nació como suplemento, El Porteño.

Así charlaba en 2005 en la mesa de un bar Británico, uno de tantos en los que sentía que lograba escaparse de las garras del encierro doméstico, ese flagelo que Symns denunciaba y que la humanidad entera padecería en toda su intensidad, como pocas veces en su historia, quince años más tarde con el coronavirus.

¿Anda escribiendo?

Estoy en dialogo con Planeta y Sudamericana, pero necesito plata ya y ellos tienen grandes planes donde las cosas pueden ubicarse en uno o dos años. Estamos en otra época de la edición. En esta época, rara, los productores son tan o más importantes que los músicos, los editores te corrigen y editan el libro y te dicen qué tenés que escribir, los curadores deciden cual es la pintura que tiene que haber. Es una época del intermediario, de la apropiación del artista. El artista ha desaparecido como figura, ya no existe.

¿Usted sufre eso a la hora de crear?

No, porque soy marginal, no he sido aceptado.

¿Y en qué anda?

Estoy complicado. Ando complicado con mi vida, no poseo domicilio. Vivo en la calle. Desde que volví del Bolsón hace dos meses (tuve problemas con la persona con la que vivía), ando muy cansado porque ando durmiendo en distintos lugares. Estoy como todos: pobre. Me piden autógrafos pero no tengo un peso. Yo tengo una fama inútil, si es que alguna no lo es. Borges celebraba a Spinoza por notar que es preferible ser amado a admirado, porque la admiración es una “abdicción” de la mirada, un extravío; el que te admira no te quiere, no te toca, te podés morir delante suyo. Proyecta sobre vos pero nunca va a hacer nada por vos.

¿Qué relación tiene usted con su imagen pública? ¿Llega a ver ese personaje que los otros ven en usted, que quizá no es el de la intimidad?

La verdad que no sé, es muy raro. Es una meditación que deberían hacer los famosos. Me acuerdo cuando empecé a ser reconocido, primero fue por los medios. Escribía en Pan Caliente y me vino a buscar el capo de Clarín. Me fui tentado porque me daban notas de opinión firmadas, entonces me peleé con el under. Al mes me echaron, pero en ese lapso me hice famoso, y me di cuenta de que yo tenía un poder de percibir el mundo de una manera determinada, quería hablar desde la voz de la gente, lo que después se llamó periodismo gonzo. Ir a un leprosario y ni un puto enfermero, ni un puto experto; los leprosos saben de lepra, los drogadictos saben de drogadicción, las prostitutas saben de sexo. Gabriel Levinas, desde el Porteño, me comprendió, cosa jugada porque era todavía la dictadura. La primera vez que salió Cerdos Y Peces dentro de El Porteño pusieron una bomba en la redacción. En la tapa habíamos puesto dos tipos fumando porro. Yo venía de conocer en España a Antonio Escohotado, líder de una corriente de pensamiento que era poderosa en esa época posfranquista de destape y de pelea, y me declaré disidente toxicológico. La gente comenzó a reconocerme más de a poco. Me resistí a ser querido al principio, pero luego me gustó el personaje y me quedé en él. Como diría el poeta chileno Jorge Teiller, hay que ser leyenda. Hay muchos lugares de la fama, y en algún lugar tiene que haber una figura como la mía. Ahora, que me toque a mí es una desgracia. Es fácil ser Calamaro, es fácil ser el Papa, porque todo el mundo está a favor de ellos. Difícil es ser un disidente. No hay ejemplos controvertidos, todos se dan vuelta, a todos los quieren, hasta a Maradona. Ahora están todos contentos porque está haciendo las mismas porquerías de Susana Giménez y Tinelli [Se refiere a La Noche del Diez que se emitía en 2005].

¿Qué es lo peor que hace el periodismo y qué cosas buenas puede permitir? ¿Qué rasgos del consumidor de periodismo hace sea lo que es?

Hoy el periodismo es jurisprudente, está aguado del poder, al lado de la justicia: juzga las acciones. El periodismo no tiene por qué decidir si un homicida es malo o bueno, para eso están los jueces. Contra el desencantamiento cruel que domina el mundo, yo creo en el misterio. No soy religioso, soy místico. La vida es una cosa tan curiosa: ¿cómo surge de un charco mugroso? Si fuera el dueño de Clarín escribiría todos los días lo mismo: ¿qué carajo es esto? Nadie sabe qué es esto. Esa es la única noticia que hay. Pero todo está hecho para distraerte y el periodismo consolida un escenario para eso. Pero la segunda pregunta es muy complicada. Si tomáramos canal 13 y recreáramos obras de Dostoievsky, ¿qué pasaría? Marshall McLuhan decía: el trabajo del artista del futuro será desconectar al hombre eléctrico, al servomecanismo. Hay dos cosas que las castas sacerdotales fueron creando a través de los siglos. Una es la creación del observador, que es como un zombie, como el golem judío. Hace miles de años que se persigue, y el deporte finalmente lo ha logrado, pero también el colaboracionismo de los rockeeros; hoy todo el mundo es espectador. Combinado con eso, un mecanismo de delegación del poder. Construimos un hombre que no quiere comprometerse y termina mirando su vida, no viviéndola. Por eso estamos en la gran aldea abstracta. El periodismo lo que hace es consolidar un escenario poderoso para eso, con diez o veinte figuras por un lado, sucesos en el mundo, y sobre todo la periodicidad, porque las castas sacerdotales siempre manejaban los calendarios. Los mayas ponían uno adentro de otro de manera tal que cuando lo giraban sabían que en tal tribu era tal día sagrado. Hoy el periodismo manipula eso, hace que a la gente le pase lo que tenga que pasar, dominando la llamada agenda. La consolidación de la globalidad, la destitución definitiva de la calle salvaje, las culturas bárbaras, todos colaboran en lo mismo. Como decía Todorov: lo más grave de esta época es que nadie se habla, hay un silencio inaudito. En las conversaciones de la gente se evitan los dos momentos más extáticos de la vida humana, el sufrimiento y el goce, que son las realidades últimas de la vida, no hay nada más allá de eso. Porque el goce, como decía Freud, también es siniestro. En cambio lo que hoy hay es el placer, como una especia de dicha de burbujas en la vida cotidiana, y una paridad chata de aventuras narrativas. La conversación se ha extinguido.

¿Se extinguió o la asesinaron?

Yo creo que hubo una colaboración. Hoy incluso los periodistas radiales, porque la TV es un criptodonte pero ahora la radio es un mamut, se adhirieron al fustigamiento continuo, a la persecución de los eventos, a un cavar, una trabajo de chacal, cavando en el cadáver de los sucesos. Las noticias son de ayer, como decía el Indio, entonces los periodistas viven del cadáver del tiempo. Encima en esta sociedad estuvo la dictadura, y entonces por supuesto las Madres, y después vino la Embajada y la Amia, y los secuestros, y Blumberg, y Cromañón, entonces todos está lleno de fustigadores de la muerte y de buscadores de venganza. Porque la justicia es un cosmético de la venganza. El periodismo es colaboracionista de todo esto.

¿Siente que hay espacio para hacer algo que no reproduzca las reglas del sistema?

Es casi imposible a esta altura. Me hubiera gustado saber qué pasaba si seguía la Cerdos y Peces que saqué el año pasado [2004], pero me traicionaron mis socios, que era inversores de un partido político, por primera vez en mi carrera, del MST [Movimiento Socialista de los Trabajadores]. Porque no sé si hubiera logrado algo o no, pero lo que le pasó a Chabán era un espacio para pelear. Además, los mejores momentos para el arte son aquellos donde es muy difícil hacerlo. El mundo es terrible. La ciudad es una casa, otra casa, un comercio, otra casa, una institución. Y ¿qué es vivir? ¿tengo trabajo, me caso, me enamoro, tengo hijos? ¿Tengo un comedor, una cama, una silla y una mesa? Esos son los grandes planes para clavar al hombre contra el piso. Internet es la continuación de ese viejo plan. La cama fue el intento de terminar con la sexualidad, la publicidad descarada de la monogamia, que antes no existía; antes había un bosque y ahora vivimos en una plaza. Entonces el mundo ya es detestable, no necesita comida ni techo, el mundo necesita éxtasis, que a su vez se logra con aventuras y hechos inauditos, se logra con drogas, con un sexo descabellado, promiscuo, que etimológicamente quiere decir confuso. Todo lo que no sea promiscuo… Como decía Bourdieu, el hombre en su alma  tiene un lobo y una oveja. Y estoy de acuerdo en que el lobo no debe comerse a la oveja, pero ¿de qué vive? ¿Vas a matar a tu lobo?  Por eso en mi autobiografía decidí contarme como un rufián, porque hay que hablar mal de uno mismo, para que te crean. Siempre fui de la calle. Cuando el Indio me escribió ese tema que parece un tango, que dice “el acento del barrio te queda mal”, nunca supo la vida que yo tuve, mi vida carcelaria. Yo conté todo eso ahora porque murieron mis padres, que eran el límite para contar mi vida verdadera. Ahora que murieron no tengo límite, no tengo nada.

¿Le hubiera gustado tener menos sensibilidad?

En algún lugar de mí quisiera haber tomado al pastilla azul de Matrix, no la que me hacía ver la cruda realidad. Pero yo no sé cómo me construí, no fui a la Primaria y leí Nietzsche a los 13 años, pero al mismo tiempo nunca supe hacer nada. Lo que más reconozco de mi vida, ahora, es el sufrimiento. Lo que lo hace insoportable es la conciencia. Siempre fui un fantasma, a un milímetro de la realidad, de lo que tocaba, a una distancia de lo que decía, y, sobre todo, sin comprender la vida de los demás: imitándola. No sabía coger y hablaba de coger, no sabía pelear y hablaba de pelear, y empecé a imitar la vida, y por supuesto me pareció espantosa. Sobre todo con las mujeres sufrí, porque no sabía qué hacer con ellas. De joven cogía como si actuara. Nadie puede renegar de su sensibilidad, es muy difícil. Me acuerdo cuando llegue acá de España, durante la dictadura, y al instante sentí el dolor de los desaparecidos, estaba en el aire. No entiendo a quienes dicen que no sabían o que no se dieron cuenta. Mientras vos estás cogiendo, en un buen momento, hay tres chicas por allá que están siendo violadas, un niño muere de hambre, ¡¿Cómo no lo registrás, bestia?! Es la pregunta para el ser humano, para hacérsela a cualquiera que toma algo divirtiéndose en un bar… Pero esta sociedad atesorativa es tan miserable.

¿Usted le hace el aguante y está orgulloso de no haber sido un miserable (o al menos no ese tipo de miserable), a pesar de que ahora está en la pobreza material?

No nos engañemos: el tipo que tiene mucho dinero solucionó mucho problemas, eliminó un montón de pesares y acaso se queda con los últimos de la existencia, para qué existimos y demás, y se acoraza en una insensibilidad absoluta ante los demás. No, no estoy orgulloso. Cuando muchos amigos míos se convirtieron a la fortuna, pasaron del otro lado de la raya y yo sentí envidia. Me sentí abandonado, quise lo mismo que ellos tenían y quedé en la desgracia, porque la calle está separada por el color del dinero. Creo que la amistad es la única dignidad, el único misterio de las relaciones que valora la existencia de los seres humanos, porque se arma y se sostiene porque sí. Pero la amistad ha perdido muchas batallas.

¿Tiene amigos?

Sí, aunque de los viejos sólo quedan Gabriel Levinas, Ricardo Ragendorfer y Tom Lupo. Hay una etapa intermedia de gente que ya no sé si son amigos. Y tengo un nuevo amigo, que es mi mejor amigo ahora, estoy como enamorado, es de Villa Soldati, peleador callejero, pesado, lector de Nietzsche, una mezcla de mundos que me fascina. El dinero es un misterio. Burroughs, quien era millonario y dejó todo, decía que el dinero mata la juventud, destruye la sensibilidad, y corta la creatividad. Hay pocos ejemplos de artistas que hayan ganado dinero y hayan seguido siendo talentosos, la mayoría se hicieron miserables, como Picasso. Una vez que se convierten en esa especie de aristocracia, ¿de dónde van a sacar las canciones?

¿Cuál hubiera sido la batalla que hubiera sostenido la Cerdos por Omar Chabán?

Lo que hay que legalizar es un espacio contradictorio de la ley, o mejor, hay que legalizar lo ilegal. En este país tan pacato, el ronckanrol dependió de dos personas: Grinbank y Chabán. Y la mentalidad de Grinbank era el gran rockanrol negocio, traer músicos del exterior… Sin Chabán no hubiera existido, no habría ninguna de las grandes bandas locales. El rock sólo fue posible por la irregularidad transgresora de Chabán. No había otra manera de hacer un recital de rock aparte de pagarle a la policía, a los bomberos y los inspectores. Esa fue la política del rock argentino, como las putas, como toda esta ciudad. Río es peor, si no existiera la coima no existiría nada, tenés que andar con plata para darle a uno y a otro. Lo que hay que confesar es que es bueno que sea así. Es bueno que sea posible transgredir las normas opresoras de la moralidad, aunque ya perdimos todas las batallas, está prohibido vender alcohol, fumar; este se va a convertir en un país inhabitable, nazi. Porque la otra batalla que terminó fue la de las drogas, pero terminó en la oscuridad. Hubo un arrepentimiento colectivo de las clases intelectuales y los músicos de rock, salvo quizá Charly García como última figura controvertida. La Noche del 10 es el máximo ejemplo de esa derrota. Por eso Calamaro ya no puede hacer música, porque se arrepintió de las drogas. Cuando vos dejás de tomar cocaína –yo la dejé varias veces-, ya no podés hacer nada. A Calamaro una vez le dije: “No escuchás a Radiohead, ¿no? Y te voy a decir por qué no lo escuchás: porque le tenés miedo”. No publicito la droga. Yo no sé cómo hubiera sido mi vida de no conocer la cocaína. Pero yo para salir al escenario, para poder salir a pelear, para ir a dar una charla, o me emborracho o me drogo, no se hacerlo de otro modo.

¿Porque usted lo aprendió así, o cree que no hay otra manera de hacerlo?

Es muy difícil de responder. Toda mi vida tomé drogas. El LSD te satura, en un momento todo es lo mismo y te pudre; después me enganchó mucho tiempo con el opio, que es una droga alucinante. Un tipo de drogas son las acuáticas, que son las que te sumergen en tu inconsciente para evadir la realidad, digamos de la heroína para abajo; y la marihuana… bueno… está ahí, te evita el choque sangriento contra el dolor. La más sospechosa de todas las drogas es la marihuana, es una droga católica casi, por las condiciones de producción y consumo se ha ido domesticando, perdiendo poder. De la famosa frase “sexo drogas y roncanrol”, no queda rock, ni drogas, y el sexo, bueno, creo que está en una etapa rara. Yo no sé cómo será la sexualidad de los pibes más jóvenes, pero el campo de actualización del sexo como forma de éxtasis no es la pareja. Ha ganado el sedimentarismo, el hogar es la trinchera que te armaste y sabés que no va a pasarte nada. El hogar de los nómades es, por ejemplo, un bar. Si tu vida se va constituyendo de manera que todas tus relaciones entran por la vecindad, tu trabajo, la universidad, tu mundo es muy pequeño. El viaje empieza cuando conocés personas que entran por lugares eventuales. Cuando me fui de acá, en el 98, todavía era un caos maravilloso en el aspecto eventual, podía pasarte cualquier cosa. Hoy no. La eventualidad ha sido desgastada. Me acuerdo una noche, por ejemplo. En el boliche Ave Porco, que era mi hogar de la locura; una noche que llegó una colombiana. Yo había tomado un éxtasis y ella tenía hash. Terminé cogiendo en un sillón delante de todo el mundo ahí, y ella arriba mío me cogía de una manera violentísima. Y cuando termino y me paro y me quiero ir, el dueño me mira y me dice “estás lleno de sangre”, y yo estaba lleno de sangre.

¿De ella o suya?

Mía, se me había roto la pija, ¿viste?, tenía un tajo.

¿En el frenillo?

No tengo frenillo yo, a mí me operaron, tengo una pija judía aunque no soy judío. De joven tenía fimosis, una enfermedad que tenés que cortarte el prepucio, entonces ahora tengo pija judía, que es mucho más cómoda, aunque ahora entiendo también a los judíos, es una sexualidad más selectiva. Con el frenillo y todo eso es casi una pajita, en cambio con esto estás con la pija al aire. Se insensibiliza la pija. Además imaginate que yo era un tipo re promiscuo en la década del sida y nunca me agarré nada; esto disminuye el riesgo de ETS. Bah, una vez me agarré gonorrea, pero me lo había contagiado mi esposa, porque no había estado con otra en todo el mes. Bueno, la cosa es que esa vez en Ave Porco me puse poxi pol, y luego me peleé con la policía, salí por la ventana de una patrulla…

¡¿Poxi Pol?!

Sí, llamé a un médico y me dijo “ponete poxi pol y ya está”. Y bueno… me puse y todo bien.

¿Cómo cuando uno se pone la gotita?

¡Eso, La gotita, eso me puse, me puse la gotita famosa! Para que no me sangre. Una vez me sangró a chorros la nariz, porque me la rompió Miguel Abuelo, y años después me la rompió el bajista de Memphis, pero yo ya sabía y me puse la gotita en el tabique.

Parecen alegrarlo, algunos recuerdos.

Ah, yo tenía en un boliche acá en la esquina del mirador: tenía la redacción de Cerdos y Peces, tenía mi cogedero, era el sueño de mi vida, pero en pesadilla. Siempre había soñado vivir en un bar, odio el hogar, los departamentos, las paredes. Y ahí vivía maravillosamente bien. Yo recuerdo la dicha –no la felicidad, porque de la felicidad no hay que hablar-, la dicha era cuando yo estaba loco. En sentido de que mi conducta era exhabruptal. Lloraba, maldecía. A  veces me tenía que ir al hospital de enfrente del Argerich para poder llorar. Fijate que vos en un bar podés reír, pero no llorar, la gente no entiende el llanto. Alguna vez conté la cantidad de movimientos que se permiten socialmente por la calle. ¡Es tan estricto el control de las rutinas humanas! Conté 33 o 34 conductas que un hombre puede tener públicamente. Extraño mucho las noches de cuando estaba extremadamente loco. Que me trajo muchos problemas, porque quedé internado en una clínica abstracta, donde me juzgan hasta los propios ex adictos. Muchos deben creer que a mí me gusta o me merezco estar en la calle, por eso la falta de compasión, la crueldad. Yo tengo amigos que tienen una casa que me podrían ofrecer, y no lo hacen.

Concédame este planteo: lo que hace 20 años eran los márgenes de la sociedad ahora está por todas partes. Pendejos promiscuos, drogas en la calle, opiniones no sólo “libres” sino constantemente fomentadas, etcétera. ¿Qué valor tiene hoy apuntar a un periodismo que enfoca en lo marginal que está ya está destapado?

Lo marginal es otra cosa ahora. Un ladrón, asesino, marplatense, que conozco, me dijo hace poco: “voy a contarte cómo son los nuevos tiempos. El otro día tuve que salir a afanar de nuevo, a mis sesenta años. Salí con un pendejo. Fuimos a afanar a un contador que supuestamente tenía mucha guita y no tenía nada. Cuando nos íbamos, el pibe le puso dos tiros. ¡Pendejo de mierda, hijo de puta, ¿por qué?! Porque algo me tengo que llevar, me dijo”. Estos son los nuevos tiempos, ya no hay delincuentes, hay terroristas. El concepto de terrorismo está imbricado en la sociedad. Hay mucha oscuridad. Yo tengo que entrevistar a los tipos que matan porque sí, a los que secuestran, ahora es más interesante la investigación marginal. La marginalidad se ha vuelto terrorista porque se adapta a los tiempos: demuestra la perversidad de la globalización que se ha realizado. La investigación periodística tiene que ir hacia ese lado. La marginalidad ya no es romántica, ya no es entretenida. Me acuerdo de los recitales de Los Redondos: nuestro orgullo era que se mezclaban hampones con narcos, con punks, con intelectuales. Eso era una frivolidad comparado con lo que es ahora. El sueño terminó, indudablemente.

Me da la sensación –y lo invito a que me refute- de que usted es en el fondo un tierno.

Ah, sí, claro. Soy una buena persona. Esa es la cagada. No lo parezco, trato de hacer todo lo posible, cuento lo peor de mi vida, hago lo que nadie hace, que es contar mis secretos, mis miserias. Yo fui violento en una época. Pero soy muy cobarde. Y hoy si le pego a alguien me duele a mí.

Para Revista Crisis 

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