Traducción: Hugo Savino
La energía creadora – es la energeia de Humboldt. Obra, ella. En la obra. Pero también nos corresponde a nosotros, está en nosotros, verla, la energeia, y no sólo el ergon. Pensar Humboldt. Y dejar de pensar Peirce. Ni seguir pensando Heidegger. Es pensar las interacciones y también los conflictos. Es decir la historicidad misma. Contra la regulación ambiente de la deshistoricización sin verificación ni sanción. Sin ética. La energía creadora, hoy, es – como lo quiere lo cómico del pensamiento – tan sencillamente como haya lugar cada vez, y siempre hubo lugar en todas partes, pensar contra la época. Contra el cientificismo reinante que esconde un simplismo del pensamiento. En resumen, reconocer que el pensamiento es un arte, y que hay artistas del pensamiento. Buena manera de volver a poner juntos a los artistas de las ciencias naturales y a los de las ciencias de la cultura. No en la pseudo-unidad de un mismo objeto, sino en la invención de los problemas. Hay una poética del pensamiento, y es también una poética negativa, en el sentido en que tiene que alejarse de un cierto número de certezas, de hábitos.
Digo ritmo, y se me responde: por qué decir ritmo, puesto que está el estilo, y es la misma cosa. Sin ver todo lo que el estilo arrastra con él: la lengua, la separación, el discontinuo del signo. Pero el ritmo obliga a pensar el continuo, y es ritmo la palabra que hay que mantener, no hay que cambiar de palabra, porque, como respondía Bergson, “el común de los hombres no ve que la cosa plantea un problema.” Sí, siempre la misma palabra. A Platón la filosofía jónica no lo intimidaba. Siempre la misma palabra porque la cosa de la que habla la palabra plantea un problema. Y este problema no está pensado en la palabra estilo, ese problema, y justamente se trata del estilo del pensamiento.
Porque el ritmo no es un ejemplo entre otros como para que se haga evidente que el pensamiento es un asunto de estilo, que no hay energía en el pensamiento sin estilo. El estilo, aquí, es el sentido de los problemas, el sentido del lenguaje – el Sprachsinnde Humboldt – el sentido del sentido. Que engloba y provoca la reacción en cadena de una crítica del signo a través de una crítica del ritmo, de una crítica de la separación entre la teoría del lenguaje, la teoría de la literatura y del arte, la ética y la política a través de la crítica del signo. Siempre la crítica del Siglo de las Luces y el conflicto de las Facultades. No hay estilo en el pensamiento sin la energía de la crítica, no hay energía sin crítica. No hay pensamiento sin crítica.
Es la energía de la utopía. Y sólo se puede pensar de esta manera si uno no tiene otra elección. Y es porque uno es expulsado, empujado y tampoco sé si uno es completamente el sujeto de su pensamiento o si el sujeto no es en nosotros lo que se hace y lo que se deshace de nuestro pensamiento. Y lo contrario absoluto de este movimiento en el pensamiento, de esta inquietud del pensamiento, es precisamente lo que llamamos las ideas categóricas. No se puede pedir nada mejor para vengarse. Pero no hay lugar para la crítica, no hay sitio para ella. Es una fuerza, pero no tiene poder. No tiene los poderes de las ideas categóricas, que tienen su lugar, que tienen los lugares. Su fuerza, es el tiempo. Su trabajo es el trabajo del tiempo. Su tiempo es el presente, pero es el presente del futuro.
El presente del continuo. Enmascarado por el presente pasado del discontinuo. El continuo es lo inaparente. Su fuerza, se podría decir, es el correlativo inverso de su inapariencia.
Por eso no hace más que agregarse a la colección de los inconscientes. Como decía una mariposa surrealista (y sí que tenían energía), el continuo está al alcance de todos los inconscientes. Estaba el inconsciente de la lengua, como cada uno sabe desde Saussure. Estaba el inconsciente del psicoanálisis, el inconsciente de la ideología. Está también el inconsciente de la enunciación. La literatura nos obliga a postular un inconsciente del continuo.
Extrañamente, es a la vez para mostrar lo que únicamente la cosa literaria puede hacer, y para mostrar que esta cosa es en nosotros lo ordinario mismo. Pero únicamente la literatura, y, en la literatura como arte del lenguaje, y antes que nada la poesía, cuando ella es el estado naciente de una poesía, es el revelador de lo ordinario. Es su energía, irreductible a todo lo que ella puede decir, irreductible a todo lo que se puede decir de ella. Tan corriente y fuerte como la idea misma de fuerza. Invita al redescubrimiento teórico del verbo hacer.
Poema, no lo que dice, sino lo que hace. A través de lo que se dice. Ritmo, lo que hace, o bien lo que dicen las palabra, o bien otra cosa, y lo contrario mismo de lo que dicen las palabras. La energía en el pensamiento consiste en reconocer la fuerza de lo continuo, en percibir lo imperceptible. Que la fuerza del signo oculta.
Entonces también es un sentido del desafío. De las fuerzas en presencia. Ahí donde comúnmente no se ve más que un estado de los signos. Por ejemplo, hoy, ver y mostrar la inapariencia constatada del conflicto entre los que están del lado de Peirce y los que están del lado de Saussure; o la inapariencia una vez más, como un efecto retraso, de la diferencia radical entre Saussure y el estructuralismo; o la inapariencia de lo que compromete (para mí, definitivamente) a Lacan por su solidaridad con Heidegger y con el estructuralismo, en lugar de fundar el psicoanálisis en Benveniste; o la inapariencia, para muchos, de la carencia en la teoría del lenguaje que compromete a todo un establishment filosófico a través de Ricoeur, en sus contrasentidos sobre un Saussure estructuralizado, y Derrida también siempre vio un Saussure estructuralista. Todo ese mundillo, con su apego a la época, baila el baile del signo. Y ocupa todos los lugares. Como la semiótica generalizada.
Pero en su ajetreo, y su agitación mediática, este mundillo carece de la energía creadora condensada en tres palabras de Benveniste. Manifiestamente, no se las escuchó. Esta sordera es muy sonora. Benveniste anotaba, como al pasar, que las obras de arte, “siempre particulares”, eran una semántica sin semiótica. Eso es la energía. El estilo. Esta energía no es necesariamente salvaje, mucho menos hosca. Puesto que es al contrario la felicidad misma del pensamiento, como se habla de las felicidades de escritura. Hugo, Claudel, Apollinaire tienen muchas felicidades de pensamiento.
Es algo muy diferente, con el nietzschismo en la estetización del pensamiento, porque lo lúdico, que ha ocupado todo el espacio, es un juego con el ergon, pero lo indefinido mismo del juego, que se hace pasar por la energeia, no es la energeia. Porque este juego sólo conoce las palabras, el signo. Imita todos los inconscientes. Es a la vez lo sublime del signo y lo sublime del mimo. Es por eso que, entre los dedos del malabarista, la sophia se convirtió en sofisma. Su juego tiene todos los encantos de la magia, y los poderes del verbalismo. La segunda muerte de Nietzsche. Demasiado saber.
La energeia exige ritmo, exige el sentido del ritmo como sentido de lo desconocido. Es por eso que me parece que hay más sentido, sin medida, en el sentido de lo moderno que en ese arribista, que es lo postmoderno. Aunque ahora esté por todas partes. Por lo cual la reflexión sobre la modernidad sólo puede ser inacabable, lo que exige energía, contra el efecto simplista que cree, a través de lo post, haber hecho que lo moderno pase de moda.
El error de lo postmoderno es su apego a la época, y reemplazar con su dogmatismo los dogmatismos de los modernismos que había expulsado.
Pero si, cuando se hace la ascesis de las relaciones entre ergon y energeia, se deja de confundir la modernidad con la conquista variable de un poder sobre el tiempo, si se reconoce que la modernidad es un desafío del sujeto, entonces la modernidad aparece como la común pero irreductible energía de ser y de seguir estando en el presente, indefinidamente. Mientras que lo postmoderno, que cometió el error de referirse a lo moderno, y a una idea vieja de la modernidad, solo podrá ser de un tiempo determinado, pinchado como una mariposa en la época, como el Modern´Style y el Nouveau Style. Porque ellos tienen un referente.
Así, el lugar sin lugar de la energía es la modernidad. El papel mismo de un pensamiento de la modernidad es el de estar atento a que ese pensamiento sea, a su vez, como Benveniste lo decía de la lengua, el interpretante de la sociedad.