Anarquía Coronada

Enemigo invisible // Iván Horowicz

Terminado el día, avanza la noche y vuelven los aplausos que se escuchan de fondo por la ventana. Veo pasar la vida, transcurrir la crisis, medio paranóico en la cárcel departamento de Nuñez que supimos transformar mi pareja y yo en bunker. Estamos en guerra, nos dicen, contra un enemigo invisible, nos dicen, pero yo estoy en guerra con todos, hasta conmigo mismo hace rato. Todo porque en mi creciente paranoia conspiranóica (no creo que exista la palabra) pretendo asumir una guerra contra el valor, contra el capital. Nuestro molino de viento, nuestro verdadero enemigo invisible. No nos son nuevas las fraseologías, entonces, para nosotros los paranóicos. Llegaste tarde Alberto Fernandez: formo parte de otro ejército, aunque no creo que te importe. Aunque no pretenda en estas líneas que nos reafirmemos en la diferencia de resistir, de ser la voz que clama en el desierto.

Si algo no hace el establishment son preguntas. Siempre se puede integrar los mejores equipos de los últimos 50 años, los gobiernos de científicos, los planteles. Al capital no le importa de dónde viene, sino a donde va. Es más: a veces en esos juegos perversos, los caballeros las prefieren zurdas. Nada más eléctrico para la nariz cocainómana de Fukuyama que un Jorge Asís, procedente de la izquierda virando al menemismo.  Un trayecto a lo Gabriel Levinas, que va del PCR, Antonio Berni y los 70 a Intratables[1]. Hay también jugadores menos rimbombantes. Menos dramáticos pero no por eso menos patéticos.

El para nada recodado ministro, Lino Barañao, que fue ministro de Ciencia y tecnología del kirchnerismo, y fue también integrante del ejecutivo cambiemita hasta la última hora. La propia trayectoria personal de Alberto, la de Massa, la de Carrió, la de Pichetto, etc. Etc. Etc.

Escribo, releo, repito como mantra para esta nota. Si algo no hace el establishment son preguntas, por eso los que pasan a integrarlo dejan de hacérselas. Y es acá en donde de verdad empieza lo que quiero decir. ¿Qué puede preguntarse uno, si se asume establishment?

Es curioso, porque establishment, gobierno, oficialismo, se asumen los que no son establishment. Los que de verdad lo son, ejercen su condición. Es parecido a los niños bien vestidos de caballito que viven en un monoambiente. Caballito es el barrio que pretende, decíamos durante nuestra adolescencia transcurrida en el Nacional 17.

Uno mira extrañado cómo los aguateros de Yupanqui le explican a los “troskos” que nunca jugaron en primera, que nunca gobernaron y entonces no saben. Gente cuya experiencia con el poder y la estatalidad no pasa de hacer la fila para cobrar el progresar, se coloca solita en el lugar de un intendente. Un público en el cine que piensa qué porque le gusta la película, está adentro de la trama. A fin de cuentas, la trampa ciudadana. Democracia representativa, el pueblo gobierna a través de sus representantes, etc. Etc. Etc.

Igualmente, no importa si es trampa o no, porque lo que me interesa es lo que piensa este público del cine que porque le gusta la peli se imagina parte de la trama. Por qué razona como razona, qué ocurre en su cabeza, constituye otra de mis no sanas obsesiones, de las obsesiones de un paranóico encerado en un departamento de Nuñez mirando por el balcón. Me siento parte de ese nosotros. De fondo, la sociedad me resulta sujeto de estudio porque soy un fóbico social. Porque ayer yo me enojaba, mientras mi novia, más inteligente que yo me explicaba que con el horror cada cual hace lo que puede. Basta de yo y de nosotros. Retomemoslos a ellos.

Este público del cine al que intento pensar, asume en ese movimiento, dos cosas que en realidad son la misma. La primera es una asociación indestructible entre el interés del estado y el interés general. Entre su interés individual y el de la casta política. En el interés general en abstracto de la sociedad, a la cual la crisis pareciera borrarle sus contradicciones, no acentuarlas. “Argentina unida” rezan los carteles de fondo de la cadena nacional de Alberto, nuestro supuesto primus inter pares.

La segunda cosa que asume es enterrar su inmensa angustia 10 metros bajo tierra, volverla a colocar en el inframundo, donde pertenece. Maldita crisis que saca a los muertos del placard, que evidencia lo que funcionaba de manera invisible. La angustia va de vuelta al fondo, y es con la subjetividad del estado con la que la logramos sepultar.

Hace unos días Alexandra Kohan decía en una entrevista lo siguiente:

“Lo que creo es que los discursos imperativos y moralizantes sirven para no pensar, para negar lo que está ahí ineluctablemente. Sirven para anestesiarse, ni siquiera para tranquilizarse. Son una especie de narcótico que impide parar y permitirse no saber qué hacer. Quizás tengan audiencia porque para algunos es más fácil obedecer, creyendo que hay alguien garante de las decisiones que se toman; porque esos discursos suponen que existe alguien que sabe, que no se equivoca y que nos está garantizando que no nos vamos a equivocar nosotros”[2].

Es verdad que Alexandra lo pensaba en relación a los discursos imperativos y moralizantes que aplicamos sobre nosotros mismos, pero algo de esto hay en la figura que se construye respecto a Alberto Fernandez, respecto al estado. Un miedo gigante recorre rincones del planeta entero. El pánico está más socializado que nunca, y en este contexto no son pocos los que intentan mirar hacia arriba para encontrar sentidos. Alguien que sabe, que no se equivoca, que cuida de nosotros, papa Alberto.

Papa Alberto, Papa Perón, no es la primera vez que el estado se construye en el imaginario social como padre, y de ahí es que absorbe parte de su fuerza también. Los vivos se visten de los muertos, y se disputan el siglo XX argentino en esa eterna rencilla entre liberales y estatistas. El fantasma de Keynes es convocado en ceremonia por Álvarez Agis[3] y un estado amigo se reconfigura en el imaginario social del miedo.

Pensaba en estas líneas, qué es lo puede preguntarse uno si se asume establishment, y curiosamente siempre tuve la respuesta frente a mis ojos.

Cuando discutía con aquellos amigos que habían elegido estudiar ciencias políticas dentro de la amplia gama de las ciencias sociales, siempre llegaba a la misma conclusión. El estado era para ellos, piso y techo, adentro y afuera. Nada social existía por fuera del estado. El estado es para los politólogos, lo que es la economía en el capitalismo. ¿Por qué es que los politólogos razonan como razonan? Bueno, porque así los forman. Porque las carreras de ciencias políticas tienen como objetivo, vomitarle al estado funcionarios para la ejecución de políticas públicas. Son pocos los politólogos que pueden salir del lenguaje de las políticas públicas, de las clasificaciones, de los sistemas de partido. El fetichismo del estado de derecho y una matriz alfonsinista de nacimiento condenan a la ciencia política a hacer zoología, clasificación (no clarificadora) de la democracia capitalista.

Creo que hoy hay algo de eso, la gente razona como politóloga. Frases preconstruidas como “La cuarentena es una mierda pero si no se hacía esto era peor” o “Imaginate si el ministerio de salud no era ministerio” muestran cómo todo se piensa como si uno mismo fuera el estado. Y esto es así aunque esas frases contengan en mayor o menor medida su cuota de verdad. Cuestionar desde donde se piensa otorga mayor claridad para demostrar cómo se vuelven unidad dogmática el interés colectivo y el interés del estado. Entonces, cuestionar la cuarentena se transforma en cuestionar si su aplicación reduce la curva de contagios.

Es en el pensamiento estatista, combinado con el miedo y la angustia mal sepultada la que nos explica al Frankenstein progrefascista que vive en nuestros amigos y familiares. Si uno se asume el estado, la policía no puede seguir siendo la institución que organiza la trata de personas y el narcotráfico, y tiene  que ser parte de las políticas del cuidado[4]. Aquellos y aquellas que hace tan solo tres años eran un ejército de asesinos represores a sueldo, son hoy nuestros guardianes, nuestros protectores, nuestros cuidadores.

Encontré, pensando a contra pelo, otro problema que uno tiene que dejar de preguntarse cuando se vuelve establishment. O mejor dicho, un hecho tan angustiante, que ya no alcanza con borrar la pregunta, sino que hay que negarlo expresamente. La salud y la economía, en el capitalismo, se encuentran en completa oposición. Digamoslo mejor, el bienestar humano y la lógica del valor son elementos contrapuestos. Están tan contrapuestos, que vamos camino a la destrucción de nuestro planeta y de nuestro bienestar, en beneficio de la producción de valor.

¿Alcanza entonces con, como dijo Alberto, priorizar la salud sobre la economía? No se puede elegir a la salud sobre la economía, porque la economía es en el capitalismo una relación total.  Elegir a la salud sobre la economía, implicaría que a pesar de que nadie trabaje, se le garantice a la sociedad entera toda necesidad básica y todo derecho humano. Es evidente, que no es ese el escenario hacia el cual avanzamos, porque por más enojo del presidente, la lógica del valor despide, y lo que el estado deja a manos del mercado sea por acción o por omisión, implica en los hechos la primacía de la economía sobre la salud. No hace falta ser economista para saber que, si la gente no hace plata, no come. El amplio tejido de los movimientos sociales empieza a no dar abasto a la creciente demanda de comida. Más de 7 millones de personas se anotaron para recibir el ingreso familiar de emergencia. Estirar una cuarentena ante un “enemigo invisible” que lo que muestra es la incapacidad del estado como institución en general, muestra también la incapacidad del estado para garantizar la vida de las personas. Sepultar esta conclusión es sepultar nuestra angustia, pero nuestra angustia tiene la mala costumbre de salir de la tumba.

En la hipótesis optimista que maneja el gobierno, el virus deja unos 250.000 infectados. En la pesimista, 2.2 millones. Casi nada está entonces, en control por parte del estado en este momento.  Dicho de otro modo, el virus lejos está de su control. El enemigo invisible gana una guerra imposible de pelear, si uno ve como la curvatura de infectados crece a nivel mundial. Curvatura que va a seguir creciendo posiblemente durante un año, hasta que se llegue al pico máximo, y recién ahí empiece a bajar. O hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas invente una vacuna que nos salve y nos condene una vez más. El estado entonces, como decíamos, poco controla el virus. Pero sobre lo que aparentemente si tiene control el gobierno argentino, es sobre el imaginario social de un pedazo de la clase media argentina. No es novedad, son los nucleos duros existentes, el macrismo también tiene el suyo, aunque ahora tenga los pies fuera del plato.

Los que pregonan los esfuerzos que exige el gobierno argentino se abroquelan y suben de nivel cuando su centro de mando empieza a incorporar términos militares. Alberto Fernandez hablando de la guerra resulta reflejo deformado de Lenin leyendo a Clausewitz. ¿Qué solvencia tiene ese discurso? La que tiene cualquiera en el medio de una recesión mundial generalizada de la que no hay precedente histórico. Todo lo sólido se desvanece, y la ideología, como de costumbre, está sostenida por un palito de helado.

[1] http://www.plazademayo.com/2012/02/para-quienes-les-interese-una-pequena-bibliografia-mia/

[2] https://www.revistamate.com.ar/2020/03/alexandra-kohan-el-mundo-nos-silencio-a-nosotros-el-mundo-se-detuvo-y-nosotros-quedamos-pedaleando-en-el-aire/

[3] https://www.cenital.com/2020/03/29/como-pagar-la-guerra-contra-el-covid&45;19/64770

[4] https://www.pagina12.com.ar/255797-elogio-a-la-policia-del-cuidado?fbclid=IwAR3Iu5KM3lQBkJq6ioXMA7gxwlXdcXYUzdPrJ1toVDOVYfB__cnnmO9Xi2s

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