En una disco (A Rosario Bléfari) // Arturo Carrera



Rosario, le dije,
algún día voy a escribir un poema que se llame:
«Rosario Bléfari».


«No podía ser otro
el nombre -dijo tranquilamente-,
porque yo sé que en algún lugar-del mundo
Bléfari quiere decir Rosario.»


Bailábamos y hablábamos gritando,
en esa oscuridad nevada, de la disco.
Y al oído, siempre gritando, ella empezó: «Más
que el kabuki, más que el zen


mordedura, torcedura…»


Y siguió: «Hoy en tu charla
el momento fue cuando dijiste
que la poesía es la salvación
…y hablaste de los libros como si hablaras
de juguetes, te la pasaste hablando
de juguetes… «(Y giraba
como un precioso trompo
que volvía hacia mí).


Yo le dije (gritando también): «En un libro de viajes
de Michaux, hay un epígrafe de Lao Tsé
que dice: ‘Gobernad el Imperio
como si friérais un pajarito.'»


Ella se rió y dijo: «lo inventaste vos, boludo,
ya sé,
lo inventaste vos». Y siguió bailando
y repitiendo: «gobernad, gobernad,
el imperio, el imperio de los vestidos,
el de los frufrúes, el de los pliegues y tactos
(se iba y venía
como una vocesita en fading…)


«como si friérais un pajarito…¡qué horror! «


gobernat, intuít -levantó una ceja y siguió cantando.
Y así hago yo…gobernado en la noche,
en el punto más inmóvil de la
ensoñación…


«Yo creo que no me escuchaste; ¿no?;
te pareció estúpido lo poco que me oíste
decir» -dijo, con voz afligida-. Y agregó:
«sí; no me digas que no…»
(Hablábamos otra vez a los gritos pero
ya creíamos susurrar).


Casi no la veía, las manchas de la luz
la atigraban, la unían a los amigos que bailaban también
a nuestro alrededor como animales muy ágiles, muy leves.
No… pájaros… pero sí felinos saltando, y oseznos
jugando y focas en el agua,
muy veloces, muy brillantes y oscuros.
Hasta que nos inundó la luz negra.


Con los ojos de fósforo, los dientes que restallaban,
forzaban el color más diáfano,
nos volvimos más visibles;
y restallaban también, en lo negro,
las formas de la danza
que hasta ese momento era para mí
sólo yo, la luz de mis ojos.


«Más que el amor y la muerte -siguió-,
lo que importa es que ahora únicamente por el ruido
nos escuchamos, me estás escuchando: ¡qué bueno que me
escuchás!
Y no importa, y nunca, nunca más
como ahora, me estarás escuchando ni me vas a escuchar,
¿no?»


(Se reía; se reía como a nadie nunca vi reír;
su risa era de otro mundo,
del oído de otro mundo.)


«Este momento nos unirá,
como a vos y a Chiquita y a Martín y a mí,
un momento de escucharnos nos unió;
un momento en que…(y gritó más):


» ¿me entendés?»


«Sos poeta porque me di cuenta
que podías explicarle a la gente hoy allá
lo que era la poesía; aunque después escribieras
no sé…el poema, la poesía era esa salvación: en un
momento le explicabas amablemente a la gente
que la poesía (aunque no fuera lo cierto)
era lo que tenía explicación.»


Bailó un poquito y repitió: «más que el kabuki,
más que el zen…» Los gritos, y a los gritos
moviéndonos
nos escuchábamos,


Yo sonreí, creo. Ella se acercó: «La poesía para mí
es cuando actúo,
no es la laaaaaa…no;
es mi
salvación.
Como nosotros:
unidos por este ruidoso momentito
que nos escuchamos.»


Ya no había luz negra
pero ahora un arco iris de láser
cortaba en dos nuestros cuerpos:
alrededor de la cintura teníamos
una especie de agua resplandeciente.
Movíamos los brazos en un espacio
tenuemente pintado,
con las piernas bailando al fondo de los siete colores.


Y a cada instante se desplazaba el eje del arco iris plano
de modo que nuestros cuerpos parecían sumergidos en un
mar calmo, sin oleaje, con la masa del agua
que iba balanceando bruscamente el horizonte
como vino en una copa que alzamos.


Dije: «…se despierta de nada, nuestra libertad
cuando tomamos el mundo como el durmiente a sus sentidos;
así nuestros sueños tienen por fin un nombre…»
Y ella vino a decirme bailando y braceando por el mar irisado:
«…no sé qué mascullas pero…te iba a decir que Bléfari
es Rosario allende el arco iris, ¿sí?
Una exigencia mía…, una extorsión…»


Aullidos, temblores, el roce de las manos húmedas y
el aliento ácido,
los ojos relámpago, los ojos tempestad. Y otra vez
la luz negro-violácea en los confines amarillos:
«admiro que hubieras encontrado
una explicación,
y asombraras a la gente
con lo que no tiene explicación.»


«despierta sabe que en sueños temía…»


Oh, única muchachita
en esa multitud que no me habla, ella me habla;
atruena como feroces palomas que alzan vuelo
en la plaza, de un sitio a otro, de un chico a otro
que les arroja comida.


Le invito un sorbo de mi bebida. Bebe apenas y
se lamenta: «¿ Qué haré cuando te haya dicho
todo esto que quería decirte y lo haya dicho, sí,
completamente?
«No te rías, yo quería decírtelo,
estoy un poco borracha,
quería que me escucharas a oscuras…»
«¿Qué voy a hacer cuando amanezca,
cuando todos se vayan?»


Todo lo dice ella como por prescripción,
por mandato; y en ese misterio de las
repeticiones
cuando la duplicación del secreto enardece
la pasión del habla;


cuando la ajena desesperación de mirar es un colmo
en el carcaj de Djuna Barnes: «el mal y el bien
se conocen mutuamente
cuando se muestran cara a cara
su secreto.»


Y ahí bebía, bailaba, me estremecía
con su risa;
y en la oscuridad la música cerraba sus laberintos
de vanas respiraciones,
colores útiles sólo para la desarmonía.


Las muchachas vigías rondaban y
los muchachos zorritos daban en lo alto de lo oscuro
cortos gritos, llamados de vagabundeo.
Y otros zumbaban
soñaban la danza.


Volvió y me preguntó:
«¿ya te cansaste de escucharme…
«pero no chabón, me faltan unos momentos
porque con tu perversión siempre nos estás diciendo que tiene
explicación
la salvación,


«y te mostrás así con los chicos
como el último joven;
como si estuvieras encabalgando
no los versos sino las generaciones…»


Se alejó y fue ametrallando: «…no hay inspiración
hay destino; no hay destino, no hay realidad, hay
deseo; no hay deseo ni pasiones, hay ¡secretos!
Y nuestro secreto es encontrarle una explicación a la
salvación.» (Se reía con una risa que jamás oí,
como risa de las sirenas en el mar de Böcklin.
Como risas de las mujeres esquimales que imitan
las risas de las focas.)


Las luces, el arco iris, la atención,
la sorda electricidad.
La noche que terminaba en la noche de la disco.
La apariencia como una luna
que a otra velocidad
paseara. Con los ojos en la oscuridad rosada
de los bailarines más briosos
contra los más
sonámbulos.


Me encuentra Gaspar Noé y me dice
en esa pequeña luz de la salida,
también negra:


«parecés un negrito»



Arturo Carrera

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.