INTRODUCCIÓN
Este espíritu tiránico, queriendo hacer de obispo y de banquero por todas partes.
George Eliott, Middlemarch: un estudio de la vida en provincias
Tomando por sorpresa incluso a sí mismas, las fuerzas de la derecha dura han llegado al poder en las democracias liberales alrededor del mundo.[1] Cada elección trae un nuevo shock: neonazis en el parlamento alemán, neofascistas en el italiano, el Brexit escoltado por una xenofobia amarillista, el ascenso del nacionalismo blanco en Escandinavia, regímenes autoritarios formándose en Turquía y en Europa del Este, y, por supuesto, Trump y sus secuaces. El odio y la belicosidad racistas, antiislámicos y antisemitas crecen en las calles y en internet, y grupos de extrema derecha recientemente formados han salido a la luz con osadía luego de años de acechar en las sombras. Lxs políticxs y las victorias políticas envalentonan a los movimientos de extrema derecha, que como consecuencia adquieren sofisticación mientras manipuladores políticos y expertos en redes sociales elaboran cuidadosamente el mensaje. Mientras los reclutamientos siguen aumentando, los centristas, los neoliberales mainstream, los liberales y los izquierdistas están atónitos. Las falsas esperanzas, indignadas y moralizantes, de que las fracturas internas o los escándalos de la derecha la llevarán a la autodestrucción son mucho más preponderantes que las estrategias serias para desafiar a esas fuerzas con alternativas convincentes. Hasta tenemos problemas para nombrar lo que está sucediendo: ¿Qué es esto? ¿Autoritarismo, fascismo, populismo de derecha, democracia antiliberal, liberalismo antidemocrático, plutocracia de derecha? ¿O es otra cosa?
El fracaso para predecir, entender, u oponerse efectivamente a estos acontecimientos se debe en parte a supuestos cegadores sobre valores e instituciones occidentales perennes, especialmente el progreso y el Iluminismo y la democracia liberal, y en parte a la extraña aglomeración de elementos de la derecha en ascenso, su curiosa combinación de libertarismo, moralismo, autoritarismo, nacionalismo, odio al Estado, conservadurismo cristiano y racismo. Estas nuevas fuerzas aúnan elementos conocidos del neoliberalismo (desregular el capital, reprimir a lxs trabajadores, demonizar el Estado y lo político, atacar la igualdad, promulgar la libertad) con sus opuestos aparentes (nacionalismo, refuerzo de la moral tradicional, populismo antielitista, y demandas de soluciones estatales a problemas sociales y económicos). Combinan una superioridad moral autopercibida con una conducta casi celebratoriamente amoral e irrespetuosa. Respaldan la autoridad al tiempo que presentan una desinhibición social pública y una agresión sin precedentes. Se enfurecen contra el relativismo, pero también contra la ciencia y la razón, y rechazan consignas y reclamos basados en evidencias, en argumentación racional, en credibilidad y responsabilidad. Desprecian a lxs políticxs y a la política y a la vez evidencian una voluntad de poder y una ambición política feroces. ¿En qué quedamos?
Académicxs y comentaristas no han escatimado esfuerzos por responder a esta pregunta. Una explicación elaborada desde la izquierda, cuyos límites se verán claramente, dice más o menos esto: en el Norte Global, la política económica neoliberal devastó regiones rurales y suburbanas, vaciándolas de trabajos dignos, pensiones, escuelas, servicios, y la infraestructura como gasto social se evaporó y el capital persiguió la mano de obra barata y los paraísos fiscales del Sur Global. Mientras tanto, una brecha cultural y religiosa sin precedentes se estaba abriendo. Lxs habitantes de grandes ciudades, educadxs, modernxs, refinadxs, a la moda, laicos, multiculturales, cosmopolitas estaban construyendo un universo moral y cultural diferente de lxs habitantes del interior, cuyas dificultades económicas fueron sazonadas con un firme y creciente distanciamiento de las costumbres de aquellos que los ignoraban, ridiculizaban o despreciaban. Quebradxs y frustradxs por demás, los habitantes rurales y suburbanos blancos cristianos fueron alienados y humillados, excluidos y desplazados. Entonces el racismo de siempre se incrementó cuando nuevxs migrantes transformaban los barrios suburbanos y cuando las políticas de “equidad e inclusión” parecían, a los ojos de hombres blancos sin educación formal, favorecer a todxs menos a ellos. Así, las agendas políticas “liberales”, las agendas económicas neoliberales, y las agendas culturales cosmopolitas generaron una creciente experiencia de abandono, traición y finalmente rabia de parte de los nuevos desposeídos, las clases trabajadoras y medias del Primer y el Segundo Mundo. Si sus homólogos de color fueron tanto o más perjudicadxs por la aniquilación neoliberal de sus trabajos sindicalizados y los bienes públicos, por la baja de oportunidades de acceso a una educación de calidad, lo que lxs negrxs y latinxs no sufrieron fue la pérdida de su orgullo de pertenencia a Estados Unidos o a Occidente.
Mientras este fenómeno tomaba forma, continúa el relato, los plutócratas conservadores lo manipularon de manera brillante: los desposeídos fueron arrojados bajo el ómnibus económico en cada esquina mientras les tocaban una sinfonía política de los valores de la familia cristiana junto con un panegírico de la blanquitud y de su juventud sacrificada en guerras sin sentido ni fin. Esto es ¿Qué pasa con Kansas?[2]
Combinar patriotismo y militarismo, cristianismo, familia, retórica racista y un capitalismo desenfrenado fue la receta exitosa de los conservadores neoliberales hasta que la crisis del capital financiero en 2008 devastó los ingresos, las jubilaciones, y la propiedad de los hogares de sus bases blancas de clases trabajadoras y medias.[3] Incluso con los economistas balbuceando que se habían equivocado respecto de la desregulación sin freno, la financiación de la deuda y la globalización, un severo desplazamiento era necesario ahora. Esto significó ponerse a gritar sobre ISIS, los migrantes indocumentados, los mitos de las leyes antidiscriminación en Estados Unidos, y por sobre todas las cosas, demonizar al gobierno y al Estado social por la catástrofe económica, pasando astutamente la culpa de Wall Street a Washington porque el gobierno trató de arreglar el desastre rescatando a los bancos y abandonando a la gente. Entonces nació una segunda ola de reacción contra el neoliberalismo, esta vez más desordenada, populista y fea. Ya irritados por una elegante familia negra en la Casa Blanca, los blancos descontentos también estaban alimentados por una firme dieta de comentarios de derecha en Fox News, la radio, y las redes sociales, conjugados desde los márgenes como un potpourri de movimientos previamente aislados –nacionalistas blancos, libertaristas, antigobierno, fascistas– conectados entre sí vía internet.[4] Dada la expandida desilusión con las interminables guerras en Medio Oriente, el patriotismo militarista y los valores familiares ya no eran suficientes. Más bien, el nuevo populismo de derecha dura se nutre directamente de la herida del privilegio destronado que la blanquitud, el cristianismo y la masculinidad garantizaban a aquellos que de otra forma no eran nada ni nadie.
El destronamiento era fácilmente atribuible a migrantes y minorías roba-trabajos, junto con otros beneficiarios imaginarios no merecedores de la inclusión liberal (más indignante aun, aquellos de religiones y razas supuestamente terroristas), cortejados por las élites y globalistas. Esta figura proviene de un pasado mítico en el cual las familias eran felices, completas, y heterosexuales, cuando las mujeres y las minorías raciales se ubicaban en su lugar, cuando los barrios eran ordenados, seguros y homogéneos, cuando la heroína era un problema de los negros y el terrorismo no estaba adentro de la patria, y cuando un cristianismo y una blanquitud hegemónicos constituían la identidad manifiesta, el poder y el orgullo de la nación y del Occidente.[5] Contra las invasiones de otras gentes, ideas, leyes, culturas y religiones, este era el mundo de cuento de hadas que los líderes populistas de derecha prometían proteger y restaurar. Los eslóganes de campaña lo dicen todo: “Make America Great Again” [Que América vuelva a ser grandiosa] (Trump); “Francia para los franceses” (Le Pen y el Frente Nacional); “Take back control” [Volver a tomar el control] (Brexit); “Nuestra cultura, nuestro hogar, nuestra Alemania” (Alternativa para Alemania); “Polonia pura, Polonia blanca” (Partido de la Ley y la Justicia polaco); “Que Suecia siga siendo sueca” (Demócratas Suecos). Estos eslóganes y el espíritu agraviado que expresan conectaban con anterioridad a disparatados grupos racistas marginales, católicos de ultraderecha, cristianos evangélicos y blancos suburbanos meramente frustrados y desclasados respecto de las clases medias y trabajadoras. La creciente siloización del consumo mediático, desde la TV por cable hasta Facebook, fortaleció esas conexiones y amplió la brecha entre la gente del interior y las personas urbanas, cultas, cosmopolitas y de razas mixtas, feministas y aliadxs de la causa LGBT, y atexs. Al mismo tiempo, la imparable disminución neoliberal de la existencia no monetarizada, como por ejemplo ser conocedores y considerades con el mundo, coincidió con la privatización sofocante del acceso a la educación superior para muchxs. Una generación entera desviada de la educación en artes y humanidades se volvió contra ella.
Los acentos en este relato varían. A veces están puestos sobre las políticas neoliberales, a veces en una presunta amalgama de la izquierda con el multiculturalismo y las políticas identitarias, a veces en la importancia creciente y el poder de los evangélicos y cristianos nacionalistas, a veces en el aumento de la vulnerabilidad a las mentiras y las conspiraciones de la población no educada, a veces en la necesidad existencial de horizontes y la inherente falta de atractivo de la cosmovisión globalista para todos menos para las élites, y a veces en el persistente racismo de una antigua clase trabajadora blanca o el nuevo racismo al que se aferran jóvenes blancos sin acceso a la educación formal. Algunxs acentúan el rol de los poderosos think tanks de derecha y del financiamiento político. Otrxs focalizan en los nuevos y viejos “tribalismos” emergentes de la descomposición del Estado-nación o de regiones previamente más homogéneas (racial y religiosamente). Sin embargo, casi todos coinciden en que la intensificación neoliberal de la desigualdad en el Norte Global fue un reguero de pólvora y que las migraciones masivas del Sur al Norte fueron la chispa que prendió el fuego.
Con sus distintas inflexiones, esto se ha convertido en el sentido común de la izquierda desde el terremoto político de noviembre de 2016. Esta narrativa no está mal, pero, como argumentaré, es incompleta. No registra las fuerzas sobredeterminantes de la forma radicalmente antidemocrática de la rebelión, y entonces tiende a alinearla con el fascismo de antaño. No considera el estatuto demonizado de lo social y lo político en la gubernamentalidad neoliberal ni la valorización de la moralidad tradicional y los mercados en su lugar. No reconoce la desintegración de la sociedad y el descrédito del bien público por parte de la razón neoliberal como preparatorios del terreno para los llamados “tribalismos” emergentes como identidades y fuerzas políticas en años recientes. No explica cómo el ataque a la igualdad, combinado con la movilización de valores tradicionales, pudo recalentar y legitimar racismos cocinados a fuego lento por los legados coloniales y esclavistas (lo que Nikhil Singh llama nuestras “guerras internas y externas”), o el nunca evanescente carácter de la superioridad masculina.[6] No registra el nihilismo intensificado que desafía a la verdad y transforma la moral tradicional en armas de batalla política. No identifica cómo los ataques a la democracia constitucional contra la igualdad racial, de género y sexual, contra la educación pública, y contra la esfera pública, civil y no violenta, han sido todos realizados en nombre de la libertad y la moral. No capta cómo la racionalidad neoliberal desorientó radicalmente a la izquierda, al presentar un discurso naturalizador en el cual la justicia social es a la vez trivializada y monstrificada como “corrección política”, o caracterizada como la Kulturkampf (guerra cultural) de la izquierda gramsciana orientada a derrocar la libertad y la moral y asegurada por un estatismo blasfemo.[7]
Este libro aborda estos temas teorizando cómo la racionalidad neoliberal preparó el terreno para la movilización y la legitimación de fuerzas antidemocráticas feroces en la segunda década del siglo XXI. El argumento no es que el neoliberalismo por sí mismo causó la insurgencia de la derecha dura en el Occidente contemporáneo, o que todas las dimensiones del presente, desde las catástrofes que generan grandes flujos de refugiadxs en Europa y Norteamérica hasta la siloización política y la polarización generada por los medios digitales, pueden ser reducidas al neoliberalismo.[8] Más bien, el argumento es que nada queda intacto por un modo neoliberal de la razón y de la valoración y que el ataque neoliberal a la democracia en todas partes ha modulado la ley, la cultura política y la subjetividad política. Para entender las raíces y las energías de la situación actual es necesario ponderar la cultura política neoliberal y la producción de sujeto, no solo las condiciones económicas y los racismos perennes que las engendraron. Significa ponderar el ascenso de formaciones políticas autoritarias del nacionalismo blanco animado por la rabia movilizada por los abandonados económicamente y racialmente resentidos, pero diseñado por más de tres décadas de ataques neoliberales a la democracia, la igualdad y la sociedad. El sufrimiento y el rencor racializado de la clase trabajadora y la clase media blancas, lejos de distinguirse de esos ataques, adquieren voz y se forman a partir de ellos. Estos ataques también son el combustible (aunque no sean ellos mismos la causa) de la ambición nacionalista cristiana de (re)conquistar el Occidente. Ellos también se entretejen con un nihilismo intensificado que se manifiesta en el quiebre de la fe en la verdad, la facticidad y los valores fundacionales.
Para producir estos argumentos, En las ruinas revisa algunos aspectos del pensamiento de aquellos que se juntaron en la Sociedad de Mont Pèlerin en 1947, tomaron el nombre de “neoliberalismo”, y ofrecieron el esquema fundante de lo que Michel Foucault llamaría la dramática “reprogramación del liberalismo” que hoy conocemos como neoliberalismo. De nuevo, no obstante, esto no quiere decir que los intelectuales neoliberales originales –Friedriech Hayek, Milton Friedman y sus medio hermanos, los ordoliberales alemanes– o incluso los encargados de formular políticas neoliberales posteriores hayan apuntado a crear este presente político y económico. Por el contrario, el entusiasmo popular por regímenes autocráticos, nacionalistas, y en algunos casos neofascistas, impulsados por la propagación de mitos y la demagogia, viene tan radicalmente de ideales neoliberales como el estado represor de los regímenes comunistas salen de Marx y otros intelectuales socialistas, incluso cuando, en cada caso respectivamente, una planta deforme creció del suelo fertilizado con esas ideas. Forjado en el crisol del fascismo europeo, el neoliberalismo apuntaba a la inoculación permanente de órdenes liberales de mercado contra el resurgimiento de sentimientos fascistas y poderes totalitarios.[9]
Ávidos por separar la política de los mercados, los neoliberales originarios hubieran detestado por igual al capitalismo clientelar y al poder oligárquico internacional engendrado por las finanzas que maneja los hilos de los Estados hoy en día.[10] Tratando de sacar la política de los mercados y los intereses económicos de la gestión política, ellos hubieran deplorado la manipulación de las políticas públicas por parte de las mayores industrias y sectores capitalistas y habrían odiado, también, la politización de las empresas. Sobre todo, tenían pavor de las movilizaciones políticas de una ciudadanía ignorante arengada y querían que el mercado, la disciplina moral y una democracia de riendas cortas la pacificaran y contuvieran. Se hubieran horrorizado por el fenómeno contemporáneo de líderes a la vez autoritarios e imprudentes subiendo al poder con esta ola. En resumen, mientras que el libro argumentará que la constelación de principios, políticas, prácticas y formas de razón gobernantes que pueden reunirse bajo el signo del neoliberalismo constituyeron el catastrófico presente, esto no fue una deriva intencional del neoliberalismo, sino su creación frankensteiniana. Desentrañar cómo esa creación llegó a existir requiere examinar los inminentes fracasos y oclusiones de los principios y las políticas neoliberales, así como sus mixturas con otros poderes y energías, incluyendo las del racismo, el nihilismo, el fatalismo y el resentimiento.[11]
Si bien este libro no sostiene que el neoliberalismo apuntó a crear la coyuntura actual de principios, políticas, prácticas y formas de racionalidad, tampoco sostiene que los fascismos de los años 30 estén “retornando”, ni que la civilización occidental, otrora en el camino del progreso, esté en un período de regresión.[12] Por el contrario, el libro teoriza sobre la formación actual como algo relativamente nuevo, distinto de los autoritarismos, fascismos, despotismos o tiranías de otros tiempos y espacios, y distinto también de los conservadurismos convencionales o conocidos. Rechaza así el lenguaje que gran parte de la izquierda usa para reprobar a la derecha, así como gran parte del lenguaje que la derecha usa para describirse a sí misma. El libro hace foco en el modo en que las formulaciones neoliberales sobre la libertad animan y legitiman a la derecha dura y cómo la derecha moviliza un discurso de la libertad para sus exclusiones y ataques frecuentemente violentos, para reasegurar la hegemonía blanca, masculina y cristiana, y no solo para construir el poder del capital. También se interesa por cómo esta formulación de la libertad pinta a la izquierda, incluso la izquierda moderada, como tiránica o hasta “fascista” en su interés por la justicia social, y al mismo tiempo la pone como responsable de la desintegración del tejido moral, de las fronteras inseguras y de darles todo regalado a quienes no lo merecen.
El proyecto de En las ruinas… requiere pensar más allá e incluso revisar los argumentos de El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo, mi trabajo previo sobre neoliberalismo y democracia, en el cual mi caracterización de la racionalidad formadora de mundo del neoliberalismo se centraba exclusivamente en su pulsión de reducir a lo económico todas las formas de existencia, desde las instituciones democráticas hasta la subjetividad.[13] También requiere revisar los argumentos de un ensayo anterior, “American Nightmare” [Pesadilla Americana], donde analizaba las racionalidades neoliberal y neoconservadora como distintas en cuanto a sus orígenes y sus características.[14] Ninguno de esos argumentos lograba captar rasgos cruciales de la revolución neoliberal de Thatcher-Reagan, rasgos que tomaron su orientación de aquello que Phillip Mirowski llamó el pensamiento colectivo neoliberal y Daniel Stedman Jones describió como “un tipo de internacional neoliberal”, una red transatlántica de académicos, empresarios, periodistas y activistas.[15] Esta revolución apuntó a liberar los mercados y la moral para gobernar y disciplinar a los individuos mientras maximizaba la libertad, y lo hizo demonizando lo social y la versión democrática de la vida política. La razón neoliberal, especialmente como la formuló Friedrich Hayek, presenta los mercados y la moral como formas singulares de provisión de necesidades humanas que comparten principios ontológicos y dinámicas. Basada en la libertad y generando orden y evolución espontáneos, sus opuestos radicales son cualquier tipo de política social, planeamiento y justicia deliberada y administrada por el Estado.
Que los mercados tienen este rol en el neoliberalismo es un lugar común, no así la moral tradicional, aunque esta última aparece en un lugar destacado en el documento fundacional de la Sociedad de Mont Pèlerin.[16] El rol de la familia en la revolución neoliberal estadounidense es el tema del enriquecedor libro de Melinda Cooper de 2016, Family Values, que revela el reaseguro de las normas patriarcales familiares no como una atracción secundaria sino como algo profundamente incrustado dentro del bienestar neoliberal y la reforma educativa. Cooper examina y relaciona una serie de ámbitos políticos en los cuales la familia tradicional fue explícitamente designada para sustituir múltiples aspectos del Estado social. En su relato, la privatización de mercado de la seguridad social, la salud pública y la educación superior incluía “responsabilizar” a hombres individuales, en vez de al Estado, por los embarazos de adolescentes; a los padres, en vez de al Estado, por los costos de la educación superior, y a las familias, en vez de al Estado, por la provisión de cualquier tipo de cuidados para personas dependientes (niñes, discapacitades, y adultes mayores).[17]
El libro de Cooper es brillante. Sin embargo, solo a través de un retorno a las ideas fundantes neoliberales, y a Hayek en particular, es posible poner de relieve la arquitectura de la razón que articula la moral tradicional con el neoliberalismo y anima las campañas de la derecha de hoy. Estas campañas muestran como ataques contra la libertad y la moral a toda política social que desafíe la reproducción social de las jerarquías de género, raza y sexo, o que modestamente equilibre la polarización de clases. Para Hayek, los mercados y la moral juntos son la base de la libertad, el orden y el desarrollo de la civilización. Ambos son organizados espontáneamente y transmitidos por la tradición, más que por el poder político. La moral tradicional puede hacer de las suyas solo cuando los estados están igualmente restringidos para intervenir en ese dominio, y cuando la expansión de lo que Hayek llama la “esfera personal protegida” otorga a la moralidad más poder, laxitud y legitimidad respecto de lo que las democracias racionales y laicas permiten de otro modo. Sí, más que un proyecto de agrandar la esfera de la competencia y la valoración de mercado (“economización de todo”, como sostuve en El pueblo sin atributos), el neoliberalismo de Hayek es un proyecto moral-político que intenta proteger las jerarquías tradicionales al negar la propia idea de lo social y al restringir radicalmente el alcance del poder político democrático en los Estados-naciones.
El ataque contemporáneo contra la sociedad y la justicia social en nombre de la libertad del mercado y del tradicionalismo moral es entonces una emanación directa de la racionalidad neoliberal, a duras penas limitada a los así llamados “conservadores”. Si la reforma previsional clintoniana es el ejemplo más obvio del “neoliberalismo progresista”, este también perfiló la campaña del matrimonio igualitario, que construyó su defensa del matrimonio de personas del mismo sexo sobre la base doble de la singularidad moral-religiosa del matrimonio y la singularidad económica de las familias para proveer salud, educación, bienestar social y una transmisión intergeneracional de la riqueza. Las fuerzas conservadoras, empero, han apelado directamente a la moral tradicional y a las homilías del libre mercado, metiendo en el paquete el patriotismo, el nativismo y el cristianismo. En Estados Unidos, una mayoría de la Corte Suprema fue cómplice de esas apelaciones con una serie de decisiones que anularon restricciones en la producción y el comercio, haciendo retroceder estatutos antidiscriminatorios y expandiendo el significado y el alcance de la libertad religiosa.[18]
Los textos fundacionales rara vez lo mencionaban, pero la superioridad blanca y masculina fácilmente se plegaba al proyecto de mercados-y-moral neoliberal. Por un lado, los mercados desregulados tienden a reproducir más que a mejorar los poderes y la estratificación históricamente producidos. La división sexual y racial del trabajo están construidas dentro de aquellos: el trabajo doméstico sexualizado no está remunerado, y su versión pobremente subpaga en el mercado (cuidado infantil, limpieza, cuidado de lxs enfermxs, cocina) está desproporcionadamente sostenido por personas migrantes y de color. Profundas desigualdades en la educación pública y privada (desde el jardín de infantes a los posgrados) componen esta estratificación, al igual que la cultura de clase, raza y género estructuran prácticas de contratación, promoción y éxito. Por otro lado, la moral tradicional sirve para rechazar cuestionamientos a las desigualdades, por ejemplo, asegurando la libertad reproductiva de las mujeres o desmantelando iconografía pública celebratoria de un pasado esclavista. La moral tradicional también conecta la preservación del pasado con el patriotismo al presentar al último no solo como amor a la patria, sino como amor a cómo eran las cosas en el pasado; así estigmatiza las objeciones a la injusticia racial y de género como antipatrióticas. De ahí las críticas a la protesta del jugador de fútbol americano Colin Kaepernick contra la brutalidad policial racializada (que consistió en arrodillarse en vez de quedarse de pie cuando sonaba el himno nacional en la previa de un partido) que fue calificado una falta de respeto a las tropas estadounidenses. Kaepernick nunca mencionó a las tropas y nunca dirigió su protesta contra los emprendimientos militares norteamericanos. Sin embargo, algo más que una metonimia conecta el himno nacional, el fútbol americano y los militares, incluso más que un correctivo racista contra los deportistas negros cuyo trabajo es jugar y bailar para los blancos, y no reclamar un asiento en la mesa con ellos. La lógica que presenta su protesta como antipatriótica está organizada por una figura de la nación constituida por tradiciones indemnes a la crítica, incluyendo tradiciones de policiamiento y racismo. Los militares, identificados con la tarea de “defender nuestro estilo de vida”, incluso –o quizás especialmente– cuando libran guerras con apoyo limitado, son el emblema más brillante de esta figura.
El ascenso de las políticas antidemocráticas
Quizá los opositores a la socialdemocracia debieran acogerla por sus efectos conservadores. La socialdemocracia trae a la sociedad en general y al sistema político contribuciones que sirven para suavizar el radicalismo potencial de la democracia política. Todas contribuyen, todas benefician y todas tienen un interés. Al promover la educación pública, la seguridad social y un sistema de salud integral, la socialdemocracia ayuda a mitigar la conflictividad de la riqueza, las razas, las etnias y otras identidades potencialmente explosivas. Promueve una comunalidad de contribuciones y beneficios compartidos que incentiva un gobierno moderado, en vez de una forma enfurecida del gobierno de la mayoría.
Sheldon Wolin, Fugitive Democracy and Other Essays [Democracia fugitiva y otros ensayos]
En las ruinas sostiene que el ascenso de las políticas antidemocráticas fue impulsado a través de ataques contra la sociedad entendida como algo experimentado y organizado en común, y contra la legitimidad y la práctica de la vida política democrática. El capítulo 1 comienza este análisis del proyecto de moral-y-mercado del neoliberalismo examinando la crítica del neoliberalismo a la sociedad y su objetivo de desmantelarla. El capítulo 2 explora el ataque contra la democracia entendida como soberanía popular y poder político compartido. El capítulo 3 delinea el proyecto neoliberal de expandir el alcance de la moral tradicional más allá de las esferas de la familia y el culto privado a la vida pública y comercial. En Estados Unidos, la Corte Suprema ha sido una poderosa cómplice de esta expansión, y el capítulo 4 analiza dos de los fallos recientes de la Corte en esta línea. El capítulo 5 explora la imbricación del proyecto neoliberal de mercado-y-moral con el nihilismo, el fatalismo y la supremacía blanca herida. También desarrolla un leitmotiv que atraviesa los otros: como ya he señalado, el neoliberalismo produce efectos muy diferentes de aquellos imaginados y buscados por sus arquitectos. Las razones para esto son muchas. Hay, de hecho, una especie de retorno de lo reprimido en la razón neoliberal –una feroz erupción de las fuerzas políticas y sociales a las cuales los neoliberales se opusieron, subestimaron, y a la vez deformaron con su proyecto desdemocratizador. Lo que esto significa es que en realidad el neoliberalismo existente ahora presenta lo que Sheldon Wolin caracteriza como una forma “enfurecida” de gobierno de mayoría (muchas veces definido como “populismo” por especialistas) emergiendo de la sociedad que los neoliberales intentaron desintegrar, pero no lograron derrotar, y así la dejaron sin normas cívicas comunes ni compromisos. Hay, en segundo lugar, una suelta accidental del sector financiero y de los modos en que la financierización socavó profundamente el sueño neoliberal de un orden global competitivo levemente orientado por instituciones supranacionales, por un lado, y facilitado por Estados completamente autónomos de intereses económicos y de manipulación, por el otro.[19] En tercer lugar, están los modos en que los mercados y la moral así retorcidos se sometieron mutuamente a la gramática y al espíritu del otro; es decir, que la moralidad se mercantilizaba y los mercados se moralizaban. A través de este proceso, ambos se volvieron politizados como creencias en pugna, perdiendo de esta manera su carácter y su modo “orgánico y espontáneo” de organizar conductas por los cuales Hayek y sus colegas los valoraban. Finalmente, el neoliberalismo intensificó el nihilismo, el fatalismo y el resentimiento rencoroso ya presentes en la cultura moderna tardía. Juntos, estos desarrollos y efectos generaron algo radicalmente diferente de la utopía neoliberal de un orden igualitario liberal en el cual los individuos y las familias serían políticamente pacificados por los mercados y la moral y estarían delimitados por un Estado autónomo y con autoridad, pero despolitizado. En vez de eso, el neoliberalismo produjo el monstruo del que sus fundadores hubieran abominado.
¿Neoliberalismo? ¿Qué?
Yo debería concluir esta introducción con una breve consideración sobre cómo el término “neoliberalismo” es empleado en este trabajo. El neoliberalismo no trae una definición instalada, y ahora existe una sustancial literatura académica que argumenta sobre sus características constitutivas. Algunes poques han llegado a sugerir que su carácter amorfo, proteico y cuestionado presenta dudas sobre su propia existencia.[20] Pero, como es el caso de otras formaciones que cambiaron el mundo –incluyendo el capitalismo, el socialismo, el liberalismo, el feudalismo, el cristianismo, el Islam y el fascismo–, un permanente cuestionamiento intelectual de sus principios, elementos, unidad, lógica y dinámica subyacentes no invalida su poder hacedor de mundo. El neoliberalismo –las ideas, las instituciones, las políticas, la racionalidad política– junto con su vástago, la financierización, parece haber moldeado la historia reciente del mundo tan profundamente como cualquier fenómeno identificable en el mismo período, aunque los académicos continúen debatiendo precisamente qué son ambos.
El término “neoliberalismo” fue acuñado en el Coloquio Walter Lippmann de 1938, un encuentro de académicos que sentaron las bases intelectuales de lo que tomaría forma como la Sociedad de Mont Pèlerin una década más tarde. El neoliberalismo es comúnmente asociado con un paquete de medidas de privatización de la propiedad y los servicios públicos, que reduce radicalmente el Estado social, controla el trabajo, desregula el capital, y produce un clima de impuestos-y-tarifas amigable para los inversores extranjeros. Estas fueron precisamente las políticas impuestas en Chile por Augusto Pinochet y sus asesores, los “Chicago boys”, en 1973 y poco después aplicadas en otras partes del Sur Global, muchas veces impuestas por el Fondo Monetario Internacional como mandatos de “ajustes estructurales” ligados a préstamos y reestructuración de deuda.[21] Lo que comenzó en el hemisferio sur pronto desbordó hacia el norte, aunque los poderes ejecutivos de esas revoluciones fueran bastante diferentes. Para el final de la década de 1970, aprovechando una crisis de rentabilidad y estanflación, los programas neoliberales fueron amasados por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, de nuevo centrados en la desregulación del capital, quebrando la organización de lxs trabajadores, privatizando bienes y servicios públicos, reduciendo la tasa impositiva progresista, y achicando el Estado social. Las medidas rápidamente se expandieron por Europa Occidental, y el quiebre del bloque soviético a finales de los 80 significó que gran parte de Europa del Este transicionara de un estado comunista al capitalismo neoliberal en menos de media década.
El relato anterior, ajustado a una aproximación neomarxista, formula el neoliberalismo como un ataque oportunista por parte de capitalistas y sus lacayos políticos contra los Estados de bienestar keynesianos, las socialdemocracias y el socialismo de Estado. En Globalists: The End Of Empire and the Birth of Neoliberalism [Globalistas: el fin del imperio y el nacimiento del neoliberalismo], Quinn Slobodian le agrega sofisticación a esta imagen al enfatizar la medida en que el neoliberalismo era concebido intelectualmente y revelado prácticamente como un proyecto global, en el que la soberanía económica del Estado-nación sería suplantada por las reglas y acuerdos arreglados por instituciones supranacionales como la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.[22] En el relato de Slobodian, el neoliberalismo intentó simultáneamente desmantelar las barreras para el flujo de capitales (y por ende para la acumulación de capital) puestas por los Estados-naciones y neutralizar las demandas de redistribución del recientemente descolonizado Sur, como las encarnadas en el Nuevo Orden Económico Internacional. La interpretación de Slobodian también subraya en qué medida la revolución neoliberal fue diseñada para sofocar las expectativas de la clase trabajadora tanto en el mundo desarrollado como en las regiones poscoloniales en vías de desarrollo, al producir una carrera mundial hacia abajo. Dicho de otra manera, liberar el capital para que salga a la caza de trabajo barato, recursos y paraísos fiscales alrededor del mundo, inevitablemente generó estándares de vida más bajos para las poblaciones de clase trabajadora y clase media en el Norte Global, y continuó la explotación y limitó la soberanía, provocando a la vez un desarrollo (desigual) en el Sur Global. [23]
En contraste con la interpretación neomarxista, al conceptualizar el neoliberalismo como una “reprogramación del liberalismo”, Michel Foucault ofrece una caracterización sustancialmente diferente del neoliberalismo –su significado, sus objetivos y su propósito–. En sus clases en el Collège de France de 1978-79, Foucault enfatiza en el significado del neoliberalismo como una racionalidad política nueva, cuyos alcances e implicaciones van mucho más allá de las políticas económicas y del empoderamiento del capital.[24] Más bien, en esta racionalidad, los principios de mercado se convirtieron en principios gobernantes aplicados por y al Estado, pero también circulando a través de instituciones y entidades en toda la sociedad: escuelas, lugares de trabajo, clínicas, etc. Estos principios se volvieron principios saturadores de realidad gobernando todas las esferas de la existencia y reorientando al propio homo oeconomicus, transformándolo de un sujeto de intercambio y satisfacción de necesidades (liberalismo clásico) en un sujeto de competición y ampliación de capital humano (neoliberalismo). Al mismo tiempo, según Foucault, los neoliberales formularon los mercados competitivos como si necesitaran apoyo político, y de ahí una forma nueva de lo que Foucault llama “gubernamentalización” del Estado. En la nueva racionalidad gubernamental, por un lado, todo gobierno es para los mercados y está orientado por los principios de mercado, y por otro lado, los mercados deben ser construidos, facilitados, equipados y ocasionalmente rescatados por instituciones políticas. Los mercados competitivos son buenos, pero no exactamente naturales o autosuficientes. Para Foucault, estos dos factores de la racionalidad neoliberal –la elaboración de los principios de mercado como principios gobernantes ubicuos y el propio gobernar como reformateado para servir a los mercados– están entre aquellos que separan la racionalidad neoliberal del liberalismo económico clásico, y no solo de la democracia social o keynesiana. Ellos constituyen la “reprogramación de la gubernamentalidad liberal” que podría arraigarse o se arraigaría en todas partes, empresarializando al sujeto, convirtiendo el trabajo en capital humano, y reposicionando y reorganizando el Estado. Para les foucaultianes, entonces, más importante que la nueva versión del capitalismo por parte del neoliberalismo, es la alteración radical de los valores, coordenadas y principios de realidad que gobiernan, o “conducen la conducta”, en órdenes liberales.[25]
Este libro se nutre de las aproximaciones neomarxistas y foucaultianas al neoliberalismo, y también las expande para rectificar su mutua omisión del lado moral del proyecto neoliberal. No las toma como opuestas o como reductibles a explicaciones materiales versus ideacionales del poder y del cambio histórico, sino que las utiliza como análisis de dimensiones diferentes de las transformaciones neoliberales que tienen lugar en el mundo en las últimas cuatro décadas. La aproximación neomarxista tiende a enfocar en instituciones, políticas, relaciones económicas y efectos a la vez que soslaya los efectos de amplio alcance del neoliberalismo como una forma de gobernar la razón política y la producción de sujeto. La aproximación foucaultiana enfatiza en los principios orientadores, orquestadores y vinculantes del Estado, la sociedad y los sujetos y, sobre todo, en el nuevo registro de valor y valores del neoliberalismo, pero tampoco presta atención a los nuevos poderes espectaculares del capital global que el neoliberalismo proclama y construye. La primera presenta al neoliberalismo abriendo paso a un nuevo capítulo del capitalismo y generando nuevas fuerzas, contradicciones y crisis. La segunda revela a los gobiernos, sujetos y subjetividades transformados por la nueva versión de la razón liberal relanzada por el neoliberalismo; ve al neoliberalismo revelando la medida en que el capitalismo no es singular y no funciona según su propia lógica, sino siempre organizado por formas de la racionalidad política. Ambas aproximaciones contribuyen para entender las características del neoliberalismo actual y de la coyuntura presente. Dicho esto, este libro se ocupa principalmente de incluir su ataque polifacético a la democracia y su activación de la moralidad tradicional en lugar de la justicia social legislada.
[1] Sentimientos nativistas y xenófobos, racistas, homofóbicos, sexistas, antisemitas, islamofóbicos pero también cristianos antilaicistas han adquirido un arraigo político y una legitimidad inimaginables una década atrás. Políticos oportunistas se suben a esta ola mientras que conservadores más principistas intentan sumergirse en ella; las agendas políticas de ambos por lo general se dirigen más hacia la plutocracia que hacia las pasiones furiosas de las bases demandando la criminalización de migrantes, del aborto y de la homosexualidad, la preservación de monumentos de un pasado esclavista y que las naciones se vuelvan a dedicar a la blanquitud y al cristianismo.
[2] Thomas Frank, ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos. Madrid, Ediciones Acuarela, 2009.
[3] Muchos expertos atentos toman el coletazo de la crisis de 2008 como la causa que precipitó el giro a la derecha dura. Ver, entre otros, Yanis Varoufakis, “Our New International Movement Will Fight Rising Fascism and Globalists” [Nuestro nuevo movimiento internacional luchará contra el fascismo en ascenso y los globalistas] en The Guardian, 13 de septiembre de 2018 https://www.theguardian.com/commentisfree/ng-interactive/2018/sep/13/our-new-international-movement-will-fight-rising-fascism-and-globalists; y David Leonhardt, “We’re Measuring the Economy All Wrong: The Official Statistics Say That the Financial Crisis is Behind Us. It’s Not” [Estamos midiendo mal la economía: las estadísticas oficiales dicen que la crisis ya pasó, pero no], en New York Times, 14 de septiembre de 2018 https://www.nytimes.com/2018/09/14/opinion/columnists/great-recession-economy-gdp.html; Manuel Funke et al, “The Financial Crisis is Still Empowering Far-Right Populists: Why the Effects Haven’t Faded” [La crisis financiera sigue empoderando a los populistas de derecha: por qué los efectos no se han disipado], en Foreign Affairs, septiembre 2018, https://www.foreignaffairs.com/articles/2018-09-13/financial-crisis-still-empowering-far-right-populists; Philip Stevens, “Populism is the True Legacy of the Global Financial Crisis” [El populismo es el verdadero legado de la crisis global financiera], Financial Times, 29 de agosto de 2018, disponible en https://www.ft.com/content/687c0184-aaa6-11e8-94bd-cba20d67390c; Khatya Chhor, “Income Inequality, Financial Crisis, and the Rise of Europe’s Far Right” [La desigualdad de los ingresos, crisis financiera y el ascenso de la extrema derecha en Europa], France 24, 20 de noviembre de 2018, https://www.france24.com/en/20181116-income-inequality-financial-crisis-economic-uncertainty-rise-far-right-europe-austerity (fecha de último acceso: 10 de junio de 2020).
[4] David Neiwert, Alt-America: The Rise of the Radical Right in the Age of Trump [Alt-América: el ascenso de la derecha radical en la era de Trump], New York, Verso, 2017.
[5] Cfr. James Kirchik, The End of Europe: Dictators, Demagogues, and the Coming Dark Age [El fin de Europa: dictadores, demagogos y el advenimiento de una nueva era de oscuridad], (New Haven, CT, Yale University Press, 2017); Douglas Murray, The Strange Death of Europe [La extraña muerte de Europa], (Londres, Bloomsbury Continuum, 2017); y Walter Laqueur, After the Fall: The End of the European Dream and the Decline of a Continent [Después de la caída: el fin del sueño europeo y el declive de un continente], (New York, Thomas Dunne Books, 2011).
[6] Nikhil Singh, Race and America’s Long War [La raza y la guerra larga de Estados Unidos], Oakland, University of California Press, 2017.
[7] Ver, por ejemplo, Jonah Goldberg, Liberal Fascism [El fascismo liberal], New York, Doubleday, 2007, pp. 361-67.
[8] Los últimos desarrollos que ayudaron a hacer crecer y animar lo que previamente era una formación marginal en Estados Unidos y en Europa incluyen la secuela del colapso del capital financiero; el ascenso de medios de comunicación altamente sectorizados y siloizados, incluyendo redes sociales; distintas crisis económicas y políticas, desde la guerra civil siria hasta las guerras de maras en Guatemala, generando un aluvión de refugiadxs y migrantes a Europa y a Norteamérica; ISIS y otras organizaciones del terrorismo islámico; los dos mandatos presidenciales de un afroamericano en Estados Unidos; la promulgación izquierdista de la justicia y la ciudadanía multicultural; el declive de la calidad de la educación pública y el acceso a la universidad para las clases trabajadoras y medias; y, sobre todo, el desarrollo de internet. La globalización neoliberal es también responsable de gran parte del descontento de las clases medias y trabajadoras blancas del Norte Global, cuyas fortunas y futuros se derrumbaron mientras el capital industrial buscaba mano de obra barata en el Sur Global, y el capital financiero transformaba la necesidad humana de albergue y las jubilaciones en una fuente de enormes ganancias por la especulación, y la idea de los impuestos para sustentar la civilización se volvió anacrónica.
[9] Algunos de los ordoliberales estuvieron cerca de apoyar el fascismo, y para ninguno de ellos el establecer mediaciones entre los mercados y la política fue su único objetivo. Ver Quinn Slobodian, Globalists: The Birth of Neoliberalism and the End of Empire [Globalistas: el nacimiento del neoliberalismo y el fin del imperio], (Cambridge, MA, Harvard University Press, 2018), que ofrece una explicación convincente del orden mundial que ellos querían construir. Además, mientras yo cito la fecha convencional del origen del neoliberalismo, comenzando en el encuentro de 1947 de la Sociedad de Mont Pèlerin, William Callison esboza un argumento convincente para rastrear sus orígenes en el período de entreguerras. Ver William Callison, “Political Deficits: The Dawn of Neoliberal Racionality and the Eclipse of Critical Theory” [Déficits políticos: el alba de la racionalidad neoliberal y el eclipse de la teoría crítica”], (Tesis doctoral, Universidad de California, Berkeley, 2019).
[10] Ver Thomas Biebricher, “The Biopolitics of Ordoliberalism” [La biopolítica del ordoliberalismo], Foucault Studies, no. 12, october 2011, pp. 171-91; Claus Offe, Europe Entrapped [Europa acorralada], (Cambridge, Polity, 2015); Wolfgang Streeck, Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism [Ganando tiempo: la crisis demorada del capitalismo democrático], (New York, Verso, 2014); and Yanis Varoufakis, And the Weak Suffer What They Must: Europe’s Crisis and America’s Economic Future [Y a los débiles les toca sufrir. La crisis de Europa y el futuro económico de Estados Unidos], (New York, Nation Books, 2016) para explicaciones sobre cómo y por qué los bancos y las instituciones financieras socavan cada vez más la autonomía política a la hora de tomar decisiones. Brian Judge está terminando “The Financialization of Liberalism” [La financierización del liberalismo], una tesis en el Departamento de Ciencias Políticas de la UC Berkeley que examina los mecanismos de este socavamiento en operaciones gubernamentales subnacionales.
[11] Muchxs estudiosxs de la economía política han analizado críticamente las contradicciones económicas y las limitaciones de la economía neoliberal. También William Callison en “Déficits políticos” ofrece una atenta genealogía y una explicación analítica de los puntos ciegos internos del neoliberalismo respecto de “lo político”. Thomas Biebricher ha escrito sobre las contradicciones y aporías respecto de la neutralidad política y la soberanía en Biebricher, “Sovereignty, Norms and Exception in Neoliberalism” [Soberanía, normas y excepción en el neoliberalismo], en Qui Parle 23, no. 1, 2014, 77-107.
[12] See Rahel Jaeggi, Fortschritt Und Regression [Progreso y regresión], Berlín, Suhrkamp, 2018.
[13] Wendy Brown, El pueblo sin atributos. La secreta revolución del neoliberalismo. Traducción de Víctor Altamirano. Malpaso, 2018. (Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution. New York, Zone Books, 2015).
[14] Wendy Brown, “American Nightmare: Neoliberalism, Neoconservatism and De-Democratization” [Pesadilla americana: neoliberalismo, neoconservadurismo y desdemocratización], en Political Theory 34, no. 6, diciembre 2006, pp. 690-714.
[15] Ver Philip Mirowski, “Neoliberalism: The Political Movement That Dared Not Speak Its Name” [Neoliberalismo: el movimiento político que no osa decir su nombre], en American Affairs 2, no. 1, Primavera 2018, https://americanaffairsjournal.org/2018/02/neoliberalism-movement-dare-not-speak-name/; y Mirowski, “This Is Water (or Is It Neoliberalism?)” [¿Es agua o neoliberalismo?], Institute for New Economic Thinking, 15 de mayo, 2016, https://www.ineteconomics.org/perspectives/blog/this-is-water-or-is-it-neoliberalism. Mirowski elige la denominación “Pensamiento colectivo neoliberal” para captar en qué medida las ideas centrales del neoliberalismo no eran las de una persona o incluso las de un tiempo. Por el contrario, la Sociedad de Mont Pèlerin en sí misma se componía de un elenco modestamente diverso y cambiante y fue afinando sus ideas con el tiempo. Aquellos que eran marginales en un momento se volvían centrales en otro, y las diferentes escuelas de las cuales la sociedad estaba compuesta nunca lograron una unidad intelectual incluso cuando compartían y desarrollaban un proyecto común político, económico y moral.
[16] En la “Declaración de principios” de 1947 de la Sociedad de Mont Pèlerin, el primer tema de la lista que requería mayor estudio era “el análisis y la exploración de la naturaleza de la crisis presente como para acercar a otros sus orígenes morales y económicos” (la cursiva es mía). La declaración también identificaba “una visión de la historia que niega todo estándar moral absoluto”, como si estuviera entre los peligros contra “los valores centrales de la civilización” y la libertad. Disponible: www.montpelerin.org/statement-of-aims.
[17] Melinda Cooper, Family Values: Between Neoliberalism and the New Social Conservatism [Valores familiares: entre el neoliberalismo y el nuevo conservadurismo social], New York, Zone Books, 2017.
[18] Mientras que esos desafíos derivan de varios elementos de la Constitución de Estados Unidos, ninguno ha sido más importante que las libertades exprimidas de la Primera Enmienda. Este es el tema de los capítulos 3 y 4.
[19] Ver Wolfgang Streeck, Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism [Ganando tiempo: la crisis demorada del capitalismo democrático] (Londres, Verso, 2014), especialmente los capítulos 2 y 3; Claus Offe, Europe Entrapped [Europa acorralada], (Cambridge, Polity, 2015); y Greta R. Krippner, Capitalizing on Crisis: The Political Origins of the Rise of Finance [Capitalizando la crisis: el origen político del ascenso de las finanzas], (Cambridge, Harvard University Press, 2011), y también la crítica a Krippner de Brian Judge en su tesis. Con la financierización, los Estados e incluso las instituciones supranacionales no solo están subordinados a los poderes y vicisitudes de los mercados financieros, sino que la producción de sujeto y subjetividad también cambia: el riesgo, el crédito y la especulación, más que la conducta productiva o empresarial disciplinada, moldean no solo la vida económica sino también la vida política. Ver Michel Feher, Rated Agency: Investee Politics in a Speculative Age [Agencia calificada: la política investida en una era especulativa], Nueva York, Zone Books, 2018.
[20] El argumento de que el significado inestable del neoliberalismo pone en duda su existencia es tan raro como sostener que significados cuestionados del capitalismo, del liberalismo, o del cristianismo implican que estos no existen. George Monbiot también ha señalado que la negación de su existencia es una bendición para su poder. Ver Monbiot, “Neoliberalism: The ideology at the Root of All Our Problems” [Neoliberalismo: la ideología en la raíz de todos nuestros problemas], en The Guardian, 15 de abril, 2016, https://www.theguardian.com/books/2016/apr/15/neoliberalism-ideology-problem-george-monbiot. En una línea similar, ver Mirowski, “This is Water (or Is It Neoliberalism?)” [¿Esto es agua? (¿o es neoliberalismo?)]; y Mirowski, “The Political Movement That Dared Not Speak Its Own Name” [El movimiento que no osaba decir su propio nombre]. Ver también la introducción a William Callison y Zachar Manfredi, Mutant Neoliberalism: Market Rule and Political Rupture [Neoliberalismo mutante: gobierno del mercado y ruptura política], Nueva York, Fordham University Press, 2019.
[21] Ver Juan Gabriel Valdés, Pinochet’s Economists: The Chicago School of Economics in Chile (Cambridge, Cambridge University Press, 2008). La Escuela de Chicago: operación Chile, Buenos Aires, Eds. Grupo Zeta, 1989.
[22] Slobodian, Globalists, ver especialmente la introducción y el capítulo 1.
[23] Guido Brera y Edoardo Nesi, Everything Is Broken Up and Dances: The Crushing of the Middle Class [Todo se rompe y baila: la demolición de la clase media] (New York, Other Press, 2018) es una explicación brillante, lírica y conmovedora de este proceso.
[24] Michel Foucault, Nacimiento de la biopolítica. Curso en el Collège de France (1978-1979), ed. Michel Sennelart, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.
[25] Ejemplos de esto se incluyen en mi trabajo previo, El pueblo sin atributos (op. cit.); Michel Feher Rated Agency: Investee Politics in a Speculative Age (op. cit), y Pierre Dardot y Christian Laval, The New Way of the World: On Neoliberal Society [El nuevo modo del mundo: sobre la sociedad neoliberal] (Londres, Verso, 2014).