En Gaza, nos vemos obligados a elegir entre una muerte rápida o una lenta // Ismael

[Este texto se publicó el pasado 12 de mayo en +972 Magazine. Dos días antes Israel había comenzado a bombardear la franja de Gaza, unos de los lugares con mayor densidad de población del planeta. ].

Déjame que te explique lo que quiero que entiendas: aquí ya estamos sangrando. Sangrando en silencio, constantemente. Independientemente de esta guerra o la otra

El lunes 10 de mayo, a eso de las 10 de la noche, me acerqué al café de un amigo con cierta indecisión. Se trata de una pequeña tienda que ofrece algunos comestibles y que tiene 30 ordenadores disponibles para los usuarios. En varios de ellos había niños jugando a un videojuego de disparos. Yo fui porque quería comprar letras adhesivas para mi teclado. Por lo general, el lugar está siempre lleno durante el Ramadán, y más después del iftar, que es la comida nocturna que rompe el ayuno diario. Ese día no era distinto y había bastantes niños. 

Otro amigo estaba arreglando la conexión a internet, que se había caído, y decidí ponerme a escuchar una conversación ajena que dos niños de primaria estaban teniendo. Sus miradas estaban fijas en las pantallas del ordenador y jugaban al videojuego cuando uno le dijo al otro, en broma: “No te preocupes, Israel nos despertará a todos antes del suhur (la comida antes de que comience el ayuno)”, en referencia a las bombas que Israel lanza desde hace días. Su amigo respondió, con cierto cinismo: “El Ramadán casi ha terminado, creo que lo que quieren es mandar sus bendiciones antes del aíd (la celebración del fin del Ramadán)”. Y luego siguieron mirando fijamente sus pantallas y jugando. 

Una media hora más tarde, un hombre entró en la cafetería, con la cara hinchada por la rabia. Comenzó a gritarle a su hijo, uno de los chicos de la conversación anterior: “¡Vete a casa ahora mismo! ¿Cómo puedes estar jugando a tu jueguecito cuando la situación es tan peligrosa?”. Mi amigo, el dueño, intentó calmar la cosa, pero el padre (se podía apreciar el miedo en sus ojos) le insultó: “¿Y tú qué tienes en la cabeza, abriendo la tienda en estos momentos? Y para niños, nada más y nada menos. Tienes cero compasión”. La contestación del dueño fue: “Tengo compasión por mi familia. Tengo tres hijos que alimentar y tengo que vivir de algo. Este lugar es mi única fuente de ingresos. Si cierro, nos morimos. ¿Qué quieres que haga?”.

Mi hermano y su mujer, que viven en el extranjero, nos llaman cada cinco minutos para saber si seguimos bien. Todo lo que pueden hacer es rezar

Siguieron discutiendo durante un rato mientras el bombardeo seguía tronando fuera. Este diálogo cuenta una historia más profunda sobre la actual realidad de Gaza, y los dos tipos de muerte que existen: la inmediata y la lenta.

La situación está empeorando y quizá se encamine hacia una operación militar sin cuartel que no le interesa a nadie. Ya en casa, las notificaciones seguían llegando y el estruendo de las explosiones no parecía tener fin. Las noticias informaron de 25 víctimas hasta ese momento, la mayoría civiles, entre las que había nueve niños. ¿Quién puede beneficiarse de eso? Nadie. 

Como si no bastara con la lenta y silenciosa guerra que Israel lleva años librando contra Gaza. Así es, una guerra lenta: o qué es el actual bloqueo aéreo, marítimo y terrestre de Gaza, y la apropiación constante de tierras por parte de los colonos, un dunam tras otro (una unidad de superficie que equivale a la cantidad de tierra que un hombre podía arar en un día), en Cisjordania y en Jerusalén. 

Los palestinos de Gaza llevan semanas protestando furiosos por la inminente expulsión de algunas familias del barrio Sheij Jarrah de Jerusalén. Todo el mundo está hablando de eso y están indignados. No sé si sois conscientes, israelíes, de lo importante que es Jerusalén para los habitantes de Gaza y para todos los palestinos. No se trata solo de una conexión religiosa. Los palestinos ven Jerusalén como un elemento inseparable de su identidad nacional y de su historia. En los últimos días, los palestinos de Gaza han salido a las calles para entonar cánticos, protestar y quemar neumáticos con la intención de mostrar su profunda rabia por lo que está sucediendo en Jerusalén y en Sheij Jarrah.

Hace algunos días, durante una de las manifestaciones, me puse a hablar con una amiga, Alaf. Es una chica de 19 años que estudia inglés en la universidad de aquí. “Jerusalén es importante para mí”, me dijo, “es el único lugar con el que siento una conexión auténtica y un verdadero sentido de pertenencia como ciudadana palestina”. 

“Pero Israel no me deja visitar Jerusalén”, siguió contándome Alaf. “De hecho, nunca he salido de Gaza y nunca he estado en Jaffa, la ciudad de la que expulsaron a mi familia y donde desearía vivir. Y, aun así, a pesar de todas estas dificultades, y quizá a causa de ellas, siento una gran conexión con Jerusalén”. 

¿Y ahora qué? 

No podía parar de pensar en lo que Alaf me había contado. Para ser totalmente sincero, no me queda del todo clara esa conexión tan fuerte con Jerusalén. No consigo entenderla del todo, pero soy consciente de que es muy profunda. Durante estas últimas semanas, mientras observaba a las fuerzas israelíes en Jerusalén, las familias en Sheij Jarrah, las palizas, las granadas aturdidoras y los disparos reales, sentí verdadera impotencia. Como si hubieran disparado a uno de mis padres enfrente de mí. 

Pero eso es una sensación. Al fin y al cabo, nosotros los palestinos estamos fragmentados. Estamos repartidos por todo el mundo y la ocupación es el motivo de que exista esa división y de nuestro exilio permanente. Nuestro pueblo también está dividido en el terreno político, ideológico y religioso, pero cuando se trata de Jerusalén, estamos todos de acuerdo. En una realidad de segregación absoluta entre diferentes comunidades palestinas, esta ciudad es el único fragmento de unidad que nos queda. Eso mismo, también, es lo que alimenta la rabia de Gaza contra lo que está sucediendo en Sheij Jarrah, en la Puerta de Damasco y en la mezquita de Al-Aqsa.

De regreso en casa me pongo a pensar: ¿Y ahora qué pasará? No parece que la cosa vaya a terminar bien. Todo el mundo está rabioso, y los palestinos de Gaza están sufriendo una situación que nadie desearía para sí mismo. Créeme que ninguno de los habitantes de aquí desea que se produzca una guerra. Una guerra en la que Israel demostrará su inmenso poderío militar, alardeará de poder y miles de personas resultarán heridas. No echo de menos en absoluto ver en nuestras calles escenas de horror y derramamientos de sangre. Nadie quiere ver eso. 

Pero déjame que te explique lo que quiero que entiendas: aquí ya estamos sangrando. Sangrando en silencio, constantemente. Independientemente de esta guerra o la otra. ¿Y qué es lo que está haciendo Israel? ¿Por qué tengo yo, por qué tenemos nosotros, que elegir entre una muerte rápida durante un período de guerra o una muerte lenta bajo una situación de bloqueo?

Muchos de mis amigos de Gaza se preguntan si no “sería mejor morir que seguir viviendo de esta manera, totalmente asfixiados, ¿qué tenemos que perder?” Y aunque lo entiendo, no estoy para nada de acuerdo. Sí que hay algo que podemos perder: nuestros padres, nuestros seres queridos y hasta nosotros mismos. Podríamos perderlos a todos en estos ataques. 

Y los israelíes también tienen algo que perder. Frente a las cámaras, frente al mundo, he escuchado decir a algunos representantes del gobierno israelí que quieren la paz, que quieren vivir, hombro con hombro, junto con los palestinos. Aunque en realidad, durante años, han fomentado una política que es todo lo opuesto a la paz. El bloqueo de Gaza aplasta cualquier oportunidad de que se logre la paz. Es fácil querer la paz cuando eres la parte más poderosa. Es fácil hablar de paz cuando no te estás asfixiando todos los días, cuando “la paz”, para ti, es un lujo y no una necesidad vital. 

Me preocupa mi familia. La gente a mi alrededor está extremadamente preocupada en este momento. En casa, en las calles, en todas partes: todos tenemos miedo de que los bombardeos se intensifiquen y se conviertan en una guerra sin cuartel. 

Mi hermano y su mujer, que viven en el extranjero, nos llaman cada cinco minutos para saber si seguimos bien. Todo lo que pueden hacer es rezar. Mi madre está profundamente angustiada. Les ha pedido a mis hermanos menores que se queden en casa. “Y qué crees, mamá, ¿que Israel no puede bombardear nuestra casa?”, saltó mi hermano. “Claro que Israel puede hacerlo, pero si morimos quiero que al menos lo hagamos juntos”, fue su respuesta. 

Yo no quiero que muera nadie. Dios mío, qué desesperación tan grande siento ahora mismo, pero no sé qué puedo hacer. 

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Este artículo se publicó originalmente en inglés en +972 Magazineuna revista independiente, en la que participan periodistas israelíes y palestinos, comprometida con los derechos humanos, la democracia y la libertad de información y opuesta  a la ocupación israelí

Contexto y Acción 

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