Compañeras, compañeros de Carta Abierta,
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“Con estas expresiones no ayuda a defender lo que hay que defender que es la palabra y la libertad de prensa. ¿Vos te escuchas, Ricardo, cuando hablás? ¿“Defender la palabra”? Qué lo diga el Subcomandante Marcos en relación a un tzotzil, vaya y pase, pero que los digas vos en relación a la Corte Suprema no es fácil de sobrellevar. ¿“Defender la libertad de prensa”? En boca de Clarín, ponele; que lo afirme Víctor Hugo o Magdalena, y buee…, pero que lo diga usted, camarada, es de una candidez intelectual más propia de un colegiala que de un pensador de su envergadura.
“La República es más democracia y más igualdad no solo en la distribución de la riqueza; estos excesos no ayudan a la República«. “Democracia”. “República”. “Excesos” ¿Qué es lo que ayuda a la República, Ricardo? ¿Los ciudadanos civilizados como usted? ¿Un hombre justo, maduro, comedido, centrado? ¿El tipo que labura y paga los impuestos? ¿El lector promedio de Clarín? ¿Esa figura triste “sin fuego adentro”, como dice un amigo catalán? Sí, esos tipos, (y el gran diario argentino lo sabe, y por eso mantuvo este tema en primera plana, con el amplio abanico de repudios y despegues, todo lo que pudo), estos tipos abominan los excesos; estos tipos condenan todo tipo de violencia. Pero fundar una política, Ricardo, para esos tipos, para nuestros vecinos, digamos, una política cuyo sujeto sean los buenos ciudadanos, ¡es más bien el problema, no la solución!
Incluso, ¿no será al revés? ¿No será que lo que ayuda a la República, —que por momentos sospecho que confundís lícitamente con el kirchernismo—, digamos, lo que le ayuda al kirchnerismo (lo que le ayuda a radicalizar su propio proyecto transformador, no a conseguir más votos, entendámonos) no será este tipo de actitud que empuja el límite siempre un poquito más allá y no la actitud temerosa, más o menos timorata que suele caracterizar a los civilizados intelectuales? Entendés, Ricardo, que de este modo plegás al kirchnerismo sobre su peor cara, la que por agradar a vecinos o a los mercados prefiere quedarse en el molde, la que funciona estabilizando y no abriendo e imaginando nuevas posibilidades.
«A veces me parece que Hebe se deja llevar por una suerte de construcción imaginaria”, decís, Ricardo, finalmente, y no puedo dejar de pensar que lo que hay detrás de tu actitud posibilista, calculadora; lo que funciona como fundamento de tu rol de intelectual testeador de lo que es digerible o no para estómago de la clase media argentina es, justamente, una carencia de imaginación. Y ser un intelectual oficialista y sin imaginación, sabelo, Ricardo, es un triste destino.
Fraternalmente,
Horacio Tintorelli