Emprendedorismo // Ricardo Mariño

Durante dos años cinco conchetos se reúnen en restaurantes de Palermo para imaginar la arquitectura de un nuevo emprendimiento. Tres de ellos tienen parientes o conocidos dispuestos a aportar capital, todos son creyentes de las charlas Ted, cuatro votaron a Macri y uno a Sergio Massa, ninguno come carne, cuatro hicieron cursos de Busines Model Canvas, todos pasaron por grandes empresas, los cinco son suaves para hablar, educados, de perfecta dicción y una cuota de humor que remite a comedias de Sony de los 80.

Son buenos para hablar de viajes, le temen a las zonas Sur y Oeste del Gran Buenos, y no se ponen de acuerdo en si se dice “emprendedorismo” o “emprendedurismo”, aunque no dudan de que eso salvará al mundo.

Si alguien los conminara a responder rápido acerca de cuál personalidad de todos los tiempos admiran, los cinco pensarían en distintos jóvenes millonarios norteamericanos contemporáneos, pero dirían “la madre Teresa de Calcuta”. Cada vez que pronuncian “mi empresa” y tantas veces lo hacen sin que la circunstancia lo amerite, se sienten increíbles, pijudos, lindos, talentosos y modernos.

En fin, un día el sueño se hace realidad: se basa en hacer que un pequeño ejército de negritos flacos hijos de desocupados de Alsina, Lanús o Mataderos, fumones y desertores del secundario, pedaleen en bici todo el día por las calles de Buenos Aires llevando pizza, sushi, pastas, empanadas, helado, locro, restos diurnos, o lo que sea, a cambio de un sueldito que depende mucho más de la generosidad del receptor del pedido que del departamento de sueldos de la empresa. Si llegare a suceder que un colectivo, Dios no lo quiera, aplastare a uno de los negritos, la empresa tiene un ardid jurídico laboral para que eso no sea una catástrofe financiera.

Emprendedorismo, etapa superior del esclavismo, escribió Sergio Wischñevsky como epígrafe a esta foto.

La Tinta 

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