El virus y el psicoanálisis // Pablo Tajman

            Tal como importan las disociaciones en nuestrxs pacientes (y en nosotrxs, sus analistas), disociaciones que no retornan de lo reprimido como formaciones del inconsciente, sino que son puestas en acto, sea como vacíos, como “modos de estar con” o como escenas a veces llamadas “actuaciones” y que tienen fuertes lazos con disociaciones en el “espacio social”,  importan las disociaciones del psicoanálisis con el resto de las disciplinas que se ocupan de “cuestiones sociales”. Un psicoanálisis que no encuentre modos de ocuparse de dichas cuestiones es un claro ejemplo de disociación con la cual el monodispositivo “individual” y la monoteoría freudolacaniana contribuyen en gran medida, entre otras cuestiones, por cómo han quedado ligadas a la idea de profesión liberal y a la idea de estructura ahistórica.

 

            ¿Cómo podemos pensar la relación de los psicoanálisis con los sistemas públicos de salud con mayor o menor nivel de desguace[i] y con los modos de producción que han funcionado como formas favorables a la transmisión del virus?[ii] En principio, volviendo a ubicarnos como trabajadorxs de la salud (y bastante precarizadxs en nuestra gran mayoría, por cierto), lo que nos devuelve a reconocer nuestro lugar en la cadena de producción y reproducción social. En segundo lugar, considerando en todo momento que estamos tomados por estructuras de poder “generizantes”, “racializantes” y “productivizantes” (es decir, tendientes a disponer todo hacia una producción que busca un máximo de ganancia inmediata sin conexión con sus posibilidades futuras de sostenibilidad) entrelazadas entre sí.

 

            En cuanto al virus, ¿no se escuchan en todo momento dos causalidades?: o es culpa de “los chinos que comen cosas raras”, “racialización” que desvía de fijarse en las políticas sanitarias y medioambientales en relación a la producción de alimentos; o es “la naturaleza haciéndonos a nosotros lo que nosotros le hacemos a ella” (tal como dice Zizek en el párrafo final de su artículo[iii]), versión equivalente a aquellas donde la madre naturaleza o dios toman revancha por nuestro mal comportamiento, lo que es bien distinto a decir que los modos de producción como el hacinamiento de animales, el monocultivo a gran escala y el no dejar otra opción a poblaciones empobrecidas más que el tener que explotar lo que queda de bosques y fauna silvestre para poder sobrevivir rompe las barreras que otros modos de producción ponen a la propagación de enfermedades.

 

            ¿Cómo se juega esto en nuestra forma de estar en el mundo y cómo se juega en los tratamientos en los que participamos como analistas? Si no podemos pensar formas de estar con lxs pacientes en las cuales seamos parte participante necesariamente[iv], difícilmente podamos pensar críticamente a las instituciones-dispositivos que dan forma a nuestro estar en el mundo (y al de lxs pacientes).

 

            A pesar del fuerte interés del psicoanálisis por cuestiones relativas a la sexualidad y los vínculos, y a diferencia de ciertos feminismos con sus grupos de reflexión crítica sobre algunos de estos temas, el primero tiene una larga historia de falta de cuestionamiento a las instituciones. Un ejemplo central de nuestro campo: siempre ha tendido a cuestionar el posicionamiento de quien consulta en relación a lo edípico-intrapsíquico en lugar de al mismo tiempo acompañarlx en cuestionar a la familia cis-heterosexual monógama como institución de reproducción política y social que también lx determina. No es común escuchar a unx analista preguntar “¿Este modo de pareja, de familia y de sexualidad que practicás, tienen algo que ver con lo que me contás que te hace sufrir?”[v]. Del mismo modo, lxs analistas no solemos preguntarnos sobre esto en nuestrxs análisis. Más bien buscamos formas de posicionarnos de modos menos repetitivos y sufrientes en las instituciones-dispositivos sociales tal cual vienen dados.

 

            Así como en psicoanálisis no solemos encontrar modos de preguntarnos críticamente por las instituciones de reproducción social (familia, pareja y sexualidad), mucho menos encontramos vías para preguntar o preguntarnos por cómo vincularlas a los modos de producción (de los que somos parte hasta en la más mínima compra). A estos últimos, ni los estudiamos, ni los ponemos en juego en los tratamientos. Aún no hemos cuestionado la idea de trabajo como ideal que usualmente se sostiene en nuestra sociedad. Con la idea-base de prohibición del incesto como garantía social ahistórica, pasamos por alto una de las características fundamentales de la modernidad capitalista: la tajante disociación entre la esfera pública de la producción y la esfera privada de la reproducción de la cual se sostiene la primera, abaratando sus costos basándose en la dominación de las mujeres (cuanto más racializadas, más explotadas) y en la “nuclearización” de la familia que a través de la herencia garantiza la continuidad exponencialmente desigual de la acumulación[vi].

 

            Cuando se le echa la culpa, como decíamos, a “los chinos que comen bichos raros” en lugar de al modo de producción capitalista del cual China es uno de sus epicentros, dejamos fuera de nuestra consideración las remeras baratas, las zapatillas nike y el celular que compramos, producidos por trabajadores altamente explotados que se ven necesitados de comprar comida lo más barata posible para lograr subsistir, comida producida en condiciones sanitarias horrorosas, producción que genera entornos altamente transmisores de enfermedades que en otros entornos productivos encontrarían barreras en espacios y tiempos distintos (y claro, esto no se resuelve solo con la acción individual de no comprar esos productos…). Dejamos fuera, entonces, nuestra implicación personal en dicha cadena como consumidores y, sin necesidad de enunciados xenófobos tan grotescos, podemos estar dejando fuera las implicaciones de nuestra imposibilidad de agruparnos efectivamente como trabajadorxs de la salud, lo que nos lleva, entre otras cosas, a depender de las obras sociales y prepagas para tener un consultorio que nos permita llegar a fin de mes, lo cual, esta vez desde nuestro lugar como analistas, conlleva la misma lógica de no pensar los intermediarios entre quien compra o quien busca un tratamiento y el camino que se da para que sea posible. Podría criticarse el homologar al comprador de remeras con quien busca un tratamiento, pero en términos de quién se queda con la mayoría del dinero pagado directa o indirectamente por la remera o por el tratamiento, esa crítica no me parece pertinente.

 

            Mientras no podamos cuestionar de modos colectivos (o al menos dirigidos a que tales modos colectivos se generen) las formas en que reproducimos las instituciones-dispositivos pareja, familia, sexualidad, trabajo, fuertemente relacionadas a modos de producción y consumo (de alimentos, en esta situación en particular…), difícilmente la clínica pueda ser algo diferente a un adaptacionismo bienintencionado -y, en el mejor de los casos, creativo- al mundo que hay, lo que al mismo tiempo estará diciendo en acto que ese mundo que hay no es modificable.

 

            Si queremos que nuestrx lugar sea el de quienes trabajan con otrxs para lograr otros modos de vida, necesitamos cuestionar las instituciones-dispositivos de reproducción social en las que hemos preferencialmente fijado nuestra atención como disciplina y sus interconexiones con los modos de producción (es decir el tipo de familia, pareja y sexualidad que históricamente el psicoanálisis convalidó y naturalizó en relación a los modos de producción y trabajo y las “racializaciones” necesarias para atar todo ese sistema y mantenerlo “andando”) evitando así el lugar que nos hemos reservado de “opinólogos” de los medios de comunicación sobre por qué la gente se desespera tanto por acopiar papel higiénico en situaciones de crisis.

 

            Empecemos por casa: reconozcámonos trabajadorxs de la salud[vii] precarizadxs en nuestra gran mayoría, registremos cuánto nos angustia eso en medio de esta situación donde gran parte se encuentra sin resto económico (aunque generalmente pertenezcamos a la “clase media” y tengamos alguna red de donde sostenernos) y no nos desconectemos de la “racialización” que hace que, por tomar un ejemplo, en la mayoría de las villas no haya cuarentena posible (hacinamiento de personas y de animales como característica estructural, a no pasar por alto), no al menos al modo de la “clase media”.

 

            Mi propuesta, que se sostiene de la crítica hasta acá desarrollada, es que, al mismo tiempo que colaboramos con y esperamos a que esta situación transcurra lo mejor y lo antes posible, empecemos a agruparnos de modo tal que, al mismo tiempo, la prolonguemos. Sí, propongo que mantengamos el impacto que el coronavirus nos produce personal y profesionalmente, para que cuando llegue algún alivio, no nos alivie del esfuerzo de pensarnos en la red de producción y reproducción que el virus revela, de tal modo de empezar a desandar nuestras complicidades, las involuntarias, las inconscientes, las heredadas y sus superposiciones, para que desde el psicoanálisis dejemos de ser cómplices de instituciones-dispositivos que han colaborado con la generación de esto que hoy vivimos.

 

 

 

 

[i] Queda claro que este mismo virus en otro estado de los sistemas de salud junto con otro modo de interconexión entre ellos daría por resultado una situación bien distinta.

 

[ii] Ver en http://chuangcn.org/blog/ el texto del grupo Chuang “Contagio Social”, Ed. Lazo, 2020, donde se compilan explicaciones de biólogos de izquierda sobre cómo los modos actuales de producción de alimentos generan condiciones favorables a la transmisión de enfermedades. Exceptuando este texto, la gran mayoría de los producidos por referentes filosóficos que han circulado dejan sin cuestionar estos modos de producción y sin historizar el brote actual en relación a otros virus de gripes, de ébola y otras enfermedades.

 

[iii]http://thephilosophicalsalon.com/monitor-and-punish-yes-please/

 

[iv] Ver Stephen A. Mitchell “Influencia y autonomía en psicoanálisis”, Ed. Ágora Relacional, Madrid, 2015  y Jessica Benjamin “Beyond doer and done to”, Ed. Routledge, 2017 y Jessica Benjamin “Los lazos de amor”, Ed. Paidós, 1996.

 

[v] No estoy diciendo que siempre haya que preguntar estas cuestiones, el tema es porqué no aparecen nunca o casi nunca a menos que el paciente las lleve (y muchas veces no encuentran lugar a pesar de esto)

 

[vi] En la disociación entre lo público y lo privado, entre la familia y el trabajo, el trabajo migra mayoritariamente a las grandes ciudades, el ámbito privado de la familia se reduce y tiende a habitar en lugares cada vez más chicos (tendencia al hacinamiento). Ver Antoine Artous “Sobre la opresión de las mujeres” partes I, II y III en revista www.intersecciones.com.ar y Juan Ignacio Castien “Familia y reproducción del capitalismo” en https://revistas.ucm.es/index.php/POSO/article/view/POSO0101130239A/24452

 

[vii] Un analista no puede operar únicamente desde el lugar de trabajador, pero tampoco puede prescindir de él, a menos que quiera que queden negadas sus dependencias económicas, lo cual no es sin efectos en la clínica (y no sólo en la clínica). Queremos que las prepagas paguen las sesiones virtuales y que lxs pacientes particulares continúen sus tratamientos, no solo -como se dice tanto en estos días usando un tono altruista- en beneficio de la continuidad de sus análisis en medio de esta situación tan grave y compleja, sino también porque queremos llegar a fin de mes. Esta es una más de nuestras disociaciones. Somos afectados por las situaciones clínicas (de las que somos parte), por la económica (de la que somos parte), somos parte de las instituciones de producción y reproducción y mejor haríamos en estar en contacto con todo esto en lugar de mantener ese lugar aséptico que nos ha caracterizado hasta la actualidad.

5 Comments

  1. El psicoanálisis tiene un defecto (según lo veo) y un gran don (según lo ven). Son lo mismo: su capacidad de explicar todo en base a unos pocos conceptos mayormente individuales e intrapsíquicos (inconsciente, represión, mecanismo de defensa). Y por «todo» quiero decir TODO: desde por qué nos gustan las mujeres así o asá hasta por qué cayó la URSS pasando por por qué nos gusta mirar la lluvia.

    Eso da a lxs psicoanalistas una herramienta enormemente poderosa y lxs hace sentir omnipotentes (no saben –no pueden– decir: «No sé»). Eso, como digo, puede verse como un don de la teoría o como un enorme defecto. Para mí es lo segundo, por dos razones:

    i) Impone, sin límites, la verdad (del sujeto u otra): quien cree, cree por la Verdad del psicoanálisis (es autoevidente); quien no, como yo, no cree…, pues por vaya a saber qué cosa que el psicoanálisis previó. Como estrategia retórica es genial.

    ii) Reduce los fenómenos a dimensiones individuales e intrapsíquicas. Es decir es reduccionista. Niega la dimensión social como algo de naturaleza diferente y propia. Se le pregunta por la violencia de género y dice que sí, que el machismo, que el patriarcado, pero acaba hablando de fantasías inconscientes de violación o de tánatos; se le pregunta por la violencia de Estado y dice que sí, que las dictaduras y que el Plan Cóndor, pero termina hablando de sadismo y trauma.

    Por todo esto, doy la bienvenida a posturas como esta que, aun siendo tibia, es una superación. Mi consejo a Pablo es terminar su recorrido y desembarazarse del todo del psicoanálisis. Después de todo, ¿por qué no matar al padre? Este es el mejor momento.

  2. Acuerdo con casi todo lo que dice Javier en el comentario anterior (el cual agradezco, porque no es común que alguien se tome el trabajo de elaborar un comentario así), incluso espero llegar a superar mi tibieza (tengo unxs compas que me están ayudando), pero disiento con la idea implícita en su comentario de que hay un único psicoanálisis.

    Ese psicoanálisis «único» es el psicoanálisis hegemónico hablando por todo el campo y es necesario empezar a ubicarlo por lo que es, una orientación política del psicoanálisis en un campo donde hay otras posibles.

    • Acuerdo. Un caso paradigmático que puede servir como analizador es Félix Guattari. Estuve leyendo estos días su ensayo Las tres ecologías, que aporta muchas herramientas de análisis para analizar las tramas entre lo ambiental-natural, lo social-institucional y lo estructural-subjetivo.
      Lo traigo a colación porque fue un psicoanalista. En el sentido que practicó el psicoanálisis en forma individual, grupal e institucional. Sin embargo nos cuesta mucho más pensar que él era psicoanalista y que hay muchas formas del psicoanálisis, a pensar en su crítica al psicoanálisis. Donde este último es el que se define como único.

  3. Mientras leía recordaba algunas ideas de Preciado que me parecieron extremas porque no había frontera sin caer .¡Tanta desterritorialización! Pero pienso que cuestionar la identidad como lo hizo él lo tansformó tal vez en un «mártir» de la transformación infinita pero a mí me ayuda de verdad a pensarme y repensarme y a sacarme en serio de todo confort (propuesta reiterada en nuestros grupos de estudio sumamente difícil de cumplir). Como en teoría King Kong que invita a una salida de la comodidad que asusta. En criollo quizás sea el temor a «quedar en pelotas».

  4. Y cómo cuestionar de un modo colectivo si es tan difícil un mínimo acuerdo en una formalización teórica que avale una técnica precisa de intervención? aún con el rasgo que cada profesional le infiere, sin ser esto incompatible en el campo de lo Institucional?. .Las discusiones siguen en la linea de criticar lo que dice el otro, respondiendo con citas de diferentes autores, en donde el cuestionar termina en una deriva teórica a ver quien tiene la última palabra… y por ende debilitando el re-conocimiento desde el mismo seno del «Psicoanálisis» o mejor dicho del «lugar que ocupa el analista» y su intervención necesaria ante la irrupción de una pandemia cuya incertidumbre nos atraviesa sin stop.

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