El territorio existencial (¿una zona a defender?) // Oscar Monti

Hacerse un territorio existencial colectivo consistente y, sin embargo, no replegado sobre sí mismo, sigue siendo una exigencia fundamental de los individuos y de los grupos humanos.
En sus últimos escritos y entrevistas, de su llamado período ecosófico, Félix Guattari vuelve una y otra vez sobre la noción de “territorio existencial”. Esta noción, que en la metamodelización guattariana va siempre conectada a las dimensiones de flujo, máquina y universo de valores, puede servirnos tal vez para pensar algunas pequeñas cosas en el contexto del desmoronamiento subjetivo al que “asistimos” en los últimos años.
Se puede decir que toda tradición filosófica se forja siempre en una doble operación de ruptura y estabilización. Ruptura porque hay que hacerse paso a como dé lugar, a los codazos, ahí donde todo parece ceñido, cual bondi a hora pico. Estabilización porque, naturalmente, cuando uno ya encontró su lugar, se queda más bien quietito y busca cohabitar con los que allí estaban antes que uno. Así, simplificando mucho, podríamos decir que la noción de existencia, en su momento, ganó su derecho de (valga la redundancia) abriéndose paso entre varios pesos pesados, en ruptura y continuidad con toda una herencia, en gran medida cartesiana, y ajustando cuentas y cuerpos sobre todo con el marxismo, el psicoanálisis, la fenomenología. De modo muy sumario, la noción de existencia venía a reponer el sujeto, como problema de la subjetividad.
Se puede decir, nuevamente siendo muy arbitrario y conciso, que la noción de territorio existencial viene a inscribirse en esta zaga, pero ya completamente transfigurada. No solamente porque al sumar el término “territorio” al de “existencia” Guattari se aleja de los temas del viejo existencialismo, sino también y de manera fundamental porque con la noción de territorio existencial, que implica justamente una asunción radical de finitud y de singularización, ya no estamos en el viejo coqueteo sartreano entre el Ser y la Nada. Continuidad y ruptura entonces, una vez más: es el mismo tema de la subjetividad, pero completamente transformado.
Ya que, ¿de qué nos habla el territorio existencial? Hay que entenderlo como proceso de singularización que al tiempo que nos sustrae, o busca sustraernos de los universales dados (universales que nos separan de lo que nuestra subjetividad puede, que nos subjetivan de modo alienado), busca crear un prensión existencial, un grasping dirá Guattari, un modo de “agarrarnos” al mundo, de no quedar boyando en el aire. Singularización que sin embargo no es repliegue sobre sí mismo, sobre el territorio del yo. Y que requiere, antes que un psicoanálisis de compensación constante, mapas cartográficos conectados a los territorios existenciales que se van conquistando.
¿Y a qué viene todo esto? A que nuestras subjetividades, reconozcámoslo, están por el suelo. Lo que nos pasó en los últimos años, aunque lo hayamos edulcorado en el nivel discursivo, es todo un desplome de los territorios existenciales. Nos hemos revolcado en todo tipo de universales, de redundancias que nos separan de la invención, de ese plus de existencia que hace un territorio propio. Y en el fondo, la singularización es la prueba del territorio propio. Qué defendemos cuando resistimos. 
Porque es tiempo de resistencias, ¿no? Pero lo que se defiende, cuando se resiste, puede ser muy variado. Lo que vemos, a grandes rasgos, en los que se sienten atacados por lo que se viene, en los que resisten los domingos en el parque, es una triple defensa: defensa del consumo, defensa del trabajo, defensa de la ilusión política. Es lo que se resiste a morir. Las preguntas que no se hacen, y no se quieren hacer, es: ¿Hay vida más allá del consumo, hay vida más allá del trabajo que nos dan, hay vida más allá de la ilusión política?
Pero la idea de defensa tal vez pueda funcionar en otra clave. Se trataría de indagar qué tipo de defensa, y sobre todo qué región, qué zona de nuestra vida vamos a defender. En el caso de la ilusión que nos dan, del trabajo que nos dan, y de lo que nos dan a consumir, nunca estaremos muy seguros de qué defendemos. Otra posibilidad es hurgar en nuestras vidas y con los otros cercanos qué zona de potencia podemos delimitar, cercar y defender. Tejer una tela de araña. O tal vez al modo en que la garrapata “se agarra”, “se prende”, con mucha modestia, al mundo. Allí la resistencia no es una mera táctica del “con aguante” que “vamos a volver”, sino que se parece más a una creación.  

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