Anarquía Coronada

El sorteo de la fiambrería // Diego Skliar

Tras una semana de anuncio en Times New Roman 48 pegado en la vidriera, llegó el día: hoy feriado es el sorteo que organiza la fiambrería del barrio. Ahí estamos con nuestros números de talonario genérico, pero con un sello del negocio para que nadie se pase de vivo. Primer premio: tabla de fiambres. Segundo premio: dos prepizzas y medio kilo de muzzarella cara. Tercer premio: un poco de aceitunas y queso mantecoso. Me inmiscuyo entre los septuagenarios que ayer puteaban a Cristina y hoy putean a Macri. También se la agarran con el empleado de la fiambrería porque todo se demora y además no era claro que para tener un número había que realizar una compra. Y ahora no se puede participar pidiendo de apurón cien gramos de paleta. Se quejan algunos, mientras otros defienden su derecho de haber consumido previamente, al grito de “acá participamos los que compramos”. De hecho, varios agitan grandes cantidades de números, que denotan su capacidad de consumo de embutidos en la última semana. El empleado encargado del sorteo retrocede, sale otra, la venezolana, que se ríe y eso molesta: “¿Vos viniste acá porque allá están peor?”, increpa una petisa pintarrajeada que previamente me clavó un codazo en la panza para hacerse lugar. “Peor es poco”, dice la venezolana, que saca su celular para filmar tan curioso evento. Dos niñes se acercan para sacar los números de la bolsita. “¿Hijos de quién son?”, protesta una señora, dando a entender que hay tongo en la elección de los mini jurados. Empieza el sorteo. Yo tengo el 76 y lo relaciono con la dictadura. La costumbre da dar un valor extraordinario a todo. Salen varios números de gente que no está. Noto que hay cifras tipo cuatrocientos y pico. Las posibilidades son bajas. Gana el tercer premio el bizco de bastón. El segundo es para una de las que votó a Macri y ahora lo putea por la factura de luz de una luca. Aprieta la muzzarella y se va, como quien sale de sacar el sueldo del cajero. Un viejo piensa que todo terminó y se va cruzando pésimo. Sale el 59 y uno le grita: “¿vos no tenías el 59?”. El pega media vuelta, resbala y cae en el cordón. “SAME, SAME”, gritan varios. Un par van a auxiliarlo, la muchedumbre que consumió y ahora soñaba con una feta gratis de algo se disipa. La venezolana cruza y le apoya la tabla de fiambres al lado al viejo caído, que está conciente pero todavía no se puede levantar.    

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