González es nuestro Horacio: el que llevó el ensayo a las cumbres del lenguaje, como el poeta.
Y siendo argentino, no podían sino estar presentes, en un ensayista de su talla, los dos emblemas fundamentales del enigma nacional: me refiero a Perón y Evita, claro, aunque una Eva y un General atravesados por el rayo gonzaliano, enhebrados por las agujas que entretejen los hilos de la metamorfosis y de la dialéctica, del latinoamericanismo y la gran tradición occidental, lo propio de las luchas de este suelo y la lejanía del exilio (del país, a fines de los años setenta, y un poco del peronismo también, desde los ochenta). Una Eva fantasmagórica “La militante en el camarín” de González, narrada en portugués, publicada en Brasil en 1983, recién recuperada en castellano en 2019 cuando fue publicada por la editorial de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. ¡Y qué decir de su Perón! Más de 400 páginas de una elocuencia fenomenal, cuando parecía que ya nada se podía decir o escribir sobre el “primer trabajador”.
¿Y el kirchnerismo? Su abordaje como “controversia cultural” lo llevó a repasar, en un ejercicio que en él nunca fue mera acumulación de datos, las polémicas e interpelaciones más diversas que generó el “meteoro kirchneriano” –como lo caracterizó–: de Verbitsky a Sarlo; de Viñas a Forster; de Caparrós a Laclau; de Galasso a Altamira; de Feinmann a Rozitchner; de Casullo a Tomás Abraham, pasando por Carta abierta, Vargas Llosa y 678, sin dejar de tener en cuenta que todo el análisis parte de una pregunta fundamental: ¿fue el kirchnerismo un modo creativo de respuesta a la crisis abierta por diciembre de 2001, donde emergen formas de habitar las instituciones del Estado con políticas porosas a aquella ebullición creativa que emergía de una práctica social que resignificaba antiguos métodos de lucha y formas de organización de las y los de abajo, como piquetes y asambleas, o por el contrario, Néstor y Cristina venían a “poner orden”, a bloquear el ciclo de luchas populares anteriores a su llegada a la Casa Rosada? Preguntas fundamentales que Horacio no dejó nunca de mantener un poco abiertas.
González escribió y habló las mil y una noches… y tardes; y vaya a saber uno cuantas mañanas también. Se metió con la tradición de las izquierdas y de los movimientos nacional-populares; con la filosofía y con el lenguaje; con la narrativa y también con la sociología, desde su modo específico de entenderla. También su modo peculiar de leer el periodismo aún da que hablar; un periodismo lejano a las enseñanzas de comunicación social, pero también, de las escuelas de periodismo, donde la serie nacional entra en co-relación con la internacional y la Latinoamericana, en un entrecruce permanente entre narrativas y pensamientos de izquierda y nacional-populares, donde fluyen los nombres emblemáticos de tradiciones que pasan a ser simples legados. ¿Simples? Marx, Lenin y Gramsci –también Mariátegui–; José Hernández y Roberto Arlt o Rodolfo Walsh, sin dejar de tener en cuenta los fenómenos que se encuentran “del otro lado” de los modos de contar e informar que cultivamos o que Horacio nos interpela a cultivar: Clarín o La nación, o el nombre que sea, lo importantes no olvidar la importancia de que es preciso develar la trama de poder, problematizar la realidad, asumir esas complejidades como parte de nuestras desdichas nacionales.
La lista de sus libros y charlas se cuentan por decenas. Los temas abordados, también.
Aunque la bajada de “ciencia, ensayo y política en la cultura argentina del siglo XX” que acompaña al título del quizás su libro más emblemático, Restos Pampeanos, da cuenta de la complejidad del pensamiento-González, máquina de producción intelectual donde el debate en torno al “ser nacional” no puede estar ausente.
Revisar/ revisitar/ analizar/ recuperar su obra implicará de todos modos una labor colectiva, intergeneracional, que no puede sino ser a su vez un programa de estudio transdisciplinario que haga honor al modo rizomático con el que Horacio sostuvo esa tarea que tantas y tantos ya habían emprendido antes: la de soldar con el ejercicio de una crítica política de la cultura aquellos elementos de la vida social que la lógica liberal tiende a disociar.
En ese camino seguramente encontraremos nuestras propias tesis para el porvenir. Como insistía González en su libro La crisálida: al fin y al cabo lo importante no es la tesis en sí, sino el derecho a construir una propia lo que vale. Sabiendo que lo más propio es, paradójicamente, lo impropio, lo común, lo de un todxs que seamos capaces de construir.
Horacio como legado, entonces. O más bien: legado González como desafío para el siglo XXI.
Si querés escuchar el programa completo, con testimonios de Diego Sztulwark, María Pía López, Esteban Rodríguez Alzuelta y un recorte de archivos con la propia voz de Horacio González, podés hacerlo en en el Canal de Spotify de La Parte Maldita:
* Escritor, militante, investigador popular. Director del Instituto Generosa Frattasi. Conductor de “La parte maldita” (filosofía y rock) en Radio Gráfica.