El Ritmo (prueba 5): un atentado-escénico contra el “querer decir” // Ana Laura García

“(…) una mujer arriba de otra mujer, arriba de otra mujer

se queda quieta como una piedra

piensa en un bosque

piensa en los árboles de un bosque

piensa en las hojas de las ramas de los árboles de un bosque

¿Qué mierda hago yo acá?

¿Qué mierda hago?

¿Qué hago yo acá?

¿Qué mierda hago?”[1]

 

A Juliana Muras

por la cualidad de su actuar

 

Actuación: Guillermo Angelelli, Juliana Muras, Maitina de Marco, Ariel Pérez de María, Paula Pichersky, María Zubirí (2017) Leticia Mazur (2018), Matthieu Perpoint.

Dramaturgia, composición y dirección: Matías Feldman.

Asistencia artística: Juan Francisco Reato.// Producción: Melisa Santoro.// Dramaturgismo: Juan Francisco Dasso.// Colaboración coreográfica: Rakhal Herrero.// Colaboración musical: Nicolás Varchausky.// Registro audiovisual: Martín Berra.// Colaboración artística: Luciano Suardi y Lorena Vega.// Diseño de luces: Matías Sendón.// Vestuario: Lara Sol Gaudini.// Escenografía: Cecilia Zuviale//  Asistencia de escenografía: Julieta Italiano

 

Reestreno: A partir del 10 de marzo.

Sábados 22.30 y domingos 20 horas, en el Galpón de Guevara (Guevara 326, CABA)

Las “Pruebas” son composiciones fragmentarias en “estado de laboratorio- escénico”, que culminan en un montaje final. No se trata de “obras” en el sentido habitual del término, sino de investigaciones teatrales- críticas relacionadas con la percepción, el lenguaje, las técnicas y los modelos de representación. Más que obras, constituyen verdaderos “atentados” contra las formas dadas y los estilos consagrados. Construcciones al borde del abismo, las Pruebas son abordadas desde tres aspectos en simultáneo: la experimentación grupal de otras formas de realización teatral, la escritura del proceso creativo de trabajo (Bitácora) y la exploración de nuevas formas de aproximación a los espectadores, mediante workshops con el público en los que se comparten las investigaciones realizadas.

“El Ritmo” es la prueba 5 de la Companía Buenos Aires Escénica, dirigida por Matías Feldman. Estuvo precedida por la Prueba 1: “El Espectador”, la Prueba 2: “La Desintegración”, la Prueba 3: “Las convenciones” y la Prueba 4: “El tiempo”. Se exhibió en el Teatro Sarmiento durante el 2017 y el próximo 10 de marzo reestrena en el Galpón de Guevara.

La Prueba 5 parte de un diagnóstico crítico del presente y nos pone delante de escenas que caracterizarían el tiempo histórico en el que vivimos. Escenas que funcionan como si fuesen espejos: es imposible no verse reflejado en ellas y no sentirse afectado. Y justamente porque nos afectan, las imágenes de “El Ritmo” no son sólo un reflejo, convocan a un actuar. Un actuar que esté en función del ritmo y no de otra cosa. Quizá por eso “el ritmo sea la más política de las Pruebas”[2], justamente porque no hay “líneas” que bajar. Dramaturgo y también pianista, Matías Feldman trabaja las escenas no como relatos sino como vibraciones, que activan en nosotros distintas resonancias, y que llaman a un “latir juntos”[3].

Feldman se nutre del filósofo italiano Franco Berardi (Bifo) para componer esas visiones del presente, pero su principal astucia consiste en trabajar las mutaciones en la sensibilidad y en la percepción que plantea Bifo, más allá de él. Es decir, desencadenando una profunda investigación escénica y actoral, que transforma el concepto en otra cosa: una sensación. Lo importante ya no es “lo representable” de una idea, sino “lo experimentable” juntos, lo que conecta con el sentido. Esta búsqueda los lleva a hacer perforaciones de todo tipo en el relato (introducir ruidos, repeticiones obsesivas, fisuras corporales, rupturas estilísticas, ralentizaciones y exacerbaciones verbales), a perseguir la mínima intención actoral y argumentativa en el texto y a lograr un minimalismo escenográfico, para que el ritmo pueda ser escuchado. El ritmo, se percibe justamente, cuando no predomina ningún “querer decir” fuerte en la escena.

Eso que “yace” en los agujeros del relato, necesita un lugar, un receptáculo que lo pueda alojar. Se trata de percibir “el ritmo como significante mayor”, como dice el poeta y traductor H. Meschonnic. Una escucha de ese tipo, transforma el espacio teatral en metalúrgico, porque desenvuelve e inventa un espacio agujereado, que modifica a quien lo habita. Dice Deleuze que “los agujeros no son una falta, no son una ausencia. Hacer agujeros no es simplemente hacer vacío, es encontrar lo que existe en los agujeros” (Deleuze, 2017: 380)[4]. Esta Prueba nos pone en contacto con esos yacimientos rítmicos que existen y nos ofrece itinerarios de fuga para escapar a la captura de lenguaje.

Pero todo esto ocurre en un depósito de traslado de mercaderías, donde los personajes “viven trabajando” sin saber con exactitud qué hacen cuando trabajan. ¿Trabajan?, ¿de qué trabajan? ¿dónde están en realidad? Sin jefes ni patrones reconocibles, sin derechos, sin forma de organización estable, ese lugar de trabajo visualiza sobre todo una dinámica de flujos. Flujos de mercaderías, de dinero, de información, de relaciones “amistosas”, precarias y flexibles. Es un lugar deslocalizado, hiperconectado y desolado. Estamos dentro del trabajo “full- life” en tiempos de capitalismo financiero.

¿Cómo impacta el “infotrabajo”[5] en el ritmo de nuestras vidas? ¿Qué ritmo es ese que acompaña el “semiocapitalismo”[6] actual? Estos interrogantes que la obra abarca, no se cierran ni se responden de modo acabado, sino que conducen a diferentes líneas de exploración e investigación, desencadenan ensayos, nuevas preguntas más punzantes (“¿qué mierda hago yo acá?, ¿qué mierda hago…”), llevan a estudios y una multiplicidad de pruebas teatrales, que son parte de la riqueza, de la textura de esta Prueba.

Feldman es prolífico, compone y produce a un ritmo bien acelerado. Pero también es profundo y  fecundo. La aceleración en el ritmo de la producción teatral es modulada, en su caso, con una experiencia de intensidad, que se manifiesta en un riguroso entrenamiento coreográfico, en disciplinados tiempos de encuentro y ensayo y en un virtuosismo actoral exquisito, del elenco que lo acompaña. Saben que el teatro puede ser otra cosa que lo “rápido y liviano” a lo que nos estamos habituando, y trabajan para que eso ocurra, abriendo otra percepción, otra experiencia del tiempo y del actuar juntos.

Se lo propongan o no, el trabajo de este colectivo de artistas consiste en crear imágenes- sensibles y componer visiones, que pueden funcionar como alucinaciones o fabulaciones, permitiendo el acceso a otros devenires- imperceptibles[7]. Ver sin leer, sin textualizar la mirada, es alucinar, como dice el filósofo y pintor Del Estal[8]. Y el teatro nos permite esa alucinación: contemplar esa configuración sensible del mundo a la que no se accede por la vía de la significación discursiva. Es lo que el teatro puede actuar, allí radica su potencia ensoñada. Por eso, la filosofía necesita apasionarse más por el teatro. Para entrar en contacto con esa zona de libertad que brinda.

El Ritmo hace visible que un espacio y un tiempo propiamente teatral, permite renovar las imágenes de potencia que tenemos disponibles y nos dispone a entrar en conexión con esas fuerzas de resistencia

[1]     Fragmento del monólogo que interpreta Juliana Muras en la obra.

[2]     Bitácora de “El Ritmo” (Prueba 5), Companía Buenos Aires Escénica, Proyecto Pruebas. (p.3).

[3]     Esta expresión corresponde a Bifo y es retomada en el trabajo de investigación que se plasma en la Bitácora de “El Ritmo” (Prueba 5), Companía Buenos Aires Escénica, Proyecto Pruebas. (p.3). “Latir juntos” es una estrategia de vibración colectiva, un llamado que se ofrece como contrapeso a la desensibilización, virtualización y financiarización de las relaciones humanas.

[4]     Deleuze, Gilles. (2017) Derrames II. Aparatos de Estado y Axiomática Capitalista. Cactus. Serie Clases. CABA

[5]     El “infotrabajo” para Bifo es el tipo trabajo cognitivo que caracteriza a este tiempo y que se manifiesta en la recombinación de signos e información digital previamente compatibilizada.

[6]     Bifo define el “semiocapitalismo” como el modo de producción predominante en una sociedad en la que el proceso de trabajo se realiza a través de recombinar signos e intercambiar información. La valorización del signo- mercancía necesita que la comunicación sea rápida y liviana, la simplificación de los recorridos del usuario, la mínima interpretación y ambigüedad posible, para que nada interfiera en la transferencia de la información. La desensibilización y la pérdida de la empatía entre los cuerpos, serían algunas de las consecuencias de este modo de producción, mutaciones en las formas de afectividad y de vida que el capitalismo actual trae aparejadas. (Berardi, “Generación post- alfa” (Tinta Limón, 2007) y “Fenomenología del Fin” (Caja Negra, 2017)

[7]     La figura de “la vieja” interpretada por Maitina De Marco con su rítmica discordante; la visión del bosque del personaje interpretado por Juliana Muras en medio de la pesadilla que es su vida cotidiana; al aula marxiana  y el final ocioso, constituyen, a mi entender, escenas o momentos privilegiados de acceso a esa materia poética y ensoñada que es el ritmo.

[8]     Del Estal, Eduardo. Sobre lo visible y lo legible. (mimeo)

 

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