El retraso de la vanguardia // Darío Oliveira

La marcha de la CGT del día de ayer fue contundente y masiva. La organización volvió a dar pruebas de fuerza tras la marcha atrás del año pasado que había generado fuertes interrogantes sobre el rol que jugaría la organización recién unificada frente al gobierno. Al marchar rumbo al Ministerio de Producción y no hacia la Plaza de Mayo, los sindicalistas graficaron su demanda. “Que el gobierno reoriente la dirección de la política económica o tendremos que tomar las providencias políticas correspondientes”. Adelantadas en cerca de una hora con relación al horario previsto para su inicio, las intervenciones de los representantes sindicales fueron cortas, inversamente proporcionales a la tensión ambiente que montaba. El principio del fin lo disparó la intervención de Héctor Daer, representante del sindicalismo tradicional -que hasta ahora se pronunciaba como parte del “massismo» en el interior del triunvirato. Daer dijo lo que quería pero no debía decir. Frente a un crescendo de chiflidos y puteadas que acompañaron las intervenciones de los sindicalistas, los “Gordos” -y no solo ellos- tuvieron que retirarse a prisa de la contundente manifestación para evitar algo aún peor. Los porta-voces del gobierno -comenzando por Jorge Triaca (hijo del inolvidable Jorge Triaca Padre)- salieron a señalar el hecho como una prueba de las arbitrariedades del campo opositor, además de la debilidad interna de una fuerza política que anhela sustituirlos en la gestión del Estado. Mientras tanto el gobierno experimenta una abrupta caída en las encuestas de opinión -cerca del 10%. La lectura más relevante de esta semana es, sin embargo, muy otra: a) el auge de nuevas formas de organización popular y b) la conducción del actual ciclo de luchas por parte de las mujeres organizadas. El primer punto lo demuestra la presencia masiva en la marcha de ayer de sujetos con dinámica expresiva no encuadrados por el aparato sindical. Es interesante comparar esta situación con la de Brasil. Convertidos en asesores del gobierno y en administradores de caudalosas cuantías oriundas de los fondos de pensión, el sindicalismo lulista ya no presenta la más ínfima similitud con lo que fue la práctica y los ideales del sindicalismo combativo surgido de los años 1980. El vocabulario político suele usar la palabra transformismo para significar dicho giro de postura pero la idea de extorsión no sería para nada inoportuna. Será dicho cuadro tan distinto de lo que pasa con el manejo de la caja de las obras sociales en el sindicalismo en Argentina? Marcadas para los días 6, 7 y 8 de marzo, la distribución cronológica de las convocatorias callejeras es elocuente. La CGT unificada, cuyo acto ha sido convocado entre el paro docente y el paro de las mujeres, está en la cornisa. Se vio forcejada por los docentes y por las mujeres organizadas a se posicionaron frente al avance despiadado del gobierno. De hecho, ¿cómo olvidarse de que el paro de las mujeres del año anterior se dio justo en el marco de la hesitación cegetista? El movimiento de las mujeres se moviliza en este entonces justamente cuando la organización sindical más importante del país rechaza hacerlo. Pero el novedoso de su movilización entre otras cosas es que no visa a ocupar el lugar de las organizaciones militantes tradicionales en tanto tales. Habría que hablar más bien de una forma novedosa de reparto de la sensibilidad política que se despliega en sus luchas. Que desestabiliza el propio espacio-tiempo político del cual la CGT es apenas una pieza. Es por eso que su propuesta militante, directamente empalmada al deseo de nuevas formas de vida, está a la cabeza del movimiento de masas en el país. Frente a un continente que gira hacia la derecha junto a Europa, y al ascenso de liderazgos como los de Putin y Trump, hará falta imaginación política para mantener prendida la mecha de la emancipación. No será el retraso de la vanguardia quien lo aportará. 

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