En el prólogo de Vida de Perro, Diego Sztulwark se propone reeditar la experiencia y el espíritu de un libro que marcó una reflexión política inédita en la Argentina posdictatorial: Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida, de Roberto Mero (Contrapunto, 1988). Conservo como un tesoro un ejemplar de aquella memorable entrevista que Mero le hizo al poeta nacional Juan Gelman. A escasos centímetros guardo otro libro, tal vez el primero que publicó Horacio Verbitsky en el albor democrático: Rodolfo Walsh y la prensa clandestina (Ediciones La Urraca, 1985), la primera recopilación de artículos difundidos por la Agencia Clandestina de Noticias (ANCLA) y Cadena Informativa, que creara Rodolfo Walsh para hacer frente al cono de silencio impuesto a sangre y fuego por la dictadura cívico clérigo militar. Ese segundo libro es para mí un doble tesoro: porque está dedicado por el autor (“Hernán. Dejo en las mejores manos uno de los últimos ejemplares que me quedan. Un abrazo”) y porque me comprometió a redoblar esfuerzos para redactar mi tesis de licenciatura, una de las primeras que indagó en la obra del autor de Operación Masacre.
Desde entonces –y han pasado muchos años, digamos, algunas décadas- sigo empecinadamente la trayectoria de Horacio Verbitsky, a quien tuve el placer de reencontrar personalmente en varias ocasiones, siempre vinculadas a la lucha por la verdad, la memoria, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Cada tanto vuelvo a algunas de sus obras más breves –sobre todo Ezeiza, El Vuelo y El Silencio– para mostrarles a mis alumnos como se hace periodismo de investigación. Porque Verbitsky es, sin duda, el más destacado periodista de investigación de América Latina y uno de los mejores del mundo.
En tiempos en los que el periodismo parece hundirse irremediablemente en el fango de la mediocridad y la chatura, a la sombra omnímoda de la mayor concentración mediática de que se tenga memoria, Horacio Verbitsky es un faro esperanzador que cada tanto vuelve a reinventarse. Relegó los diarios donde publicaba para participar junto a Walsh del Semanario CGT –cuya colección completa me mostró, orgulloso, aquel día que lo visité en su bunker-para apuntalar el liderazgo sindical de Raimundo Ongaro; se recluyó a escribir la historia de la aviación argentina o recetas de cocina para sobrevivir al Terrorismo de Estado; cubrió como nadie el histórico Juicio a las Juntas desde el semanario El Periodista; publicó sus ácidos panoramas semanales en Página/12 durante los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner; y se reinventó nuevamente el año pasado, después de impactar en el corazón del poder macrista al develar las millonarias cifras del escandaloso blanqueo del presidente Macri, su familia y sus amigos. Desde su sitio web El Cohete a la Luna, Horácido Verbitsky –Marcelo Figueras dixit– propone ahora un nuevo reencuentro con sus lectores. Y lo hace desde un espacio más libre, amable y moderno que el diario de papel.
Vida de Perro tiene el doble mérito que debe acreditar toda buena entrevista: muestra al hombre detrás del periodista. Entre reflexión y reflexión, el huraño Verbitsky abre por momentos su corazón para rememorar a sus amigos más queridos: Juan Gelman, Paco Urondo, Pirí Lugones, Rodolfo Walsh, Emilio Mignone, Lilia Ferreyra, Eduardo Basualdo; pinta una entrañable evocación de su padre, el escritor Bernardo Verbitsky, que lo llevó -cuando era todavía un niño- a conocer una villa miseria; recuerda sus primeras armas en la profesión (actualizar la información del Servicio Meteorológico Nacional para la sexta edición del diario Noticias Gráficas); agradece las primeras enseñanzas periodísticas de Enriqueta Muñiz (de quien sabría, mucho tiempo después, que se trataba de la misma persona a quien Walsh dedicó Operación Masacre); repasa sus peleas legales con el poder de turno (que motivaron la derogación, entre otras, de la ominosa figura penal del Desacato); y cuenta cómo encaró, desde su formación de autodidacta, su monumental investigación –desglosada en cuatro tomos- sobre la Iglesia católica argentina.
En su fresco diálogo con Sztulwark, Verbitsky es capaz de humanizar la cocina de la investigación con anécdotas sublimes, como cuando Walsh “almorzaba” con la Legrand (“Rodolfo almorzaba mirando el programa de Mirtha Legrand porque siempre había alguna modelo que cuando le preguntaban: “¿Y qué leés?”, contestaba: “Estoy leyendo a Rodolfo Walsh”. Y a eso a él le gustaba mucho”, pág. 69) hasta que en el televisor se coló una interferencia con la frecuencia de la radio de la Policía Federal. Entonces Walsh armó un equipo hasta develar sus códigos, frecuencias y operaciones. Un trabajo de inteligencia que surgió de un hecho casual, como le había sucedido años antes en Prensa Latina, donde descifró con la ayuda de un manual de criptografía los planes del gobierno de Estados Unidos para invadir Cuba.
Aunque lo intenta, insistente, en varios encuentros, Sztulwark no logra que Verbitsky explicite su método de investigación. Pero a lo largo del libro surgen indicios valiosos para quienes profesamos la fe periodística: leer todo lo que se publica, armar un buen archivo y poner en contexto la información exclusiva. Utilizar la información como una daga –no molesta la opinión, sino el dato-, golpear en el momento justo, apuntalar lo escrito con documentación y/o fuentes incontrastables, utilizar el sentido común –que, parafraseando a Mario Benedetti, no siempre es el más común de los sentidos- y apelar a la ironía para desnudar las burdas mentiras del poder.
Al final de su trabajo, Sztulwark admite haberse deslumbrado con Verbitsky. Quien, a pesar de su temperamento y su escasa diplomacia, en el fondo se sabe seductor: “No usa Facebook, nunca se psicoanalizó –escribe Sztulwark-. No tiene auto y evita en lo posible tomar taxi. No se siente filósofo, no investiga en equipo sino que convoca a colaboradores para temas específicos. No es peronista, aunque no imagina la política sin el peronismo. No es marxista, según él, más por falta de lecturas que por falta de afinidad. No es religioso por temperamento y falta de hábito, no por rechazo al contenido ético o histórico de algunas de las religiones monoteístas. Cuando le pregunto “¿En qué creés?”, responde: “Eso decímelo vos”. Prefiere una visión política de la ideología que una ideología de la política. Su reflexión funciona en el campo conflictivo de las opciones concretas, pero a partir de una toma de posición ligada a una fuerte noción de combate histórico. Su criterio de verdad es la verosimilitud; su trabajo, la investigación sobre la política real”.
La vida de Horacio Verbitsky –y sobre todo su obra periodística y su trabajo militante- es literalmente un libro abierto. Coherente, compacto, sólido. Reflexivo, vívido y emocionante. Como Vida de Perro.
Vida de perro. Horacio Verbitsky, conversaciones con Diego Sztulwark.
Siglo XXI Editores. Buenos Aires, 2018. 429 páginas.