Quisiera presentar la obra Semilla de Crápula (1943) de Fernand Deligny (1913-1996) como un libro de guerra. En primer lugar, porque fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la ocupación alemana en Francia. En segundo lugar, porque plantea la guerra existente entre los diferentes modos de entender y asumir la educación de aquellos niños considerados “problemáticos” para el orden social.
Deligny publica Semilla de Crápula en 1945, dos años después de su redacción. Se trata de un Deligny muy joven -tenía para ese entonces treinta años-, pero que ya contaba con un recorrido bien interesante como educador: había trabajado como maestro suplente de niños con dificultades en París y como educador del Instituto Médico-Pedagógico del Hospital Psiquiátrico de Armentières. A su vez, desde hacía poco tiempo, se desempeñaba como consejero técnico de un plan de prevención de la delincuencia juvenil en la región del Norte de Francia y, sucesivamente, como director del Centro de Observación y Clasificación (COT) de Lille. Allí, numerosos niños catalogados de “inadaptados” eran recibidos para un examen médico y psicológico antes de ser derivados a instituciones de acogida. El libro Semilla de Crápula nace “del azar de los días” transcurridos en esas instituciones y prácticas, a veces cargadas de frustraciones y otras veces llenas de reflexiones y búsquedas que sirven de sostén y permiten mantenerse a flote.
Durante esos años, con la intervención del gobierno colaboracionista de Vichy, la cuestión de la “infancia inadaptada” pasa de iniciativas privadas a manos del Estado. El lema de ese régimen fue “Trabajo, Familia y Patria”. En un marco fuertemente normalizador y moralizante, se crean las Asociaciones de Salvaguarda de la Infancia y la Adolescencia (ARSEA) y los Comisariados de la Familia, con el propósito de conducir las infancias -vulnerabilizadas por las consecuencias nefastas de la guerra- hacia fines reeducativos y preventivos. Es un momento de fuerte alianza entre los saberes médico-psiquiátricos y jurídicos para controlar los cuerpos infantiles y juveniles. Pero Deligny se ubica en otro lado. Él está comprometido con la Resistencia y transita las experiencias de los centros de acogida, donde empieza a desplegar una estructura de red abierta, proliferante e inscripta en la realidad social y territorial de los adolescentes. Contra el confinamiento institucional, comienza a extender redes. Contra un modelo de reeducación “técnico- profesional”, Deligny prefiere a los educadores de oficio, obreros, artesanos y desocupados del barrio, que para él tienen la virtud de provenir de los mismos territorios populares de los que provienen los pibes y, además, no están munidos de las “ideologías de la infancia” que sí portan los profesionales (Moureau, 1978). De esta manera, el educador francés ofrece una práctica compleja que nos alienta a tejer juntos los hilos de lo individual, lo familiar y lo social, nunca unilateralmente. Es un educador que trama de un modo singular los aportes provenientes de la educación nueva, del escoutismo y de la educación popular, introduciendo sus propias variaciones.
Semilla de Crápula se agotó al poco tiempo de su primera publicación. Deligny siguió trabajando ininterrumpidamente como educador dando lugar a nuevas tentativas y se negó a reeditar el volumen hasta diez años más tarde, en 1955. Ese mismo año escribió un prefacio que vio la luz en la reciente edición francesa de las Obras (Œuvres) publicadas por la editorial Lo Arácnido (L´Arachnéen) en el 2017. En ese manuscrito, titulado “Semilla de Crápula o el charlatán de buena voluntad. Autocrítica de un educador”, Deligny retoma una cita de Marx para realizar una crítica de la sociedad burguesa y una autocrítica de su propia posición de clase. En ese prefacio nos habla del sentimiento de ser privilegiado, de haber nacido y vivido en un barrio burgués y de haber accedido a todos los beneficios y comodidades que esa pertenencia de clase provee. Al mismo tiempo, reconoce sus reiterados intentos de fuga para alejarse de esa tribu, desafiliarse de lo familiar y abandonar la clase por el asilo, la militancia y demás alianzas. Sin embargo, no encuentra el modo de dejarlo atrás porque el privilegio de clase estaba por todos lados: aparecía en la Universidad, en la literatura que leía o en el privilegio de viajar en tranvía y no a pie. Entonces, Deligny acude a Marx y su discusión con Proudhon para plantear un juego de manos o de malabares con las propias contradicciones de clase, elaborándolas -según las circunstancias- en paradojas que pueden resultar sorprendentes. Quizá Semilla de Crápula sea esa elaboración paradojal de un pensamiento pulsado por contradicciones y tensiones, que propone relanzar el juego una y otra vez para convencernos -a los educadores- de que es el momento oportuno para tomar partido por un punto de vista que no sea el nuestro, el de siempre, el privilegiado. Un punto de vista crápula, delincuente, salvaje, inadaptado; esa es la fuerza que puede extraerse de este libro, escrito hace setenta y seis años atrás como consejos para nosotros, los educadores.
[1] Texto pronunciado en el conversatorio sobre el libro “Semilla de Crápula” organizado por la Cátedra de Pedagogía Social I y Editorial Cactus y Tinta Limón, realizado el 3 de julio de 2019 en el Instituto Superior de Tiempo Libre y Recreación, Bs. As, Argentina.