I.
Al contrario de lo que afirma un infatuado asesor presidencial, pienso que el populismo es la filosofía de nuestro tiempo, y todo lo demás es teología. No hay rencor, solo deseo y goce articulados en un saber racional. La filosofía es saber práctico y racional, saber sobre las causas próximas y los afectos verdaderos; aquellos afectos que producen alegría, entusiasmo y potencian las composiciones. La teología en cambio promete ilusoriamente la salvación en un más allá, en función de una causa ideal y trascendente, exige sacrificio y produce culpa, induce la destrucción del presente y beneficios para muy pocos, etc. Nada que ver una cosa con la otra. El neoliberalismo se ha convertido en una religión y su ideología del coaching es pura teología. El pueblo no es un fundamento trascendente, el pueblo es justamente una invención popular y transversal basada en condiciones materiales y racionales bien concretas que implican el goce, la mística, la épica y lo que se desee ideológicamente con conocimiento de causa.
Ahora bien, entender el pueblo así, de manera inmanente y racional, sin postular teorías ad hoc ni recaer en la trascendencia, exige hacer el duelo por los fundamentos perdidos; exige esencialmente hacer el duelo por el Nombre del Padre.
Entiendo la declinación del Padre en la modernidad no necesariamente como un evento negativo ligado a la pérdida de autoridad simbólica (“muerte de Dios”, en términos nietzscheanos, o “disolución de los lazos sagrados”, en términos marxistas), sino como la posibilidad justa y necesaria de invenciones o declinaciones singulares-plurales a partir de su pérdida asumida y elaborada hasta la raíz, incluso de la lengua poetizante y profetizante que resta (como dice Badiou, hay que hacer el duelo también por la muerte del “Dios de los poetas”): múltiples técnicas y modos de hacerse un nombre propio a partir del vacío irreductible que nos constituye. Es decir, rescato el gesto crítico e igualitario que habilita el pensamiento racional en la historia al producir la destitución de sujetos eminentes cuyas palabras son privilegiadas por el solo hecho de ocupar un lugar social destacado desde el cual la profieren (sabios, sacerdotes, profetas o expertos). Por eso, no descalifico a priori a la ciencia ni a la técnica modernas, como tampoco a los saberes artesanales o ancestrales; cualquier modo material de hacerse un nombre para operar entre lo real, lo simbólico y lo imaginario es válido. Cualquier modo o procedimiento ante la idiocia neoliberal que solo se fía de las marcas, el mero prestigio y la cotización en un mercado de valores aplanado hasta la náusea. Porque lo ilimitado del capitalismo actual lo es solo en el plano simbólico-imaginario donde priman el pavor por el corte real y el vacío, allí donde el anudamiento de tres dimensiones resulta inconcebible. A lo ilimitado del capitalismo propongo excederlo entonces con tales componentes y operaciones: circunscribir el vacío, realizar un corte justo y producir el anudamiento de al menos tres dimensiones irreductibles que abran hacia el infinito actual de las composiciones por venir. Solo la pluralización infinita de los nombres del padre podrá salvarnos de la idiotez ilimitada que nos embarga (y endeuda).
II.
Hace tiempo que Jorge Alemán, siguiendo a Lacan, insiste en el carácter circular del discurso capitalista por el cual todo está conectado. No puedo estar más de acuerdo con tal diagnóstico. Solo que nunca está de más acentuar el carácter homogéneo de esas conexiones, basadas en la lógica del equivalente general que instaura el régimen capital, pese a las cualidades heterogéneas de las mercancías comprendidas por los objetos materiales e inmateriales que consumimos (desde alimentos y energía hasta informaciones y afecto). Por eso, considero que una operación subversiva clave sobre la lógica conectiva del capitalismo, no sería tanto la mera interrupción o desconexión, como la práctica efectiva de nuevas conexiones singulares entre lógicas radicalmente heterogéneas. Cultivar modos de alimentarnos, informarnos, escribirnos y afectarnos que no remitan a uniformidad alguna. De ahí que planteo también insistentemente una tópica del espacio social y sus múltiples temporalidades que comprenda la co-implicación entre ellas (la Sustancia spinozista y su causalidad inmanente que Althusser invocaba para pensar el espacio social y su lógica sobredeterminada). Pues no hay economía sin política, ni política sin ideología, ni ideología sin ética, ni ética sin erótica, ni erótica sin amor, ni amor sin arte, ni arte sin ciencia, ni ciencia sin tecnología, etc. ¿Por qué oponer unas a otras, por qué privilegiar o excluir algunas prácticas e instancias por sobre otras? Tenemos que pensarlas y practicarlas en simultaneidad (aunuqe no podamos desarrollar y profundizar todos en todas). Encontrar las implicaciones materiales caso por caso y remitiendo al conjunto genérico (el pueblo) que no puede ser totalizado ni homogeneizado por ningún equivalente general ni norma-patrón; eso define en rigor la práctica del pensamiento materialista que le puede dar fin a este régimen de verdad en decadencia.
III.
Por último, nuestra filosofía materialista y popular también ha de ser consecuentemente feminista. Pero, para aproximar posiciones con honestidad intelectual y no adicionar de manera oportunista, hay que despejar la función del saber en relación al sujeto. Lacan contaba una anécdota respecto a su hermana pequeña, quien, según parece, lo increpaba neciamente cuando eran niños diciendo que ella sabía. Algo de eso tiene que haber calado fuerte en sus elaboraciones posteriores (lo comenta por ahí), pivotes de la experiencia psicoanalítica: el “sujeto supuesto saber”, la “verdad hermana del goce”, etc. Puede decirse que la posición del analista es socrática por definición: interroga el supuesto saber del sujeto porque él mismo ocupa ese lugar del semblante en la transferencia; y, por supuesto, así es cómo la verdad se muestra hermana del goce, hasta que el analista es destituido y cae como objeto a. A mí, en cambio, cuando era niño lo que más me molestaba era que siempre había un punto en nuestras discusiones infantiles donde se apelaba a la incuestionable palabra paterna en términos que me parecían ridículos; quizás porque tuve una consciencia muy temprana de su humana inconsistencia, y por eso me resultaba risible (aun habiendo todavía amor e idealización por la figura paterna) que en nuestras muy serias discusiones infantiles se apelara a ella en “última instancia”. Mi inquietud o preocupación era cómo no hacer lo mismo. Creo que esta otra experiencia temprana con la verdad y el saber, en cuya hiancia el sujeto se interroga y constituye a sí mismo interpelando a los otros, da lugar a una práctica de la filosofía y el psicoanálisis más próxima a la política que a la ciencia (sin excluirla de ningún modo). No se interpela al sujeto en lo que cree saber para destituirlo socrácticamente, sino que se lo desplaza del amparo en la palabra paterna para que encuentre con otros mejores razones y ejemplos. Allí, creo, se vislumbra el punto de engarce con un feminismo popular y democrático que no haga primar la histérica identificación al Padre para su fracaso (cuyos fantaseados sustitutos son vapuleados por no estar jamás a la altura del ideal).
En un artículo reciente, Virginia Cano plantea: “La filosofía es uno más de los discursos que sostienen imaginarios y ficciones regulativas sobre lo que es ser una mujer, y un varón (entre otros múltiples modos de ser), así como sobre lo que es ser un sujeto pensante, y sobre lo que significa hacer (o no) filosofía. Reflexionar sobre la potencia productiva que la filosofía como discurso del saber posee, y cuestionar los ideales normativos respecto del sexo, el género, la clase, la raza –entre otros– que ella pone a rodar, se presenta como una tarea ineludible.” De esta tarea participa también el presente escrito; tarea filosófica que en otra parte he llamado “indisciplina sistemática”. Pero quisiera hacer una aclaración suplementaria al respecto. Mi exigencia respecto de lo que se escribe es triple: (i) que haya un saber bien articulado en juego (dimensión epistémica), (ii) que se toquen las relaciones de poder que lo atraviesan (dimensión política), y (iii) que el sujeto escribiente se exponga en ese humilde acto (dimensión ética). Esta triple condición puede ser más exigente que las simples denuncias de anacronismo, politicismo, subjetivismo o academicismo que se suelen cruzar quienes privilegian una dimensión por sobre otra, pero se trata de la rigurosidad e historicidad que habilitan un proceso de transformación en serio. Que esta práctica se inserte en un conjunto de prácticas más vasto y afecte al conjunto genérico, es otra historia.
No importa el género escritural, tampoco el asignado o construido. Hace poco leía por ejemplo los argumentos y objeciones esgrimidas por Simone Weil a la recién nacida física cuántica: son de un rigor y una lucidez que hoy se extrañan. Bárbara Cassin o Juditth Butler son dos filósofas contemporáneas también extraordinarias, con estilos muy distintos, que siempre leo. Sabemos de los olvidos recurrentes e injusticias de la historia de la filosofía, pero no hay que culpar al logos o a la razón per se, privilegiando ahora el afecto y las corporalidades; hay que disputar el modo de plantear la razón, o las razones, porque el problema es cómo se producen y transmiten los saberes desde la academia actual (cuestiones que estoy trabajando en un texto más extenso). Siempre ha habido grandes filosofes que han practicado la filosofía con extremo rigor y sensibilidad, haciendo nudo de la palabra, el cuerpo y el pensamiento en una forma de vida consecuente. En la actualidad hay muchas mujeres filósofas que admiro, incluso algunas han sido cruciales para mi formación y lo siguen siendo: Mariana Gainza y Natalia Romé, por nombrar solo a dos amigas y colegas que me son próximas. Creo que la violencia, hoy y siempre, ha pasado más bien por dónde y cómo se autorizan los saberes y las palabras. Recuerdo varias anécdotas en ese sentido: Derrida en una discusión mandando a leer Husserl a Cixous, Foucault avergonzado por un profesor porque no pronunciaba bien el alemán, otros tantos desautorizados a emprender tesis de autores extranjeros por no manejar el idioma, etc. Vicios de academia: el problema no es cuánto se sepa de la historia de la filosofía o de los idiomas y fuentes originales, sino cómo se puede plantear con rigor y sensibilidad una pregunta filosófica pertinente, es decir, existencial y conceptual al mismo tiempo (las otras herramientas ayudan pero no son lo esencial): epistémica, ética y políticamente relevante, interpelante, movilizante y pensante. No es porque escribamos con x o con e o con minúscula o invoquemos el cuerpo y los afectos conmocionantes que vamos a conmover realmente el pensamiento y la sensibilidad de una época, para pensarnos en conjunto y ser mejores; necesitamos pensar las prácticas con rigor, sensibilidad y audacia, para anudarlas y dar con la cifra del tiempo presente, no de manera mimética o imitativa, sino singular-plural. Cada quien con su estilo y modo. La filosofía es un práctica transgénero por definición; en ese sentido: populista.
Roque Farrán, 24 de abril de 2019.