El peso del machismo fue uno de los factores más importantes de la derrota del MAS. No importa cuál sea el resultado final, si un apretado Sí o un apretado No, cualquiera de los dos resultados representa en sí mismo una derrota.
En esa llamada guerra sucia, el papel de las mujeres en la vida privada del Presidente puso en examen público el machismo del Presidente. Su respuesta frente a las acusaciones de tráfico de influencias, de decirnos que Gabriela Zapata era cara conocida, nos colocó frente a un hombre para el cual las relaciones sexuales y afectivas con las mujeres no tienen ningún valor. Que las mujeres son sustituibles y descartables. Es ésa su respuesta machista, la que generó un rechazo social, que no es responsabilidad de esa «derecha” malvada con la que el MAS se justifica hasta el cansancio.
Tampoco es una simple trampa, sino un machismo acumulativo que desde las coplas, pasando por decenas y decenas de humillaciones públicas del Presidente para con las mujeres, humillaciones, todas justificadas y aplaudidas por las Gabrielas Montaños que lo rodean y por las bartolinas llevaron a esta relación humillante a un punto final, donde todo lo dicho se revirtió contra la figura del Presidente como hombre.
No estoy segura que ése haya sido un factor decisivo para el voto de las mujeres, porque las mujeres en Bolivia aún estamos lejos de hacer un cuerpo social colectivo, pero puedo asegurar que esa respuesta del Presidente ha impactado en las mujeres de una manera muy diferente que entre los hombres, y que la empatía no ha sido con el Presidente sino con la mujer humillada y negada. No por simpatía con ella, sino por ese lugar común de humillación cotidiana, que tan bien conocemos todas.
Llevarnos a un referendo explicable sólo desde el capricho personal, con el cuento ridículo de que este referendo era voluntad de las organizaciones sociales, tiene que ver también con ese núcleo machista que alimenta una visión caudillista del poder. Donde ya no es el proyecto político ideológico el que importa, sino la persona mostrada como redentora única.
Ese perfil machista también generó rechazo y desconfianza. Este referendo es un error histórico que puede tener muchas explicaciones circunstanciales en la superficie, pero que en el fondo representa la idea caudillista del poder. Evo Morales no había sido único e insustituible, sino que había sido sustituible, como cualquiera de nosotros y nosotras.
Él no había sido el centro del universo, ni el único horizonte posible para la sociedad. Estamos en una sociedad destituyente y rebelde. No es que los jóvenes no saben historia, no es que chatean y facebuquean mucho, sino que la sociedad de los caudillos redentores se está resquebrajando, porque también en la cotidianidad de la gente la figura de ese padre salvador está rota, dando paso a la construcción de realidades sociales más complejas, menos fáciles de controlar desde la idea machista de la redención masculina.
Por último, está toda la envoltura estética y ética de la campaña del Sí. Una envoltura que tiene indiscutiblemente que ver con el machismo. Acá sus componentes: el monólogo, que se traduce en sólo yo tengo derecho de hablar sin que nadie me replique; la posesión absoluta de la verdad, sólo yo sé lo que es bueno para el país sin que nadie, sino a través mío, tenga derecho de proponer nada; el paternalismo de todo el discurso en torno a los bonos, a la nacionalización e, inclusive, de la historia que se traduce en yo soy el padre bueno; el amedrentamiento de los y las periodistas; la humillación de las mujeres periodistas, que han conquistado hace décadas un lugar social propio y que, tanto el Presidente como el Vicepresidente, pisotean cada que pueden; y el miedo que han provocado en la generalidad de periodistas que los han entrevistado, es el diálogo condicionado a su voluntad. Ellos, Presidente y Vicepresidente, son quienes han ahogado el debate, igual que lo hace el cura sermonero, igual que lo hace el padre autoritario en la mesa del almuerzo.
Eso también tiene que ver con un machismo que no tiene directamente que ver con la relación con las mujeres, sino con el manejo de la autoridad. La cuestión del machismo no es pues tan simple como tener mujeres en el Parlamento y el gabinete para restregarnos todos los días que ahí están, sino con la construcción misma de la autoridad.
Una autoridad que hoy, desde todo el país, se pone en cuestión. El machismo es la debilidad de los hombres y no su fortaleza: ¿queda claro?