El periodista que volvió del frío (relatos de demencia y misterio)

por Teodoro Boot


El periodista Damián Pachter afirma que debió abandonar el país por razones de seguridad. Al parecer, viajó en primera instancia a Uruguay, con boleto de regreso para el 2 de febrero, informó Aerolíneas Argentinas, en lo que fue interpretado como un claro acto de acoso e intimidación. Pero luego, o simultáneamente o vaya uno a saber, siguió viaje a Israel, desde donde dio rienda suelta a una profusa locuacidad que, no obstante, si no consigue explicar por qué es más seguro un país en permanente situación de guerra que el siempre plácido y cordial paisito oriental, mucho más difícil de entender es la razón por la que divulgar la fecha de un pasaje de regreso (que, además, por lo que parece, el periodista no estaba dispuesto a utilizar) puede resultar un acto intimidatorio.
De todo lo que dice la mayor parte de la prensa respecto al caso y de todo cuanto dice el propio Pachter, hay en realidad muy poco que no resulte propio de un relato de misterio de Mel Brooks.
Llamada para el muerto
El principal y más inquietante misterio es la razón por la que el periodista habría sido perseguido: «No puedo volver más al país, al menos hasta el final de este Gobierno» tituló el matutino La Nación el domingo 25 de enero, para a continuación explicar: “El periodista que dio la primicia de la muerte del fiscal Alberto Nisman debió dejar el país y buscaría refugio en Israel”.
Más abajo, en la misma nota, el periodista explica: «Mi vida corre peligro y si no me voy sigue corriendo. Lo vinculo con lo de los tuits. Siento que les arruiné algo. Algo cambió», dijo en diálogo con el diario Clarín mientras, convengamos que no muy discretamente, dejaba el país desde el Aeroparque Metropolitano, «No puedo volver más, al menos hasta el final de este Gobierno. Estoy muy marcado», agregó.
La sensación de inseguridad del periodista habría venido, dijo, de que “Estás en el laburo, te das cuenta de algo, un mensaje que llega. Me venían tirando indirectas para rejarme (SIC La Nación) que empezaron luego de que publiqué los tuits con las transcripciones de la denuncia. Luego consulto con fuentes sobre lo que me pasa y confirmo lo que es un mensaje es que me están siguiendo».
Dudamos si atribuir la profunda incoherencia de este párrafo a serias dificultades de lectoescritura del redactor de la Tribuna de Doctrina o a un grave estado de perturbación mental del periodista fugitivo. Como sea, algo está mal ahí, más allá de si a Pechter o Pachter lo querían rejar o rajar o vaya uno a saber qué (este gobierno es capaz de cualquier cosa), como si el párrafo hubiera sido extraído del catálogo traducido en Laponia de un electrodoméstico fabricado en Taiwan. Como sea, su lectura resulta perturbadora y cualquiera se hubiera rejado o rajado al Uruguay, haya o no escrito los tuits que arruinaron algo de alguien.
Por si el lector, desatento o agobiado por el exceso de informaciones indemostrables y contradictorias, no lo recuerda, los tuits en cuestión decían:
A las 11:35 del 18 de enero: “Me acaban de informar sobre un incidente en la casa del Fiscal Alberto Nisman”.
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Y a las 12:08: “Encontraron al fiscal Alberto Nisman en el baño de su casa de Puerto Madero sobre un charco de sangre. No respiraba. Los médicos están allí.”
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Para concluir, luego de 50 minutos de angustiante suspenso: “Fuentes informan que se trataría de un supuesto suicidio”.
Más allá de que el señor Fuentes, difusor de las más inquietantes noticias, según descubriera Juan Carlos Onetti hace más de cuatro décadas, seguiría vivito y coleando, los tuits serían realmente perturbadores si una conjura gubernamental hubiera pretendido conservar indefinidamente en secreto la muerte del fiscal, quien, en los siniestros planes urdidos en las catacumbas camporistas, sería reemplazado por Aníbal Fernández, sin bigotes. De haber sido así, Pachter tendría serias razones para sentir preocupación, pero ¿qué riesgo entraña haber dado la primicia de una noticia que a los pocos minutos recorrió las redacciones de la mayor parte de los medios de Argentina y el mundo?
El asunto es muy preocupante, pues de ser ese el caso, el de haber dado la primicia, ¿quién es el que persigue a Pachter para rijarlo o rojarlo o vaya uno a saber qué de vaya uno a saber dónde? ¿Crónica TV? ¿CNN internacional? ¿Al Jazeera? ¿Radio Colonia? ¿FM La Tribu?
¿A quién le sopló la primicia Pachter para temer tanto por su vida? ¿O será cierto que el gobierno pretendía ocultar indefinidamente la muerte de Nisman y Pachter le escupió el asado?
Y lo más espantoso: ¿sería capaz de afeitarse el bigote Aníbal Fernández  en aras del modelo nacional y popular? ¿Hasta tanto llega el fanatismo k?
Un espía perfecto
Pero si al llegar a este punto el lector se encuentra ya agobiado, eso es porque no leyó el estremecedor relato que el propio Pachter escribó para el periódico  Haaretz.  Dice el periodista fugitivo:
«Esa semana recibí varios mensajes de una de mis más viejas y mejores fuentes. Me urgía a visitarlo, pero en esos días de locura subestimé su propuesta», reconoció, volviendo a mencionar al misterioso señor Fuentes.
«El viernes estaba trabajando en la redacción del Buenos Aires Herald.com cuando un colega de la BBC me dijo que leyera la historia de la agencia estatal de noticias sobre la muerte de Nisman. El artículo tenía serios errores tipográficos pero el mensaje era aún más extraño: citaba un tuit mío que nunca escribí».
Furioso, no se sabe si por el falso tuit, porque Télam desmintió haberlo publicado o por los errores tipográficos, Pachter contó: «Insulté y pensé ‘Voy a tuitear y van a ver’.”
¡Tiemblen villanos!
“Pero esperé unos minutos, dice Pachter,  para tranquilizarme y darme cuenta que ese tuit era un mensaje encriptado».
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«Entonces se lo mostré a un amigo, quien me dijo: ‘Andate ya para Retiro y vení a visitarme. Tenés que dejar la ciudad’. Fue alrededor de las 20:30. Tuve mucha suerte. Cuando llegué un colectivo salía en dos minutos. A dónde iba ese colectivo, tampoco lo revelaré jamás».
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«Después de varias horas viajando, llegué a otra terminal de colectivos donde permanecí varias horas. Resultó ser un gran error: creo que fue el lugar donde alguien empezó a observarme. Pero no lo sabía en ese entonces»
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Y tal como aprendió de tanto leer a Le Carré, Pachter explicó: “No me quería quedar mucho tiempo en ningún lugar, así que caminé a una estación de servicios que estaba cerca. Mi amigo me contactó y me dijo: ‘Llego en 20 minutos'»
Para amigos como ese… Vean sino:
«Ya habían pasado dos horas desde que me senté cuando una persona muy extraña entró. Tenía puesto jeans, una campera de jean y anteojos Ray-Ban. Lo visualicé enseguida pero me quedé donde estaba. Estaba sentado a dos mesas de distancia”.
Pachter no ha de haber sido el único perspicaz que “visualizó enseguida” a ese extraño agente secreto que, con 38 grados de calor, pretendía pasar desapercibido vistiendo una campera de jean.
¿Pero no va el amigo y acercándose por atrás, le toca el cuello con un dedo?
“Salté como nunca lo había hecho en mi vida», explica Pachter que, también de una extraña manera, pretendía pasar tan desapercibido como el agente secreto.
“Estás un poco nervioso”, le dijo el amigo y agregó: “Te están vigilando, ¿no notaste al agente de inteligencia atrás tuyo?”
A parecer, la pregunta lo libró de la trompada o el tuit que le estaba por dar el cada vez más nervioso Pachter, quien sólo atinó a preguntar «¿El de jeans y Ray-Bans?».
«Sí», dijo el amigo
«¿Qué quiere?», preguntó Pachter.
El amigo no le contestó y le sacó una foto al agente secreto, quien se fue cinco minutos después. Pachner no explicó si en su subrepticia huida el discreto agente secreto se llevó por delante al mozo con una bandeja llena de botellas y vasos, pero revela que «Entonces tuve que considerar cuál era mi mejor opción, porque nunca es buena noticia que un agente argentino de inteligencia te esté siguiendo. No quería tomar un café conmigo, eso seguro «, admitió.
Tratándose de un tipo que andaba con campera de jean en pleno verano, seguro que lo quería invitar a comer una bagna cauda.
Los agentes argentinos de inteligencia son de lo más perversos. Menos mal que Pachter se pudo rajar a tiempo, que sino…

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