El mundo entero habla de nosotras, las mujeres kurdas

por Zilan Diyar


La mirada de estas mujeres se centró en las profundidades de la distancia. A fin de que el futuro fuese cercano, estaban tan impacientes que no dejaban un solo puente atrás.

Todo el mundo está hablando de nosotras, las mujeres kurdas. Ya es común encontrar noticias sobre las mujeres combatientes en revistas, periódicos y agencias. Están sorprendidos por estas mujeres, que luchan contra hombres que quieren pintar de negro los colores de Oriente Medio, y se preguntan de dónde sacan su valentía, cómo pueden reír con tanta sinceridad. Y yo me pregunto acerca de ellos.

Estoy sorprendida por la forma en que nos vieron tan tarde, en que nunca hasta ahora supieron de nosotras. Me pregunto cómo tardaron tanto en escuchar las voces de las muchas mujeres valientes que pasaron las fronteras del coraje, la fe, la paciencia, la esperanza y la belleza. No quiero quejarme demasiado. Quizás nuestras eras simplemente no coinciden. Sólo tengo unas pocas palabras para decir a los que sólo ahora comienzan a fijarse en nosotras, eso es todo.

Hoy, la mitad de nosotras ya no está

Sin pasado ni futuro en tu entorno, te sentirías un sonido, un emerger que se pierde en los agujeros negros del universo. La emoción y la belleza de hoy día sólo puede medirse por aquellos que fueron capaces de traer este día y su capacidad de ir más lejos hacia el futuro. En el grito de Zilan (Zeynep Kinaci), que se voló a sí misma en 1996; en el aliento de Besê, que se tiró al acantilado en el levantamiento de Dersim en la década de 1930 diciendo «No me atraparás con vida»; y el de Beritan, que no entregó ni su cuerpo ni su arma al enemigo cuando se tiró de la montaña en 1992. Es la razón por la cual la combatiente del YPJ [Unidades de Protección Popular, milicia voluntaria del Kurdistán] Arin Mirkan hizo soplar un viento de montaña a través de una ciudad del desierto al detonarse a sí misma en lugar de rendirse al ISIS, para cubrir a sus camaradas que se retiraban en Kobanê este mes de octubre.

Son los corazones de las mujeres yazidíes, que toman las armas contra hombres de bandera negra, es la nostalgia de Binevs Agal, una mujer yazidí [antigua religión preislámica monoteísta de Mesopotamia], que se unió a la guerrilla en Alemania en la década de 1980 y cruzó continentes para regresar a su país. Son las palabras de Ayse Efendi, co-presidente de la asamblea popular de Kobanê: «Voy a morir en mi patria», se esconde la furia rebelde de Zarife, que luchó en el levantamiento Dersim.

En la sonrisa de la miliciana del YPJ que posa con su hijo mientras porta un rifle, es la esperanza de Meryem Colak, un psicóloga que eligió luchar en las montañas y que a menudo compartió con nosotros el anhelo por la hija que había dejado atrás.

Es Deniz Firat, periodista de Firat News asesinada por ISIS en Makhmur en agosto buscando la verdad, es Gurbetelli Ersöz, periodista y luchadora guerrillera que murió en los enfrentamientos en 1997. Sema Yüce (Serhildan), que se prendió fuego en señal de protesta en una prisión turca en 1992, son los secretos que el fuego susurró a Leyla Wali Hussein (Viyan Soran), que se auto-inmoló en 2006 para llamar la atención sobre la situación de Abdullah Öcalan.

Los que hoy se extrañan de por qué iría a las montañas la «Niña con el pañuelo rojo», una chica turca desilusionada del Estado después de las protestas en Gezi-Park, habrían tenido la respuesta si hubieran sabido sobre Ekin Cerén Dogruak (Amara), una mujer revolucionaria turca del PKK cuya lápida dice «la chica de la mar que se enamoró de las montañas» y sobre Hüsne Akgül (Mizgin), una guerrillera turca del PKK que murió en 1995. Los sorprendidos porque estadounidenses y canadienses se uniesen al YPG son aquellos que no conocen a Andrea Wolf, una internacionalista alemana en el PKK, que fue asesinada en 1998, cuyos huesos fueron arrojados a una fosa común porque su memoria no podía ser tolerada por el Estado.

Nuestro calendario no corrió paralelo al calendario del mundo. La mirada de estas mujeres se centró en las profundidades de la distancia, sus pasos eran rápidos. A fin de que el futuro fuese cercano, estaban tan impacientes que no dejaban un solo puente atrás. Estas razones nos mantuvieron al margen de las realidades del mundo.

Ahora es el momento de coordinar los calendarios, de sincronizar los relojes. Es hora de contar las historias de vida de estas mujeres que se balanceaban entre el sueño y la realidad, sus momentos felices que suenan a cuentos de hadas, las formas en que la pérdida ha demostrado ser nuestra maestra más notoria en la búsqueda de la verdad. Ahora es el momento perfecto para confiarles lo que yo era capaz de llevar desde el pasado al día de hoy. Para unirse al calendario del mundo, voy a unir nuestro pasado con el presente. Que mi pasado sea tu presente.

Estoy en el otoño de 1997. Un día en el que los pies cansados del otoño tratan de arrastrarnos hacia el invierno. Un día en el que el dolor por no conquistar Haftanin pesa en nuestros corazones. Me entero del martirio de Zinarîn después de meses. Sigo siendo vulnerable al dolor de perderla. Como doy vueltas con rabia desencadenada, Meryem Colak lee en mi cara como hierve mi alma de dolor. Como dejé de hablar con nadie sobre la muerte de Zinarîn, pregunta «¿Estás enojada?» y responde ella misma: «No te enojes en nosotras, enojate con el enemigo».

Desde ese día, mi inmunidad a la pérdida aumenta. Unos meses más tarde me entero de que Meryem Colak, cuando se dirigía hacia Metina para salir del campo de batalla junto con un grupo de mujeres, fue asesinada por un tanque en una emboscada. Me entero por los testigos que usó su último aliento no para enviar un saludo a su hija, si no en encomendar a sus compañeros su arma, cartuchera y libro de códigos.

Es 1999. Estoy en las montañas de Zagros, que no permitieron el paso del ejército de Alejandro, pero donde la guerrilla logró abrirse camino. Estamos a medio camino en un largo viaje que duraría un mes. Conmigo está Sorxwîn (Özgür Kaya), de 22 años. Nuestra Sorxwîn, que le permite a las condiciones de la montaña gobernar sobre su cuerpo, pero que no permitirá que el corazón de su hijo sea sometido a las leyes de la guerra.

Una comandante, un compañera, una mujer y una niña. Cada una de sus identidades le añade una belleza diferente. La mejor parte de ese largo y arduo viaje de un mes, es ella nos animándonos a seguir marchando. Por supuesto, fue esta niña llamada Sorxwîn que inventó los juegos infantiles que nos dieron fuerza. Con risa maliciosa, dice: «Esto no es nada. Puedo llevar un BKC con 400 balas en la espalda, así que voy a subir esta colina en cuatro horas sin ningún descanso».

Estas mujeres no podían acompasarse a nuestro tiempo, porque corrían hacia el fuego como mariposas. Pero han estado viviendo durante tres generaciones. Tres generaciones crecen con sus historias, llevan sus nombres, escuchan las canciones ardientes dedicadas a ellos.

Recogen los rifles que estas mujeres dejaron atrás y capturan Shengal, Kobanê, Botan, Serhat. Vienen a traer luz al mundo que los hombres de bandera negra quieren oscurecer. Y sus nombres son Zinarîn, Beritan, Zilan, Meryem, Sorxwîn, Arjin, Amara, Viyan, Sara…

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