«El material reunido nos revela un país que casi ni imaginábamos»

por Mónica López Ocón


¿Cuál era la relación de las vanguardias poéticas con la política?  ¿De qué forma se expresaban los grupos antes de que los medios masivos de comunicación tuvieran el auge que alcanzaron en el presente? ¿Cuáles eran las polémicas que marcaron la Argentina en el siglo XX ? Dentro de la colección Reediciones y Antologías, la Biblioteca Nacional edita La Argentina Facsimilar, un grupo de publicaciones periódicas difíciles de encontrar que y que desde los temas específicos que abarcan permiten reconstruir parte de la historia nacional con textos de primera mano que reproducen los originales. Dialogo con el director de la Biblioteca, Horacio González y con el responsable del área de publicaciones, Sebastián Scolnik.
–¿Qué es La Argentina  facsimilar?

Sebastián Scholnik: –Es la que surge de revisitar la historia del país a partir de los facsimilares. Contorno fue nuestra primera experiencia facsimilar en la editorial, aunque ya habíamos editado de manera preliminar  el diario de los ingleses La estrella del Sur de 1806 – 1807. La edición facsimilar, puesta en conjunto, revela diálogos que muchas veces se encuentran por debajo de los grandes enunciados de la historiografìa política.

–¿De qué tipo de diálogos se trata?

SS: –Son diálogos entre las vanguardias culturales, poéticas, artísticas, y políticas, entre las ciencias sociales, el marxismo, la literatura. Por un lado, están Contorno, la revista Los Libros, Envido, Pasado y Presente, Fichas de investigación económica y social de  Milcíades Peña. Por otro, están las revistas que hemos publicado últimamente que son Poesía de Buenos Aires, Arte Madí, Arturo, Letra y Línea, La rosa blindada. Todo se revela como un conjunto de experiencias estéticas y políticas de una magnitud increíble y muy pocas veces visitadas en estos términos, con los documentos reales. Ponerlas en libros muy accesibles, económicos, al alcance de investigadores pero también de lectores ocasionales  permite revisitar el mundo de esas polémicas, de esas discusiones a través de los documentos directos y no sólo de las referencias que hacen los investigadores. Además, a la Biblioteca le permite completar sus colecciones, porque muchas de ellas no formaban parte de su fondo, sino que hubo que salir a conseguirlas en otras instituciones o a través de coleccionistas privados. Hay un conjunto más político volcado sobre las ciencias sociales pero también todo un costado estético y poético que dialoga en un mismo espacio político. Son las dos caras de una misma experiencia generacional.

–¿Estas ediciones son también una muestra de lo que se puede hacer cuando hay presencia del Estado?

SS: –Creo que es interesante ver de qué modo está presente el Estado, porque los de estas revistas son lenguajes que no se ajustan estrictamente al lenguaje del Estado y sin embargo, en la Biblioteca Nacional hoy hay una experiencia institucional que permite alojar esos lenguajes, permite tomarlos prestados de sus experiencias originales y ponerlos en circulación

Horacio González: –Sí, son revistas que provienen de grupos autónomos vinculados a las vanguardias poéticas o vinculados o a la política insurgente, de modo que permiten recomponer una época pasada mediata y también inmediata que leída hoy estremece bastante, aunque leídas en forma facsimilar estremece menos.

–¿Por qué menos? Uno tendería a pensar que estremece más.

–Digo que estremece menos porque uno está revisando un pasado que es también un pasado tipográfico. Son revistas compuestas con sistemas que ya no existen, pero están hechas en papel, se parecen al original. A mí me interesa mucho esto de Argentina Facsimilar incluso para entender este momento histórico, para ver qué hay de repetición, de historia circular o cíclica y qué hay de novedad  y renovación. Las proporciones de cada cosa permiten ver qué experiencias se repiten, qué experiencias cortan el ciclo de la reiteración. Todas estas revistas juntas nos ponen frente a un país que casi ni imaginábamos. Aun quienes habíamos trabajado con papeles antiguos, nos habíamos ocupado del pasado argentino, nunca habíamos tenido la experiencia de tener en frente dos materiales que no mencionamos: Trapalanda, de Martínez Estrada y Papeles de Buenos Aires, del hijo de Macedonio Fernández, Adolfo de Obieta. Son de los años 40 y ocupan el ciclo del peronismo y el peronismo en todas estas revistas es un enorme silencio. Se puede entonces constatar el silencio de los surrealistas, de los dadaístas o invencionistas o creacionistas o de cualquiera de los nombres que se pusieron, porque si no les gustaba el nombre lo cambiaban a la semana siguiente, pero siempre en torno de la capacidad de la poesía de romper el ciclo de la continuidad histórica. Poesía de Buenos Aires de Raúl Gustavo Aguirre y Edgar Bayley, dos grandes poetas que no simpatizaban con el peronismo, pero que si no hablaban no era porque se sintieran inhibidos o porque hubiera una coerción, no hablaban porque no era el tema, porque había una ajenidad respecto del mundo histórico y social. Paradójicamente, esa ajenidad hoy permite conocer mejor la época. La palabra es indispensable, pero el silencio sobre la palabra política también es indispensable para entender el momento. Era una revista que cuando cae Perón pone cinco líneas aceptando el hecho y, a continuación, otras cinco cuestionando las posiciones antidemocráticas de la Revolución Libertadora. Al año siguiente escribe otras cinco líneas porque había caído preso Juan L. Ortiz que en ese momento militaba en el Partido Comunista. Son solo cinco líneas en un montón de números que salen entre los ’50 y los 60′. Estas pocas líneas dan cuenta de que conocían el momento histórico nacional,  pero la revista está llena de manifiestos fundacionales. ¿Qué fundaron esos manifiestos? ¿La historia cómo se corta, cómo se periodiza, con el bombardeo en la plaza, los fusilados, los torturados o con un manifiesto poético?

–¿Y cómo se corta la Historia?

–Quienes sin dedicarnos a la política profesionalmente nos interesa la historia política tendríamos la tentación de decir que las grandes convulsiones: los procesos inflacionarios, los fondos buitre, el bombardeo de una ciudad, una guerra. Se trata de periodizaciones y las periodizaciones más visibles de la historia son el drama humano, el sentimiento colectivo, pero el poeta no está muy convencido y quiere hacer de un manifiesto que diga que la Historia cambia cuando cambia un forma retórica, una metáfora, una forma del decir poético. Si uno revisa Poesía de Buenos Aires, ve que es increíble la cantidad de manifiestos que se suceden. Dan ganas de preguntar si no aprendieron con el primero que eso no daba resultados y por eso hicieron 30 más. Pero eso es realmente lo interesante, que no dieron resultado en el campo histórico, pero en la historia del espíritu humano dan resultado.

–¿Se trata de una microhistoria?

–Es una historia propia. Si se cotejan las Fichas de Investigación de Milcíades Peña, se ve que están excelentemente escritas todas por él. Y en Pasado y presente, que es la traducción del debate gramsciano italiano en la Argentina, resulta notable que son dos idiomas diferentes. Apenas hay una referencia irónica a Fichas a Pasado y Presente y nada más, como si fueran dos mundos, dos clases de escritura diferente, ambas de altísimo nivel. Salieron al mismo tiempo pero con orientaciones diferentes. Hoy se pueden leer juntas. Eso es lo que tiene de fascinante Argentina Facsimilar. Para Pasado y presente, el peronismo era esa ajenidad que poco a poco se fue aproximando hasta llegar al ’73 en que finalmente festejan al Frejuli. Es un ciclo impresionante que empieza con la ruptura con el Partido Comunista y culmina con el gran abismo, la gran caída previo reconocimiento del peronismo del cual Portantiero dijo que era el equivalente de la cuestión meridional de Gramsci., es decir, se «gramscizó» el peronismo. La historia cultural de la Argentina es muy interesante. En otro país no pasó que se «gramscizara» el  movimiento cultural de la época que, además, hablaba otro idioma, no el idioma gramsciano de la época. Milcíades Peña, por su parte, estudió el peronismo como un bonapartismo y lo hizo a la luz del 18 Brumario de Marx.

SS: –Hay un tema que me parece significativo y es lo que rodea a estas ediciones facsimilares y que tiene que ver con la relación entre el mundo intelectual que las animaba, el colectivo que las sostenía, el tipo de organización que tenían cuando emprendían un proyecto de esta naturaleza y el tipo de militancia práctica que engendraban estas revistas. Eran grupos de fuerte discusión política, estética, ideológica y cultural que se proponían empresas colectivas que devenían en revistas. Todos los grupos tenían la suya y, en este sentido, La Argentina Facsimilar puede ser la Argentina de las revistas que dialogan o discuten entre sí y, al mismo tiempo, empredimientos hechos a pulmón. Recuerdo la entrevista de Ismael Viñas en Contorno donde contaba cómo se cocinaba esta revista que luego se convirtió en una publicación mítica del mundo de las letras. Contaba cómo pegaban los carteles, cómo se organizaban para sacarla, cómo reunían el dinero. Cada una de estas revistas es también la historia de la conformación de esos grupos y es también la historia de un tipo de militancia que trazaba ciertos vínculos con el mundo de las ideas, de los debates culturales universales y también con la realidad política. Había un cierto espíritu de intervención colectiva que se manifestaba a través de esas revistas.

–Hace poco le  escuché a Héctor Schmucler contar una anécdota que pone de manifiesto la virulencia que tenían ciertos debates en la Argentina. Contó que David Viñas fue a increpar al editor de Siglo XXI por un libro que había publicado, que, si no recuerdo mal era de o sobre Alejandra Pizarnik. Viñas preguntó quién lo había editado sabiendo de antemano quién era el editor y cuando este le contestó «fui yo», Viñas le dijo: «No le doy una trompada porque soy un caballero y no le pego a un hombre con anteojos.» (Risas). ¿Ha menguado ese apasionamiento por temas culturales?

HG: –Hoy las discusiones están mediadas por los medios de comunicación. Son los periodistas los que te hacen hablar. En este momento no es posible pasar por encima de los periodistas porque cualquier cosa que uno diga está mediada por ellos. Además, si uno se calla y hay cosas que no dice, igual el periodismo te las atribuye. (Risas). Alguien como David Viñas no sé qué haría hoy. Él tenía sus propios medios de expresión, su revista, que leería quizá poca gente pero que tenía su público y lo que decía pasaba al periodismo con más fidelidad, el periodismo lo respetaba más. Hoy hay toda una maquinaria con tecnologías nuevas, entonces uno nunca está hablando para un público, sino para un ámbito irreal, al que también se llama público, creado por el periodismo. 

SS: –Respecto del apasionamiento de las discusiones, creo que la crítica pasaba por romper el consenso de la época y eso es lo que hoy no se encuentra tanto. La anécdota de Viñas da cuenta de que en la discusión se jugaba algo del propio proyecto existencial, no era sólo algo del orden discursivo que tenía una implicancia menor. Luego de la discusión no era que cada uno volvía a su casa como si no hubiera pasado nada. La polémica, para decirlo con palabras de León Rozitchner, era el terreno donde se verificaba la coherencia propia y también la del adversario. Hoy, la discusión está más profesionalizada y cada oponente puede defender una línea u otra y vivir de la misma forma en que lo hace el otro. En cambio, antes las polémicas significaban una amenaza para el propio modo de vida de cada uno.

HG: –En La rosa blindada, León Rozitchner polemiza con Cooke sin nombrarlo, usando la técnica del ninguneo que él mismo decía detestar. No es esto una crítica a León que fue nuestro gran amigo. Cooke estaba con el marxismo y el peronismo, cosa que a León le molestaba, entonces usaba fórmulas como «se dice por ahí», «algunos opinan», pero era evidente que le estaba respondiendo a Cooke. Lo que quería demostrar es que si no daba su nombre es porque estaba bastante enojado. 

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