El imperativo de valorización // Emiliano Exposto y Gabriel Rodriguez Varela

Escribe Anselm Jappe en Trabajo abstracto o trabajo inmaterial: “Se roza el absurdo cuando se habla en sentido positivo de auto-valorización (…) El problema reside propiamente en el devenir-valor de todo, en la total reducción del individuo a economía en un mundo en el que sólo lo que tiene un valor merece existir. La autovalorización no es, en definitiva, más que una completa auto-sumisión a los imperativos económicos”.

El Imperativo del Capital determina la subsunción tendencialmente totalista de las fuerzas de trabajo libidinal-pulsional hacia el interior de las formas límites de las relaciones sociales capitalistas. El funcionamiento inconciente de este imperativo, es decir la ley del valor como “ley fundamental de la razón práctica capitalista”, se objetiva en el siguiente mandato universal: ¡VALORIZA(TE)!

Esto se resume en la exigencia inapelable de una unidad mínima de valor, esto es: valer=ser. Ese imperativo se impone de manera ciega con una desmesura insoportable; funciona de manera inconciente en la práctica concreta de las relaciones sociales, reproduciéndose más allá de la voluntad de los actores particulares y la deliberación de los agentes colectivos que asimismo lo dinamizan.

La lógica del Capital es inconciente; se sustrae a toda intencionalidad teleológica; no depende de una voluntad que gobierne su desarrollo semoviente. El Capital no es sólo la imposición de los intereses de la clase burguesa (explotadora) por sobre la clase proletaria (explotada), sino una relación social total que es la forma histórica del metabolismo inconciente de la sociedad. Lo inconciente es un atributo productivo del Capital. Lo inconciente capitalista comporta un orden objetivo de determinaciones históricas cuya eficacia subjetiva opera de espaldas a la conciencia.

El imperativo impersonal de valorización es la forma abstracta de dominación inconciente de la conciencia libre del productor independiente de mercancías como forma concreta de la enajenación al Capital.

La dominación inconciente del imperativo de valorización no aplasta a los individuos ni los condiciona de modo “conductivista”, sino que los constituye realmente como “objetos-agentes del Capital” que se experimentan como “sujetos” de la acción/pasión en inmanencia a las prácticas concretas.

Imperativo de la felicidad (Sara Ahmed), imperativo del goce (Žižek), imperativo de la salud (Rodríguez-Costa), imperativo de la competencia (Jordi Maiso), etc., son derivaciones del imperativo de valorización. Términos tales como eficiencia, rentabilidad, auto-realización, rendimiento, empresario-de-sí, redituabilidad, etc., no podrían ser sino formas simbólicas y determinaciones imaginarias derivadas de la dominación impersonal de las categorías reales del Capital. En tales mediaciones simbólicas e imaginarias se concretiza la mediación real del mandato capitalista de valorización, en virtud de reproducirse forzando exigencias de auto-valorización (optimización, éxito, felicidad, salud, reconocimiento, actualización-adaptación, normalidad, representación, formación incesante, auto-explotación, rendimiento, redistribución, etc.) imposibles de satisfacer en los límites del capitalismo.

La autonomización del automatismo inherente al imperativo de valorización, es inseparable de la independización de las categorías reales del Capital (mercancía, trabajo abstracto, dinero, etc.) respecto de la decisión conciente y los intereses pre-concientes. Lo real capitalista constituye la única singularidad del mundo moderno: punto nodal de densidad infinita irreductible. En tanto que tal, se instituye históricamente en el “archi-origen” (Derrida) del universo social sobre telón fondo del “Corte Mayor” (Milner) que el capitalismo opera respecto a las determinaciones simbólicas e imaginarias del Antiguo Régimen. El carácter bifacético de la emergencia de lo real capitalista establece una y otra vez el límite de la modernidad (límite indeterminado), en el mismo movimiento en que las categorías del Capital se auto-ponen en tanto que relaciones sociales determinantes del capitalismo.

Lo real es la lógica del Capital; las categorías del Capital son lo real. Lo singular en la modernidad no es el “sujeto”, ni las “clases sociales”, sino las formas sociales de mediación específicamente capitalistas. Lo real no remite a “la estructura” (simbólica), ni es posible identificarlo con “el cuerpo” (imaginario). No se confunde con la realidad (principio de realidad freudiano), o con el realismo (realismo capitalista fisheriano), puesto que constituye la condición de posibilidad de tales términos derivados. Lo real capitalista tampoco alude a la “sustancia viva”, lo “inefable pre-discursivo”, o la “materia tridimensional”, sino a la ex-sistencia de las relaciones sociales del capitalismo. El nexo social capitalista es realmente irreductible. La singularidad es la articulación lógica de la totalidad conforme a las categorías del Capital. Lo real capitalista no es mero “producto de la estructura” (Eidelsztein), aunque tampoco configura un “punto incapturado‖ por la misma” (Miller, Alemán, o Žižek). La lucha de clases es inmanente a las categorías reales del Capital. Entonces, lo real capitalista refiere a la institución de triple una imposibilidad históricamente específica que, al no cesar de repetirse y diferir de sí-misma, retorna siempre al mismo lugar condensando y desplazando el límite de la materialidad social capitalista. A saber: a) resulta objetivamente imposible sortear la eficacia inconciente (objetiva-subjetiva) de las relaciones sociales capitalistas; b) resulta objetivamente imposible que las categorías reales del capitalismo no se resistan a toda mediación imaginaria y simbólica; y c) resulta lógicamente imposible que dichas categorías se realicen plenamente.

El Imperativo del Capital tiende a subsumir la producción de la sociedad bajo la forma a priori del valor. Desde el punto de vista del proceso social de valorización, el trabajo vivo se halla subordinado a la lógica del Capital (lo general subordina a lo particular, la diferencia se pone bajo la equivalencia, la cantidad subtiende la cualidad, lo concreto se presenta como soporte de lo abstracto, etc.). Aunque ahora mismo podríamos identificar zonas empíricas del “mundo de la vida” no subsumidas a la función social de mediación objetiva dada por la instrumentalidad (calculo medio-fines) del trabajo (abstracto y concreto) productor de mercancías (valor y valor de uso), no obstante la tendencia histórica del capitalismo consiste en un devenir-mercancía de todo lo existente.

La forma social de las categorías reales del Capital existe antes de toda distinción entre la economía, la política, el poder, el saber y la subjetivación. Constituyen abstracciones sociales que se producen en la inmanencia de la experiencia social, pero que resultan indiferentes respecto del sufrimiento informado que el mismo capitalismo produce desigualmente en los productores sociales. En palabras de Omar Acha: “Marx logra conceptualizar en los cuadernos de trabajo de los años cincuenta, los Grundrisse, que la dominación involucrada en el sujeto-capital reside en su abstracción dialéctica. El que la abstracción formalice una lógica de dominación sostenida en relaciones de producción sociales (es decir, globales) implica que no atañe solo a lo económico, sino también a la producción inmanente de la sociedad como tal. Esa lógica puede ser clasificada de alienada no porque malogre una esencia humana originaria, sino porque se impone a individuos y clases como una realidad a la que siempre-ya es preciso ajustarse incluso para combatirla. Materializa la constitución de una realidad como tal, y no de una representación distorsionada de la misma” (Encrucijadas de marxismo y psicoanálisis: 60).

El metabolismo inconciente configurado por el Imperativo del Capital, la (auto) valorización permanente y obligada, inalcanzable por definición, subtiende los procesos de individuación capitalistas. Los individuos no podríamos ser sino personificaciones (forma-clase) y personalizaciones particularizadas (forma-sujeto), en las cuales se concretizan las determinaciones pre-individuales de las categorías reales del Capital. Las contradicciones sociales (objetivo) se viven de manera potencialmente conflictiva (subjetivo). La forma inconciente del valor, al funcionar como patrón universal de todo proceso de individuación, conduce a circunstancias y acciones que “nadie quiere” pero que todos no podemos sino “desear”. Es decir, resulta objetivamente imposible no encontrarse involucrados en la producción inconciente (deseo) del proceso social de valorización (directa o indirecta) del Capital.

La “paradoja del dominado”, la “servidumbre voluntaria”, la “no-conciencia de los propios intereses”, etc., expresan una fetichización subjetivista del problema de la determinación compleja de la dominación inconciente en la sociedad de la mercancía. La fetichización objetivista es la otra cara de la moneda. Cuando son materialistas, olvidan la historicidad; cuando son historicistas, olvidan la materialidad. He allí las dos facetas de una y la misma “infértil unilateralización del pensamiento”: el fetichismo de la mercancía se patentiza tanto en lo que afirman los unos como en lo que niegan los otros. El vínculo entre coacción y consentimiento, represión y consenso es un derivado de la sujeción compulsiva al Capital. Antes que denunciar la complicidad imaginaria y simbólica con el Control, o la subordinación pseudo-voluntaria y cuasi-conciente con la Vigilancia, necesitamos una crítica categorial de la servidumbre involuntaria al valor. El problema no es ideológico (pre-conciente), sino de naturaleza organizativa (inconciente). La servidumbre de sí es el reverso de la autonomización del circuito automatizado que determina la servidumbre involuntaria al valor.

Un problema fundamental de la teoría crítica de la sociedad sigue siendo el que Deleuze y Guattari supieron plantear: ¿por qué deseamos el valor como si tratase de nuestra salvación? Cómo es posible que se llegue a gritar: ¡anhelamos valorizarnos! ¡necesitamos auto-valorizarnos¡ ¿Por qué soportamos desde hace algunos siglos la explotación económica, la opresión política, hasta el punto de anhelarla no sólo para los demás, sino también para nosotros mismos, a cuestas de producir siempre más valor? Nunca Deleuze y Guattari fueron mejores pensadores que cuando rehusaron invocar un desconocimiento ideológico o una ilusión de las masas para explicar el capitalismo, y cuando labran una explicación a partir del deseo, en términos de deseo: no, las masas no somos engañadas, deseamos el capitalismo, en determinado momento, en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esté devenir-mercancía del trabajo inconciente del deseo convertido en mano de obra del Capital.

El imperativo real de valorización deriva en un mandato simbólico de competencia generalizada cifrado en la fórmula Tener=Ser. “Todos los sentidos físicos e intelectuales han sido sustituidos por la simple enajenación de todos estos sentidos: el sentido del tener” (Marx). Valorizar para competir, competir para valorizar. Esa conversión del ser en tener se extiende, en un registro imaginario, en la formula parecer=ser examinada por Guy Debord en la Sociedad del espectáculo.

Deseo y deber convergen genéticamente en la producción inconciente del valor, en tanto este último comporta una categoría objetiva que constituye la forma tendencialmente totalista de las llamadas categorías subjetivas propiamente capitalista. Por lo tanto, el Imperativo del Capital “pone al descubierto una determinada estructura social que los individuos deben seguir independientemente de lo que piensen al respecto” (Heinrich, Introducción a El capital: 63).

El mandato de valorización incesante se encuentra realmente inmanentizado: no podríamos sino actuar conforme a las exigencias del valor. Las mismas personas producen relaciones sociales que se les oponen como formas autonomizadas que los controlan y gobiernan. El individuo deviene ejecutor y siervo inconciente de relaciones sociales reificadas. Expresiones como “autovalorización de la clase obrera”, “luchas de auto-valorización”, o incluso “valorización autónoma”, no hacen sino manifestar una inversión fetichista que presenta como quintaescencia de la resistencia y la libertad aquello que no es sino un proceso general de subsunción al Capital. En las condiciones históricamente determinadas del capitalismo universalizado, el valor como categoría negativa se autonomiza como sujeto automatizado del deseo. El deseo inconciente de (auto) valorización es un problema fundamental de la crítica inmanente contra la servidumbre involuntaria a la abstracción social capitalista. Nunca se trató de liberar el trabajo del deseo (como si fuera una energía rebelde reprimida de manera exterior por el parasitismo de la mercancía y el vampirismo del dinero), sino de abolir la forma social del deseo inconciente de auto-valorización en la medida en que constituye la dinámica inconciente que produce la dominación del Capital.

El carácter bifacético de la relación social que confecciona la sujeción anónima de la sociedad bajo la valorización del Capital, se produce conforme a un doble eje diferencial y equivalencial el cual configura la necesaria condición de imposibilidad y posibilidad que sobredetermina las contingencias de todo proyecto emancipatorio. Las contradicciones objetivas del capitalismo se encarnan de manera potencialmente conflictiva en los actores particulares y agentes colectivos. Las condiciones de contestación de la dominación son inmanentes a la dominación misma.

En el imperativo de valorización se funda la ley fundamental de la economía política libidinal-pulsional del capitalismo. La misma, en cuanto subsunción real de las fuerzas de trabajo libidinal-pulsional a la (re)producción inconciente del Capital, es posible de definirse en los siguientes términos: resulta objetivamente imposible (límite históricamente específico) que la fuerzas de trabajo no respondan sino a una ley general que determina férreamente la lucha inmanente de la sociedad capitalista, y esto en virtud de la siguiente dialéctica histórica: ¡VALOR O MUERTE! Para finalizar, recordemos lo que escribe François Lyotard en Economía libidinal (1974): “Vais a decir, eso [el valor] da lugar a poder y dominación, a explotación e incluso a exterminio (…) observad a los proletarios ingleses, lo que el capital, es decir su trabajo, ha hecho a sus cuerpos. Pero iréis a decirme: era eso [el valor] o morir. Pero siempre es eso [valorizar-se] o morir, esa es la ley de la economía libidinal… eso o morir, que es: eso y morir por eso, siempre la muerte dentro de eso, como su corteza interior, su fina piel de avellana, no como su precio, al contrario: como lo que hace eso impagable. […] La muerte no es una alternativa a eso, es parte de ello” (130).

 

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