Una lectura de La ciega de Manuel Ignacio Moyano y Verónica Meloni (ed. Taller Perronautas)
Hay libros que se escriben para ser escuchados y otros, vistos. La ciega, publicado por Taller Perronautas, cumple con las dos condiciones. Es un libro para ver con los ojos, y escucharlos. Sí, escuchar a los ojos.
El texto tiene una trama simple: una ciega avanza por diferentes territorios donde se cruza con diversos personajes. En un procedimiento que recuerda a Corre, Lola, corre (título original en alemán: Lola: rennt), de Tom Tykwer, esas personas que la ciega cruza y de alguna forma marca, con marcas profundas, son biografiadas en dos o tres líneas o algunas más; lo seguro es que son reducidas a meras vidas y meras historias, como en la peli esa de 1998 se hacía con los personajes que Lola cruzaba a partir de algunos fotogramas.
De esas vidas que se cruzan nos queda lo esencial, sus pequeñas historias, pero de la ciega no sabemos nada, solamente que avanza por muchos lugares y cada tanto habla en un «idioma inentendible». Por su parte, las localidades no tienen nombres, o solamente son nombrados con iniciales: «C. C.», «L. M.», «H.», etc.
Pero el libro no es solamente texto. Es también una forma de la edición, que apuesta por lo desfigurante y que tiene formas cambiantes, o quizás la misma forma. Eso es algo fractal, que también vemos en los dibujos de Verónica Meloni que acosan, por diferentes lugares, al ordenamiento de las líneas escritas. Digo fractal porque es una misma estructura, o fuerza (una ciega avanzando y cruzando cosas, personas y paisajes), que se repite en fragmentos irregulares y distintos (los dibujos también son unos pocos de base que se iteran y metamorfosean).
Cuando lo leía, también pensé en un origami: una misma hoja que se hace figuras y se deshace y rehace en otras figuras. La hoja es la misma, las formas no. Bueno. Los dibujos, la edición salteada y geométrica del texto, el ida y vuelta de la trama, es como armar y desarmar constantemente un origami.
A mí me gustó, y valgan acá las dos indicaciones del «yo» que traen los pronombres reflexivo y de objeto indirecto. Me gustó porque, y acá peco de provinciana, es un libro federal que abre el campo visual. No sé si eso es lo que se propuso el autor del texto, pero vi un territorio que excede a la Ciudad dueña y creo que no lo reduce a simple barbarie ni a costumbrismos localistas. O sea, no lo convierte en una pose de chauvinismo típico.
La ciega es misteriosa. Sus ojos grises, y la violencia de varias escenas, me hizo pensar que había un vínculo con otro libro del autor del texto, titulado Bonino. La lengua de la inocencia, que trata sobre Jorge Bonino, un actor cordobés que inventó un lenguaje inentendible en los años ´60, sobre todo en la cuestión del idioma de la mirada.
La mirada no se entiende y eso es misterioso. O sea, esos ojos no se entienden, pero hablan, como Bonino, un idioma inventado, que va de la afasia a la glosolalia, del silencio al ruido, del mutismo al vagido, y que no dice nada o dice todo. Eso es el misterio. Todo en nada o tonada.
Las cosas no son misteriosas en sí mismas, se vuelven misteriosas cuando no las entendemos. O cuando las vemos con la boca abierta. La ciega da un paso más: es una retina abierta por una espina.
En fin, me gustó. Tampoco me cambió la vida. Pero es recomendable.