El huevo de la serpiente

por Isidro Herrera *



En enero de este mismo año 2015, se publicó en Gallimard, precisamente la editorial en donde se ha publicado prácticamente toda la obra de Maurice Blanchot, un libro titulado L’autre Blanchot. L’écriture de jour, l’écriture de nuit. Su autor, Michel Surya, pide que se lean sin miramientos los artículos de contenido político publicados por Blanchot en los años 30. No tanto con el objeto de juzgar ese contenido (descalificado de antemano como pensamiento de extrema derecha), sino con la intención de preguntarse qué «consecuencias» tienen esos artículos en la obra y el pensamiento posteriores de Blanchot y por qué Blanchot, que llegó a defender justamente todo lo contrario, nunca creyó conveniente explicar ese cambio, esa «conversión» de su pensamiento.
El trabajo que sigue a estas líneas quiere aprovechar una oportunidad inaudita para su autor —que nunca imaginó que tuviera la ocasión para ello—, no tanto de defender la obra o el pensamiento de Blanchot frente a malentendidos o falsas interpretaciones, sino de defender al propio Blanchot de lo que a él le parece una infamia que no debe quedar sin ser denunciada (es decir, hacer algo parecido a no permitir que se denigre a un amigo). Ahora bien, en lugar de entrar en el fondo de las acusaciones más  o menos veladas de Michel Surya (¿fue Blanchot «fascista»?, ¿fue «antisemita»?, ¿«colaboró» con el régimen de Vichy?, ¿«mintió» a todos sus amigos acerca del alcance de su compromiso político?, ¿no se le deben aplicar a él mismo los mismos términos que él utiliza para hablar de Heidegger?…),  antes habrá que valorar la falta de rigor textual con que se plantean esas acusaciones. Rigor sin el que verdaderamente no será posible ni siquiera comenzar la discusión. Ahora bien, si los textos utilizados han sido alterados —es decir, no dicen lo que Michel Surya dice que dicen—, eso demostraría desde el principio que la argumentación no tiene ningún recorrido, que la reflexión encalla desde su inicio y que ninguna de esas acusaciones puede sostenerse.
***
En el momento de lanzar una grave acusación sobre Blanchot, Michel Surya no puede decir algo más oportuno:
Il faut être précis bien sûr, ou les procès recommenceraient. Et entrer dans les textes. Autrement dit les lire dans le détail[1].
Hay que leer, leer con detalle. No otro ha de ser nuestro imperativo. Únicamente añadiremos que, dado que esta recomendación se transmite dentro de un texto, éste, el texto que la contiene, debe ser leído también con el mismo detalle, con la misma precisión, con el mismo rigor. Debe ser sometido también a la misma exigencia — la exigencia de pensar consecuentemente lo que él dice, lo que en él hay. Leerlo escrupulosamente — esto es exactamente lo que estamos obligados a hacer con el libro de Michel Surya. Leer lo que él quiere leer. Empezando por su título: L’autre Blanchot. L’écriture de jour, l’écriture de nuit,. Titulo enojoso, degradante incluso, en el que, por muy inocentemente que quisiéramos entenderlo, percibimos de inmediato una censura moral. Título que no se presta a equívocos, tanto en lo que se refiere a su sentido como a su intención: está visiblemente encaminado a sugerir una doblez, no sólo de la escritura, sino del propio Blanchot, contumaz en el «disimulo», todo el tiempo frente a todos sus amigos:
Parce qu’il n’y a pas jusqu’à ses «amis» (et on sait en quelle estime il tenait pourtant l’amitié) à qui Blanchot n’ait réussi à dissimuler «l’autre» qu’il avait longtemps été.[2]
Que tal sugerencia de doblez le pueda parecer a alguien una infamia sería irrelevante frente al hecho notorio de que las palabras del título de ese libro estarían repitiendo literalmente palabras del propio Blanchot. No siendo por lo demás difícil saber de dónde han sido tomadas, porque Michel Surya en numerosas ocasiones cita su lugar de procedencia: la carta de Maurice Blanchot a Roger Laporte del 22 de diciembre de 1984, publicada por Jean-Luc Nancy en Maurice Blanchot. Passion politique[3].  Una parte importante de la argumentación de Michel Surya se apoya en lo que esa carta dice («cette lettre a été pour moi déterminante»[4]).
Así, pues, leamos esa carta y el modo en que Michel Surya emplea sus términos con la atención que él mismo nos solicita, para que no nos pase, según se dice en España, lo que al Maestro Ciruela, «que no sabía leer y puso escuela». Ya sabemos que de ella procedería la expresión que contiene el título de su libro («l’écriture de jour, l’écriture de nuit»), la cual en su interior aparece mencionada abundantísimamente, muchas veces con mordacidad, casi siempre con la intención de señalar una duplicidad que no se quedaría en la escritura, sino que alcanzaría al propio Blanchot: Blanchot de día, Blanchot de noche, uno y otro opuestos en todo, decente uno, vergonzante el otro. Pero, atención, ¿son exactamente ésas las palabras de Blanchot? Ciertamente, no: ni en esa carta ni en ningún otro lugar en ninguno de sus libros publicados Blanchot nunca dice l’écriture de jour o l’écriture de nuit, sino l’écriture du jour y l’écriture de la nuit.[5]
La diferencia entre las dos expresiones no es menor ni es irrelevante. En cuanto a saber si se trata de una errata, de un error, de un lapsus, de un descuido u de una modificación intencionada, no hay manera de comprobarlo y no añade nada al fondo del asunto. Únicamente tenemos que las palabras más citadas del libro de Michel Surya (empezando por su título), y que constantemente se le atribuyen a Blanchot, no son palabras de Blanchot. De modo que muy mal podremos, como se nos pide, pensar lo dicho, desde el momento en que nunca leemos verdaderamente eso que ha sido dicho. Porque cualquiera que tome en serio la gramática se dará cuenta de que no dice lo mismo la locución adverbial (de día, de noche) que el sintagma en genitivo (del día, de la noche), del que es bien sabido que aporta una riqueza admirable por su capacidad de ser alternativamente leído como genitivo objetivo o genitivo subjetivo. No dice lo mismo «la escritura de día, la escritura de noche», que «la escritura del día, la escritura de la noche»: «de día», «de noche» serían apenas marcas temporales, sujetas sin duda a interpretación, pero muy lejos de todo lo que el original puede y quiere decir, que afecta a la génesis de la cosa misma:
J’ai laissé de côté ce qui durant ce temps (sans doute depuis 1930) avait été ma vraie vie, c’est-à-dire l’écriture, le mouvement de l’écriture, son obscure recherche, son aventure essentiellement nocturne (d’autant plus que, comme Kafka, il ne me restait que la nuit pour écrire). En ce sens,  j’ai été exposé à une véritable dichotomie : l’écriture du jour au service de tel ou tel (ne pas oublier que j’écrivais alors aussi pour un archéologue renommé qui avait besoin de l’aide d’un écrivant) et l’écriture de la nuit qui me rendait étranger à toute autre exigence qu’elle-même, tout en changeant mon identité ou en l’orientant vers un inconnu insaisissable et angoissant. S’il y a eu faute de ma part, c’est sans doute dans ce partage.[6]
Para el adicto a la sospecha aquí no habría más que un subterfugio o la vía de escape de la responsabilidad adquirida por una elección política desastrosa. Pero lo cierto es que Blanchot nunca ha dicho otra cosa  acerca de la escritura: el día no escribe, el día no es el elemento de la escritura. Ésta es esencialmente nocturna, se alimenta de oscuridad y no busca o exige otra cosa que esa misma oscuridad. La escritura merecedora de ese nombre es siempre escritura de la noche: escribe la noche de la que ella está formada al tiempo que la noche misma busca expresarse en la escritura. La noche es tanto el verdadero objeto como el verdadero sujeto de la escritura. Elegir entregarse a esa escritura exige vivir de acuerdo con aquello que la escritura inquiere, es decir, la noche misma: vivir de y para «la escritura de la noche». Por eso se le falta gravemente (a la escritura) si se la comparte, porque se la destituye — y se la traiciona. La falta nunca estaría en el contenido de «la escritura del día» (sea el que fuere), sino en dejar que el día penetre en lo que es exclusivo dominio de la noche, en dejar que a la escritura le falte la noche[7].
En pocas palabras: la distinción —correctamente leída— entre «escritura del día» y «escritura de la noche» no sólo permite entender lo que Blanchot ha dejado escrito, sino leerlo y pensarlo a partir del lenguaje del propio Blanchot. Mientras que la distinción —falseada— entre «escritura de día» y «escritura de noche» no lo permite, sacándonos de la problemática de su pensamiento, arrastrándonos a un conjunto de especulaciones que en primer lugar conciernen al responsable de esa cita errada y a los valores en que él quiere insistir. Es cuestión de la fidelidad exigible no tanto al autor, a quien tanto  se puede adorar como despreciar por fidelidad, sino al texto mismo y lo que él propiamente dice. Cita errada, nacida de no se sabe qué demonio, que desnaturaliza de un modo revelador  el pensamiento y la palabra de Blanchot. No será la única que encontremos.
¿Qué le ha llevado a Blanchot a distinguir entre escritura del día y escritura de la noche? Parece que se olvida: esa «dicotomía» explica, según leemos a continuación del texto anteriormente citado, el significado de la llamada «conversión» de Blanchot:
Mais en même temps elle [la mencionada dicotomía entre ambas escrituras] a hâté une sorte de conversion de moi-même en m’ouvrant à l’attente et à la compréhension des changements bouleversants qui se préparaient.[8]
Habría que preguntarse por qué no se quiere entender al pie de la letra lo que dice Blanchot. La «conversión» que tanto preocupa a quienes mejor o peor intencionados inquieren por el pensamiento político de Blanchot, cuestionando su causa y buscando elucidarla únicamente a partir de categorías políticas o morales, se explica en primer lugar por lo que es cuestión en la escritura, es decir, por la irrupción de la noche en ella y con ella, y por el trastorno que esa clase de escritura —la escritura de la noche y sólo ella— exige a quien la elige: la extrañeza de todo, que lleva consigo la necesidad de convertirse en un extraño para uno mismo, que  requiere un «abandono» que repercute en todo, que lo trastorna todo — cambiando, entre otras cosas, la propia identidad personal, pero que alcanza a todos los «los actos del día», eso a lo que «il faillait confusément nommer la vie»[9]. Exigencia de la escritura —nueva fórmula en genitivo—, es  decir, exigencia que viene de la propia escritura con la escritura, que significa una auténtica «revolución», sin medida posible, frente a la cual la revolución política no es sino un sucedáneo encomendado a subsumirse en aquélla.
Por amor al detalle y fidelidad a la expresión, hay que decir también que la palabra «conversión», que es la utilizada por Blanchot —pero mucho más por sus inquisidores—, es en primer lugar una palabra de Lacoue-Labarthe, no una palabra que Blanchot utilice motu proprio. Lo sabemos porque la carta que Dionys Mascolo le remite a éste el 27 de julio de 1984 lo dice expresamente («Vous parlez de la ‘’conversion’’ qui aurait été celle de M. B., du fascisme à un certain communisme»[10]). Con toda seguridad, Blanchot al escribir su carta de diciembre de 1984 conoce los términos de Lacoue-Labarthe y de Mascolo, y los utiliza, aunque distanciándose de ellos («… une sorte de conversion»).
No obstante, la lectura del número 43 de Lignes, y del libro al que ha dado lugar el primer artículo de Michel Surya, nos deja, formulada expresamente por el propio Michel Surya en la entrevista aparecida en Le Nouvel Observateur[11], pero que se desprende la lectura de todo su libro, una interrogación apremiante que debe ser despejada y que alimenta de principio a fin el juicio acerca de Blanchot emitido por Michel Surya:
je m’efforce de penser son rapport au passé, jamais admis, encore moins articulé, où il entre au contraire de la dissimulation, et parfois de la mensonge.[12]
¿Puede mantenerse que ha sido voluntad de Blanchot ocultar su pasado, disimulándolo e incluso mintiendo acerca de él? ¿Es posible formular este sintagma: «la mentira de Blanchot»? Lo cierto es que si la carta que Blanchot le escribe a Roger Laporte a finales de 1984, publicada en 2012 por Jean-Luc Nancy en su Maurice Blanchot. Passion politique, contuviera una mentira flagrante referida al verdadero sentimiento que Blanchot albergó en 1940 acerca de Pétain y de Vichy, si Blanchot ha mentido deliberadamente en 1984 ocultando algo vergonzoso justo en el momento en que su obra, tras la publicación de La escritura del desastre (1980) y de La comunidad inconfesable (1983), está llegando a su fin, si ha habido una falta que, después de tantos años (y de tantos libros) todavía estuviera luchando por no hacerse pública, en ese caso todo el pensamiento de Blanchot quedaría irremediablemente en entredicho. No por sus antiguas tomas de partido, no por su supuesta falta de arrepentimiento, no por la ausencia de explicaciones, sino por una acción realizada con toda intención consistente en cubrir con palabras esa falta cometida, donde, para lo que importa del pensamiento de Blanchot (su obra de escritura que sólo existe porque quien la ha producido se ha borrado previamente), el lenguaje encubridor, que tendría como objeto disimular determinadas acciones del propio Blanchot, se habría convertido en una falta aún más grave que la propia falta disimulada.
La interrogación, para un lector de Blanchot, es por tanto acuciante: ¿admite el lenguaje de Blanchot compartir de un párrafo a otro su alta concepción de la escritura y que ésta contenga una mentira deliberada acerca de una acción culpable en un momento preciso de su vida? ¿Puede «la exigencia de la escritura» dejar de ser aquello a lo que soberanamente ha de obedecer el escritor, lo que manda sobre su vida, para ser la tapadera por la que se oculta o disimula una falta vergonzosa? Porque la interrogación que nos planteamos no alcanza sólo a resolver si ha mentido Blanchot, sino a saber si puede hacerlo sin que su lenguaje quede por completo desautorizado. No se trata por tanto simplemente de defender a Blanchot de acusaciones injustas (cuya injusticia no se discutirá aquí, pero que tampoco hay que dejar de mencionar), tampoco de postular una especie de ética de la escritura (que subordinaría  automáticamente la escritura, es decir, que la pone por debajo de la ética), sino de establecer un principio de coherencia dentro de la propia escritura de Blanchot.
En este sentido se advertirá que el libro de Michel Surya da libre cauce a ciertos calificativos que hasta ahora un «amigo» no se había atrevido ni a exponer ni a asumir:
—    Fascista: porque, aunque Blanchot nunca lo asumiera, sería, por su rechazo de la democracia y su nacionalismo exacerbado, un fascista[13].
—    Antisemita: porque, aunque Blanchot no haya escrito una sola línea que pueda calificarse seriamente de antisemita, excepción hecha de una retórica de la época cargada de lugares comunes, lo sería sin ninguna duda por el ambiente en que se movió, por las amistades que frecuentó[14].
—    Mariscalista: porque, aunque Blanchot nunca se mostró públicamente a su favor, sería, como editorialista de una revista que lo apoyaba, un «ferviente partidario de Pétain»[15] y, dado que se deriva de ello, en un primer momento un colaboracionista que aprobaba esperanzado el régimen de Vichy[16].
Nada de esto, por innoble que nos parezca la actitud de Michel Surya, se va a poner aquí en cuestión. Como en aquella misma carta tan acertadamente dice Blanchot acerca de Todorov: «ce jugement le juge aussi».  Reconocemos aquí el habla característica de Blanchot. Del mismo modo que en otra ocasión Blanchot ha dicho que nadie testifica por el testigo (porque eso sencillamente genera un nuevo testigo, que precisa otro testigo, etc.), y sólo su testimonio atestiguaría por él, podría decirse ahora que nadie juzga al juez (que generaría un nuevo juez, etc.), que si el juez es juzgado sólo lo puede ser por su propio juicio: su juicio lo juzga. Los términos de su juicio, el rigor con que se emite, su veracidad, todo lo que hay en su juicio han de juzgar al juez puesto por completo en su juicio, expuesto en él, obligado como está a responder de él (del mismo modo que en último término es la mentira misma la que desmiente al mentiroso).
Por otro lado, puesto que lo imperativo es responder, algo debe ser dicho desde el primer momento: para nosotros, levantar este signo de interrogación sería responder a la amistad de Blanchot y a lo que ésta, desde el lenguaje que la soporta —es decir, el pensamiento de su escritura—, exige. Algo que debe decirse rotundamente y con toda claridad para marcar las distancias. Porque no nos parece que el nº 43 de la revista Lignes dedicado a Les politiques de Maurice Blanchot, que está en el origen del libro de Michel Surya y que desde su presentación invoca la necesidad de emprender una tarea desagradable reservada a «los amigos» de Blanchot, haga honor a esa amistad y se proponga responder a ella. No se es amigo sólo por decir que se es amigo, que se está de su lado o a favor suyo, para tener a continuación el paso franco para decir cualquier cosa del amigo — por amistad. La amistad en el caso que nos ocupa no vendría de quien la esgrime, sea yo o sean Lignes, su director, su comité de redacción o sus colaboradores, la amistad vendrá del propio Blanchot, que en su obra nos ha entregado con notable constancia tanto el pensamiento como la escritura de la amistad.
Seguimos así dándole la máxima importancia al  sintagma en genitivo (la escritura de la amistad). Por lo demás, ni siquiera la apelación a la amistad que hacen Lignes y Michel Surya nos parece sincera, sino más bien una estrategia discursiva encaminada a fortalecer el propio argumento, dotándole de una nobleza y de una superioridad moral incuestionables. «Amicus Plato sed magis amica veritas», se dice que decía Aristóteles con una intención semejante. Apelación incluso inadecuada y alteradora, en cuanto que introduce una dinámica detestable, no sólo en cuanto a la obra o el pensamiento de Blanchot, sino con respecto a cualquier obra o pensamiento de cualquier autor, obligados a moverse en el nocivo espacio de la dialéctica amigo/enemigo[17]. Escritura de la amistad, donde se trataría de dar la amistad por escrito, en la escritura, como objeto de la escritura; al tiempo que sería la propia amistad quien se pone en la escritura, hace o produce la escritura como su verdadera generadora (de ahí la importancia del genitivo). Dejando sin opción a que se exprese su exacto contrario: la escritura del resentimiento. Como un veneno, el resentimiento impide la respuesta de la escritura de la amistad.
¿Qué justificaría estas graves palabras —«la mentira de Blanchot»—? Se nos responde tajantemente: «los hechos». Sin embargo, en el caso que nos ocupa, apelar a «hechos» significa señalar textos, seleccionarlos, leerlos, fijarlos en su contexto y enfrentarlos entre sí, para comprobar si lo que dicen los pone de acuerdo o si al cotejarlos se despeja tal contradicción que de ella se pueda desprender la voluntad de ocultar la verdad. El objeto del engaño nunca habría sido el ocultamiento de unos textos de carácter ultranacionalista cuya existencia Blanchot nunca negó y cuyo contenido, dada la radical transformación que a partir de los primeros años 40 va a producirse en su pensamiento, se verá sustituido por casi exactamente lo contrario de lo que postulaban, sino que, concretamente, el engaño se habría producido por dos afirmaciones que se habrían revelado falsas: 1.— que Blanchot habría cesado de publicar artículos de contenido político a finales de 1937; 2.— que en el preciso momento en que se proclama el régimen de Vichy Blanchot lo habría rechazado sin ninguna vacilación. Ambas quedarían desautorizadas por el conocimiento de la publicación de tres de artículos aparecidos en Aux écoutes en julio de 1940[18], que demostrarían, por un lado, que tres años después del último artículo estrictamente político firmado por Blanchot su posicionamiento político seguiría incambiado y, por otro lado, que Blanchot se habría manifestado públicamente a favor de Pétain. Algo que entraría en flagrante contradicción con lo que Blanchot declara en la carta de 1984 a Roger Laporte:
Ma décision fut alors immédiatement prise. C’était le refus. Refus naturellement face à l’occupant, mais refus non moins obstiné à l’égard de Vichy qui représentait à mes yeux ce qu’il y avait de plus dégradant.[19]
«Au sujet de quoi Blanchot trompe délibérément Laporte»[20], dice Michel Surya, porque en aquellos artículos en 1940 habría dejado escrito:
On n’estimera jamais assez haut le service que rendit le maréchal en se plaçant à un point de vue supérieur, en prenant sur lui une décision dont le seul fait qu’il l’acceptât en écartait toute idée avilissante.[21]
Ahora sí es el momento de reflejar los hechos. Cualquiera que se acerca a estos tres textos se percata de que no están firmados. Todos de acuerdo. Aunque inmediatamente se argumenta: no es necesario que lo estén para atribuírselos a Blanchot, porque el nombre de Blanchot aparece en la cabecera del periódico como su director. Indiscutible, excepto por una circunstancia, por el «hecho» de que Blanchot, propiamente hablando no era inicialmente el director de la revista, sino Paul Lévy, amigo, judío, que en esos momentos intentaba salir de Francia hacia Marruecos. Por eso, durante tres semanas, Blanchot ocupa su puesto[22].
Sólo tres semanas y por compromiso, aunque el «hecho» seguiría siendo el mismo, puesto que los artículos que se le reprochan a Blanchot se publicaron en el momento en que ejercía como director y en principio podrían haber sido redactados por Blanchot. Sin embargo, hay dos pormenores que hay que valorar: 1.— Que, sin ninguna duda, el control de la censura sobre todo lo que se publicase en ese momento tenía que ser brutal (de modo que, si se quería mantener la revista habría que hacer unas concesiones también brutales, como, por ejemplo, escribir para la censura antes que para los lectores); 2.— Que, más allá de lo que Blanchot pensara acerca de Pétain, su papel de director de circunstancias le obligaba a mantener la línea editorial del periódico y publicar aquello que el propio Paul Lévy, con su nombre o no, hubiera publicado (incluso cabe pensar que Blanchot hubiera escrito lo que hipotéticamente su amigo hubiera escrito). Amén de que se debe dar por descontado que el Blanchot de 1937 que deja el periodismo político no puede ser el mismo que el Blanchot de 1940 en la Francia ocupada, el cual, suponiendo que siguiera defendiendo la idea de una «revolución nacional», no podía ver seriamente en Pétain y en su acto de claudicación el punto de partida de dicha revolución. El «hecho» es que si Blanchot hubiera querido dar su apoyo nominal al nuevo régimen, nada se lo hubiera impedido; el «hecho» es que no lo hizo. El «hecho» es que más tarde, sin la presión de los acontecimientos, Blanchot ha explicado más de una vez por qué no lo hizo[23], quedándonos a nosotros la tarea (y la responsabilidad) de valorar si lo que dice es cierto o no.
Pero nada podría ser suficientemente contundente para mantener lejos la sospecha una vez que se ha abierto la veda y la caza ha comenzado. En virtud de la lectura, que no sabría ser neutral, comienza el reparto de papeles: éste, devoto de Blanchot, cegado por la admiración, no tiene ojos para los defectos; este otro, adepto de la escuela de la sospecha, no puede dejar en pie ningún ídolo; aquél —el peor—, rencoroso sin solución, lo baña todo con su mala fe. No importa, «Sur lui pèsera dorénavant un soupçon» [Sobre él pesará de ahora en adelante una sospecha]. Es el juicio tajante que Blanchot habría expresado sobre Heidegger. ¿Cómo no exigir aplicárselo a él mismo? ¿No vale para Blanchot lo que sí vale para Heidegger? ¿No se deberá, incluso con más razón, sospechar de Blanchot que se permite sospechar de Heidegger sin acordarse de él mismo?
Aquí, la severidad de Michel Surya no encuentra suficientes palabras para afear la conducta de Blanchot, mostrando bien a las claras los pies de barro del ídolo, su segunda naturaleza, su capital inconsecuencia[24]. Aquí, Blanchot sería indefendible. Excepto por un detalle en absoluto intrascendente: las palabras anteriormente citadas no son las palabras de Blanchot.
Es tal vez digno de tomar en consideración que nadie haya sentido la necesidad de denunciar públicamente que la cita más repetida del libro de Michel Surya, la que contiene la mayor fuerza acusatoria, es una cita tergiversada. ¿Qué ha nublado la vista de tantos —amigos y enemigos— como han dado por buena esa cita de Blanchot[25]?
Leamos la contraportada del libro de Michel Surya, repetida a su vez, como es costumbre en internet, incansablemente en la web de Gallimard y en las webs de todas las librerías que ponen a la venta el libro, con una difusión como hasta hace poco no se podía sospechar (circunstancia que agrava aún más la transmisión —y la responsabilidad— del error):
 Cette réflexion prend au mot Blanchot lui-même, qui écrivait, à propos de l’engagement nazi de Heidegger : «Il y a eu corruption d’écriture, abus, travestissement et détournement du langage. Sur lui pèsera dorénavant un soupçon.»[26]
Esas palabras que se le atribuyen a Blanchot se encontrarían en una nota de Les Intellectuels en question, nota íntegramente referida a Heidegger, donde, atención, leemos:
Il y a eu corruption d’écriture, abus, travestissement et détournement du langage. Sur celui-ci pèsera dorénavant un soupçon.[27]
Se habrá observado que Blanchot no dice, como machaconamente repiten Michel Surya y todos sus comentadores, «sur lui», sobre «él», sino «sur celui-ci», sobre «esto». Es decir, la sospecha no pesará sobre Heidegger (sur lui), sino sobre algo que ha hecho Heidegger, y que es precisamente lo que hay que cuestionar. Ahora bien, ¿qué es «celui-ci» [esto] que ha hecho Heidegger que lo hace merecedor de la mayor de las sospechas? ¿Afiliarse al partido nazi? ¿Votarlo y por tanto compartir la responsabilidad de todos sus crímenes incluidas las muertes de los campos de concentración? ¿Ser nazi? No, Blanchot nunca hace, como parece desprenderse de cada línea en que se toma la falsa cita como referencia, un juicio político de Heidegger (como si el hombre de extrema izquierda que Blanchot llegó a ser juzgara reprochable la ideología de extrema derecha que Heidegger llegó a encarnar). Tampoco un juicio moral (como si se tratara de distinguir entre un lado bueno, ejemplar, y un lado malo, condenable). Menos aún un juicio personal (como si se expresara la enorme decepción de Blanchot por haber conocido la filiación política de heidegger) . Blanchot hace, estrictamente (porque ése es el título de su artículo), un juicio intelectual, porque la cuestión es determinar a qué imperativo deben obedecer los intelectuales por el hecho de serlo. La falta, el pecado, que Blanchot le atribuye a Heidegger consiste en hacer lo que nunca debe hacer un intelectual. ¿Qué exactamente? La mejor respuesta viene de la lectura íntegra de la citada nota de Blanchot:
Plus on accorde d’importance à la pensée de Heidegger, plus il est nécessaire de chercher à élucider le sens de l’engagement politique de 1933-1934. On peut, à la rigueur, comprendre que Heidegger, pour rendre service à l’Université, ait accepté de devenir recteur. On peut même aller plus loin et ne pas attacher trop d’importance à son adhésion au parti de Hitler, adhésion de pure forme et destinée à faciliter les obligations administratives de sa nouvelle fonction. Mais inexplicables et indéfendables sont les proclamations politiques de Heidegger par lesquelles il s’accorde avec Hitler, soit pour exalter le national-socialisme et ses mythes en exaltant le «héros» Schlageter, soit en appelant à voter pour le Führer et pour son référendum (en vue de quitter la S.D.N.), soit en encourageant ses étudiants à répondre favorablement au Service du Travail  et cela dans son langage philosophique propre qu’il met, sans gêne, au service des pires causes et qui se trouve ainsi discrédité par l’usage qu’il en fait. Voilà, pour moi, la responsabilité la plus grave : il y a eu corruption d’écriture, abus, travestissement et détournement du langage. Sur celui-ci pèsera dorénavant un soupçon.[28]
Dicho brevemente : el problema no es haberse adherido al partido de Hitler o haber votado a Hitler, el problema es haber pedido el voto para Hitler, puesto que, para hacerlo, no ha utilizado cualquier lenguaje, sino el lenguaje que él mismo ha creado con otra finalidad muy distinta, a todas luces admirable desde el punto de vista de la historia del pensamiento. Heidegger, en su texto de 1933,
destiné à recommander un vote décisif en faveur du national-socialisme, il a mis au service de Hitler le langage même, et l’écriture même par lesquels, en un grand moment de l’histoire de la pensée, nous avions été invités à l’interrogation désignée comme la plus haute, celle qui pouvait nous venir de l’Etre et du Temps.[29]
Poner su lenguaje, que en su origen invitaba a la más alta interrogación, al servicio de una causa política infame, sobre esto sur celui-ci») —y por consiguiente sobre ese lenguaje— es sobre lo que pesará siempre una sospecha. ¿Es de algún modo, tal como se pregunta Michel Surya, Heidegger el espejo «deformante» en que puede mirarse Blanchot? No. Por dos razones: 1.— porque, habiendo determinado que la distorsión del lenguaje que ha operado Heidegger consiste en haberlo puesto al servicio del nazismo, y de Hitler en particular, parece claro que, al contrario de lo que pretende demostrar Michel Surya[30], Blanchot ni apoyaba ni pedía el apoyo a Pétain (porque, repitámoslo, en ese caso debería quedar constancia en alguna parte del nombre de Blanchot dando o pidiendo ese apoyo[31], como palmariamente sucede con los textos de Heidegger); 2.— porque, para poner un lenguaje al servicio de cualquier causa, es necesario en primer lugar que ese lenguaje exista, algo que no sucede en el caso de Blanchot, que en el momento en que se entrega a la redacción definitiva de Thomas l’obscur, deja definitivamente la «escritura del día» —«la escritura sin pensamiento» como muy justamente la denomina Mascolo— y se deja ganar por la «oscura exigencia» de la escritura que le abre a su «verdadera vida», de modo que, si acaso, se debe afirmar lo contrario: que es su lenguaje naciente el que le impedirá asumir la causa de Pétain[32].
No hay, sin embargo, que esperar a 1983 (fecha en que se publica Les intellectuels en question), para que Blanchot exprese su opinión sobre la responsabilidad de Heidegger —ya hemos recordado la nota de 1969, que aparece en L’entretien infini—, sino que su opinión era exactamente la misma veinte años antes, según se desprende de un fragmento publicado en los Écrits politiques:
C’est vraiment ce langage qu’il [Heidegger] a compromis et peut-être perverti. S’il s’était fait platement le propagandiste du nazisme dans le langage vulgaire des nazis, ce serait à mon sens bien moins grave, sa responsabilité ne dépasserait pas celle d’une défaillance de caractère, d’une aberration d’esprit. Cela du moins, rappelle à quel niveau d’abord se situe notre responsabilité de «philosophe» : au niveau de son langage.[33]
El único ámbito en que se puede situar la responsabilidad del filósofo (en cuanto filósofo, no como individuo, como ciudadano, como hombre, etc.) es el lenguaje, su lenguaje. Se trata de decir —es decir, que el «filósofo» lo diga— cómo se integran los acontecimiento dentro de ese lenguaje. Se trata del mismo malentendido en que se está con respecto a Paul Celan y su desencuentro con Heidegger. Es bien sabido que Celan le solicita a Heidegger una palabra que él espera y que no llega. ¿Qué palabra puede ser ésa? Muchos opinan que sería una palabra de reconocimiento del error cometido, de la denuncia del mal realizado por el nazismo, una manifestación de arrepentimiento o incluso una petición de perdón. Nada de esto me parece que espera Celan, sino, más acorde con la comprensión que Blanchot tiene de la responsabilidad del filósofo y de su lenguaje, lo que Celan solicita —y no recibe— es la palabra que encamine el lenguaje de Heidegger fuera del odio racial y del exterminio de los campos de concentración, que saque a ese pensamiento del nazismo y lo abra al auténtico decir poético del ser. La negativa del filósofo a hacerlo tiene que haber sido entendida por Celan como un reconocimiento de que Heidegger no creía en ese encaminamiento, dejando paradójicamente a ambos frente a un auténtico callejón sin salida — del que sólo Celan es consciente.
Así, pues, sin el cacareado apoyo a Pétain y sin la descalificación personal a Heidegger («sur lui…») muy pocas posibilidades quedan para ver un espejo de Blanchot en Heidegger, excepto en un aspecto lamentable desde cualquier punto de vista, que es la necesidad que se siente y se tiene de crear un «caso», el «caso Blanchot», ahora a imagen y semejanza del «caso Heidegger», que tantos réditos (según las oscuras intenciones que intervienen en estos casos) les han producido a algunos. Todo ello sin mencionar el condimento imprescindible en todos ellos y entrar en la cuestión siempre espinosa —por confusamente expuesta y por pobre y ambiguamente documentada— del antisemitismo de Blanchot en los años 30. De ella, para no entrar en el debate y no añadir más ruido al ruido, cabe recordar unas palabras de Jean-Luc Nancy calificándola como controversia «políticamente irrisoria»:
Politiquement dérisoire: les quelques formules antisémites de Blanchot dans les années Trente (prononcées à côté d’autres formules, elles catégoriques dans l’opposition au nazisme et à sa persécution des juifs) relèvent d’une concession, condamnable sans aucun doute, à une vulgarité d’époque qui en dit long sur l’antisémitisme lui-même, mais qui n’en dit pas plus sur Blanchot que n’en disent sur Flaubert, sur Baudelaire ou sur Kant, leurs propos antisémites.[34]
Todo ello aparece bañado en una intransigencia difícil de entender, donde a lo imperdonable de mantener ciertas opiniones descalificadas en virtud de no se sabe qué superioridad moral y política se suma lo inaceptable de pretender cambiarlas sin que quede sobre quien lo hace la sombra imborrable de una sospecha. Pero eso —el hecho de cuestionar haber cambiado de opinión— también le debe ser aplicado al propio Michel Surya, que no escribe por primera vez sobre Blanchot y que haciendo ciertas modificaciones sobre sus textos ha matizado e incluso transformado completamente su valoración del autor. Unas veces confesándolo, como cuando muy gallardamente recuerda que ciertos párrafos de su Georges Bataille, la mort à l’œuvre han sido eliminados en su segunda edición de Gallimard a la espera de un tratamiento más amplio, mientras que al menos en otra ocasión el cambio, que sí es sustancial, se mantiene en silencio y sin advertencias. Eso sucede en unas líneas realmente reveladoras de sus intenciones, en el capítulo de su libro que describe la «comunidad de los amigos» entre Bataille y Blanchot, cuya primera edición terminaba con estas palabras inequívocas:
L’impossible communion de deux ou de plusieurs hommes, par paradoxe, est la seule qui leur soit communicable: c’est ce que vingt ans après la mort de Bataille, Blanchot dit en des termes —admirables— fidèles à ceux de son ami […] [sigue una larga cita de La Communauté inavouable][35].
Mientras que en su edición de Gallimard han desaparecido la admiración y la mención de su fidelidad:
L’impossible communion de deux ou de plusieurs hommes, par paradoxe, est la seule qui leur soit communicable; c’est ce que vingt ans après la mort de Bataille, Blanchot dit en des termes admirables du point de vue des motifs qui animent tardivement l’œuvre de Blanchot ; aussi peu batailliens que possible, quoi qu’il semble — quoiqu’ils s’autorisent de lui.[36]
Aquellos términos admirables sin cortapisas ya lo son sólo desde el punto de vista de los motivos que animan tardíamente la obra de Blanchot —es decir, cuando la influencia de Bataille ha sido sustituida por la de Levinas—, y pasan a ser «lo menos batailleanos posible», aunque se escuden en Bataille y extraigan de él su autoridad, habiéndose llevado consigo la presunción de fidelidad que antes se le había concedido. Todas las conversiones se parecen, todas las inconsecuencias apuntan a proscribir lo que con posterioridad (aprés coup) uno no querría haber escrito — borrándolo, negándose tanto a declararlo como a pensarlo.
Habida cuenta la dimensión que en el mundo de la telecomunicación actual adquiere la transmisión de una palabra errónea, muy semejante en esto a lo que hizo aquel Maestro Ciruela (que no sabía leer y puso escuela), habría que pedirle al propio Michel Surya, cuya reflexión «toma al pie de la letra al propio Blanchot», que reconociera que la supuesta afirmación literal en que se basa (sobre él pesará…), la cual sólo hay que saber leer, es una cita errónea de Blanchot (una cita que cambia el objeto de la crítica —que ya no serían Heidegger y su compromiso político, sino el uso corruptor que Heidegger ha hecho de su lenguaje para legitimar el nazismo—). «Corruption d’écriture, abus, travestissement et détournement du langage» que anulan, con la misma fuerza y la misma claridad con las que quiere expresarse, toda la reflexión.
* Isidro Herrera, traductor y editor. Dirige la editorial Arena Libros con sede en Madrid. Traductor de Maurice Blanchot, su notable traducción de La conversación infinitanos ha restituido uno de los textos fundamentales de la literatura. Ha traducido también la Comunidad inconfesable, La parte del fuegoUna voz venida de otra parte y El último hombre. Y está en curso su traducción de la biografía que Christophe Bident le consagró al escritor francés: Maurice Blanchot: partenaire invisible



[1] Michel Surya, L’autre Blanchot, L’écriture de jour, l’écriture de nuit, Gallimard, París, 2015, p. 16. A partir de ahora LAB. [«Hay que ser precisos, naturalmente, o los juicios volverían a comenzar. Y entrar en los textos. Dicho de otro modo, leerlos con detalle.»]
[2] LAB, p. 17. [«Porque hasta a sus ‘’amigos’’ (y sabemos en qué estima tenía la amistad) a los que Blanchot ha logrado disimular al ‘’otro’’ que durante mucho tiempo fue.»]
[3] Jean-Luc Nancy, Maurice Blanchot. Passion politique, Galilée, París, 2011, pp. 45-62.
[4] «Esta carta ha sido para mí determinante». Entrevista a Michel Surya, «Quand Blanchot soutenait Pétain», in Le Nouvel Observateur, París, 30 de marzo de 2014.
[5] Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 58. No cabe además ninguna duda, puesto que el libro de Nancy reproduce en facsímil la carta dactilografiada por el propio Blanchot.
[6] Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 61. [«He dejado de lado lo que durante este tiempo (sin duda desde 1930) había sido mi verdadera vida, es decir, la escritura, el movimiento de la escritura, su oscura busca, su aventura esencialmente nocturna (sobre todo teniendo en cuenta que, como a Kafka, sólo me quedaba la noche para escribir). En este sentido, he estado expuesto a una verdadera dicotomía: la escritura del día al servicio de tal o cual (no hay que olvidar que entonces escribía también para un arqueólogo famoso que necesitaba la ayuda de un escritor) y la escritura de la noche que me volvía extraño a cualquier otra exigencia que no fuera ella misma, cambiando al mismo tiempo mi identidad u orientándola hacia algo desconocido inaprensible y angustioso. Si hubo falta por mi parte, está sin duda en este compartimiento.»] Llama la atención que en un programa de France Culture, titulado Politiques de Maurice Blanchot y emitido el 23 de mayo de 2015, Alain Finkielkraut, se supone que con el libro en la mano, comience leyendo este fragmento y diciendo con toda claridad «escritura de día» y «escritura de noche», obviamente repetido por Michel Surya. Pero es absolutamente sorprendente que Jean-Luc Nancy, el editor de ese texto,  no sólo no los corrija, sino que él mismo utilice en varias ocasiones las mismas expresiones.
[7] En uno de los primeros fragmentos de Le pas au-delà (p. 9), se dice esencialmente lo mismo acerca del papel del día y de la noche con respecto a la escritura — pero en 1973.
[8] Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 61. Pero al mismo tiempo ella aceleró una especie de conversión de mí mismo abriéndome a la espera y a la comprensión de los cambios perturbadores que se preparaban.»]
[9] Maurice Blanchot, Le pas au-delà, Éditions Gallimard, París, 1973, p. 9. [«Lo que confusamente habría que llamar la vida».]
[10] Jean-Luc Nancy, op. cit., p. 65. [«Usted habla de la ‘’conversión’’, que habría sido la de M. B., del fascismo a cierto comunismo.»]
[11] Michel Surya, « Quand Blanchot soutenait Pétain », in Le Nouvel Observateur, París, 30 de marzo de 2014.
[12] «Me esfuerzo en pensar su relación con el pasado, nunca admitida, aún menos articulada, donde por el contrario se trata del disimulo y a veces de la mentira.»
[13] Michel Surya juzga: «La question de savoir si Blanchot fut ou non ‘’fasciste’’, ou s’il fut ‘’seulement’’ d’extrême droite, semble du coup superflue. Une telle phrase est incontestablement fasciste.» LAB, p. 46.
[14] La acusación de Michel Surya no se dirige solamente a Blanchot: « On s’accorda alors, bon an mal an, sur le fait qu’il n’était certes pas contestable que Blanchot avait, hélas, été d’extrême droite, mais ce fut pour mieux contester encore qu’il avait été, aussi, comme si cela n’était pas inévitable, comme si cela n’allait pas ensemble ou de soi, antisémite. »  LAB, p. 19.
[15] Es lo que se lee en la entrada de la citada entrevista realizada a Michel Surya, que hemos de suponer que de la primera a la última línea tiene el visto bueno del entrevistado.
[16] «Inevitable», según Michel Surya : «Au moins, ne pas donner raison à Pétain, à son ‘’haut service’’ rendu à la France, et, avec lui, à Vichy, à la révolution nationale, à la politique de collaboration, à la discrimination raciale à venir, inévitable.» LAB, p. 64.
[17] Michel Surya no sólo asume por entero esta dicotomía que distingue al amigo y al enemigo, sino que la utiliza para justificarse, e incluso para apoyar sus propias conclusiones. De hecho, parece sugerir que la devoción y el respeto de sus amigos han sido los instrumentos más eficaces para encubrir, junto a él mismo, aquello que Blanchot habría querido dejar en la sombra: «Ils [los amigos de Blanchot] étaient de bonne foi […] Pour cette raison d’abord que Lignes n’aurait voulu tomber d’accord avec les ‘’ ennemis ‘’ de Blanchot, quand bien même ceux-ci eussent-ils en cela eu raison». LAB, pp. 16-17 [«Ellos eran de buena fe. Por este primer motivo Lignes no habría querido estar de acuerdo con los ‘’enemigos’’ de Blanchot, cuando incluso éstos hubieran tenido razón»]. En su afán por perdonarles la vida a los amigos de Blanchot, Michel Surya olvida que no fueron los «enemigos» de Blanchot quienes en primer lugar publicaron, no sólo una lista muy completa de los artículos de Blanchot publicados en los años treinta, sino cuatro de ellos muy representativos de su pensamiento de esos años. Esto fue en la revista Gramma, nº 5, en 1976 (con el acuerdo de Blanchot), es decir, seis años antes que el artículo de Jeffrey Melhman, publicado en Tel Quel en 1982. En el mismo número de Gramma, los artículos de los años 30 de Blanchot iban acompañados por un notable trabajo de Mike Holland y Patrick Rousseau: «Topographie-parcours d’une (contre-)révolution», el primero que se ocupa específicamente y en su contexto del pensamiento de Blanchot en esos años, sin ninguna referencia a su evolución posterior, es decir, sin enfrentar a Blanchot consigo mismo.
[18] Según se desprende de la entrevista de Le Nouvel Observateur, Michel Surya los tiene por recientemente conocidos. No es así. Aparecen citados y comentados in extenso por Michel Holland en «D’un retour au tournant», dentro de las actas del Coloquio de Cerisy, celebrado del 2 al 9 de julio de 2007, publicadas por Éditions Parangon, Lyon, en 2009 con el título de Blanchot dans son siècle. Michel Holland profundiza de una manera muy convincente en las motivaciones intelectuales que pueden haber guiado a Blanchot en la redacción de esos editoriales.
[19] Jean-Luc Nancy, op. cit. [«Mi decisión fue tomada entonces inmediatamente. Era el rechazo. Rechazo naturalmente frente al ocupante, pero rechazo no menos obstinado con respecto a Vichy que a mi parecer representaba lo más degradante que había.»]
[20] LAB, p. 53. [«Al respecto de lo cual Blanchot engaña deliberadamente a Laporte».]
[21] LAB, p. 53. [«Nunca se estimará lo suficiente el servicio que rinde el mariscal situándose en un punto de vista superior, tomando sobre sí una decisión de la que el solo hecho de haberla aceptado apartaría toda idea envilecedora.»]
[22] Hay que añadir que, pasadas esas tres semanas, Paul Lévy regresa para seguir al frente de la revista. Sin embargo, por su condición de judío, es obligado a cerrarla al mes siguiente. Michel Surya parece olvidar que, dado que Paul Lévy obviamente se sentía en peligro, Blanchot, al aceptar sustituirlo en la dirección de la revista, se vería igualmente amenazado. De hecho, un año después, tras la publicación de Thomas l’obscur, su amistad con el judío Paul Lévy fue invocada en las críticas negativas que recibió el libro.
[23] Curiosamente, Michel Surya incluye en su libro un testimonio que no aparecía en su artículo publicado en Lignes, citando una carta «inédita» de Blanchot, del 22 de mayo de 1982 (es decir, dos años y medio antes que la enviada a Roger Laporte), dirigida a un «destinatario» que no es nombrado nunca, cuya procedencia tampoco se cita (?), donde se expresa aún más tajantemente al respecto: «Lorsque je sortis de là [de la Sesión del Parlamento de Vichy], je savais qu’en dehors du nazisme, il n’y aurait rien de pire que le pétainisme», LAB, pp. 54-55. [«Cuando salí de allí, sabía que, aparte del nazismo, no habría nada peor que el pétainismo»].Esto significa que desde la fecha de esta carta Blanchot habría declarado expresamente al menos en seis ocasiones que su rechazo del régimen de Pétain fue inmediato.
[24] Como si se tratara del huevo de la serpiente, mucho nos tememos que la insistencia de Michel Surya en que el verdadero problema radica en «la consecuencia del pensamiento» quiere llegar hasta el nacionalismo francés del presente. Desde luego, a un lector poco informado, si no se le advierte, no le costará nada hacer una identificación entre el nacionalismo de «extrema derecha» de Blanchot en los años 30 y el Front National de nuestros días.
[25] En la última página de su libro, Michel Surya da los nombres de aquéllos a los que les ha solicitado comentarios u objeciones sobre el contenido de su libro. Responsabilidad compartida.
[26] «Esta reflexión le toma la palabra al propio Blanchot, que escribía, a propósito del compromiso nazi de Heidegger: ‘’Ha habido corrupción de escritura, abuso, distorsión y retorcimiento del lenguaje. Sobre él pesara de ahora en adelante una sospecha’’.»
[27] «Les intellectuels en question» se publicó como artículo en 1983, en Le Débat, apareció en forma de libro en las Éditions Fourbies en 1996, y ahora es posible leerlo en La condition critique, Éd. Gallimard, Paris, 2010, pp. 390-416.
[28] Ibidem, p. 392. [«Cuanta más importancia se concede al pensamiento de Heidegger, más necesario es intentar aclarar el sentido del compromiso político de 1933-1934. Se puede, por hablar rigurosamente, comprender que Heidegger, para hacer un favor a la Universidad, haya aceptado convertirse en rector. Hasta se puede ir más lejos y no conceder demasiada importancia a su adhesión al partido de Hitler, adhesión de pura forma y destinada a facilitar las obligaciones administrativas de su nueva función. Pero inexplicables e indefendibles son las proclamas políticas de Heidegger por las cuales se pone de acuerdo con Hitler, ya sea para exaltar el nacionalsocialismo y sus mitos exaltando al «héroe» Schlageter, ya sea llamando a votar por el Führer y por su referéndum (con el fin de dejar la S.D.N.), ya sea animando a sus estudiantes a responder favorablemente al Servicio del Trabajo — y eso en su lenguaje filosófico propio que pone, descaradamente, al servicio de las peores causas y que se encuentra así desacreditado por el uso que hace de él. He aquí, para mí, la responsabilidad más grave: hay corrupción de escritura, abuso, distorsión y retorcimiento del lenguaje. Sobre esto pesará de ahora en adelante una sospecha.»]
[29] Maurice Blanchot, L’entretien infini, Ed. Gallimard, París, 1969, 210. [«Destinado a recomendar un voto decisivo a favor del nacional-socialismo, ha puesto al servicio de Hitler el mismo lenguaje y la misma escritura mediante los cuales, en un gran momento de la historia del pensamiento, habíamos sido invitados a la interrogación designada como la más alta, la que podía venirnos del Ser y del Tiempo.»]
[30] Recuérdese a este respecto que la citada entrevista de Le Nouvel Observateurse titulaba Quand Blanchot soutenait Pétain [Cuando Blanchot apoyaba a Pétain] y que desde sus primeras líneas se alude a las «mentiras» de Blanchot, así como de él se dice que «ha sido también en su tiempo un ferviente partidario de Pétain». Es de suponer que todas estas afirmaciones, que no se presentan como literales de Michel Surya, fácilmente atribuibles a la canalla periodística, se publican, sin embargo, con su acuerdo.
[31] Lo que podría haber hecho sin dificultad y sin incoherencia, puesto que la mayor parte de sus antiguos camaradas maurrasianos se había alineado con Pétain.
[32] Del mismo modo que es su mismo lenguaje el que le obligaría a volver a manifestarse políticamente, expresando su rechazo «absoluto, categórico», en 1958, poniendo, esta vez sí, su lenguaje al servicio de una causa política. Por primera vez, puesto que su rechazo anterior —a Pétain, en 1940—, a falta de lenguaje para hacerlo, se había expresado en silencio.
[33] Maurice Blanchot, Écrits politiques. 1953-1993, Ed. Gallimard, París, 2008, p. 123. [«Es verdaderamente ese lenguaje lo que él ha comprometido y quizás pervertido. Si se hubiera hecho lisa y llanamente propagandista del nazismo en el lenguaje vulgar de los nazis, a mi parecer sería mucho menos grave, su responsabilidad no superaría la de un desfallecimiento de carácter o una aberración del entendimiento. Por lo menos esto recuerda en qué ámbito se sitúa nuestra responsabilidad como ‘’filósofo’’: en el ámbito de su lenguaje.»]
[34] Jean-Luc Nancy, «À propos de Blanchot», L’ŒIL de BŒUF, nº 14/15, Bourg la Reine, 1998, p. 55. [«Políticamente irrisoria : algunas fórmulas antisemitas de Blanchot en los años 30 (pronunciadas al lado de otras fórmulas, categóricas, en oposición al nazismo y a su persecución de los judíos) caen dentro de una concesión, condenable sin ninguna duda, a una vulgaridad de la época que dice mucho del mismo antisemitismo, pero que no dicen más sobre Blanchot que lo que dicen sobre Flaubert, sobre Baudelaire o sobre Kant sus declaraciones antisemitas.»]
[35] Michel Surya, Georges Bataille, la mort à l’œuvre. Librairie Séguier, París, 1987, p. 320. [«La imposible comunión de dos o de varios hombres, paradójicamente, es la única comunicable, es lo que, veinte años después de la muerte de Bataille, Blanchot dice en términos —admirables— fieles a los de su amigo.»]
[36] Michel Surya, Georges Bataille, la mort à l’œuvre. Éditions Gallimard, Tel, París, 2012, p. 363. [«La imposible comunión de dos o de varios hombres, paradójicamente, es la única comunicable, es lo que, veinte años después de la muerte de Bataille, Blanchot dice en términos admirables desde el punto de vista de los motivos que animan tardíamente la obra de Blanchot; lo menos batailleanos posible — pese a que toman su autoridad de él.»]

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